diciembre 29, 2016

PORQUE SEGUIR DANDO VUELTA A LAS PAGINAS.



El pasado 29 de noviembre 2016, la entrada titulada SUICIDIO EN CAMARA LENTA, terminaba con una doble pregunta, a la cual contestaba no tener respuesta.

Resulta que hoy, creo haber encontrado, por lo menos en forma parcial, la respuesta.

Para poner esta respuesta en su contexto, me veo con la necesidad de, primero, copiar y pegar la entrada en la cual formulaba la doble pregunta, para posteriormente enunciar la respuesta.

Por lo tanto, primero, ahí les va la entrada en cuestión.

Como bien lo saben los poquísimos lectores de este blog… desde mi adolescencia, la muerte ha sido EL principal tema de todas mis divagaciones filosóficas.
Fundamentalmente sobre dos “vertientes”, el Cuándo y el Cómo, así como el suicidio como único acto pudiendo dotar de sentido la muerte de todo ser humano. Siendo que la muerte de un ser carente de consciencia no requiere de sentido, sucede y punto… infranqueable ley de la naturaleza (con la esperanza de que los transhumanistas nunca alcancen su explicito propósito de vencer la muerte.)

Después de haber sufrido, hace dos años y medio, mi mega infarto, “resuelto” con la colocación de 3 stents… así como la posterior y reciente colocación de un stent más para corregir una oclusión, de un 70%, en una arteria coronaria (en otra no colocaron un stent a pesar de encontrarse obstruida en un 30%)… se pertinazmente, que el estrés, al igual que la ingesta de ciertos alimentos, perjudican en exceso mi corazón.
Sin embargo, no estoy dispuesto a renunciar a las actividades que me procuran el estrés (principalmente seguir con la escritura del relato que había suspendida por expresa recomendación de mi cardiólogo después de mi infarto), ni a la ingesta de estos alimentos.
Simplemente porque los dos, son, hoy en día, las únicas fuentes de real placer y gozo que me quedan.

Necedad que, con toda certeza, acorta le tiempo de espera de mi próximo, y con toda probabilidad fatal, infarto.

¿Podría entonces decirse que, en toda consciencia, se trata de un suicido diferido, “en cámara lenta”?

Por una parte, sin duda alguna… pero entonces… ¿Por qué no dejo de tomar la medicación recetada por mi cardiólogo? Lo cual haría que este suicidio en cámara lenta no fuese tan dilatado en el tiempo, la Huesuda apresurara su paso.

Quizás, porque, a pesar de considerar el suicidio como el único acto capaz de dar sentido a la muerte, mi muerte, toda muerte… porque a pesar de importarme en extremo el cómo y ya no el cuándo… “algo” hace que me aferre todavía a la vida.
¿Qué?
¿Por qué?

Si alguien tiene la respuesta… este tendría que ser yo, nadie más… y no la tengo.



Por lo tanto… ¿Por qué seguir viviendo, cuando se nos presenta la opción de dejar de vivir?
Mi muy personal y muy desesperanzadoramente sencilla respuesta (la cual no es ninguna novedad, de hecho, ya venía enunciada en la “presentación” del relato que empecé a escribir “Pourquoi pas demain”) es la siguiente:

Por curiosidad, para saber que seguirá pasando a partir de ahora… lastimosamente hasta el día de mi muerte.

Que seguirá pasando en el mundo exterior, en los círculos concéntricos que rodean, desde la más cercana proximidad hasta la más remota lejanía, mi YO… pero también, que seguirá pasando en esa centralidad, la simultánea y contradictoria presencia del gozo y la insatisfacción, la excitación y la ansiedad… obviamente con una abrumadora presencia de displicencia y sin sabores.

Aunque también tengo que asumir, admitir, que el vértigo no es el temor a caer en el fondo del precipicio, tal como nos gusta creerlo con tal de tranquilizarnos… sino, al contrario, la muy fuerte tentación de saltar en el… permanente combate, en el seno de nuestros cuerpo y mente, entre la pulsión de vida, Eros, y la pulsión de muerte, Tánatos.


Somos, esencialmente, espectadores… lo soy.
Ante nuestra esencial imposibilidad de edificar nuestro propio destino, dotar nuestra vida de sentido, reducidos a vivir nuestra ausencia, nuestra inexistencia… somos espectadores.
De nuestra propia vacuidad, pero ante todo del destino de la especie en este tan exiguo espacio/tiempo de un universo que nos es incomprensible, coo lo es nuestra “ficticia presencia” en el mismo

Sabedores de la esencial insignificancia de la vida, toda vida, incluida la nuestra… solo nos queda observarla.
Sumando a la tragedia de nuestra inexistencia, la ignorancia del porvenir de la especie, de los que vendrán después de nosotros y de los cuales no sabremos nada.




diciembre 21, 2016

A LA MIERDA EL TRABAJO



En el número 95 de la revista española ctxt, fechada del 14/12/2016, leí un análisis que no puedo no compartir… esperando que quienes lo lean lo disfruten tanto como lo hice.

He aquí dicho análisis tal cual, apareció en la revista. Para esta entrada, no encontré mejor intitulado que el del mismo texto.


A la mierda el trabajo

El mercado laboral ha fracasado, como casi todos los demás. Ya no hay bastantes trabajos disponibles y los que quedan no sirven para pagar las facturas. ¿Y si el trabajo no es la solución, sino el problema?
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Para nosotros, los estadounidenses, el trabajo lo es todo. Desde hace siglos, más o menos desde 1650, creemos que imprime carácter (puntualidad, iniciativa, honestidad, autodisciplina y todo lo demás). También creemos que el mercado laboral, donde encontramos el trabajo, ha sido relativamente eficiente en lo que a asignar oportunidades y salarios se refiere. Y también nos hemos creído, hasta cuando es una mierda, que trabajar da sentido, propósito y estructura a nuestras vidas. Sea como sea, de lo que estamos seguros es de que nos saca de la cama por las mañanas, de que paga las facturas, de que nos hace sentir responsables y de que nos mantiene alejados de la televisión por las mañanas.
Estas creencias ya no están justificadas. De hecho, ahora son ridículas, porque ya no hay bastantes trabajos disponibles y porque los que quedan ya no sirven para pagar las facturas, a no ser, claro está, que hayas conseguido un trabajo como traficante de drogas o banquero en Wall Street, en cuyo caso, en los dos, te habrás convertido en un gánster.

Hoy en día, todos a izquierda y a derecha, desde el economista Dean Baker al científico social Arthur C. Brooks, desde Bernie Sanders hasta Donald Trump, pretenden solucionar el desmoronamiento del mercado laboral fomentando el “pleno empleo”, como si tener un trabajo fuera en sí mismo una cosa buena, sin tener en cuenta lo peligroso, exigente o degradante que pueda ser. No obstante, el “pleno empleo” no es lo que nos devolverá la fe en el trabajo duro o en el respeto de las normas o en todas esas cosas que suenan tan bien. Actualmente, la tasa de desempleo oficial en EE.UU. está por debajo del 6 %, muy cerca de lo que los economistas siempre han considerado “pleno empleo”, y sin embargo la desigualdad salarial sigue exactamente igual. Trabajos de mierda para todos no es la solución a los problemas sociales que tenemos.

EN EE.UU. MÁS DE UN CUARTO DE LOS ADULTOS ACTUALMENTE CON TRABAJO COBRA SALARIOS MÁS BAJOS DE LO QUE LES PERMITIRÍA SUPERAR EL UMBRAL OFICIAL DE LA POBREZA

Pero no es que lo diga yo, para eso están los números. En EE.UU. más de un cuarto de los adultos actualmente con trabajo cobra salarios más bajos de lo que les permitiría superar el umbral oficial de la pobreza, y por este motivo un quinto de los niños estadounidenses viven sumidos en la pobreza. Casi la mitad de los adultos con trabajo en EE.UU. tiene derecho a recibir cupones de comida (el Programa Asistencial de Nutrición Suplementaria, SNAP por sus siglas en inglés, que proporciona ayuda a personas y familias de bajos ingresos, aunque la mayoría de las personas que tiene derecho no lo solicita). El mercado de trabajo ha fracasado, como casi todos los demás.

