junio 24, 2016

DERECHO DE MANIFESTAR... DEBER DE RESISTIR.


Desde hace varios meses muchos trabajadores y colectivos de trabajadores, encabezados por la CGT (Confederación General del Trabajo) manifiestan regularmente en Francia contra la ley conocida como Ley El Khomri (del nombre de la ministra del trabajo) que es una profunda reforma a la ley que regula las relaciones laborales en Francia.
Reforma de corte netamente neoliberal, es decir de adaptación de las relaciones laborales a los intereses y dictados del mercado… mayor flexibilidad, mayores facilidades y menor costo para los despidos, preeminencia de los “acuerdos” a nivel de cada empresa sobre los convenios por ramas industriales, en suma, mayor precarización de los trabajadores, mayores beneficios para los empresarios y, de paso, debilitamiento de los sindicatos.

Ley, que ante el rechazo de la misma por una muy clara mayoría de los franceses (según varios “estudios de opinión), la muy firma oposición de los trabajadores, e incluso la oposición de una parte del gobernante Partido Socialista, no le fue posible al gobierno, hacerla votar por el Parlamento, recurriendo al artículo 49-3 de la Constitución, el cual faculta al ejecutivo  interponer en el Parlamento una moción de censura, y en caso de ganarla, dar por adoptado el proyecto de ley motivo del procedimiento.

Es para hacer frente a este procedimiento considerado como “de fuerza”, autoritario y no democrático, que los trabajadores emprendieron un intenso y muy prolongado movimiento de protesta, recurriendo a manifestaciones, huelgas y “bloqueos”.

Manifestaciones muy concurridas, con mayor participación en cada una de ellas, y que se llevaban a cabo, no solo en Paris sino en muchas otras ciudades francesas.




Manifestaciones que, en muchas ocasiones, terminaban con duros enfrentamientos con la policía (con saldo de varios heridos de gravedad), por parte de grupos de jóvenes asimilados a los Black Block, cuya “estrategia” es la confrontación con las fuerzas del orden, al servicio de un Estado protector de los intereses de la oligarquía, empleando para tal fin “tácticas”, calificadas por el Estado, nada menos que como, de guerrilla urbana.
Manifestaciones apoyadas por varias huelgas en empresas consideradas como estratégicas y, hecho muy poco común, toda una serie de bloqueos llevados a cabo por “piquetes” de trabajadores, principalmente de las vías de comunicación y las refinerías, lo cual se tradujo, durante algunos días, en una (¿real o ficticia?) escasez de gasolina en varios puntos de Francia.


Acciones, que, por su amplitud, naturaleza y simultaneidad, se asemejaban mucho a lo que, dentro del “lenguaje” de los colectivos antisistema más radicales, se conoce como la estrategia del “sabotaje” en su modalidad de “paralización” de los centros nerviosos del sistema.
Acciones, que evidentemente no podían ser tolerados por el gobierno.

Habiéndose dado por concluidas estas acciones de “paralización”, así como muchas de las huelgas, quedaban en pie las manifestaciones, cada día más nutridas… y con mayor violencia en el enfrentamiento entre la policía y una parte de los manifestantes.
Violencias que, desde mi particular punto de vista, nunca quedo muy claro si se trataba de genuinos manifestantes afines al movimiento Black Block, o de personas infiltradas por el mismo gobierno, para desprestigiar dichas manifestaciones a los ojos de la opinión pública.

Es así que, creyendo el gobierno haber logrado con éxito su campaña mediática de desprestigio, y aprovechando la distracción de la “euforia futbolera” de la Eurocopa, este se atrevió, en un primer momento, a prohibir una enésima manifestación de los trabajadores (encabezada por la CGT y FO) prevista para el jueves 23 de junio.
Prohibición, que ante la férrea resistencia de los sindicatos que aseguraron que no acatarían tal prohibición, y la oposición de la mayoría de las fuerzas políticas a esta medida juzgada autoritaria y contrario a los derechos consagrados en la Constitución, algunas horas después, el gobierno reculo, autorizando la manifestación… pero restringiendo está a una mera marcha en un circuito ovalo de 1.6 kilómetros de longitud y con un impresionante dispositivo de seguridad, formado por más de 2000 policías antimotines, y un muy minucioso registro y cacheo, en todos los accesos al “circuito cerrado”, de quienes pretendían sumarse a la manifestación.



