julio 16, 2018

¿QUIENES HICIERON AL EQUIPO DE FRANCIA CAMPEON?



Si el gobierno francés, tal como lo hace hoy, hubiese entonces dejado que se ahogaran…

¿Sería el equipo de Francia campeon?

Pensando en "la tercera"... ¿Cambiara el gobierno francés, su política antiinmigrante?





julio 09, 2018

LA ELECCION PRESIDENCIAL MEXICANA EN TANTO QUE DERROTA PARA LA DEMOCRACIA.



Al abrir, como cada lunes, la página web francesa https://lundi.am/, me tope con la sorpresa de ver que el segundo texto de la edición de esta semana hacía referencia a la elección presidencial mexicana, bajo el titulo de LA DEMOCRATIE COMME DEFAITE, el cual era una traducción de una entrada de un blog redactado en idioma español, pero cuya “procedencia geográfica” desconozco, https://artilleriainmanente.noblogs.org/. Texto publicado el 28 de junio, o sea antes del día de las elecciones y la contundente ¿victoria? De Andrés Manuel López Obrador.
Blog manifiestamente próximo de la izquierda radical europea (El Comité Invisible, Giorgio Agamben, la Internacional Situacionista, etcétera).
Texto, que me pareció muy acertado y que, por lo tanto, no puedo no reproducir, tal cual, en este blog.
Ahí les va:

LA DEMOCRACIA COMO DERROTA.
Notas sobre la elección presidencial de México en 2018


Esta vez el blog es utilizado para publicar esta toma de posición que nos hicieron llegar a propósito del no-acontecimiento más esperado en los últimos tiempos por los demócratas en México.

Sólo una cosa podemos conceder a quienes han puesto en el espectáculo democrático toda su confianza: nunca en la historia de este país se había sentido este grado de esperanza compartida. Pero hace falta agregar algo más si queremos comprender de dónde proviene esta aparente energía: esa esperanza, como todas, es producto de una derrota de larga duración.
El espectáculo democrático del que se habla no es ya únicamente aquel con el que los aparatos estatales de por sí nunca dejan de martillarnos —mediante su «cultura del derecho» y sus violencias policiacas—, sino aquel que regresa periódicamente, cada vez más desfigurado y grotesco que la vez anterior, pero que a pesar de todo —por alguna «urgencia», por alguna «coyuntura» manufacturada convenientemente en este tiempo y no en ningún otro— acaba al final refortalecido con el crédito que una población le entrega de mala o buena gana o, más bien, de la única gana que le quedaba entre la espada y la pared. La esperanza en política no es nunca sino el reverso de una política cuyo motor primario es el miedo.

Cualquiera que haya sobrevivido a los últimos doce años —o a los últimos 500— sabe que, detrás del espejismo que hace ver una luz en el futuro, se encuentra la profunda oscuridad de nuestro presente. No hace falta repetir una vez más las cifras de muertos y desaparecidos: ellas son apenas la traducción matemática —es decir, amputada— de una realidad invivible. Sólo la tristeza y la confusión que provoca una década de guerra pueden hacer que alguien vea en un candidato una esperanza y no el futuro comandante en jefe del mayor de nuestros enemigos: el Estado.
Desde el ataque en Atenco, en 2006, hasta el quiebre que significaron las movilizaciones por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, se ha multiplicado y extendido ese sentimiento de derrota. Y no hay nada que la democracia y sus actores sepan hacer mejor que comerciar con la desolación. Por eso son mucho más dignos de compasión que de ridículo quienes hace un par de años gritaban «¡Fue el Estado!» y hoy ven en él su única salvación.

Quizá nosotros mismos hemos sido responsables, en parte, de ese fracaso y de la confusión que ha generado. Quizá no hayamos sido capaces de generar suficientes núcleos de organización y de resistencia sólida y sostenida. Pero también es verdad que, al menos en esto, el funcionamiento del Estado es preciso: avanza y ataca para generar la derrota y la impotencia que le servirá, poco después, para alimentar su regeneración.

Sólo un niño, un ingenuo o un politólogo pueden creer que la democracia es un asunto de elecciones, participación, o instituciones. Aunque nos hayamos acostumbrado a describirla con el aparentemente inocuo término de «forma de gobierno», la democracia —la más potente arma civil del Estado— es en realidad un complejo mecanismo de producción y gestión de impotencia colectiva.

En efecto, la función esencial de la democracia no es la representación, sino la relegación. Todas las capacidades, los saberes, las imaginaciones y la fuerza que requiere una vida compartida son capturados por la máquina democrática para ser depositados en algún lugar del ruinoso aparato estatal. Toda la creatividad y la potencia que tenemos por el simple hecho de estar vivos es extirpada y relegada hasta que no quedan más que espectros, hasta que todo cuerpo es reducido al grado mínimo al que puede ser sometido un ser viviente: un ciudadano.

Relegar significa poner en otro sitio una capacidad que nos era propia. La democracia es por eso, también, producción de lejanía. Cada momento de la vida, cada conflicto y cada posible salida son situados bajo la gestión de una institución extraña y distante. Es decir, abstracta. Sólo a quienes viven en ese mundo de abstracción, escindidos de su mundo, les parece razonable exigirle al Estado que resuelva un crimen, que frene el despojo, que sancione a las Fuerzas Armadas por violaciones de derechos humanos. La justicia, lo sabemos, nunca vendrá desde arriba y desde lejos. Por eso el antónimo de democracia no es autoritarismo sino proximidad, fuerza colectiva.