Los trabajos que se evaporaron durante la crisis económica no van a volver, diga lo que diga la tasa de desempleo (el aumento neto en el número de trabajos creados desde 2000 se mantiene todavía en cero) y si vuelven de entre los muertos, serán zombis, del tipo contingente, de media jornada o cobrando el salario mínimo, y con los jefes cambiando tus horarios todas las semanas: bienvenido a Wal-Mart, donde los cupones de comida son una prestación.

Y no me digas que subir el salario mínimo a 15$ por hora es la solución. Nadie duda del enorme significado ético de la medida, pero con este salario, el umbral oficial de la pobreza se supera solo después de haber trabajado 29 horas por semana. El salario mínimo federal está en 7,25 $, pero para superar el umbral de la pobreza en una semana de 40 horas, habría que cobrar al menos 10$ por hora. Entonces, ¿qué sentido tiene cobrar un sueldo que no sirve para poder ganarse la vida, sino para demostrar que se tiene una ética de trabajo?

Pero, calla, ¿no es este dilema una fase pasajera más del ciclo económico? ¿Qué pasa con el mercado de trabajo del futuro? ¿No se ha demostrado ya que esas voces agoreras de los malditos maltusianos estaban equivocadas porque siempre aumenta la productividad, se crean nuevos campos empresariales y nuevas oportunidades económicas? Bueno, sí, hasta ahora. La tendencia de los indicadores durante la mitad del siglo pasado y las proyecciones razonables sobre el próximo medio siglo se basan en una realidad empírica tan bien fundamentada que es imposible desestimarlos como ciencia pesimista o sinsentidos ideológicos. Son exactamente iguales que los datos sobre el cambio climático: si quieres puedes negarlo todo, pero te tomarán por tonto cuando lo hagas.

LOS ECONOMISTAS DE OXFORD QUE ESTUDIAN LAS TENDENCIAS LABORALES NOS DICEN QUE CASI LA MITAD DE LOS TRABAJOS EXISTENTES ESTÁN EN PELIGRO DE MUERTE COMO CONSECUENCIA DE LA INFORMATIZACIÓN QUE TENDRÁ LUGAR EN LOS PRÓXIMOS 20 AÑOS

Por ejemplo, los economistas de Oxford que estudian las tendencias laborales nos dicen que casi la mitad de los trabajos existentes, incluidos los que conllevan “tareas cognitivas no rutinarias” (pensar, básicamente) están en peligro de muerte como consecuencia de la informatización que tendrá lugar en los próximos 20 años. Estos argumentos no hacen más que profundizar en las conclusiones a las que llegaron dos economistas del MIT en su libro Race Against the Machine (La carrera contra las máquinas), 2011.  Mientras tanto, los tipos de Silicon Valley que dan charlas TED han comenzado a hablar de “excedentes humanos” como resultado del mismo proceso: la producción cibernética. Rise of the Robots (El alzamiento de los robots), 2016, un nuevo libro que cita estas mismas fuentes, es un libro de ciencias sociales, no de ciencia ficción.

Así que nuestra gran crisis económica (no te engañes, no ha acabado todavía) es una crisis de valores tanto como una catástrofe económica. También se la puede llamar impasse espiritual, ya que hace que nos preguntemos qué otra estructura social que no sea el trabajo nos permitirá imprimir carácter, si es que el carácter en sí es algo a lo que debemos aspirar. Aunque ese es el motivo de que sea también una oportunidad intelectual: porque nos obliga a imaginar un mundo en el que trabajar no sea lo que forja nuestro carácter, determina nuestros sueldos o domina nuestras vidas.

En pocas palabras, esto hace que podamos exclamar: ¡basta ya, a la mierda el trabajo!

Sin duda, esta crisis hace que nos preguntemos: ¿qué hay después del trabajo? ¿Qué harías si el trabajo no fuera esa disciplina externa que organiza tu vida cuando estás despierto, en forma de imperativo social que hace que te levantes por las mañanas y te encamines a la fábrica, la oficina, la tienda, el almacén, el restaurante, o adonde sea que trabajes y, sin importar cuanto lo odies, hace que sigas regresando? ¿Qué harías si no tuvieras que trabajar para obtener un salario?

¿Cómo sería nuestra sociedad y civilización si no tuviéramos que “ganarnos” la vida, si el ocio no fuera una opción, sino un modo de vida? ¿Pasaríamos el tiempo en el Starbucks con los portátiles abiertos? ¿O enseñaríamos a niños en lugares menos desarrollados, como Mississippi, de manera voluntaria? ¿O fumaríamos hierba y veríamos la tele todo el día?

¿CÓMO SERÍA NUESTRA SOCIEDAD Y CIVILIZACIÓN SI NO TUVIÉRAMOS QUE “GANARNOS” LA VIDA, SI EL OCIO NO FUERA UNA OPCIÓN, SINO UN MODO DE VIDA?

Mi intención con esto no es proponer una reflexión extravagante. Hoy en día, estas preguntas son de carácter práctico porque no hay suficientes trabajos para todos. Así que ya es hora de que hagamos más preguntas prácticas: ¿Cómo se puede vivir sin un trabajo, es posible recibir un sueldo sin trabajar para obtenerlo? Para empezar, ¿es posible?, y lo que es más complicado, ¿es ético? Si te educaron en la creencia de que el trabajo es lo que determina tu valor en esta sociedad, como fuimos educados casi todos nosotros, ¿sentiríamos que hacemos trampas al recibir algo a cambio de nada?

Ya disponemos de algunas respuestas provisionales porque, de una u otra manera, todos estamos cobrando un subsidio. El componente de la renta familiar que más ha crecido desde 1959 han sido los pagos de transferencia del gobierno. A principios del siglo XXI, un 20% de todos los ingresos familiares provenía de lo que también se conoce como asistencia pública o “ayudas”. Si no existiera este suplemento salarial, la mitad de los adultos con trabajos a jornada completa viviría por debajo del umbral de la pobreza, y la mayoría de los estadounidenses tendría derecho a recibir cupones de comida.

Pero, ¿son realmente rentables los pagos de transferencia y las “ayudas”, ya sea en términos económicos o morales? Si seguimos este camino y continuamos aumentándolos, ¿estamos subvencionando la pereza, o estamos enriqueciendo el debate sobre los fundamentos de la vida plena?
Los pagos de transferencia, o “ayudas”, por no mencionar los bonus de Wall Street (ya que estamos hablando de recibir algo a cambio de nada) nos han enseñado a saber diferenciar entre la obtención de un salario y la producción de bienes, aunque ahora, cuando es evidente que faltan trabajos, hace falta replantear este concepto. Da igual cómo se calcule el presupuesto federal, nos podemos permitir cuidar de nuestro hermano. En realidad, la pregunta no es tanto si queremos, sino más bien cómo hacerlo.

Sé lo que estás pensando: no podemos permitírnoslo. Pues no es así, sí que es posible y no es tan difícil. Subimos el arbitrario límite de contribución máxima a la Seguridad Social, que ahora mismo está en los 127$, y subimos los impuestos a las ganancias empresariales, revirtiendo lo que hizo la revolución de Reagan. Con solo estas dos medidas se solucionaría el problema fiscal y se crearía un superávit económico donde ahora solo hay un déficit moral cuantificable.

Aunque claro, tú dirás, junto con todos los demás economistas, desde Dean Baker hasta Greg Mankiw, de derechas o de izquierdas, que subir los impuestos a las ganancias empresariales es un incentivo negativo para la inversión y por tanto para la creación de puestos de trabajo, o que hará que las empresas se vayan a otros países donde los impuestos sean más bajos.
En realidad, subir los impuestos a los beneficios empresariales no puede causar estos efectos.

SI TE EDUCARON EN LA CREENCIA DE QUE EL TRABAJO ES LO QUE DETERMINA TU VALOR EN ESTA SOCIEDAD, COMO FUIMOS EDUCADOS CASI TODOS NOSOTROS, ¿SENTIRÍAMOS QUE HACEMOS TRAMPAS AL RECIBIR ALGO A CAMBIO DE NADA?