No fue un total fracaso de quienes habían apelado a la manifestación, logrando juntar alrededor de 60,000 personas… pero, que, durante unas horas, literalmente encerradas, encadenadas, se contentaron con pasearse apaciblemente, bajo la permanente y disuasiva vigilancia de las amenazantes fuerzas del orden.
Pero si fue un éxito… ¿pírico?... del gobierno, que logro apagar la fuerza y el fulgor mostrado hasta entonces por quienes se oponen a esta nueva Ley normando las relaciones laborales de acuerdo a los intereses de la oligarquía.

Victoria, pírica o no, que en los hechos representa un muy grave ataque a lo que la mayoría de los gobiernos occidentales consideran como siendo la “democracia”.
Reunirse y manifestarse, para expresar colectivamente sus ideas y opiniones, es un derecho reconocido y plasmada en todas estas democracias liberales. Solo el respecto de este derecho garantiza la expresión directa del pueblo fuera de los periodos electorales.


La democracia, no es solo el derecho al voto y la consecuente delegación del poder de gobernar a quienes hayan sido electos. Estos son solo dos “instrumentos momentáneos” de la soberanía del pueblo. Habiendo cumplido con esta formalidad, queda por cumplir con la parte medular de un régimen que se pretende democrático: la participación consciente, autónoma y activa de los gobernados en la construcción de las acciones que nutren de contenido el cascaron, vacío y virtual, del sistema constitutivo de las relaciones político-sociales entre los miembros de la comunidad.
De lo contrario, tal como lo caracterizaba Tocqueville, no se trata de una verdadera democracia, sino de una “suave tiranía” en la cual el Pueblo (o los miembros de la comunidad si queremos evitar la connotación peyorativa del termino pueblo) no tiene más derecho que el de “¿escoger?”, cada cierto tiempo, sus “dirigentes” antes de regresar, en una duradera servidumbre, al silencia y a su ausencia.

Frente a un gobierno que no tiene el mas mínimo rubor en pisar la propia Constitución, prohibiendo o acotando el derecho a la libre manifestación… el derecho a manifestar se transmute, legítimamente, en, no solo el derecho, sino el deber de resistir.

Derecho… deber… que ya plasmaba el artículo 35 de la Declaración de los Derechos del Hombre y el ciudadano, como preámbulo de la Constitución francesa del 24 de junio de 1793, el cual rezaba:

“Cuando el gobierno violenta los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y cada porción de este, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes”.

Artículo que obviamente ya no figura en la actual Constitución francesa, como tampoco en ninguna otra de cualquier nación que se pretende democrática… pero que, para los “verdaderos demócratas” sigue vigente y legitima su accionar.



“Los ciudadanos saben perfectamente que no se les llama a votar para consultar sus razones, sino para hacerles entrar en razón.”
Carlos Fernández Liria. Educación para la Ciudadanía







junio 14, 2016

¿POPULISMO?... ¡PORQUE NO!... ¡CLARO QUE SI!


Quizás por la cercanía de las elecciones españoles de este próximo 26 de junio, en las cuales Unidos Podemos está dando una campanada (que de momento hace falta saber si se confirmara con el resultado del día de las elecciones), el 9 de junio, la politóloga belga Chantal Mouffe, publico en el diario español El País, una tribuna, cuyo contenido me parece sumamente importante para “entender” una de las principales, y tan denostadas, “tendencias políticas” de hoy en día… como lo es EL POPULISMO... en tanto que ideología y estrategia politicas.

Por lo que no puedo no transcribir aquí, tal cual, esta tribuna.