Del mismo modo que el despojo «originario» que alimenta al capital continúa sucediendo hoy, a toda hora, la relegación en la que se sustenta la democracia opera cada día allí donde un programa estatal sustituye el trabajo colectivo, donde un diputado local usurpa el lugar de una autoridad elegida por asamblea, donde un comité de barrio se convierte en una oficina de gestión de un partido político.

Por eso es una excelente noticia que la democracia en este país se encuentre todavía incompleta. Esto no quiere decir, por supuesto, que haga falta «participación», «transparencia» ni, mucho menos, «honestidad». Esto quiere decir que hay territorios donde se ha ganado la batalla contra la impotencia y la abstracción, donde el Estado no ha logrado imponer su lógica. Donde aún es posible experimentar una vida en común que no puede ser reducida al mecanismo de la democracia y de los partidos.

Quizá no haga falta repetirlo, pero la democracia es, también, producción de individualidades: «ciudadano» o «votante» son los términos burocráticos que adoptan los cadáveres de una colectividad destrozada. Por esto no hay nada de político en ella: no hay una existencia compartida, un lugar que habitar, una vida que defender. Sólo en este sentido la democracia es un sistema de gobierno; es decir, una gestión vertical de poblaciones, de individuos sin nombre.

La cooptación y la relegación que suceden a cada instante, pues, producen la impotencia y la depresión que parecen encontrar su única solución en una regeneración de la esperanza en el Estado. La esperanza es, precisamente, la inyección de combustible que, cada cierto tiempo, necesita una forma de gobierno para sobrevivir. Por eso suenan tan ridículos quienes tienen miedo de una posible desestabilización si gana éste u otro candidato. Temen un posible «retroceso democrático» cuando lo que en verdad está en marcha es una regeneración del aparato estatal que lo hará sobrevivir unas décadas más.

Las derrotas de movimientos de resistencia y la genuina desesperación de quienes han querido poner su fuerza en una transformación radical han sido relegadas, de nuevo, en el sistema de partidos y en un futuro gobierno central. Toda la esperanza que nos rodea tiende, hoy, hacia la estabilización; es decir, hacia el renacimiento del Estado. No es casual que el candidato puntero haya declarado que pretende resolver plenamente el caso Ayotzinapa para fortalecer al Ejército y regresarle su antigua legitimidad. En un contexto de guerra, la regeneración democrática adopta su forma más cruel y más sangrienta: la pacificación.

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 Más allá del aura humanista de la palabra, la pacificación es la culminación de una operación militar: el triunfo de la movilización de las fuerzas militares y civiles sobre un territorio y las formas de vida que lo habitan. Se trata del término que los vencedores dan a la derrota total de su oponente, el sometimiento del enemigo al nuevo poder constituido. Es, precisamente, lo que los juristas llaman «uso legítimo de la fuerza por el Estado». Por eso aún hay gente que confunde paz con Estado de derecho. La pacificación no es más que la continuidad de la democratización por otros medios.

Estas dos operaciones, pues, forman los dos frentes de contrainsurgencia con los que el Estado busca situar dentro de sí a todas las fuerzas políticas, por medios civiles o militares. La fallida estrategia anti-zapatista de los años noventa —coordinada, en parte, por Esteban Moctezuma Barragán— lo demuestra perfectamente: ocupar militarmente un territorio para pacificarlo; remunicipalizar e inyectar recursos para democratizarlo —no debe sorprender que, aún hoy, los representantes de la «Cruzada contra el hambre» en cada localidad tengan, en su puerta, un sello de la Secretaría de Marina. Veinte años después, la operación es sostenida por las bases castrenses que permanecen y por los grupos paramilitares asociados, siempre, a algún partido político. En tiempo de elecciones son «operadores políticos»; después, escuadrones de la muerte.

Por esto, creer que es posible «acabar con la lógica de la guerra» es la más peligrosa de las buenas intenciones progresistas. En ciertas colonias de la Ciudad de México, quizá, la guerra parece una «lógica», un «discurso», una «política pública», incluso. Pero la guerra, lo sabemos, es una realidad atroz: es la forma que adoptan el Estado y el capital para garantizar su continuidad a través de la cooptación y el saqueo. Creer que la guerra puede acabar sólo gracias a la «voluntad política» de un hombre no sólo es ingenuo, es suicida. La forma más fundamental de autodefensa en un conflicto prolongado, es reconocerlo como tal.

Quienes han sobrevivido resistiendo más de 500 años lo saben perfectamente. La guerra —declarada o no— es la herramienta a la que el Estado mexicano ha recurrido siempre que necesita renovarse o expandirse. Las guardias blancas, los rurales del porfiriato, las Fuerzas Armadas y las células de sicarios han cumplido siempre la misma función: lograr la pacificación de un territorio —a través del miedo, el exterminio o el desplazamiento forzado— para garantizar la extracción de los recursos que alberga.