Hagamos el camino inverso y vayamos hacia atrás en el tiempo. Las empresas son “multinacionales” desde hace ya algún tiempo. En las décadas de 1970 y 1980, antes de que surtieran efecto las rebajas impositivas que Ronald Reagan impulsó, aproximadamente un 60% de los bienes manufacturados que se importaban eran fabricados por empresas estadounidenses en el exterior, en el extranjero. Desde entonces, este porcentaje ha aumentado ligeramente, pero no tanto.

Los trabajadores chinos no son el problema, sino más bien la idiotez sin hogar y sin sentido de la contabilidad empresarial. Por eso es tan risible la decisión tomada en 2010 gracias a Citizens United (Ciudadanos Unidos), que sostiene que la libertad de expresión es aplicable también a las donaciones electorales. El dinero no es una expresión, como tampoco lo es el ruido. La Corte Suprema ha evocado un ser viviente, una nueva persona, de entre los restos del derecho común, y ha creado un mundo real que da más miedo que su equivalente cinematográfico, ya sea este el que aparece en Frankenstein, Blade Runner o, más recientemente, en Transformers.

Pero la realidad es esta: la inversión empresarial o privada no genera la mayoría de los trabajos, así que subir los impuestos a la ganancia empresarial no tendrá ningún efecto sobre el empleo. Has leído bien. Desde la década de 1920, el crecimiento económico ha seguido aumentando a pesar de que la inversión privada se ha estancado. Esto significa que los beneficios no sirven para nada, excepto para anunciar a tus accionistas (o expertos en compras hostiles) que tu compañía es un negocio que funciona, un negocio próspero. No hacen falta beneficios para “reinvertir”, para financiar la expansión de tu mano de obra o de tu productividad, como ha quedado claramente demostrado gracias a la historia reciente de Apple y de la mayoría de las demás empresas.

Eso hace que las decisiones en materia de inversión que realizan los directores ejecutivos de las empresas tengan solo un efecto marginal sobre el empleo. Hacer que las empresas paguen más impuestos para poder financiar un Estado del bienestar que permita que amemos a nuestros vecinos y que cuidemos de nuestros hermanos no es un problema económico, es otra cosa, es una cuestión intelectual o un dilema moral.

Cuando tenemos fe en el trabajo duro, estamos deseando que imprima carácter, pero al mismo tiempo estamos esperando, o confiando, que el mercado de trabajo asigne los ingresos de manera justa y racional. Ahí es donde está el problema, que estos dos conceptos van juntos de la mano. El carácter puede provenir del trabajo sólo cuando vemos que existe una relación inteligible y justificable entre el esfuerzo realizado, las habilidades aprendidas y la recompensa obtenida. Cuando observo que tu salario no tiene ninguna relación en absoluto con tu producción de valor real, o con los bienes duraderos que el resto de nosotros podemos utilizar y apreciar (y cuando digo duradero no me refiero solo a cosas materiales), entonces empiezo a dudar de que el carácter sea una consecuencia del trabajo duro.

FORJAR MI CARÁCTER A TRAVÉS DEL TRABAJO ES UNA TONTERÍA PORQUE LA VIDA CRIMINAL SALE RENTABLE, Y LO QUE DEBERÍA HACER ES CONVERTIRME EN UN GÁNSTER COMO TÚ

Cuando veo, por ejemplo, que tú estás haciendo millones lavando el dinero de los cárteles de la droga (HSBC), que vendes deudas incobrables de dudoso origen a los gerentes de fondos de inversión (AIG, Bear Stearns, Morgan Stanley, Citibank), que te aprovechas de los prestatarios de renta baja (Bank of America), que compras votos en el Congreso (todos los anteriores), también llamado un día más en la rutina de Wall Street, mientras que yo tengo problemas para llegar a fin de mes aun teniendo un trabajo a tiempo completo, me doy cuenta de que mi participación en el mercado laboral es irracional. Sé que forjar mi carácter a través del trabajo es una tontería porque la vida criminal sale rentable, y lo que debería hacer es convertirme en un gánster como tú.

Por ese motivo, la crisis económica que estamos sufriendo también es un problema ético, un impasse espiritual y una oportunidad intelectual. Hemos apostado tanto por la importancia social, cultural y ética del trabajo, que cuando falla el mercado laboral, como lo ha hecho ahora de manera tan espectacular, no sabemos explicar lo que ha pasado ni sabemos encauzar nuestras creencias para encontrar un significado diferente al trabajo y a los mercados.

Y cuando digo “nosotros” me refiero a casi todos nosotros, derechas e izquierdas, porque todo el mundo quiere que los estadounidenses vuelvan al trabajo, de una u otra manera, el “pleno empleo” es un objetivo tanto de los políticos de derechas como de los economistas de izquierdas. Las diferencias entre ellos se basan en los medios, no en el fin, y ese fin incluye intangibles como la adquisición de carácter.

Esto equivale a decir que todo el mundo ha redoblado los beneficios asociados al trabajo justo cuando este está alcanzando su punto de evaporación. Garantizar el “pleno empleo” se ha convertido en el objetivo de todo el espectro político justo cuando resulta más imposible a la par que más innecesario, casi como garantizar la esclavitud en la década de 1850 o la segregación en la década de 1950.

¿Por qué?
Pues porque el trabajo lo es todo para nosotros, habitantes de sociedades mercantiles modernas, independientemente de su utilidad para imprimir carácter y distribuir ingresos de manera racional, y bastante alejado de la necesidad de vivir de algo. El trabajo ha sido la base de casi todo nuestro pensamiento sobre lo que significa disfrutar de una vida plena desde que Platón relacionó el trabajo manual con el mundo de las ideas. Nuestra manera de desafiar a la muerte ha sido la creación y reparación de objetos duraderos, puesto que sabemos que los objetos significativos durarán más que el tiempo que tenemos asignado en este mundo y que nos enseñan, cuando los creamos o reparamos, que el mundo más allá de nosotros, el mundo que existió y existirá, posee una realidad propia.

Detengámonos en el alcance de esta idea. El trabajo ha sido una manera de ejemplificar las diferencias entre hombres y mujeres, por ejemplo, cuando fusionamos el significado de los conceptos de paternidad y “sostén familiar”, o como cuando, más recientemente, intentamos disociarlos.  Desde el siglo XVII, se ha definido la masculinidad y la feminidad, aunque esto no significa que se consiguiera así, por medio del lugar que ocupan en una economía moral, en términos de hombre trabajador que recibía un salario por su producción de valor en el trabajo, o en términos de mujer trabajadora que no cobraba nada por su producción y mantenimiento de la familia. Por supuesto, hoy en día estas definiciones están cambiando a medida que cambia el significado de la palabra “familia” y a medida que se producen cambios profundos y paralelos en el mercado de trabajo, la entrada de la mujer es solo uno de ellos, y en las actitudes hacia la sexualidad.

EL TRABAJO HA SIDO LA BASE DE CASI TODO NUESTRO PENSAMIENTO SOBRE LO QUE SIGNIFICA DISFRUTAR DE UNA VIDA PLENA DESDE QUE PLATÓN RELACIONÓ EL TRABAJO MANUAL CON EL MUNDO DE LAS IDEAS

Cuando desaparece el trabajo, la diferencia entre los sexos que produce el mercado de trabajo se diluye. Cuando el trabajo socialmente necesario disminuye, lo que un día se conocía como trabajo de mujeres (educación, atención sanitaria o servicios) es ahora nuestra industria primaria, y no una dimensión “terciaria” de la economía cuantificable. El trabajo relacionado con el amor, con cuidarse los unos a los otros y con aprender a cuidar de nuestros hermanos (el trabajo socialmente beneficioso) se convierte no sólo en posible, sino más bien en necesario, y no solo en el interior del núcleo familiar, donde el afecto está a nuestra disposición de manera rutinaria, no, me refiero también a lo que hay ahí fuera, en el vasto mundo exterior.

