diciembre 28, 2017

LECCIONES DE UNA ELECCIÓN.



Con el objetivo de “solucionar” (aunque provisionalmente) el problema que le plantea el independentismo catalán, este pasado 21 de diciembre, el gobierno español organizo en Catalunya unas elecciones autonómicas de estado.
Con la aplicación del 155 que da al gobierno central español el total control político-administrativo de la Generalitat. Con el President de la Generalitat Puigdemont y parte de sus Consellers en Bruselas (en el exilio para unos, huido para otros), el vicepresident Oriol Junqueras y los principales líderes de las organizaciones civiles pro independentistas en la cárcel. Con la totalidad de los medios de comunicación españoles volcados, como nunca, en el apoyo al gobierne central, la defensa a ultranza de la unidad de España y rabiosamente opuestos al independentismo. Con la intensa movilización y presión de las fuerzas económicas, asentadas en Catalunya o no, contra toda veleidad independentista. Con la desenfrenada campaña de odio contra todo lo que huele a catalán y la exaltación del sentimiento nacionalista español.
Con todo esto en contra, a pesar de todo esto… el bloque independentista logro hacerse con la mayoría absoluta en el congreso catalán.

¿Por qué?

En parte, precisamente por esto, porque, si bien todo esto favoreció el voto “españolista” o “constitucionalista”, también reforzó el sentimiento nacionalista de muchos catalanes que se sintieron profundamente agredidos, vilipendiados, denigrados, vejados… y ante la ausencia (quizás imposibilidad) de una contundente oposición de (y en) la calle, no encontraron mas respuesta que la del voto, mas recurso que el de las urnas.

Sin embargo, creo que si esta es una razón más que plausible para ¿explicar? el resultado, la supervivencia, en términos numéricos electorales, de la fuerza independentista, lo que propicio su nacimiento y mantiene intacto su arraigo en una gran parte de la sociedad catalana, es un fenómeno más de fondo, que no solo se expresa en Catalunya.
“Fenómeno”, o tendencia si prefieren, que tiene dos vertientes: en el ámbito puramente político, la sustitución del raciocinio por el sentimentalismo, y de manera mas general, el relevo del Estado-nación por la Globalización. Tendencias, simultaneas, que se alimentan la una de la otra.

Una ¿provocación?… que mis amigos catalanes independentistas, no me perdonaran quizás jamás… pero que pienso ser cierta.
Trump, el FN (Frente Nacional, partido francés de extrema derecha) y el independentismo catalán (entre otros) tienen algo en común.
Son “fenómenos” identitarios.
Nacidos como respuesta a la decadencia de los Estados-Nación, frente al empuje de la globalización.
Fenómeno identitario que, en su expresión política, lleva a la prevalencia de los sentimientos sobre la racionalidad, que supuestamente, se manifestaba en el marco ideológico.

Si, hasta hace poco, el Estado-nación había podido mantenerse encolumne es esencialmente porque encarnaba una alianza funcional y, en cierta medida eficiente, entre el estado de bienestar y la democracia representativa.
Era el espacio en el cual cada uno disfrutaba de derechos sociales y podía luchar para preservarlos e incrementarlos.
En cambio, la mundialización de los intercambios, con la movilidad de todos los componentes del capital (hoy todo es considerado como mercancía, y por lo tanto capital), la potencia de las grandes empresas multinacionales (o supranacionales) y la supremacía de las organizaciones tecno-burocráticas extraterritoriales, hacen que los Estados nacionales sean los simples gestores de las consecuencias sociales de decisiones económicas sobre las cuales, cada día, tienen menos influencia.
El “progreso social” aparece como algo inalcanzable para una parte, cada día mayor, de la población, los “perdedores” de la mundialización. Los que se quedan atrás, abandonados, excluidos, rechazados.
No solo lo son, sino que se sienten como tales, y ante tal desamparo, buscan “algo” que les restituya su sentido de pertenencia. Ser Uno, un individuo, pero sin dejar ser parte de un Todo protector.
Se acepta su reclusión como mero productor-consumidor, su servidumbre voluntaria, pero con dos condiciones inconciliables y sin embargo irrenunciables: poder vivir la ilusión de la libertad, pero sin perder la garantía de la red protectora, poder ejecutar piruetas, pero no sin la red que evite estamparse contra el suelo en caso de una caída, más que probable.
Al desaparecer esta red, queda la ilusión de la libertad… a sabiendas (o intuyendo) de que es solo una ilusión… incómoda situación, generadora de un profundo sentimiento de indefensión y orfandad.
Vacío y soledad que se busca llenar y combatir, mediante la integración a algún todo que nos provee de la “identidad social” extraviada.  Adhesión en favor de, o adhesión en contra de… poco importa… pero adhesión al fin y al cabo… a menudo adhesión “en pos de para ir en contra de”, o, lo cual viene siendo lo mismo, “en contra de para afincar el pos de.”
Cualquier identidad sirve, la “cosa” como la “idea”, el pasado como el presente o el futuro: el género, la raza, la etnia, la clase, la religión, el idioma, el territorio… lo que guste y mande.