La «guerra contra el narcotráfico», pues, no fue una estrategia fallida. Fue, al contrario, la perfecta y eficiente reconversión de una vieja maquinaria de muerte y despojo. Hoy, la guerra civil es una cuestión que excede por mucho la capacidad de decisión de un gobierno o de un candidato. Quienes hacen de la política una operación más o menos exitosa de consolidar un contrato social —magullado, respetado, corrompido, etc.— se equivocan de punto de partida: no es el contrato social, sino la guerra lo que anima desde sus orígenes este sistema de poder. Por eso, hacer creer que la guerra terminará gracias al beso de un poeta, de Emilio Álvarez Icaza o del papa de Roma, es una manipulación incomparable. Es, en verdad, un crimen de guerra.

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Es necesario siempre ver la oscuridad que alimenta la luz de la esperanza; pero debemos saber observar, también, todo lo que esa misma oscuridad ilumina. En cada lugar donde el Estado parece fallar o estar ausente se abre un espacio de posibilidades infinitas. Cada instante de la vida es un diminuto frente de batalla, donde la lógica democrática puede ser replegada, donde pueden experimentarse formas de organización tan maleables como potentes.

Y no hay nada más sencillo que enfrentar la relegación y la lejanía que sustentan la democracia. Es una cuestión, simplemente, de procurarnos nuestra propia proximidad con el mundo que nos rodea. De volver a reconocerlo, de hacernos las herramientas y los saberes colectivos para habitarlo. No hay un acontecimiento más feliz que volver a descubrir, en medio de las ruinas del Estado, una habilidad que creíamos perdida: aprender sin Universidades, cuidarnos minuciosamente sin bisturíes, pasar un domingo sin angustia.

Hace falta solamente volver a generar sitios de fuerza lejos de la maquinaria democrática; volver a aproximarnos, recoger el hilo de nuestras propias potencialidades. Volver a descubrir todo lo que puede un encuentro —aunque sea fugaz— cuando existe la decisión colectiva de volver a construirlo todo. La tarea parece agotadora, sin duda, pero quienes lo han experimentado saben que no hay una celebración más grande que la que sigue a una jornada de trabajo colectivo.

Por ahora, habrá que dejar que los demócratas naufraguen; los convencidos, los confundidos, los ingenuos, los derrotados. Nosotros no bajaremos la guardia: sabemos que ellos continuarán atacando mientras gritan tregua. Algunos, quizá, volverán en un par de años reducidos a escombros: famélicos y destrozados luego de haber visto desde dentro las entrañas del Estado. Tal vez sientan entonces la magnitud de su derrota. Es probable incluso que uno o dos vengan a recobrar sus fuerzas a la casa que nosotros, mientras, habremos construido.






julio 08, 2018

DIOS NO LO QUIERA, PERO MUCHO ME TEMO QUE ASÍ SERÁ… porque Dios no existe, pero también porque el capitalismo, por ser nuestro modo de vida, es perenne.




Retomando la argumentación de mis tres últimas entradas, agregaría:

Dios no quiera… que el EZLN y yo mismo estemos en lo cierto… pero como dudo mucho de la existencia de un tal Dios… mucho me temo que el tiempo nos dará la razón.

Si, como lo creo, el tiempo nos da la razón... como parte de la izquierda institucional (electorera, reformista, socialdemócrata, etcétera) Andrés Manuel López Obrador habrá cumplido con la función de esta izquierda institucional… apuntalar el Sistema capitalista… simplemente porque es parte de este… como lo somos todos, conscientemente o no, voluntariamente o no.

Incluso me atrevería a afirmar que quienes pretenden combatirlos desde afuera, sin respetar sus reglas del juego… por el simple hecho de vivir rodeado por el mismo, en su seno, le son funcionales.

Conclusión… si es que la hay… el Capitalismo (pasado, actual y futuro), no solo por ser un modo de producción sino un modo de vida, es un sistema perenne… que solo será vencido por sus propias y sistémicas contradicciones. Siendo la primera de estas... que resulta imposible pretender un crecimiento infinito en un espacio finito.

O, como también lo creo… por su prometea ambición del infinito desarrollo científico-tecnológico, que llevara a la desaparición de la humanidad en tanto que tal, sustituida por el reino de las “maquinas inteligentes” y el “hombre aumentado”.


Dos citas, para terminar (por hoy) esta incipiente digresión:

“El mundo ha empezado sin el hombre y se terminara sin el”
Claude Levi.Strauss en “Tristes Trópicos”.

“El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre - una cuerda sobre el abismo”
Nietzsche en “Así hablaba Zaratustra”.





Podrán cambiar el capataz, los mayordomos y caporales, pero el finquero sigue siendo el mismo.



Ante la unanimidad de los apoyos (sinceros o fingidos) a la elección de AMLO como futuro presidente de México, siendo particularmente destacado el de las cupulas empresariales (que más que un verdadero apoyo, es, sin la menor duda, un real acotamiento, la fijación del marco y los limites dentro de los cuales podrá y tendrá que moverse la política del gobierno de López Obrador), hasta ahora, el EZLN a sido la unida voz discordante.

El único “movimiento organizado” que, en mi opinión, ha sido capaz de hacer una acertada lectura de este tsunami… que con el paso del tiempo se revelara como lo que es… la opción mas conveniente para un Sistema sometido a un cuestionamiento social de tal envergadura que su única salida para perdurar sin generar una explosión social, era entregar, provisionalmente la “conducción política” del mismo al único político profesional institucional capaz de contener el crecimiento de una muy peligrosa, y posiblemente explosiva, presión social.

