marzo 08, 2014

HA MUERTO UN POETA ¿MÁS LOCO QUE LOS DEMAS?



Me acabo de enterrar de la existencia del poeta español LEOPOLDO MARIA PANERO… el día del anuncio de su muerte. Lo que he leído y visto de su vida, a consecuencia de esta noticia, me ha impresionado muchísimo… y siento que es imperativo compartir algo con quienes tengan el acierto o la desgracia de leer este blog.
Advierto que no será breve… varios artículos y un video en tres partes… espero que les pase lo que a mi… y que se tomen el tiempo de interesarse por este poeta que vivió mucha de su vida encerrado en un manicomio… ya sabemos que todos los grande poetas son locos (por favor que alguien me dé una definición de la locura… que me satisfaga)… aunque se paseen por las calles.


Leopoldo María Panero, maldito sea

El autor de ‘Poemas del manicomio de Mondragón’ y ‘Así se fundó Carnaby Street’ muere a los 65 años tras una vida destilada en la escritura y la desmesura



“No tenía a nadie”. Así resumía hace unas horas el editor Antonio Huerga la soledad en la que ha muerto Leopoldo María Panero a los 65 años. Lo decía para explicar la incertidumbre sobre los restos del poeta: “¿Incinerarlo? ¿Enterrarlo? ¿Quién decide? No tenía a nadie”. 

Tras la desaparición de su hermano Juan Luis en septiembre pasado, la muerte de Leopoldo es el último capítulo de una convulsa historia familiar llevada al cine por Jaime Chávarri y Ricardo Franco. Él decía que prefería la película del segundo “por los colores”. Lo decía como lo decía todo, con una salvaje ingenuidad llena de citas de poemas ajenos y propios, teorías conspirativas, críticas a España, a la OTAN, a sus editores o a sus compañeros en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido voluntariamente hace más de una década. Los elogios quedaban reservados para sus colegas de generación: Gimferrer, Colinas o Ana María Moix, fallecida la semana pasada.
“Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no solo no quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio, dicha de muchos modos”. Así abría Panero su poética para Nueve novísimos, la antología de Josep Maria Castellet que le señaló en 1970 como una de las grandes promesas de la literatura por venir. Era el más joven de la selección y dos años antes se había estrenado con Por el camino de Swan, publicado en Málaga en 1968.
Repasar su vida durante ese año inaugural permitiría hacerse una idea de quién era Leopoldo María Panero, un poeta crucificado entre su propia desmesura y los tópicos de loco oficial de la poesía española. 1968 fue el año de su primer libro, de su primer intento de suicidio, de su ingreso en el Instituto Frenopático de Barcelona y de su paso por la cárcel de Carabanchel después de que lo detuvieran en Madrid junto a Eduardo Haro Ibars por consumo de marihuana y le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes. También fue el año en que escribió Así se fundó Carnaby Street. Publicado en 1970, ese libro contiene ya hecha (y deshecha) la voz de un autor que escribía todo lo que se le ocurría y publicaba todo lo que escribía. Cuando en 2001 Visor reunió su poesía completa hasta ese momento -588 páginas, una veintena de títulos- Panero tenía ya tres libros más en marcha en tres editoriales distintas. Uno de ellos Prueba de vida, una “autobiografía de la muerte” cuyo maltrecho mecanoscrito original paseaba por Las Palmas dentro de una bolsa de tela entre cintas de Los Chichos y antologías de Emily Dickinson.
A su muerte, Leopoldo María Panero ha dejado, al menos, un poemario inédito que tal vez se titule La rosa enferma. Huerga y Fierro, su editorial de los últimos años, pensaba publicarlo el próximo otoño. Entre tanto, el sello madrileño ha emprendido la publicación de su obra título a título. De esa serie forman parte poemarios como Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas, Last River Together, El último hombre, Poemas del manicomio de Mondragón, Contra España y otros poemas no de amor o Locos. Irracionalismo, expresionismo, culturalismo y hermetismo atraviesan una obra irreductible a una fórmula salida del cerebro de un hombre irreductible, más fácil de tratar para los rockeros que para los catedráticos.
El desencanto, sus intervenciones en público y sus apariciones en la radio (La ventana) o la televisión (Crónicas marcianas) quedarán para la leyenda del penúltimo poeta oficialmente maldito. En la memoria de sus lectores -y son muchos- quedarán los versos de “Deseo de ser piel roja”, “El loco mirando desde la puerta del jardín” o “Ma mère”, dedicado “A mi desoladora madre, con esa extraña mezcla de compasión y náusea que puede solo experimentar quien conoce la causa, banal y sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre”. Era en 1979. Ocho años más tarde subtituló como “reivindicación de una hermosura” otro poema, “A mi madre”, que termina: “y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra / y ahora que el poema expira / te digo como un niño, ven / he construido una diadema / (sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)”.