El momento populista
CHANTAL MOUFFE

Vivimos una época en la que se está imponiendo en todas partes una manera de hacer política que consiste en establecer una frontera que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de ‘los de abajo’ frente a ‘los de arriba’

Hoy en Europa estamos viviendo un momento populista que significa un punto de inflexión para nuestras democracias, cuyo futuro dependerá de la respuesta que se dé a ese reto. Para afrontar esa situación es necesario descartar la visión mediática simplista del populismo como pura demagogia y adoptar una perspectiva analítica. Propongo seguir a Ernesto Laclau, que define el populismo como una forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo frente a los de arriba.El populismo no es una ideología y no se le puede atribuir un contenido programático específico. Tampoco es un régimen político y es compatible con una variedad de formas estatales. Es una manera de hacer política que puede tomar formas variadas según las épocas y los lugares. Surge cuando se busca construir un nuevo sujeto de la acción colectiva —el pueblo— capaz de reconfigurar un orden social vivido como injusto.

Examinado desde esa óptica, el reciente auge en Europa de formas populistas de política aparece como la expresión de una crisis de la política liberal-democrática que se debe a la convergencia de varios fenómenos, que en los últimos años han afectado a las condiciones de ejercicio de la democracia. El primero es lo que he propuesto llamar pospolítica para referirme al desdibujamiento de la frontera política entre derecha e izquierda. Fue el resultado del consenso establecido entre los partidos de centroderecha y de centroizquierda sobre la idea de que no había alternativa a la globalización neoliberal. Bajo el imperativo de la modernización se aceptaron los diktats del capitalismo financiero globalizado y los límites que imponían a la intervención del Estado y a las políticas públicas. El papel de los Parlamentos y de las instituciones que permiten a los ciudadanos influir sobre las decisiones políticas fue drásticamente reducido. Así fue puesto en cuestión lo que representa el corazón mismo de la idea democrática: el poder del pueblo.

Hoy en día se sigue hablando de democracia, pero solo para referirse a la existencia de elecciones y a la defensa de los derechos humanos. Esa evolución, lejos de ser un progreso hacia una sociedad más madura, como se dice a veces, socava las bases mismas de nuestro modelo occidental de democracia, habitualmente designado como republicano. Ese modelo fue el resultado de la articulación entre dos tradiciones: la liberal del Estado de derecho, de la separación de poderes y de la afirmación de la libertad individual, y la tradición democrática de la igualdad y de la soberanía popular. Estas dos lógicas políticas son en última instancia irreconciliables, ya que siempre existirá una tensión entre los principios de libertad y de igualdad. Pero esa tensión es constitutiva de nuestro modelo republicano porque garantiza el pluralismo. A lo largo de la historia europea ha sido negociada a través de una lucha agonista entre la derecha, que privilegia la libertad, y la izquierda, que pone el énfasis en la igualdad.

Al volverse borrosa la frontera izquierda/derecha por la reducción de la democracia a su dimensión liberal, desapareció el espacio donde podía tener lugar esa confrontación agonista entre adversarios. Y la aspiración democrática ya no encuentra canales de expresión en el marco de la política tradicional. El demos, el pueblo soberano, ha sido declarado una categoría zombi y ahora vivimos en sociedades posdemocráticas.

Esos cambios a nivel político se inscriben en el marco de una nueva formación hegemónica neoliberal, caracterizada por una forma de regulación del capitalismo en la cual el capital financiero ocupa un lugar central. Hemos asistido a un aumento exponencial de las desigualdades que ya no solamente afecta a las clases populares, sino también a buena parte de las clases medias, que han entrado en un proceso de pauperización y precarización. Se puede hablar de un verdadero fenómeno de oligarquización de nuestras sociedades.

En ese contexto de crisis social y política ha surgido una variedad de movimientos populistas que rechazan la pospolítica y la posdemocracia. Proclaman que van a volver a darle al pueblo la voz que le ha sido confiscada por las élites. Independientemente de las formas problemáticas que pueden tomar algunos de esos movimientos, es importante reconocer que se apoyan en legítimas aspiraciones democráticas. El pueblo, sin embargo, puede ser construido de maneras muy diferentes y el problema es que no todas van en una dirección progresista. En varios países europeos esa aspiración a recuperar la soberanía ha sido captada por partidos populistas de derecha que han logrado construir el pueblo a través de un discurso xenófobo que excluye a los inmigrantes, considerados como una amenaza para la prosperidad nacional. Esos partidos están construyendo un pueblo cuya voz reclama una democracia que se limita a defender los intereses de los considerados nacionales.