Razón por la cual me parece importante, transcribir inextenso el comunicado del EZLN en el cual los subcomandantes Moisés y Galeno (ex Marcos), plasman su primera valoración de la elección de AMLO como futuro presidente de México.
La única libertad que me tome siendo la de sustituir el real titulado de dicho comunicado:

CONVOCATORIA A UN ENCUENTRO DE REDES DE APOYO AL CIG, AL COMPARTE 2018: “Por la vida y la libertad”; Y AL 15° ANIVERSARIO DE LOS CARACOLES ZAPATISTAS: “Píntale caracolitos a los malos gobiernos pasados, presentes y futuros”, por el acortado de:

“PÍNTALE CARACOLITOS A LOS MALOS GOBIERNOS PASADOS, PRESENTES Y FUTUROS”



Julio del 2018.

A l@s individu@s, grupos, colectivos y organizaciones de las Redes de Apoyo al CIG:

A la Sexta Nacional e Internacional:

Considerando que:
Primero y único:
La Gran Final.

  Llega usted al gran estadio.  “Monumental”, “coloso”, “maravilla arquitectónica”, “el gigante de concreto”, calificativos parecidos se repiten en las voces de los locutores que, a pesar de las distintas realidades que describen, coinciden en resaltar la soberbia construcción.

  Para llegar a la grandiosa edificación, usted ha tenido que sortear escombros, cadáveres, suciedad.  Cuentan quienes más años cuentan, que no siempre fue así; que antes, en torno a la gran sede deportiva, se levantaban casas, barrios, comercios, edificios, ríos y arroyos de gente que uno esquivaba hasta casi toparse de narices con el gigantesco portón, que sólo se abría cada tanto tiempo, y en cuyo dintel se leía: “Bienvenido al Juego Supremo”.  Sí, “bienvenido”, en masculino, como si lo que ocurriera dentro fuera cosa sólo de varones; como antes los sanitarios, las cantinas, la sección de máquinas y herramientas de las tiendas especializadas… y, claro, el futbol.

  Pero, a vuelo de pájaro, la imagen vista bien podría ser un símil de un universo contrayéndose, dejando en su periferia muerte y destrucción.  Sí, como si el Gran Estadio fuera el hoyo negro que absorbe la vida a su alrededor y que, aún insaciable, eructa y defeca cuerpos sin vida, sangre, mierda.
  Desde cierta distancia, se puede apreciar el inmueble en su totalidad.  Aunque ahora sus erróneas disposiciones arquitectónicas, sus fallas estructurales en cimientos y edificaciones, sus cambiantes decoraciones al gusto del equipo ganador en turno, aparecen cubiertas por una tramoya que abunda en llamados a la unidad, la fe, la esperanza y, claro, la caridad.  Como si se ratificara así esa semejanza entre cultos religiosos, políticos y deportivos.

  Usted no sabe mucho de arquitectura, pero le molesta esa insistencia casi obscena en una escenografía que no coincide con la realidad.  Colores y sonidos proclamando el fin de una era y el paso al mañana soñado, la tierra prometida, el reposo que ya ni la muerte promete (se dice usted mientras hace un recuento de sus cercanas, personas desaparecidas, asesinadas, “exportadas” a otros infiernos, y cuyos nombres se diluyen en estadísticas y promesas de justicia y verdad).

  Como en la religión, la política y los deportes, hay especialistas.  Y usted no sabe mucho de nada.  Le marean los inciensos, salmos y alabanzas que pueblan esos mundos.  Usted no se siente capaz de describir el edificio, porque usted anda otros mundos, sus largos y tediosos caminos transcurren en lo que, desde los soberbios palcos del gran estadio, se podría llamar “el subsuelo”.  Sí, la calle, el metro, el colectivo, el vehículo en abonos o pagado con cargo a otros abonos (una deuda siempre pospuesta y siempre creciente), el camino de terracería, las rutas de extravío que conducen a la milpa, a la escuela, al mercado, al tianguis, al trabajo, al jale, a la chinga.

  Usted se inquieta, sí, pero el optimismo de dentro del gran estadio es mayoritario, abrumador, a-v-a-s-a-l-l-a-n-t-e, y desborda hacia afuera.

  Como en esa canción que usted recuerda vagamente, el espectáculo que ya terminó, unió “al noble y al villano, al prohombre y al gusano”.  En esos momentos la igualdad fue reina y señora, no importa que el silbatazo final haya vuelto a cada quien a su lugar.  Basta del olvido de que cada uno es cada cual, de nuevo, “y con la resaca a cuestas/ vuelve el pobre a su pobreza, /vuelve el rico a su riqueza /y el señor cura a sus misas /se despertó el bien y el mal/ la zorra pobre vuelve al portal, / la zorra rica vuelve al rosal, / y el avaro a las divisas”.