La lógica de Panero

"Yo no me suicido ni a tiros", afirma el poeta, que publica dos nuevos libros: 'Papá, dame la mano que tengo miedo' y 'Jardín en vano'

 


tengo miedo' y 'Jardín en vano'

"Este camarero está planeando cómo matarme". Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) está sentado en una terraza de la Feria del Libro de Madrid. Ha salido unos días del hospital psiquiátrico de Las Palmas, su casa desde hace años, para presentar dos nuevos libros, uno de narrativa -Papá, dame la mano que tengo miedo (editorial Cahoba)- y otro de poemas -Jardín en vano (Arena)-. Acaba de llegar a la cita con su pantalón de pinzas azul y su camisa de cuadros y lo primero que quiere contar el autor de Así se fundó Carnaby Street (1970) o Poemas del manicomio de Mondragón (1987) es que está "harto del proletariado". Cree que la CIA tiene un plan para asesinarlo y no se sabe muy bien si son "los masones" o "los aliados" la "pandilla de tipejos" que pretende cortarle, dice, "los pies y la polla".
Es jueves. La gente curiosea en las casetas instaladas en el Retiro. Hace sol. Pegada a él ha venido Tania Fránquez, una chica de 20 años amiga suya. "Nos conocemos porque Leopoldo viene todos los días a la librería-bar en la que trabajo, allí en Las Palmas", explica. Lo cuida, le da las medicinas. Vigila que no le atropelle un coche. Traduce su idioma. Ella nunca ha estado antes en Madrid. Descubre la ciudad al lado de Panero.
De camino hacia la Fnac de Callao, donde él hablará sobre sus nuevos libros a las ocho, va cantando la canción del mariachi, de Desperado, película que protagonizaba Antonio Banderas. "Me gustan las mujeres, el vino y el ron... ay, ay, ay, ay mi morena de mi corazón". Panero necesita coger un taxi: "No soporto andar por la calle. Todo el rato me llegan mensajes telepáticos de la gente, me llegan sus pensamientos, aunque yo no he oído voces en mi vida" -en Papá, dame la mano... dice que los libros le hablan-. "Estoy en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos".
Cuando Panero habla no hay solución de continuidad entre Wittgenstein y Eliot, entre ETA -"no entiendo por qué pusieron la bomba en la T-4"- y Poe, que es "un poeta en abstracto".
A la media hora del encuentro, queda claro que no hay ninguna razón para suponer que el discurso del poeta podría adquirir forma en una fórmula pregunta-respuesta. También Papá, dame la mano... es un libro mestizo, ni una novela ni un poema en prosa. Más bien se parece a una perfecta elaboración de su manera de hablar. Cuando no fuma o bebe Coca Cola light, cita constantemente, también en inglés y francés. En la escritura le ayuda su amigo Félix Caballero. Su misión consiste en atrapar sus palabras, canalizar su poesía. Un interrogante eterno serpentea en estos dos libros: "¿Quién soy yo?". Y sobre la identidad él responde que Oscar Wilde la perdió cuando llegó a París.
No hay dónde sentarse en el salón de actos de la Fnac. Los fans de Panero, muy jóvenes, han venido con libros y cámaras digitales. Además de firma, quieren tener una foto con él. Panero sonríe. Para las fotos levanta el puño en plan comunista. En la presentación declara: "Yo no me suicido ni a tiros, aunque ganas no me faltan porque me han destrozado la vida sistemáticamente".