El trabajo también ha sido la manera estadounidense de producir “capitalismo racial”, como lo llaman hoy en día los historiadores, gracias a la mano de obra de esclavos, de convictos, de medieros y luego de mercados laborales segregados, en otras palabras, un “sistema de libre empresa” edificado sobre las ruinas de cuerpos negros o un entramado económico animado, saturado y determinado por el racismo. Nunca hubo un mercado libre laboral en esta unión de Estados. Como todos los demás mercados, este siempre estuvo cubierto por la discriminación legal y sistemática del hombre negro. Hasta se podría decir que este mercado con cobertura creó los aún hoy utilizados estereotipos sobre la vagancia de los afroamericanos mediante la exclusión de los trabajadores negros del trabajo remunerado y su confinamiento a vivir en los guetos de días de ocho horas.

Y aun así, aun así, aunque a menudo el trabajo ha significado una forma de subyugación, de obediencia y jerarquización (ver más arriba), también es el lugar donde muchos de nosotros, seguramente la mayoría de nosotros, hemos expresado de manera consistente nuestro deseo humano más profundo: liberarnos de autoridades u obligaciones impuestas de manera externa y ser autosuficientes. Durante siglos nos hemos definido a nosotros mismos de acuerdo con lo que hacemos, de acuerdo con lo que producimos.

Sin embargo, ya debemos ser conscientes de que esta definición de nosotros mismos lleva adscrita el principio productivo (de cada cual según sus capacidades, a cada cual según su creación de valor real por medio del trabajo) y nos obliga a alimentar la idea inane de que nuestro valor lo determina solo lo que el mercado de trabajo puede registrar, en términos de precio. Aunque también debemos ser conscientes de que este principio marca un cierto camino cuya consecuencia es el crecimiento infinito y su fiel ayudante, la degradación medioambiental.

¿PODEMOS DEJAR QUE LA GENTE RECIBA ALGO A CAMBIO DE NADA Y AUN ASÍ TRATARLOS COMO HERMANOS Y HERMANAS, MIEMBROS DE UNA PRECIADA COMUNIDAD?

Hasta ahora, el principio productivo ha servido como principio real que hizo que el sueño americano fuera posible: “Trabaja duro, acepta las reglas y saldrás adelante”, o “cosechas lo que siembras, labras tu propio camino y recibes con justicia lo que has ganado con honradez”, u homilías y exhortaciones parecidas que se usaban para entender el mundo. Sea como sea, antes no sonaban ilusorias, pero hoy en día sí.

En este sentido, la adhesión al principio productivo es una amenaza para la salud pública y para el planeta (en realidad, estas dos cosas son lo mismo). Comprometernos con algo que sabemos imposible es volvernos locos. El economista ganador del Nobel Angus Deaton dijo algo parecido cuando explicó las anómalas tasas de mortalidad que se estaban registrando entre la población blanca que habita los Estados de mayoría evangelista (Bible belt) alegando que habían “perdido la narrativa de sus vidas”, y sugiriendo que habían perdido la fe en el sueño americano. Para ellos, la ética del trabajo es una sentencia de muerte porque no pueden practicarla.

Por esta razón, la inminente desaparición del trabajo plantea cuestiones fundamentales sobre lo que  significa ser humano. Para empezar, ¿qué propósito podríamos elegir si el trabajo, o la necesidad económica, no consumieran la mayor parte de las horas que pasamos despiertos y de nuestras energías creativas? ¿Qué posibilidades evidentes, aunque todavía desconocidas, aparecerían? ¿Cómo cambiaría la misma naturaleza humana cuando el antiguo y aristocrático privilegio sobre la ociosidad se convierte en un derecho innato del mismo ser humano?

Sigmund Freud insistía en que el amor y el trabajo eran los ingredientes esenciales de la existencia humana saludable. Tenía razón, por supuesto, pero ¿podría el amor sobrevivir a la desaparición del trabajo como compañero de buena voluntad que se necesita para alcanzar la vida plena? ¿Podemos dejar que la gente reciba algo a cambio de nada y aun así tratarlos como hermanos y hermanas, miembros de una preciada comunidad? ¿Te imaginas el momento en el que acabas de conocer en una fiesta a una persona extraña que te atrae, o estás buscando alguien en Internet, a quien sea, pero no le preguntas: “¿y, en qué trabajas”?

No obtendremos ninguna respuesta a estas preguntas hasta que no nos demos cuenta de que hoy en día el trabajo lo es todo para nosotros, y que de ahora en adelante ya no podrá ser así.

Este artículo se publicó originalmente en la revista Aeon.
AUTOR
James Livingston

James Livingston es profesor de Historia en la Universidad de  Rutgers en Nueva Jersey. Es autor de varios libros, el último No More Work: Why Full Employment is a Bad Idea (2016).




SUICIDIO EN CÁMARA LENTA




Como bien lo saben los poquísimos lectores de este blog… desde mi adolescencia, la muerte ha sido EL principal tema de todas mis divagaciones filosóficas.
Fundamentalmente sobre dos “vertientes”, el Cuándo y el Cómo, así como el suicidio como único acto pudiendo dotar de sentido la muerte de todo ser humano. Siendo que la muerte de un ser carente de consciencia no requiere de sentido, sucede y punto… infranqueable ley de la naturaleza (con la esperanza de que los transhumanistas nunca alcancen su explicito propósito de vencer la muerte.)

Después de haber sufrido, hace dos años y medio, mi mega infarto, “resuelto” con la colocación de 3 stents… así como la posterior y reciente colocación de un stent más para corregir una oclusión, de un 70%, en una arteria coronaria (en otra no colocaron un stent a pesar de encontrarse obstruida en un 30%)… se pertinazmente, que el estrés, al igual que la ingesta de ciertos alimentos, perjudican en exceso mi corazón.
Sin embargo, no estoy dispuesto a renunciar a las actividades que me procuran el estrés (principalmente seguir con la escritura del relato que había suspendida por expresa recomendación de mi cardiólogo después de mi infarto), ni a la ingesta de estos alimentos.
Simplemente porque los dos, son, hoy en día, las únicas fuentes de real placer y gozo que me quedan.

Necedad que, con toda certeza, acorta le tiempo de espera de mi próximo, y con toda probabilidad fatal, infarto.

¿Podría entonces decirse que, en toda consciencia, se trata de un suicido diferido, “en cámara lenta”?

Por una parte, sin duda alguna… pero entonces… ¿Por qué no dejo de tomar la medicación recetada por mi cardiólogo? Lo cual haría que este suicidio en cámara lenta no fuese tan dilatado en el tiempo, la Huesuda apresurara su paso.

Quizás, porque, a pesar de considerar el suicidio como el único acto capaz de dar sentido a la muerte, mi muerte, toda muerte… porque a pesar de importarme en extremo el cómo y ya no el cuándo… “algo” hace que me aferre todavía a la vida.
¿Qué?
¿Por qué?

Si alguien tiene la respuesta… este tendría que ser yo, nadie mas… y no la tengo.



noviembre 29, 2016

La lucha por un nuevo proyecto de civilización: la hermandad de todas nuestras relaciones con nosotros mismos, los demás, la naturaleza.


Por parecerme tener un enfoque poco común y muy interesante, me atreví traducir, de la mejor manera que pude, un artículo del filósofo Abdennour Bidar tomado de la revista semanal francesa L’OBS, para poder “subirlo” a este blog. Lo cual hago a continuación.


Donald Trump electo: nuestras iras merecen algo mejor.

 Para el filósofo y ensayista, Abdennour Bidar "cuando se alcanza una sensación de malestar demasiado alta, la masa humana no reflexiona más", reacciona por instinto y responde a la violencia experimentada con otra violencia.

Que nos sirva de lección. Los Estados Unidos pagaron el precio de la ira popular. En concreto de esta rabia cuando para escucharla, y recuperarla no hay más que los líderes populistas que la traducen en intolerancia, el repliegue sobre sí mismo, el rechazo del otro - Trump allí, Le Pen aquí.

Desde hace algunos días he oído mucho departir sobre esta ira, pero poca gente para expresar lo que me parece una evidencia: no es inevitable que la ira del pueblo se exprese así de la manera más catastrófica; podemos evitarlo siempre y cuando propongamos a esta ira algo distinto al regreso al pasado, la exaltación de una identidad o una grandeza desaparecidas, algo más que las tristes y peligrosas pasiones de la nostalgia, el temor al presente y el porvenir, el odio hacia el extranjero y el resentimiento contra los poderosos.