La única manera de impedir la emergencia de tales partidos y de oponerse a los que ya existen es a través de la construcción de otro pueblo, promoviendo un movimiento populista progresista que sea receptivo a esas aspiraciones democráticas y las encauce hacia una defensa de la igualdad y de la justicia social.

Es la ausencia de una narrativa capaz de ofrecer un vocabulario diferente para formular esas demandas democráticas lo que explica que el populismo de derecha tenga eco en sectores sociales cada vez más numerosos. Es urgente darse cuenta de que para luchar contra ese tipo de populismo no sirven la condena moral y la demonización de sus partidarios. Esa estrategia es completamente contraproducente porque refuerza los sentimientos antiestablishment de las clases populares. En lugar de descalificar sus demandas hay que formularlas de modo progresista, definiendo el adversario como la configuración de fuerzas que afianzan y promueven el proyecto neoliberal.

Lo que está en juego es la constitución de una voluntad colectiva que establezca una sinergia entre la multiplicidad de movimientos sociales y de fuerzas políticas cuyo objetivo es la profundización de la democracia. En la medida en que amplios sectores sociales están sufriendo los efectos del capitalismo financiarizado, existe un potencial para que esa voluntad colectiva tenga un carácter transversal que desborde el clivaje derecha/izquierda tal como está configurado tradicionalmente. Para estar a la altura del reto que representa el momento populista para el devenir de la democracia se necesita una política que restablezca la tensión entre la lógica liberal y la lógica democrática y, a pesar de lo que algunos pretenden, eso se puede hacer sin poner en peligro las instituciones republicanas. Concebido de manera progresista, el populismo, lejos de ser una perversión de la democracia, constituye la fuerza política más adecuada para recuperarla y ampliarla en la Europa de hoy.



Chantal Mouffe es profesora de Teoría Política en la Universidad de Westminster en Londres, y aquí un video, en el cual Chantal Mouffe y Iñigo Errejon, como autores del mismo, presentan el libre “Construir Pueblo, el cual, en mi opinión, resulta una excelsa clase de ciencia política. 




junio 09, 2016

¿UNA “SOCIALDEMOCRACIA RENOVADA” COMO ESLABÓN HACIA EL “UTÓPICO PORVENIR”?


A menos de veinte días para que se lleve a cabo en España la “segunda vuelta” de las elecciones generales, alguna tendencia empieza a dibujarse en cuanto al posible resultado de las mismas.
Según varios estudios de opinión (precisando que no considero los estudios de opinión como una fotografía de un posible futuro resultado, sino simplemente como un arma electoral más en manos de los partidos contendientes y el gobierno en ejercicio) se dibuja una tendencia según la cual el Partido Popular seguiría siendo el partido más votado (sin lograr, y por mucho, la mayoría absoluta), seguido (he ahí el dato relevante) de Unidos Podemos (conjunción ¿para fines electorales? de Podemos con Izquierda Unida y las llamadas confluencias regionales), quedando el PSOE en tercera posición y Ciudadanos en la cuarta.
Resultado que, de confirmarse, llevaría a la necesaria búsqueda de acuerdos entre partidos para poder formar un gobierno… siendo el dato político más importante, que se daría así el llamado “sorpasso”, tan anhelado por Podemos y tan temido por el PSOE. Sorpasso, que, de confirmarse, abriría, sin duda, una muy grave crisis interna (leer, lucha por el poder) en el seno del PSOE.
Sorpasso que pondría al PSOE en la necesidad de escoger entre una alianza con Podemos, su adversario (algunos dicen enemigo) por la supremacía en el campo de la izquierda, o dejar que la derecha siga gobernando España, como fruto de una alianza entre el PP y Ciudadanos (con, en caso de ser necesario, el probable aporte de unos cuantos diputados escogidos entre algunos de los partidos regionalistas menos virulentos… y los hay)

Es en este contexto, que Pablo Iglesias, líder visible de Unidos Podemos, después de haberse declarado socialdemócrata (es decir, después de haber pisado el terreno hasta ahora propiedad exclusiva del PSOE) publico, en el diario digital Publico, una tribuna titulada “¿Una cuarta socialdemocracia?”.