"España es la que está loca, no yo"
La cita es en la Residencia de Estudiantes, y están con él dos amigos: el poeta canario Félix Caballero, con quien Panero ha escrito ya dos libros, y Amaraba, una fan misteriosa. Los dos fuman como él (hay siete paquetes abiertos sobre la mesa) y asisten risueños a la exhibición de Panero, que lleva ingresado cinco años en el manicomio canario del doctor Rafael Inglod (ahora sólo duerme dentro), tras pasar 14 en el de Mondragón. Hablando también escribe poesía.






Pregunta. ¿Cómo es el manicomio?

Respuesta. El puto infierno. El asunto del veneno empezó en Mondragón, pero lo de Inglod es peor. Me han dado toneladas de haloperidol y todavía no he muerto. Lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el diario de un hombre infinitamente envenenado. España es la que está loca, no yo.

P. ¿Por qué le dan haloperidol?

R. Porque me pasé tres años sin cerrar la ventana.

P. ¿Y qué le hace?

R. Atonta. Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche.

P. ¿Cómo se vive dentro?

R. Todo ingreso es un secuestro clínico, toda internación es ilegal. Allí se tortura: no dejan fumar, te hacen hacer la cama siete veces, azuzan a los locos contra mí y no les atan... Atan a los viejecitos por nada y a esos cabrones no los atan.

P. ¿Le dan electroshocks?

R. López Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en caso de sangre o pelea...

P. ¿Mienten los locos?

R. El loco yerra pero no miente, tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el borracho.

P. ¿Acaso existe la locura?

R. No. Los locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me quedé telépata. "El cante sin guitarra, / el cante a palo seco, / el cante sin meis nada". Es un poema de João Cabral de Melo Neto.

P. Ah. ¿Le gusta el flamenco?

R. No creo en la clase obrera española. Son payasos alfredolandescos. Tras 40 años sin ideología obrera, sólo queda la picaresca y un proletariado chistoso.

P. ¿Psiquiatría o poesía?

R. He pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.

P. ¿La literatura cura?

R. Alguna sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los mamarrachos abominables.

P. ¿Cree en la democracia?

R. Soy anarcoindividualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los diputados están como cabras.

P. ¿Qué le parece la ley de matrimonio homosexual?

R. Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean.

P. ¿Cómo se hizo poeta?

R. A los cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: "Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando".

P. ¿Freud o Lacan?

R. Freud se creía el anticristo, pero era ambiguo. Decía: "¡¿Sabía usted que soy el diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!". Lacan sabía que los locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que Lacan llamaba "el sombrero de Napoléon". El yo es en lo que se pierde el loco. Y el anticristo son los bancos.

P. ¿Por qué no abre un dispensario antipsiquiátrico?

R. Pensé hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los derechos.

P. ¿Su poesía es automática?

R. No me prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del cuerpo, Spinoza dijo: "Nadie sabe lo que puede el cuerpo". Y Neruda: "Te escucho orinar al fondo de la habitación". Voy a echar una meada.

P. [Se va, vuelve] ¿Cuál es su poeta favorito?

R. Neruda no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente [recita un poema en francés].

P. ¿Preferiría ser francés?

R. Querría irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es raro que el Quijote sea el ídolo. A san Juan de la Cruz casi lo queman porque se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador.

P. No le gusta el Quijote.

R. Es una novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera.

P. ¿Quién le dicta sus poemas?

R. Como no sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan.

P. ¿Escribe en trance?

R. No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia.
 
P. ¿El nuevo Papa?

R. Un filonazi. Mi doble.

P. ¿Zapatero?

R. El príncipe de las tinieblas. "Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el regazo de la mujer" (Goethe).

P. ¿Negociar con ETA?

R. Por supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición.