octubre 19, 2011

EL FUEGO



De visita en la casa de un pariente de Marina (el tío Luis), este, orgulloso (y con toda razón, al haber construido la totalidad de su casa de sus propias manos) me enseño una chimenea (también por el construida).

Hace mucho tiempo que no me acuerdo, en lo mas mínimo, de lo que sueño en las noches (supongo que sigo soñando, ya que parece científicamente comprobado que si dejáramos de soñar, no viviríamos… a pesar de que la mayoría de los que conozco hace mucho tiempo que dejaron de soñar… despiertos) sin embargo, extrañamiento, al día siguiente, al despertarme me acorde de que esta noche había soñado con la estufa de la casa que mi padre, el también, había construido de sus propias manos, durante los domingos, a lo largo de varios meses (eso sí, quizás con menos meritos que el tío Luis… siendo que mi padre era albañil de profesión, lo que no fue nunca el tío Luis).
Era una estufa de leña y/o carbón, que mi padre era el único en tener la facultad de oficiar a su “alumbramiento”… hasta que un día me dijo que yo lo hiciera… parado el detrás de mi… vigilando cada uno de mis gestos… aprobando o desaprobando con un simple movimiento de cabeza (casi nunca hablaba… no hacía falta que lo hiciera)… el cual (los cuales)… buscando su asentimiento… percibía sin necesidad de voltearme.

Más tarde, tendría la oportunidad de prender el fuego de alguna chimenea (acordándome de la vieja estufa esmaltada) y pasar largo tiempo, en silencio, a ver bailar las flamas y consumirse la leña… teniendo la “misión” de procurar que el fuego no se extinguiera… hasta llegada la hora de irnos a la cama… para soñar… aunque a la siguiente mañana no me acordara de esta vida prestada.

Quedarse… inmóvil y en absoluto mutismo… viendo un fuego de chimenea… es, para mí, sin duda, uno de los momentos más placenteros, misteriosos, fascinantes… por la posible comunión con lo esencial, primigenio, vital.
Lo fugaz y evanescente de las llamas que nacen y mueren en un mismo instante… el alumbramiento del fuego, su crecimiento y su lenta extinción… una metáfora, vivida, real, de la vida… el regreso a los albores de la humanidad (aunque los estudiosos de la prehistoria nos aseguren que no tanto)…y la realidad de una posible simbiosis con la naturaleza, aprovecharla sin explotarla, sin destruirla.
La vivida sensación de la fusión de los opuestos... efímero y persistente.
La agudeza de la percepción simultanea de todos los sentidos… en la nada circundante… la vista, enfocada, atrapada, en el movimiento y la luz… el oído, involuntariamente atento, al chasquido de la madera… el olfato, invadido, asaltado, por el olor del humo y las esencias… el tacto, con el llegar y la intensificación del calor sobre la piel… hasta el gusto, que parece nacer del olfato, contagiado por él, confundiéndose con él, parte de él.

El fuego…valedor de la muerte… y dador de vida.