Lo que ha ocurrido en los Estados Unidos., es la desgracia de la ira abandonada a sí misma, en momentos de gran vacío ideológico, de ausencia de cualquier horizonte o ideal colectivo digno de ese nombre, terrible travesía del desierto de la esperanza y el sentido. En el contexto de un vacío tan abismal, la ira de un pueblo no tiene casi ninguna posibilidad de alumbrar algo positivo. Dado que no se presenta nada con la capacidad de levantarla más allá de ella misma en una "gran pelea" por ideales humanistas, es inevitable que se hunda en lo peor ... Y por lo tanto acaba por entregarse a quienes terminaran la tarea, los sepultureros que precipitaran a todos en el caos.

Principio del formulario
Después de la disolución de toda cohesión social bajo los golpes combinados de las desigualdades, las discriminaciones, el individualismo, el relativismo, el comunitarismo, el multiculturalismo, el liberalismo, la última etapa de la descomposición sobreviene cuando todo esto ha engendrado un sufrimiento, una angustia, un rencor, que se perciben sin remedio y sin salida.

Cuando se alcanza una sensación de malestar demasiada elevada, la masa humana no reflexiona más. Entonces reacciona por instinto, tal un animal perseguido que se siente acorralado. Responde a la violencia experimentada con otra violencia.

Aquí en Francia, todavía hay tiempo para tomar otro camino. Para escuchar la ira antes de que degenere. De ofrecerle no invertir en otras violencias y “guerras contra" sino en "luchar por". Para recrear un triple enlace crucial: el vínculo de la solidaridad, la equidad, el intercambio y la tolerancia con el otro; la relación de respeto y armonía con la naturaleza y los animales; el enlace del conocimiento de sí mismo con nuestra propia interioridad. Porque la madre de todas nuestras crisis es sin duda el gran desgarramiento de todos estos vínculos que nutren nuestra humanización, nuestra marcha hacia el “ser consciente”, personal y colectivo.

He aquí, a mi juicio, la lucha más noble y positiva en la cual invertir nuestra ira. Hay un riesgo enorme en la ira de un pueblo cuando se levanta sin que nada logre apaciguarla. Pero también se encuentra en ella una tremenda energía cuando se logra sublimarla dándole un real horizonte real de esperanza y acción. Trump ? Unas “uvas de la ira” que se dejaron pudrir. Nuestras iras se merecen algo mejor. Ofrezcámosles la lucha por un nuevo proyecto de civilización: la hermandad de todas nuestras relaciones con nosotros mismos, los demás, la naturaleza.








noviembre 20, 2016

UN VERDADERO SUICIDIO.



En el número 61, de fecha 16/11/2016, de la revista semanal digital española ctxt, leí el análisis que me permito transcribir, tal cual… permitiéndome anteponer mi personal opinión al respecto del mismo, antes de copiarlo y pegarlo.

Aunque pienso que los autores de este análisis están en lo cierto… no podría, por falta del suficiente conocimiento, afirmar tajantemente que la socialdemocracia española se está hundiendo... pero en cuanto a la francesa hace muchas décadas que se dio a la tarea de trabajar arduamente a su propio hundimiento... y en las próximas elecciones presidenciales del 2017, le darán el tiro de gracia, el cual no será un vil asesinato sino la culminación de UN VERDADERO SUICIDIO.

La única pregunta, quizás, pendiente de respuesta siendo… ¿se trató de un suicidio conscientemente preparado y fríamente llevado a cabo o “algo” y “algunos” lo empujaron a cometer este acto?
Me parece que el “algo” no tiene demasiado misterio (principalmente la misma evolución del capitalismo hacia la globalización y el neoliberalismo), en cuanto al “algunos”, tanto pueden ser de fuera como de dentro de la misma socialdemocracia, inclinándome principalmente por la opción interna.
Como toda organización respetuosa de la institucionalidad, los partidos socialdemócratas prefirieron “adaptarse” a los nuevos tiempos antes que intentar nadar a contracorriente. Se requiere de un muy menor esfuerzo y siempre existe la posibilidad de “sacar algún provecho” personal.
Además de considerar que, según la incontrovertida ley de la evolución, solo sobreviven quienes saben adaptarse. Lástima que ignoraron el corolario de esta misma ley, según el cual, en la implícita y descarnada lucha por la supremacía, solo sobreviven los más fuertes… quienes no requieren matar a sus competidores, solo engullirlos… para después del proceso de digestión… desecharlos discretamente.
En todo caso, la respuesta ya no tiene hoy mayor relevancia… nadie jamás ha regresado de la muerte… sean cuales sean los muertos y la causa del deceso.

Una última “nota triste”… con el paso del tiempo, ni siquiera sobrevivirán como nostálgico recuerdo, solo en los libros de historia… cuyo juicio será el de quienes los escriban… ¿y quiénes los escribirán, sino los vencedores? Resultando ocioso preguntarse quienes serán… o son… tales vencedores.


El hundimiento simultáneo de los socialistas franceses y españoles

Los socialdemócratas de ambos países optaron hace décadas por mantener el poder a costa de la insignificancia ideológica. Ahora el PSOE se ha rendido y Hollande está dejando paso a la derecha dura de Sarkozy frente al fascismo del siglo XXI de Le Pen

VIRGINIE TISSERANT / ANDRÉS VILLENA OLIVER

¿Ha llegado la socialdemocracia al final de su recorrido político? Un análisis de su evolución en España y en Francia subraya un factor común: el persistente fracaso para cumplir con su esencia en un mundo globalizado que lleva décadas adverso a sus verdaderas señas de identidad. Los diferentes gobiernos socialistas prefirieron el consenso con las élites dominantes a cambio de mantenerse en el poder político. El rédito electoral a largo plazo no parece haber compensado esta conducta adaptativa.

Mayo de 1981. Se abre un período nuevo en la historia del socialismo francés, que obtiene la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. François Mitterrand es investido presidente de la República Francesa. Apoyado por el Partido Comunista, inicia lo que considera “una verdadera ruptura con el capitalismo”. En plena revolución neoliberal en Europa y Estados Unidos, Mitterrand pone en marcha un ambicioso programa de protección social y laboral, de contratación de funcionarios y de nacionalización de bancos y empresas estratégicas. La abolición de la pena de muerte, la despenalización de la homosexualidad, el aumento de la libertad de los medios de comunicación con la aparición de las radios libres, la Fiesta de la Música y la descentralización política representan otras medidas clave que marcan este primer período.

Pero una persistente fuga de capitales eleva al máximo la presión sobre el franco. En marzo de 1983, la crisis y la vocación francesa por continuar con la construcción europea obligan al Primer Ministro, Pierre Mauroy, a emprender una política de “rigor económico”: la austeridad y la lucha contra la inflación se acaban imponiendo en Francia, y el presidente que se consideraba el último gran político tras el cual solo llegarían al Elíseo “contables” se somete al nuevo sentido común económico, abriendo un “paréntesis liberal” que tendría repercusiones significativas. Por primera vez desde hacía tres décadas, los sueldos se desligan de la inflación, que queda reducida a un tercio de su cuantía en solo tres años. Pero si bien la inflación parece controlada, el desempleo, el tema central de la campaña socialista en 1981, se había duplicado a finales de 1994.

Al tiempo que Mitterrand sufría esta metamorfosis, los socialistas se convertían también en la opción mayoritaria en el Parlamento español. El PSOE liderado por Felipe González parecía tomar posesión de sus funciones gubernamentales con la lección aprendida. No en vano, aún en la oposición, el secretario general del nuevo Partido Socialista Obrero Español había tenido numerosas ocasiones de cuestionar las nacionalizaciones como método ideal para alcanzar la eficiencia para una economía poco competitiva como la española. Conscientes de las tendencias ideológicas dominantes y siempre atentos a la experiencia francesa, los socialistas españoles prefirieron hablar en sus reuniones con las élites empresariales de su interés por modernizar un aparato estatal rígido y anticuado, así como de afrontar las debilidades estructurales de la frágil economía española. Los gobiernos de Felipe González trataron de hacer compatible la apertura económica a las inversiones extranjeras con un programa social redistributivo en el que el fortalecimiento de la Sanidad y de la Educación pública, la promoción de la vivienda y la reducción de las desigualdades mejorarían el bienestar de un país que estaba siendo capaz de converger en términos económicos nominales con sus vecinos europeos a una velocidad notable.

Después de los 14 años de gobierno de González (el mismo número que Mitterrand), los socialistas quedarían borrados del mapa político. Los casos de corrupción, el persistente desempleo y la incapacidad de mostrar una política diferenciable de las opciones conservadoras aúpan a la derecha al poder político. El regreso en el 2004 al gobierno del PSOE, presidido entonces por José Luis Rodríguez Zapatero, se produce con la ausencia de un verdadero debate de ideas en la izquierda. En este sentido, el nuevo gobierno socialista impulsa una política económica sustancialmente continuista combinada con una serie de medidas legislativas en el terreno de las políticas de la identidad (matrimonio homosexual, leyes de género, etc.), que colocan a España a la vanguardia europea. Si González administró el neoliberalismo reconociendo su existencia y compensándolo con notables incrementos del bienestar social, con Rodríguez Zapatero el debate ideológico queda arrinconado a la parcela de los derechos individuales, sin llegar ni siquiera a cuestionar las relaciones económicas dominantes.

La crisis económica y el agotamiento de los recursos presupuestarios dejan al gobierno español sin herramientas para llevar a cabo una política autónoma. El shock de mayo de 2010, con el agresivo plan de austeridad inducido desde el exterior, supone una herida irreparable para el PSOE. Un año después, en mayo del 2011, el movimiento 15M representa el ensayo de una revolución que rechaza a los principales partidos políticos, pero que, paradójicamente, contribuirá a otorgar al Partido Popular una hegemonía parlamentaria jamás soñada. En este vacío de ideas y de liderazgo en la izquierda, un grupo de profesores de la Universidad Complutense curtidos en los debates televisivos construyen una propuesta de alternativa a un sistema político que consideran controlado por unos pocos. Podemos se cuela en las elecciones europeas de mayo del 2014 como la cuarta formación política y, pocos meses después, lidera las encuestas como la opción electoral más deseable. Con un discurso calificado por los medios hegemónicos de “populista”, Podemos se instala definitivamente en el panorama electoral español cuestionando la legitimidad de las instituciones y politizando el sentimiento de hartazgo reinante en España como consecuencia de la presión de la Troika y del lema thatcherista There Is No Alternative. La nueva formación logra transmitir a determinados segmentos poblacionales la ilusión por un cambio verdaderamente rupturista. El PSOE recorre el camino inverso: tras las elecciones de diciembre del 2015 y de junio del 2016, experimenta el dilema suicida de los partidos pequeños: favorecer un pacto de la izquierda plural con los independentistas que supondría un desgaste para sus cuadros o inclinarse discretamente por una postura que satisfaga las exigencias de las élites dominantes y de los líderes de opinión. La dramática auto destrucción en el Comité Federal de octubre y la abstención que hacen a Mariano Rajoy de nuevo presidente sitúan al PSOE en la peor encrucijada de su historia, con un 17% de apoyos –según el CIS– que lo colocan por detrás del Partido Popular y de Podemos.

Dicha encrucijada no es exclusiva del socialismo español. En Francia hace ya tiempo que la socialdemocracia ha dejado paso a un social liberalismo impuesto con o sin cuestionamiento político interno. La victoria electoral de François Hollande en el año 2012 representa un test: la oportunidad de un país tradicionalmente influyente para mostrar un camino de salida alternativo a la austeridad en la Zona Euro. Hollande, que en las elecciones primarias del Partido Socialista había señalado a las finanzas como su principal enemigo, escoge pronto otro camino y da un giro de 180 grados a sus principales pretensiones de reforma económica. En esta ocasión será la presión sobre la prima de riesgo francesa la que acabe con la idea de la democracia en un único país. Las únicas medidas progresistas que el PS francés logra materializar coinciden con algunas de las implementadas algunos años antes por el gobierno socialista español: políticas de los derechos individuales que parecen quedar como el único espacio en el que practicar el progresismo en Europa.

Derrotado en la Economía, desgastado por la prensa, por el paro y, además, por una serie de atentados yihadistas, Hollande deja paso como protagonistas a los ideologizados Manuel Valls y Emmanuel Macron, que rematan el trabajo de llevar la socialdemocracia a su insignificancia ideológica: el socialismo francés se desplaza hacia un centro que en Francia se encuentra siempre muy disputado. A nivel interno, el PS se encuentra profundamente dividido: tras el Congreso de Poitiers del 2014, la corriente de los “honderos” o “frentistas”, que cuenta con alrededor de un 30% de apoyo, se opone frontalmente a la rigidez presupuestaria exigida desde Bruselas.

En este contexto de crisis y dispersión de la izquierda, el populismo parece representar la principal fuerza emergente en Francia y se sitúa en una dimensión distinta a la de los partidos tradicionales. El mejor ejemplo es el Frente Nacional de Marine Le Pen que, después de su éxito electoral en las europeas del 2014 y en las regionales del 2015, amenaza con llegar a algo más que a la segunda vuelta de las presidenciales. Le Pen aparecía en el mes de octubre como la tercera personalidad que los franceses escogían para desempeñar un papel político importante en su país. Su lema, “en nombre del pueblo”, hace referencia a un renacimiento político que busca apropiarse del principal fundamento simbólico de la Revolución francesa. La retórica populista también está presente en el discurso de Jean-Luc Melenchon, el ex socialista candidato del Frente de Izquierda que, si bien no ha logrado constituirse como una fuerza mayoritaria, representa, según los sondeos, la mejor alternativa en la izquierda. Su lema es “la era del pueblo” y su discurso, una invitación a la sublevación contra la oligarquía. Estas dos tendencias antagónicas reflejan el agotamiento por obsolescencia representativa de la Quinta República.

Una señal de dicho agotamiento es el éxito sin precedentes de la película “Merci Patron” (“Gracias, jefe”) del director François Ruffin, a la sazón redactor del periódico subversivo Fakir. “Gracias, jefe”, con más de un millón de espectadores en Francia, denuncia las consecuencias de la mundialización económica y las condiciones soportadas por un conjunto de empleados sometidos a la voracidad sin límites de los accionistas empresariales. La experiencia de la conocida como “Nuit Debout” en París se inspira en este filme y se erige como una respuesta popular que, además, reacciona contra una reforma laboral extremadamente agresiva del gobierno Valls. La Plaza de la Bastilla se llenó de miles de personas en la primavera de este año 2016: el “sueño general” perseguido es el de hacer cristalizar una salida diferente a la de la austeridad obligatoria. A pesar de que la falta de organización impide que se origine una alternativa política sustantiva, la “Nuit debout” dejó claro con el grito de “Ya no votaremos socialista” que las perspectivas del PS en las próximas elecciones son las de una implosión política que promete ser más grave que la del año 2002. En esta tesitura, la abstención y el voto en blanco se perfilan como las conductas políticamente más comprometidas.

Distintas historias para un final similar: la socialdemocracia en España y en Francia parece descolgarse del pelotón de las ideologías. La derecha es la opción más evidente en un mundo en el que la política parece destinada a mimar los engranajes de las finanzas internacionales. En este escenario, cualquier copia es peor que el original. La difícil situación de los partidos socialistas exige de una reflexión que debería tener lugar en un contexto supra nacional; si el debate se limita, por el contrario, a qué líderes se explican mejor en la televisión o en el Parlamento, lo peor estará por llegar. Una fuerza política con más de un siglo de historia no desaparece sin generar efectos negativos: dado su histórico papel reformador y restrictivo del capitalismo, un sistema productivo sin ataduras sociales no nos deparará nada más que sorpresas desagradables. Los antes ciudadanos-trabajadores y ahora meros consumidores auto proclamados de “clase media” así lo hemos querido. Por el momento.
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Virginie Tisserant es Politóloga e Investigadora en la Universidad de Aix-Marseille Lab. CNRS Telemme.
Andrés Villena es Economista, Periodista y Doctor en Sociología por la Universidad de Málaga.




noviembre 16, 2016

PARA LEERSE Y RELEERSE MUY DETENIDAMENTE… PARA DESPUÉS…


Es al leer el libro « ce cauchemar qui n’en finit pas. Comment le néoliberalisme défait la démocratie », de los autores Pierre Dardot y Christian Laval (del cual, por el momento, no encontré ninguna traducción al idioma español) que, en la conclusión del mismo, repare en una nota al pie de página, que hacía referencia a un texto titulado “La piel y el teatro. Salir de la política”, de Amador Fernández Savater.