  Y es que, ahora le informan a usted ruidos e imágenes, el partido ha finalizado.  La gran final tan esperada y temida, concluyó y el equipo vencedor recibe, con falsa modestia, los clamores de los espectadores.  “El respetable público”, dicen voceros y cronistas.  Sí, así se refieren a quienes han participado activamente con gritos, porras, hurras, insultos y diatribas, desde las gradas, como espectadores a quienes sólo en la gran final se les permite simular que están frente al balón y que su grito es el puntapié que dirige el esférico “al fondo de las redes”.

  ¿Cuántas veces ha escuchado usted eso?  Muchas, ¿vale la pena contarlas?  Las derrotas reiteradas, la promesa que a la que sigue sí, que el árbitro, que el campo, que el clima, que la luz, que la alineación, que la estrategia y la táctica, que etcétera.  Al menos la ilusión actual alivia esa historia de fracasos… a la que luego se sumará la desilusión prevista.

  En las afueras del recinto, una mano maliciosa ha rayado, en el soberbio muro que rodea el estadio una sentencia: “FALTA LA REALIDAD”.  Y no conforme con su herejía, la mano le ha agregado trazos y colores a las letras, tan variados y creativos que ya no parecen pintados.  Ya no es un grafiti, sino una inscripción como grabada con cincel, manchando el concreto.  Una huella indeleble en la apática superficie del muro.  Y, para colmo, el último trazo de la “D” final ha abierto una grieta que se alarga hasta el basamento.  Un cartel, roto y descolorido, con la imagen de una feliz pareja heterosexual, con un par de hijos, niño y niña, y con el encabezado de “La Familia Feliz”, trata en vano de ocultar la hendidura que, tal vez por un efecto óptico, parece rasgar también la feliz imagen de la familia feliz.

  Pero ni el ruido interno que hace vibrar las paredes del estadio logra disimular la grieta.

  Dentro, aunque el partido ha terminado, la muchedumbre no abandona el estadio.  Aunque no tardará mucho en que sea de nuevo expulsada de vuelta al valle de ruinas, la multitud embelesada se hace eco de sus propios gritos e intercambia anécdotas: quién gritó más fuerte, quién hizo la mejor burla (se dice “meme”), quién divulgó la mentira más exitosa (el número de “likes” determina el grado de verdad), quién lo supo desde un principio, quién nunca dudó.  En las tribunas, algunos, algunas, algunoas, intercambian análisis: que “¿sí viste que los contrarios cambiaron de camiseta en el medio tiempo y que ahora festejan la victoria quienes iniciaron el encuentro con el uniforme del equipo rival?”; que “el árbitro (el siempre “árbitro vendido”) ahora sí cumplió porque la victoria del equipo todo lo limpia y enaltece”.

  Algunos, algunas, algunoas, más escépticos, ven con desconcierto que, entre quienes celebran el triunfo, están los que jugaron y juegan en equipos rivales.  Tratan, pero no entienden.  O sí entienden, pero no es hora de entender, sino de festejar.  Para dejárselos claro, una pantalla gigante parpadea con la tonada visual de moda: “Prohibido Pensar”.

  La noche ha pospuesto su llegada, piensa usted.  Pero se da cuenta de que son los reflectores y los fuegos de artificio los que simulan claridad.  Claro, una claridad selectiva.  Porque allá, en aquel rincón, unas gradas se han derrumbado y los equipos de rescate no acuden, ocupados como están en el festejo.  La gente no se pregunta cuántos muertos, sino de cuál equipo eran seguidores.  Más allá, en ese otro rincón oscuro, una mujer ha sido agredida, violada, secuestrada, asesinada, desaparecida.  Pero, vamos, es sólo una mujer, o una anciana, o una jóvena, o una niña.  Los medios, siempre en sintonía con los tiempos que corren, no preguntan el nombre de la víctima, sino si portaba su playera de tal o cual equipo.

  Pero no es tiempo de amarguras, sino de fiesta, de brindis, del f-i-n-d-e-l-a-h-i-s-t-o-r-i-a mi buen, del comienzo de un nuevo campeonato.  Fuera, la oscuridad parece el colofón pictórico para la zona devastada.  Sí, piensa usted, como un escenario de guerra.

  El barullo le reclama atención.  Usted trata de tomar distancia para comprender el impacto de ese gran triunfo de su equipo favorito… mmh… ¿era su equipo favorito?  Ya no importa, el triunfador siempre fue y será el equipo favorito de las mayorías.  Y, claro, todos sabían que el triunfo era inevitable, y en tribunas se suceden las explicaciones lógicas: “sí, no era posible otro resultado, sólo el de la copa embriagante coronando los colores del equipo favorito.”

  Usted trata, sin conseguirlo, de hacer suyo el entusiasmo que inunda las tribunas, los palcos, y parece llegar hasta el punto más alto de la construcción donde, lo que se adivina es una lujosa habitación, refleja en sus vidrios polarizados las luces, los gritos y las imágenes.

  Usted recorre las tribunas con dificultad, la gente se abarrota en pasillos y escaleras.  Busca usted algo o alguien que no lo haga sentir extraño, camina como un extraterrestre o un viajero del tiempo que aterriza en un calendario y una geografía desconocidos.

  Se detiene un poco donde dos personas de edad miran con atención una especie de tablero.  No, no se trata de ajedrez.  Ahora que usted se ha acercado lo suficiente, ve que se trata de un rompecabezas con apenas algunas piezas engarzadas y sin la figura final siquiera esbozada.

  Una persona le está diciendo a la otra: “Bueno, no, no me parece que sea ficción.  Después de todo, el pensamiento crítico debe partir de una hipótesis, por alocada que parezca.  Pero no debe abandonar el rigor para confrontarla y verificar si procede, o hay que buscar otro punto de arranque.”  Y, tomando una de las piezas del rompecabezas, esa persona la muestra y dice: “por ejemplo, puede ser, a veces, que lo pequeño ayude a entender lo grande.  Como si en esta pequeña parte pudiéramos adivinar o intuir la figura ya completada”.  Usted no escucha lo que sigue, porque los grupos vecinos gritan contra ese extraño par y acallan sus palabras.

  Alguien le ha pasado un volante.  “Desaparecida” se lee, y una imagen de una mujer cuya edad usted no puede determinar.  ¿Una anciana, una mujer madura, una jóvena, una niña?  El viento le arrebata el volante y su vuelo se confunde con las serpentinas y el confeti que nublan la vista.
  Y hablando de niñas…

  Una niña, pequeña, de piel oscura, de ropas extrañas de tan coloridas y adornadas, mira el estadio, las tribunas, las luces multicolores, las sonrisas de vencedores y vencidos, alegres las primeras, maliciosas las segundas.

  La niña tiene una duda.  Se adivina en la expresión de su rostro, en su mirada inquieta.

  Usted se siente generoso, al fin al cabo usted ha ganado… mmh… ¿ha ganado?  Bueno, no importa.  Usted se siente generoso y, solícito, le pregunta a la niña qué busca.

  La niña le responde: “el balón”.  Y, sin voltear a verlo a usted, sigue con su mirada barriendo la gran construcción.

  “¿El balón?”, pregunta usted como si la pregunta viniera de otro tiempo, de otro mundo.
  La niña suspira y añade: “bueno, de ahí que tal vez lo tiene el dueño

  “¿El dueño?

  “Sí, el dueño del balón, y del estadio, y del trofeo, y de los equipos, y de todo esto”, dice la niña mientras con sus manitas intenta abarcar la realidad concentrada en el gran estadio.

  Usted trata de encontrar las palabras para decirle a la niña que esas preguntas no vienen al caso, o cosa, según, pero entonces usted recuerda…, o más bien no recuerda haber visto el balón.  En su mente le aparece una imagen borrosa, cree que al inicio del partido, del esférico con sus gajos manchados por “nuestros amables patrocinadores”.  Ni siquiera en los goles anotados lo ubica.

  Pero ahí está la pantalla del marcador, y la pantalla marca la realidad que importa: tal ganó, tal perdió.  Ningún marcador señala quién es el dueño ni siquiera del marcador, mucho menos quién es el dueño del balón, de los equipos, de las tribunas, de las “cámaras y micrófonos”.

  Además, el marcador no es un marcador cualquiera.  Es el más moderno que existe y costó una fortuna.  Incluye el VAR para ayudar a sus empleados a sumar o restar puntos en la pantalla, y para las repeticiones instantáneas o reiteradas de cuando “juntos hicimos historia”.  Y el marcador no marca los goles, sino los gritos.  Gana quien más grite, entonces ¿quién necesita el balón?

  Pero entonces usted revisa sus recuerdos y nota algo extraño: minutos antes del final del partido, la porra, la barra, la fanaticada del equipo contrario guardó silencio.  Y los gritos de los seguidores del equipo ahora triunfador no tuvieron rival.  Sí, muy extraña esa súbita retirada.  Pero más extraño es que, cuando en la pantalla del marcador no se reflejaban aún los resultados, ni siquiera los parciales, el equipo contrario volvió a la cancha sólo para felicitar al triunfador… que todavía no era triunfador.  En los altos y lujosos palcos del estadio estalló la algarabía y los colores de sus pendones eran ya los del equipo ganador.  ¿A qué hora cambiaron de favorito?  ¿Quién ganó realmente?  Y sí, ¿quién es el dueño del balón?

  “¿Y por qué quieres saber quién es el dueño?”, cuestiona usted a la niña, porque le parece que, no obstante sus dudas, es tiempo de silbatos y matracas, y no de preguntas necias.

  “Ah, porque ése no pierde.  No importa qué equipo gane o pierda, el dueño siempre gana.

  Usted se incomoda con la duda que eso plantea.  Y se incomoda más al ver a quienes declaraban que el equipo ahora triunfador traería desgracias, celebrando un triunfo que, apenas unas horas antes, no era suyo.  Porque no se ve que hayan perdido, más bien festejan como si el triunfo fuera suyo, como si dijeran “ganamos otra vez”.

  Usted está a punto de decirle a la niña que deje la amargura en otro lado, que tal vez esté en sus días, o en la depre, o no entiende nada, después de todo es sólo una niña, pero en eso el respetable prorrumpe en un alarido: el equipo vencedor regresa a la cancha para agradecer al respetable su apoyo.  La gente-gente sigue en las tribunas y contempla, arrobada, a los modernos gladiadores que han vencido a las bestias… ¡un momento!, ¿no son las bestias quienes ahora abrazan y festejan y cargan en hombros al equipo vencedor?