Tribuna que me permito, transcribir a continuación… seguida de mi personal valoración de la misma.


Pablo Iglesias
Somos un partido marxista porque entendemos el método científico de conocimiento de transformación de la sociedad capitalista a través de la lucha de clases como motor de la historia. Entendemos el marxismo como un método no dogmático, que se desarrolla y que nada tiene que ver con la traslación automática de los esquemas teóricos o prácticos de las experiencias determinadas del movimiento obrero. Aceptamos críticamente las aportaciones de todos los pensadores del socialismo y las distintas experiencias históricas de la lucha de clases
Declaración de principios del PSOE (XXVII Congreso, 1976)

Pronto empezará la campaña y las campañas no suelen permitir debates ideológicos serios, aunque sean uno de los escenarios más obvios de la lucha ideológica. Las campañas son el momento del despliegue de estrategias y técnicas comunicativas, el momento en el que la hegemonía de las ideas de una época aparece delimitando los términos de la conversación entre las diferentes opciones. Sólo en momentos muy particulares, como los que estamos viviendo, nuevas ideas pueden colarse en la disputa. Lo que algunos llaman ya podemización de la vida política española tiene que ver con este tiempo de crisis de hegemonía.
Y sin embargo, la necesidad de un debate ideológico de país no tiene que ver con la lógica de campaña, ni tan siquiera con la disputa por la hegemonía, sino con el hecho de que en España se está configurando un nuevo campo político con opciones de gobierno que ya ha redefinido el sistema de partidos.
Agustín Basave es el autor de un libro cuyo título me he permitido tomar prestado, en el que señala con lucidez el enclave determinante del debate ideológico de nuestro tiempo para la izquierda. Admirador de uno de los padres de la socialdemocracia, el injustamente maltratado Bernstein) albacea testamentario de Engels que en 1914 se opuso a votar los créditos de guerra alineándose con Rosa Luxemburgo y Kart Liebnekch), Basave repasa el devenir histórico del pensamiento y la praxis socialdemócrata, desde su origen en el marxismo y en las reivindicaciones del movimiento obrero (la primera socialdemocracia), pasando por sus éxitos en algunos de los países más avanzados de Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial, asociados al Estado del bienestar y a las políticas keynesianas (la segunda socialdemocracia) hasta su crisis como consecuencia del fin del equilibrio geopolítico de la Guerra fría y la adopción por parte de los llamados partidos socialdemócratas de los programas e ideas neoliberales (la tercera vía o tercera socialdemocracia).
No coincido en muchas de las filias y fobias del autor, pero Basave plantea con lucidez la necesidad de rearmar ideológicamente una cuarta socialdemocracia como opción política imprescindible para hacer frente a los desastres del neoliberalismo y el dominio político de las finanzas.
Tras las elecciones del 26J dos nuevos campos políticos se habrán consolidado en España. Uno de ellos, liderado por el PP, tiene un proyecto político claro, alineado con el de las élites oligárquicas europeas, que ha venido practicando en los últimos años. Ese proyecto neoliberal cuyas consecuencias conocemos bien en el Sur de Europa ha tenido como consecuencia colateral el desahucio de la tercera socialdemocracia, la de la tercera vía, incapaz de diferenciarse del campo político neoliberal que la ha su subsumido por completo. Cada vez que el PP invita al PSOE a su gran coalición frente a nosotros, cada vez que los ideólogos mediáticos de la vieja socialdemocracia tratan de prohibir al PSOE construir el futuro con nosotros, nos encontramos con el campo político oligárquico que ya nos ha definido como sus antagonistas.
Los campos políticos no los definen los teóricos santificados ni las etiquetas, sino la contingencia histórica. Las 21 condiciones de 1920 no eran un manifiesto ideológico sino el resultado de los acontecimientos de 1917 en un país subdesarrollado como Rusia, del mismo modo que la política de frentes populares del VII Congreso de la Komintern que puso fin a la odiosa política de clase contra clase, era el resultado de que los comunistas vivieran en sus propias carnes la experiencia del fascismo. Si a finales de los años 70 los programas de gobierno de los partidos eurocomunistas en Europa occidental se parecían más a los modelos nórdicos que a los de los países del llamado socialismo real, ello no respondía a ninguna derivación teórica, sino a las contingencias históricas que pre-establecen las condiciones de posibilidad de la ideología cuando ha de convertirse en programas de gobierno.