De inmediato busqué en internet este texto. Al leerlo su enfoque me pareció tan interesante y novedoso, que decidí copiarlo y pegarlo en este blog. Texto que sigue a continuación y que les invito encarecidamente a leer detenidamente.


La piel y el teatro. Salir de la política
Amador Fernández-Savater

¡Nunca se ha hablado tanto de política como ahora!
Y tan poco de la vida...
(Una conversación con amigas, en el “año del cambio”)

Las almas y los corazones
¿Cómo entender la naturaleza profunda de la gestión política de esta crisis económica? Creo que podemos encontrar inspiración en una autoridad en materia neoliberal como Margaret Thatcher. En 1988, la Dama de Hierro dijo con absoluta franqueza: “La economía es el método, pero la finalidad es cambiar el corazón y el alma”.
Me parece que es exactamente desde este punto de vista que conviene pensar las políticas que se llevan a cabo en Europa desde 2008. No se trata tan sólo de un conjunto de recortes o medidas severas de austeridad para “salir” de la crisis y regresar al punto en el que estábamos, sino de redefinir radicalmente las formas de vida: nuestra relación con el mundo, con los otros, con nosotros mismos. 
Vista desde este ángulo, la crisis es el momento ideal para emprender un proceso de “destrucción creativa” de todo lo que, en las instituciones, el vínculo social y las subjetividades, hace obstáculo o desafía la lógica del crecimiento y el rendimiento indefinido: ya sean restos del Estado del bienestar, mecanismos formales o informales de solidaridad o apoyo mutuo, valores no competitivos o no productivistas, etc. Destruyendo o privatizando los sistemas públicos de protección social, deprimiendo los salarios, se incentiva el endeudamiento y la lucha a codazos por la supervivencia, resultando un tipo de individuo para el cual la existencia es un proceso constante de autovalorización. La vida entera se vuelve trabajo
¿Es esto demasiado abstracto, conspiranoico, “metafísico” incluso? Por el contrario, es completamente banal y cotidiano, por eso triunfa. Un ejemplo posible entre mil. ¿Qué supone el Real Decreto-Ley 16/2012, aprobado por el Partido Popular, que excluye de la atención sanitaria a decenas de miles de personas? Los activistas de Yo Sí Sanidad Universal que lo combaten cotidianamente nos lo explican así: no se trata de que vaya a haber menos radiografías o menos cirujanos, sino de un cambio cualitativo por el cual la salud ya no es más un derecho para todos, ricos o pobres, sino que depende de si estás asegurado. El decreto es el método, pero la finalidad es reprogramar el imaginario social sobre el derecho a la salud. Es decir, que incorporemos como modo de pensar y sentir cotidiano, a partir de unos cambios que muchas veces no resaltan (hablar de “aseguramiento”, tener que ir al INSS a recoger la tarjeta sanitaria), el hecho terrible de que la atención sanitaria es a partir de ahora un privilegio de los que se lo merecen. Y que actuemos en consecuencia: guerra de todos contra todos y sálvese quien pueda. 
La piel...
En esta perspectiva, uno de los momentos políticamente más interesantes de los últimos años fue justo el fin de los campamentos del 15M. Es decir, cuando la inmensa cantidad de energía concentrada en el espacio-tiempo de las plazas se despliega y metamorfosea por los distintos territorios de vida. Primero se crean las asambleas de barrio, luego se forman las mareas en defensa de lo público, crece y se multiplica la PAH, bullen y hormiguean por todos los rincones mil iniciativas capilares, casi invisibles: cooperativas, huertos urbanos, bancos de tiempo, redes de economía solidaria, centros sociales, nuevas librerías, etc.
Digamos que el acontecimiento 15M extiende por toda la sociedad una especie de “segunda piel”: una superficie extremadamente sensible en y por la cual uno siente como algo propio lo que les sucede a otros desconocidos (el ejemplo más claro son seguramente los desahucios, pero recordemos también cómo fue acogida socialmente la lucha del barrio de Gamonal); un espacio de altísima conductibilidad en el que las distintas iniciativas proliferan y resuenan entre sí sin remitir a ningún centro aglutinador (en todo caso, a paraguas abiertos como los términos "99%" o "15M"); una lámina o película anónima donde circulan imprevisibles, ingobernables, corrientes de afecto y energía que atraviesan alegremente las divisiones sociales establecidas (sociológicas, ideológicas), etc.
Nos equivocaríamos pensando esa “segunda piel” con los conceptos clásicos de sociedad civil, opinión pública o movimiento social. En todo caso es la sociedad misma que se ha puesto en movimiento, creando un clima de politización que no conoce dentro y afuera, arriba y abajo, centro o periferia, etc.  
¿Y por qué éste sería un momento especialmente interesante? Porque ahí asumimos el reto que nos plantea el neoliberalismo (sintetizado tan bien por la fórmula de la Thatcher) tanto en extensión como en intensidad. Se pelea en torno a formas de vida deseables e indeseables y la disputa tiene lugar en todos los rincones de la sociedad, sin actores, tiempos o lugares privilegiados. 
En cada hospital amenazado de cierre y en cada escuela advertida de recorte, en cada vecino en proceso de desahucio y en cada migrante sin tarjeta sanitaria a la puerta de un centro de salud, se juega la pregunta por cómo vamos a vivir. Y no en un plano retórico o discursivo, sino práctico, encarnado y sensible. Lo que nos importa y lo que nos es indiferente, lo que nos parece digno e indigno, lo que toleramos y lo que ya no toleramos más. ¿Queremos vivir en una sociedad donde alguien puede morir de una gripe, ser desalojado de su casa, no tener recursos para educar a los niños...? 
Piel abierta, piel extensa, piel intensa. Frente a la guerra de todos contra todos y el “sálvese quien pueda” que atiza necesariamente la lógica del beneficio por encima de todo, se activa la dimensión común de nuestra existencia: solidaridad, cuidado y apoyo mutuo, vínculo y empatía. Frente a la pasividad, la culpa y la resignación que siembra la estrategia del shock, se contagia por todas partes una extraña alegría: “estamos jodidos pero contentos” me dijo un amigo en medio de aquellos días de asambleas y mareas. Contentos de compartir el malestar en lugar de tragar lágrimas en privado, de reconvertirlo incluso en potencia de acción.
Esta suerte de “cambio de piel” consiguió en muy poco tiempo algunos logros realmente impresionantes (que sólo miradas muy obtusas rechazan ver): la deslegitimación de la arquitectura política y cultural dominante en España desde hace décadas, la transformación social de la percepción sobre asuntos clave como los desahucios, las victorias concretas en el caso de Gamonal, la marea blanca o la ley del aborto de Gallardón, la neutralización de la posibilidad siempre latente en las crisis de la emergencia de fascismos macro y micro, etc. No gracias a que tuviese ningún tipo de poder (institucional, económico, mediático, etc.), sino más bien a su fuerza para alterar el deseo social, contagiar otra sensibilidad y expandir horizontalmente nuevos afectos. Esa fuerza sensible es y ha sido siempre el poder de los sinpoder.
… y el teatro
¿Dónde estamos hoy, con respecto a esto? La lectura predominante que se hizo del impasse en el que entraron los movimientos post-15M hacia la segunda mitad de 2013 señaló que se había topado con un “techo de cristal”: las mareas chocan contra un muro (el cierre institucional), pero este muro no cede. No hay cambio tangible en la orientación general de las políticas macro: siguen los desahucios, los recortes, las privatizaciones, el empobrecimiento, etc.
Ese diagnóstico llevaba en sí mismo la receta: la vía electoral se plantea como único camino posible para salir del impasse y romper el "techo de cristal". Podemos primero, las candidaturas municipalistas después, canalizan en esa dirección (con formas y estilos muy distintos) la insatisfacción social y el deseo de cambio. (En Cataluña es el proceso independentista el que parece desviar/encarrilar el malestar, pero el análisis de esa situación excede las posibilidades de este artículo y de este autor).
¿Cómo interpretar los resultados de ese “giro electoral”? Mi lectura y mi sensación es ambivalente: ganamos, pero perdimos. 
Ganamos, porque sin apenas recursos o estructuras, y a pesar de las campañas del miedo, las nuevas formaciones han competido exitosamente con las grandes maquinarias de los partidos clásicos, desordenando un mapa electoral que parecía inmutable. Ahora hay esperanzas razonables de que los nuevos gobiernos (municipales por el momento) cristalicen reivindicaciones básicas de los movimientos (con respecto a desahucios, recortes, etc.) y alteren algunos de los marcos normativos que reproducen la lógica neoliberal de la competencia en distintos órdenes de la vida.
Perdimos, porque se han reinstalado en el imaginario social las lógicas de representación y delegación, centralización y concentración que fueron cuestionadas por la crisis y el impulso de las plazas. 
Digamos que la fuerza centrípeta de lo electoral ha plegado la piel en lo que podríamos llamar un “volumen teatral”, esto es, un tipo de espacio (material y simbólico) organizado en torno a las divisiones dentro/fuera, actores/espectadores, platea/escena, escena/backstage.
Muy esquemáticamente: un tipo de hacer muy retórico y discursivo, que pone en primer plano a los “actores más capaces” (líderes, estrategas, "politólogos"), polarizado en torno a espacios y tiempos muy determinados (la coyuntura electoral, el tiempo futuro del programa o la promesa) y enfocado a la conquista de la opinión pública (las famosas “mayorías sociales”), ha venido a suceder a un tipo de hacer mucho más basado en la acción, al alcance de cualquiera, que se desarrolla en tiempos y espacios heterogéneos, autodeterminados y pegados a la materialidad de la vida (un hospital, una escuela, una casa) y se dirige a los otros, no como a votantes o espectadores, sino como a cómplices e iguales con los que pensar y actuar en común.
Si el 15M puso en el centro el problema de la vida y de las formas de vida, el “asalto institucional” ha repuesto en el centro la cuestión de la representación y el poder político. Y cada opción tiene sus implicaciones. El efecto de la división dentro/fuera que instala el teatro implica una reducción en términos de extensiónintensidad que debilita la pelea contra el neoliberalismo.
Por un lado, lo que queda fuera de los muros del teatro pierde valor y potencia, resulta recortado y devaluado. Un ejemplo muy claro: los movimientos son objeto de mera referencia retórica o se interpretan como reivindicaciones o demandas a escuchar, sintetizar o articular por una instancia superior (partido, gobierno), borrándose así completamente su dimensión esencial de creación de mundo aquí y ahora (nuevos valores, nuevas relaciones sociales, nuevas formas de vida). El teatro ausenta lo que representa. Y de ese modo se pierde la relación viva con la energía creadora de los movimientos. 
Por otro lado, lo que se ve en el exterior del teatro viene proyectado desde el interior. Me refiero a algo muy concreto y cotidiano: la ocupación total de la mente social (pensamiento y mirada, atención y deseo) por lo que ocurre en la escena. ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas hemos perdido últimamente hablando del penúltimo gesto de cualquiera de nuestros súper-héroes/heroínas (Iglesias, Monedero, Carmena, Garzón, quien sea)? Con la nueva política cambian las obras y los actores, hay nuevos decorados y guiones, pero seguimos tan reducidos como antes a espectadores, comentaristas y opinadores ante sus pantallas, perdiendo así el contacto con nuestro centro de gravedad: nosotros mismos, nuestra vida y nuestros problemas, lo que estamos dispuestos a hacer y lo que ya hacemos, las prácticas que inventamos más o menos colectivamente, etc. Hipersensibles a los estímulos que nos vienen de arriba, indiferentes y anestesiados a lo que ocurre a nuestro alrededor (piel cerrada). Y de nada sirve criticar el teatro: se sigue fijando en él la atención, aunque sea a la contra.
Reabrir la piel
Recapitulo. El neoliberalismo no es un “régimen político”, sino un sistema social que organiza la vida entera. No es un “grifo” que derrama sus políticas hacia abajo y que podemos simplemente cerrar conquistando los lugares centrales del poder y la representación, sino una dinámica de producción de afectos, deseos y subjetividades (“la finalidad es cambiar los corazones y las almas”) desde una multiplicidad de focos.
La vía electoral-institucional tiene en razón de ello sus propios “techos de cristal”. Y es tal vez eso lo que podemos aprender del culebrón trágico de Syriza: dentro los marcos establecidos de acumulación y crecimiento, el margen de maniobra del poder político es muy limitado. Y girar hacia otros modelos (pensemos en el decrecimiento, por ejemplo) no se puede “decretar” desde arriba, sino que requiere de toda una redefinición social de la pobreza y la riqueza, de la vida buena y deseable, que sólo se puede suscitar desde abajo. Por esa razón, constituir el poder destituyendo la fuerza (pasar de la piel al teatro) es catastrófico. Son siempre nuevos procesos de subjetivación, nuevos cambios de piel, los que redefinen los consensos sociales y abren lo posible, también para los gobiernos.
Se trata entonces de reabrir la piel (la tuya, la mía, la de todos). A nivel íntimo, esto exige a cada uno resistirse a la captura de la atención y el deseo, del pensamiento y la mirada por las lógicas representativas, espectaculares. El teatro lo monta cada día el matrimonio funesto entre el poder político y los medios de comunicación (incluyendo aquí desgraciadamente a los medios alternativos, también hipnotizados por "la coyuntura"), pero lo reproducimos todos, en cualquier conversación entre amigos o con la familia, cuando dejamos que organice el marco de nuestras preguntas, preocupaciones y opciones: ¿populista o movimientista? ¿confluencia o unidad popular? ¿Zutano o Mengano?  Hay que revertir ese movimiento centrípeto y fugar de cualquier centro: centri-fugar. Recuperar el eje. Partir de nosotros mismos. Mirar alrededor.
A nivel general, se trata de retomar la experimentación a ras de suelo y al nivel de las formas de vida: pensar y ensayar ahí nuevas prácticas colectivas, inventar nuevas herramientas e instrumentos para sostenerlas y expandirlas, imaginar nuevos mapas, brújulas y lenguajes para nombrarlas y comunicarlas. El impasse de 2013 tuvo mucho que ver, si miramos hacia dentro de lo que hacemos y no sólo hacia afuera (el impacto en el poder político), con la inadecuación radical de nuestros esquemas de referencia (formas de organización, imágenes de cambio, etc.) para acompañar lo que estaba pasando.
Por supuesto, este es y será un camino largo, difícil, frustrante a veces, pero también real y en ese sentido satisfactorio. Porque la promesa que nos lanzan desde la escena sobre un “cambio” que nada va a exigirnos excepto ir a votar al partido correcto el día de las elecciones sólo es una tomadura de pelo. 
Estar a la altura del desafío neoliberal pasa por desplegar una “política expandida”: no reducida o restringida a determinados espacios (mediáticos e institucionales), a determinados tiempos (la coyuntura electoral) y a determinados actores (partidos, expertos), sino al alcance de cualquiera, pegada a la multiplicidad/materialidad de las situaciones de vida, creadora de valores capaces de rivalizar con los valores neoliberales de la competencia y el éxito.
La misma palabra "política" quizá ya no nos alcance para nombrar algo así, parece traicionarnos siempre, desplazando el centro de gravedad hacia el poder, la representación, el Estado, los políticos, el teatro. No se trata de un cambio de régimen, sino de alimentar un proceso múltiple de autodeterminación de la vida. La política es el método, pero el desafío es cambiar nuestras almas y nuestros corazones.
* Las imágenes de la piel y el teatro me han venido sugeridas por la lectura de Economía libidinal de Jean-François Lyotard.

** Este texto elabora las ideas de conversaciones con Marga y Raquel, Leo, Franco, Diego, Ernesto, Álvaro, Marta, Ema...