  Usted se ha quedado pensando en lo que dijo la niña.  Y recuerda entonces, inquieto, que el equipo contrario, conocido por su rudeza, mañas y trampas, abandonó el partido justo antes de que sonara el silbatazo final.  Sí, como si temiera que su inercia propia, pudiera hacerlo triunfador (con trampa, claro) y, para evitarlo, se retirara completamente.  Y con él, desaparecieron sus porras, sus fanáticos, sus, ahora usted lo recuerda, contados banderines y banderas.

  La algarabía sigue.  Al parecer en tribunas no importa el absurdo que transcurre en el centro del campo, donde el pódium espera la premiación final.

  Usted se hace eco de la pregunta de la niña y, con timidez, cuestiona a su vez:

  “¿Quién es el dueño del balón?

  Pero el grito masivo se traga su pregunta, y nadie le escucha.

  La niña le toma de la mano y le dice: “Vámonos, tenemos que salir

  “¿Por qué?”, pregunta usted.

  Y la niña, señalando la base de la gran edificación, responde:
  “Se va a caer”.

  Pero nadie parece darse cuenta…  Un momento, ¿nadie?

(¿continuará?)

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  En base a lo anteriormente expuesto, la Comisión Sexta del EZLN invita a l@s individu@s, grupos, colectivos y organizaciones que apoyaron y apoyan al CIG y, claro, que todavía piensan que los cambios que importan nunca vienen de arriba, sino de abajo (además de que no hayan mandado su cartita de adhesiones y peticiones al capataz futuro) a un:
Encuentro de redes de apoyo al Concejo Indígena de Gobierno.
  Con la siguiente propuesta de temario:
.- valoraciones del proceso de apoyo al CIG y su vocera Marichuy, y de la situación según la perspectiva de cada grupo, colectivo y organización.
.- propuestas de pasos a seguir.
.- propuestas para regresar a consultar con sus grupos, colectivos, organizaciones, lo ahí planteado.
Llegada y registro: jueves 2 de agosto del 2018; registro y actividades los días viernes 3, sábado 4 y domingo 5 agosto.
Para registrarse como participante en el encuentro de redes, la dirección es:

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  También, las comunidades indígenas zapatistas, invitan a quienes tienen al arte como vocación y anhelo, al:

CompARTE POR LA VIDA Y LA LIBERTAD

“Píntale caracolitos a los malos gobiernos pasados, presentes y futuros”

Del 6 al 9 de agosto del 2018.

Llegada y registro: cuando puedan del 6 al 9 de agosto.

Clausura el día 9, 15° aniversario del nacimiento de los caracoles zapatistas.
El programa será según quiénes se apunten, pero seguro ahí estarán musiquer@s, teatrer@s, bailador@s, pintor@s, escultor@s, declamador@s, etceter@s, de las comunidades zapatistas en resistencia y rebeldía.

Para registrarse como participante y/o asistente, la dirección es:



Todo en el caracol de Morelia (donde fue el encuentro de mujeres que luchan), en la zona Tzotz Choj, tierra zapatista en resistencia y rebeldía.

Mucho ojo: Traigan su vaso, plato y cuchara, porque las mujeres que luchan ya aconsejaron de no usar desechables que contaminan, además de que dejan un tiradero.  No sobra si trae un su focador (o lámpara de mano), su loquesea para poner entre el digno suelo y su muy digno cuerpo, o casa de campaña.  Su impermeable o nailon o equivalente por si llueve.  Sus medicinas y comida especial si las requiere.  Y cualquier otra cosa que luego le vaya a faltar y, cuando nos deje sus críticas, nosotr@s podamos responder “les avisamos antes”.  Para las personas ya de edad, “de juicio” como decimos acá, veremos de, en lo posible, darles alojamiento en alguna parte especial.

Nota: sí se permitirá el acceso a varones y a otras minorías.

Por la Comisión Sexta del EZLN.

Subcomandante Insurgente Moisés.             Subcomandante Insurgente Galeano.

México, 4 de julio del 2018.


P.D.- No, nosotras, nosotros, zapatistas, NO nos sumamos a la campaña “por el bien de todos, primero los huesos”.  Podrán cambiar el capataz, los mayordomos y caporales, pero el finquero sigue siendo el mismo.  Ergo…




julio 01, 2018

AMLO… en tanto que válvula de escape del sistema.




Este sábado, 30 de junio, como todos los sábados, se cumplió “religiosamente” con el ritual de la sabatina comida familiar.
Por tradición familiar todos los presentes se dicen de izquierda (reformista, socialdemócrata) y en la elección presidencial de este domingo primero de julio, votaran, como un solo hombre (mujer también, respetemos lo políticamente correcto), por el “candidato de izquierda” Andrés Manuel López Obrador.
Asumiendo mi papel de oveja negra, en un momento, solté (con la suficiente discreción y prudencia): “López Obrador es el candidato mas conveniente para el sistema” (no me acuerdo si agregue el calificativo capitalista).

Nadie recogió el guante, por lo que tratare de explicarme brevemente.

Si dejamos de ver el suelo “patrio”, y levantamos la vista para tener una visión más sistémica… ¿qué vemos?

Que, en cualquier elección institucional, en una determinada situación histórica, los candidatos postulados por los partidos de la izquierda institucional son, por mucho, la mejor opción para el sistema vigente. Su llegada al poder es no solo deseable, sino imperativa. Los ejemplos abundan en los cuatro rincones del mundo occidental capitalista.