Las “buenas almas” pueden replicar que la pertenencia no tiene por qué separar, que, por lo contrario, la diversidad puede ser pacifica cohabitación, dichosa complementariedad, cooperación, solidaridad… en sumo, fuente de armonía. Que se puede pertenecer a un solo y único Todo… la Humanidad… la Vida… porque no, el Universo.

Desgraciadamente, no es que para que haya paraíso se requiere del infierno, que el bien necesite del mal para existir como tal.
No… la desgracia es que haya dominación y sumisión.

Perdón.

Ya me extravié, sin darme cuenta, ya me fui a mi querencia.
Así que regreso a pisar la tierra de la posible explicación del resultado de la elección catalana con la victoria del bloque independentista, cuando este tenía todo en su contra.

Era una competencia electoral muy desigual.
El lado “constitucionalista”, arrancaba con mucha ventaja, la que le otorgaba el disponer de toda la fuerza del Estado, el financiamiento y sobre todo el disponer del legítimo, y exclusivo, uso de la violencia y la coerción… de las cuales dispuso bajo sus múltiples formas (ya enumeradas con anterioridad).
Frente a esta abrumadora disparidad de fuerzas “tangibles”, el bando “independentista”, al carecer de estas, solo podía recurrir a la representación y el discurso.
La construcción de un discurso encalado principalmente, y casi exclusivamente, en la identidad. Un discurso del cual fueron excluidos las temáticas y reivindicaciones sociales y políticas tales como la lucha contra las desigualdades, el combate por una mayor y más real democracia, o la batalla contra la corrupción tanto política como económica.
Se silencio todas estas cuestiones, centrándose únicamente en la reivindicación de la independencia… insinuando implícitamente que las problemáticas sociopolíticas se resolverían “en automático” al conseguir dicha independencia, serian la natural consecuencia de este logro.

En suma, y resumen, la representación discursiva se deshizo de todos los elementos del discurso racional propio de la acostumbrada ideologización partidista, sustituyéndolo por la apelación a los sentimientos, recurriendo a las emociones y los afectos.
Es indudable que en una época en la cual la comunicación, como tal y a todos los niveles de la misma, responde y se conforma a los imperativos de las “redes sociales” y se agota en la utilización de los tuits, memes y likes, cualquier persona es mucho mas dispuesta y preparada para sentir que para pensar, para aplaudir y/o odiar que para cuestionar racionalmente.
Y con mayor razón cuando estas emociones y afectos solo requieren del despliegue y meneo de una bandera para traducirse en un acto político.

Tan es así, que los contrincantes (sometidos a la misma pobreza comunicativa e interpretativa) rápidamente aprovecharon la ocasión para sacar ellos también sus banderas. Aunque, claro, en este campo de batalla, la ventaja es para quien saca primero su bandera y viene ondeándola con orgullo desde tiempo atrás… y no quien saca la suya al ultimo momento y empieza a ondearla por vez primera y más por mimetismo que por un hondo sentimiento.
No es lo mismo tener su bandera en su balcón o guardada desde tiempo atrás en la casa, listo para salir a la calle con ella, que tener que salir repentinamente a comprar alguna.

Resumiendo… la identidad y las banderas son hoy las mejores armas del combate político electoral… seamos catalanes o no…  de derecha o de izquierda… siempre y cuando no seas dueño de tu vida.
Regresando a mi querencia… a quienes detentan y ejercen la real dominación, les importa un cacahuate, tanto la identidad como las banderas… por supuesto, porque no requieren de ellas… no pertenecen a algo… todo les pertenece.
Aunque, eso sí, tanto la una como las otras, les son útiles, forman parte de los instrumentos que, adoptados por los sumisos, aseguran la perpetuación de su dominación.
No tienen necesidad de manejar las marionetas, para esto disponen de todo un ejército de titiriteros a sus órdenes… entre estos la identidad y las banderas.

Todas las identidades, al igual que las banderas son fuente e instrumentos de la dominación.