Enrico Berlinguer, aquel secretario general italiano del partido con más lealtad a la República y al Estado, que declaró sentirse cómodo bajo el paraguas de la OTAN, no afirmaba en aquella mítica entrevista en Il corriere della sera su “ideología” particular, sino que expresaba su voluntad pragmática, como dirigente político, de armar una ideología de gobierno viable en un país del bando occidental de Europa. El fracaso histórico del eurocomunismo, que en el caso de España fue estrepitoso, no hace palidecer su virtud a la hora de poner sobre la mesa un debate ideológico de país (estoy pensando ahora en Italia) que involucrara no sólo a los socialistas italianos sino a la propia democracia cristiana.
Si pensamos en la experiencia chilena, una de las más avanzadas del socialismo democrático, el éxito de Allende fue su capacidad para vincular a su lógica política y a su proyecto de país a importantes sectores de la democracia cristiana chilena. Sólo la presión estadounidense y su concreción final en un golpe de Estado pudieron frenar el éxito ideológico de Allende que desesperaba al gobierno estadounidense.
Hoy las ideologías y las relaciones internacionales no se definen ya en relación a la guerra fría y de ahí surge la necesidad de repensar el espacio político de la izquierda y de la socialdemocracia. Por muy frágiles que puedan resultar las metáforas surgidas de la historia para calificar los campos políticos, los programas de gobierno posibles siguen siendo fundamentales y delimitan, ahora sí, los campos políticos reales. La ‘izquierda’ es una metáfora que deriva de la lógica parlamentaria de la revolución francesa y el comunismo -como algo distinto a la socialdemocracia- sólo se entiende en relación a los acontecimientos que enmarcaron el breve siglo XX de Hobsbawm. Por eso, ante la encrucijada que vive nuestro país y Europa, es necesario abrir el debate a propósito del análisis concreto de la situación concreta, esto es, qué hacer en el Gobierno de un país del Sur de Europa.
Los límites a las capacidades soberanas de los Estados-nación y sus dispositivos administrativos en el marco de la Globalización, la propia definición del proyecto europeo, la competencia económica internacional, la seguridad y los bloques militares y geoestratégicos, los límites del medio ambiente al crecimiento sin control, son las contingencias de un debate que resulta imprescindible.
Queremos gobernar España y sabemos que no podremos hacerlo solos. La política fiscal que defendemos, la transición del modelo energético que queremos implementar, la reindustrialización, la adaptación de las instituciones a la realidad plurinacional de nuestro país, la apuesta por una inversión mayor en I+D+I, son temas que van más allá de la confrontación electoral. Por eso necesitamos abrir un debate ideológico sobre qué políticas aplicar desde el Estado, sobre la necesidad de una sociedad más igualitaria, sobre las alianzas en Europa para redefinir en clave social el proyecto de la Unión, sobre la geopolítica europea y la política de defensa que necesita.
Por ello invitamos al Partido Socialista a hablar en serio con nosotros. De no practicarse el harakiri al que le quieren llevar algunos malos consejeros dueños de periódicos, seguirá siendo una fuerza política crucial, imprescindible en la constitución del nuevo campo político alternativo a los conservadores en España.
Es indudable que los significantes son siempre cuestionables pero yo no creo que la socialdemocracia sea, ni mucho menos, una etiqueta del pasado. Una cuarta socialdemocracia, entendida como la posibilidad de aplicar políticas redistributivas en el marco de la economía de mercado, de asegurar la protección social y la justicia fiscal como motores de un desarrollo económico basado en la demanda interna, como motor de la transformación del modelo productivo e industrial y como impulsora de un europeismo social y soberanista, me parece la mejor opción para España y constituye el campo político que le corresponde ocupar a las fuerzas políticas que podemos ganar al PP.

Nos corresponderá tener un debate ideológico y de país, pero no queremos hacerlo solos, no queremos hacerlo sin el viejo Partido Socialista.



Sin entrar en el análisis histórico-ideológico de las ideas y los juicios vertidos en esta tribuna (con las y los cuales puedo tener algunas o bastantes discrepancias)… y siendo de formación libertaria… no puedo suscribir a este concepto de una “cuarta socialdemocracia” en tanto que “utópico porvenir” de unas nuevas relaciones sociales fincadas en los principios, indisociables, de libertad, igualdad y solidaridad… en cambio me parece que las organizaciones sociales (no solo los partidos), tanto vigentes como en formación, que pretenden o pretendan plantearse un cambio en las relaciones sociales, teniendo, no como “utópico porvenir” sino como “posible política”, el acercarse  a estos irrenunciables postulados de libertad, igualdad y solidaridad, dentro del vigente corsé del marco institucional de una democracia representativa, deberían de tomarle la palabra a Pablo Iglesias y debatir amplia y profundamente, sin recelos, cálculos electoreros ni intereses partidarios, esta posibilidad de una “cuarta socialdemocracia” (o como se le quiera llamar, el debatir sobre la pertinencia histórico-ideológica o no del concepto es lo de menos) que sea capaz de idear y plantear una opción y salida de este sistema cuyo fundamento no es más que el economicismo, el utilitarismo y la feroz competencia a todos los niveles de la estructura y el tejido sociales.

Un primer piso que agrandaría la posibilidad de que el “utópico porvenir” se viera menos utópico, menos lejano.
Desgraciadamente, todo me lleva a pensar que este debate sobre la posibilidad de una “cuarta socialdemocracia”, sea más utópico que el mismo “utópico porvenir”.
No tengo muchas dudas, de hecho, casi ninguna, de que los intereses partidarios (interpartidarios como intrapartidarios) y la política del ajedrez y póker que priva en todos los partidos, impedirán que se dé un tal debate.

Una verdadera lástima dirán los partidarios de una evolución gradual y pacífica hacia un “cambio progresista” de las relaciones sociales… quizás no tanto, quienes piensan (pensamos) que la exasperación de las contradicciones, son el caldo de cultivo necesario para una transformación más radical y sin que esta se dé transitando necesariamente por el camino de la institucionalidad.

Claro que los más conservadores, podrán argüir, con toda razón, que la confrontación, no siempre desemboca en la victoria (aun parcial) de quienes aspiran a un cambio en el sentido del inalcanzable “utópico porvenir”… sino, todo lo contrario, en la victoria de las fuerzas, no solo conservadoras sino francamente retrogradas, partidarias de una acentuación de las políticas económicas de corte neoliberal y del necesario autoritarismo para su implementación.

Es precisamente por esto, que, visto la correlación de fuerzas en la misma España como a nivel europeo y mundial, la búsqueda de un posible camino (poco importa su nombre y quienes lo encabecen) que puedan transitar en común, las fuerzas todavía mal llamadas de izquierda (en mi opinión, hoy en día, la separación horizontal entre derecha e izquierda se ve rebasada por la separación vertical entre quienes detentan y ejerzan la dominación y quienes la padecen) hacia la construcción de este primer piso hacia la consecución del “utópico porvenir”, es una imperiosa necesidad… y es lo más importante… independientemente de los resultados que se den este próximo 26 de junio.