Cuando en un recipiente herméticamente cerrado, la presión no cesa de incrementarse, es de la mayor importancia, que exista una válvula de seguridad que permita que esta presión disminuya, antes de que se produzca la explosión de dicho recipiente.
Esta es la función que cumple a la perfección la victoria electoral de un candidato de izquierda y su pretendida llegada al poder. Con estas, la ilusión de su ejercicio del poder, obviamente en favor de “las mayorías de este país”, la presión social que el mismo sistema venia generando en su interior, encuentra una salida, una vía de escape.
La inconformidad, el resentimiento y la ira, de los jodidos y sumisos de siempre, se apaciguan, se disuelven, se desinflan, cuando el odiado Presidente saliente, entrega la banda presidencial al nuevo ungido, quien se supone que gobernara por ellos y para ellos.

Pretendida llegada al poder, pretendido ejercicio del poder… dado que, como ya todos sabemos (o deberíamos de saber) el verdadero poder es ejercido (con mano de hierro en un guante de seda, o sin este si hace falta) por otros actores que no son los políticos profesionales, simples mascaras detrás de las cuales se esconden quienes si jalan los hilos de estas marionetas.  No olvidemos, tengamos siempre presente, que la política “polítiquera” es siempre un teatro de sombras, un espectáculo.

Para no hacerlo mas largo…  la victoria electoral de cualquier López Obrador responde al “interés bien entendido” de cualquier sistema hegemónico.
Como dijo el escritor italiano Lampedusa, en boca del aristócrata Don Fabrizio, en su obra El Gatopardo: “a veces es necesario que todo cambie, para que todo permanezca igual.”

Históricamente, en cualquier nación o Estado, así ha sido y así seguirá siendo. La izquierda institucional (respetuosa de las reglas del juego dictadas por quienes ejercen la real dominación) cree llegada su hora (cree llegar al poder y estar en condiciones de ejercerlo), cuando las presiones sociales y las contradicciones generadas por el sistema son de tal magnitud que ponen en riesgo este mismo sistema, y, por lo tanto, le resulta a este imprescindible abrir alguna válvula  de escape que permita que la presión cese de acumularse con el riesgo de una  posible explosión, por definición incontrolable (por lo menos en un primer momento.)

Al fin y al cabo, que:
Uno, los detentores del verdadero poder seguirán ejerciéndolo de hecho,
Dos, disponiendo así de un cómodo chivo expiatorio a quien culpar de todos los malos por ellos propiciados.
Tres, el cual, podrán, fácil y democráticamente, sustituir por otro cuando juzguen que este ya no les es funcional.

A modo de conclusión… si de verdad quieren que los jodidos y sumisos de toda la vida puedan, algún día, dejar de serlo… absténganse de  activar la válvula de escape… dejen que la presión siga acumulándose… que la explosión se produzca… que de estas nazcan y se desarrollen las fuerzas que dotándose de su propia organización… intenten ejercer su propio poder, por y para ellos mismos.
Ahora bien… claro que para quienes vivimos en simbiosis con este sistema y sacamos provecho del mismo… esta perspectiva puede representar un riesgo para nuestra propia posición de poder y sus intereses… y por lo tanto preferimos activar a tiempo la válvula de escape… que representa la ¿elección? de un gobernante que con “una manita de gato” por aquí y algún remozamiento por allá, permitirá que estos jodidos y sumisos, se sientan cobijados por un nuevo tlatoani que, por fin, los entiende, los ve y los oye…  se olviden de su ira… hasta que, con el regreso de la paz y la harmonía, los “dueños de siempre” decidan que llego la hora de cambiar este, necesario, pero al fin y al cabo estorboso, tlatoani por una nueva marioneta más dúctil y más consciente de cuáles son los “palpables” intereses de quienes representa.


Posdata: No olvidemos quien es AMLO.
En 2006, después de haber sido victima de un mega fraude, mas que probado, mediante el cual se le robo su victoria en la elección presidencial de este año, organizo una muy extensa y exitosa campaña de movilización para denunciar el fraude y reclamar su victoria.
Sin embargo, llegado está a su punto más álgido, fue el mismo AMLO quien paro en seco esta dinámica de movilización al decretar un plantón en Reforma.
Un plantón, de meses, que no solo fue aprovechado por el gobierno y sus adversarios para denostarle, sino que tuvo por efecto, terminar de tajo con una dinámica de movilización nunca antes vista en el “México moderno”… en toda consciencia, INMOVILIZO LAS MOVILIZACIONES.
Tan fue así que años después (creo acordarme de que fue en 2011) declaro públicamente: “Nos costó mucho esa decisión, nos han cuestionado mucho por eso, pero hay que decir (a quienes aún tienen dudas sobre él) que si no hubiésemos tomado esa decisión hubiese habido muertos, y que nosotros sinceramente queremos el cambio por la vía pacífica, no queremos la violencia”.
No hay duda de que para muchos de quienes en esta nueva elección votaran por él, fue una decisión acertada, loable… pero queda que un político que había “mandado al carajo las instituciones” termino sosteniéndolas… ya fue anteriormente la válvula de escape del sistema… como lo es en esta ocasión.