octubre 15, 2017

Desconcertado, pasmado, abrumado… y todos los sinónimos posibles.


Como me siento todavía abrumado por el actual y provisional desenlace de las aspiraciones soberanistas de buena parte de la sociedad catalana… en este momento no me creo capaz de poder escribir texto alguno relacionado con estas situación y temática… quizás dentro de algunos días, cuando los principales actores institucionales (como se extraña la presencia y lamenta la ausencia de los ciudadanos de a pie) hayan definido con mayor claridad su posicionamiento… me permito “prestar” este espacio a dos textos que acabo de leer, y me parecen lo suficientemente inteligente (obviamente, porque se aproxima a mi propia opinión) para ameritar figurar en este blog.

Termino de leer otro artículo, que también me permito reproducir, dado que corresponde a mi indignación por la línea del periódico EL PAIS en relación al “proces catalán”, ya que lo “utilizo” descaradamente, para fomentar el más rancio nacionalismo español, instigando ya no solo el enfrentamiento entre españoles y catalanes, sino el odio entre las dos comunidades… además de apuntalar el statu quo heredado de la Transición y la constitución del 78.




 De vuelta al 78

La crisis catalana ha cerrado la “ventana de oportunidad” que “las fuerzas de cambio” no habían sabido mantener abierta en Madrid

Santiago Alba Rico

El mejor de los casos se ha dejado hace tiempo atrás y probablemente nunca se hubiera dado: me refiero a un referéndum pactado entre la Generalitat y el Estado español. En el peor de los escenarios, que es aquel en el que nos encontramos, lo mejor que podría pasar es que se produjera una desescalada “a la gallega”, a base de preguntas sincopadas, sin saber si hay o no independencia ni si se ha aplicado o no el 155, de ambigüedad en ambigüedad, hasta dejar lo sucedido en una nube mientras se negocia una mala solución --siempre mejor que una guerra-- a instancias de la UE y a espaldas, como siempre, de la voluntad de los ciudadanos, catalanes y españoles. No es seguro que ocurra ni siquiera esto. Hemos visto a Rajoy hacer con el “diálogo” lo mismo que a Puigdemont con la “independencia”, proclamarlo y suspenderlo al mismo tiempo, y los medios de comunicación con más audiencia, como serenamente denunciaba Aitor Esteban en el Parlamento, no dejan de empujar y empujar hacia el pasado: “Hasta la cabra de la Legión huele a libertad”, titulaba El Mundo una crónica sobre el desfile militar del 12 de octubre.

Rajoy ha ganado ya en España. Ha fertilizado la amnesia española con veneno patriotero en el único país de Europa en el que no hace falta ser antifascista para ser demócrata y en el que, aún más, el antifascismo se criminaliza como radicalismo antisistema. Rajoy está logrando construir una mayoría social “española” desde el --hasta ahora-- minoritario discurso ultraderechista, dejando a un lado, invisible e interrumpido, el proceso de cambio que se inició el 15-M. Ha recuperado al díscolo Pedro Sánchez y su PSOE “de izquierdas”, de vuelta al redil del régimen, para una previsible restauración consensuada y sin resistencias. Y hasta ha sacado al rey de su sombrerera para regañar y amenazar a la mitad de España. Es un genio. Apoyándose en la Catalunya justamente insurrecta, torpemente insurrecta, está volteando la situación a favor del PP, que estaba contra las cuerdas. La maniobra está siendo tan brutal --ha comprometido hasta tal punto todos los palillos ocultos del régimen del 78-- que en la próxima crisis caerán todos juntos y de golpe, incluida la monarquía. Pero para eso faltan --otra vez-- unos cuarenta años.

Es verdad que la aceleración que estamos viviendo es, además de política, tecnológica, de manera que ningún acontecimiento deja ya rastros demasiado duraderos ni es posible establecer cadenas estables de causas y efectos. Podríamos --sí-- olvidar todo lo ocurrido junto con los tuits de ayer y ver volar de nuevo la indeterminación cuántica en una dirección inesperada. Puedo, pues, equivocarme, pero me temo que, contemplado el mundo desde esta ventanita, hemos perdido una oportunidad histórica. La crisis catalana ha cerrado la “ventana de oportunidad” que “las fuerzas de cambio” no habían sabido mantener abierta en Madrid. La correosa versatilidad del bipartidismo, unida a los errores de Podemos en el Estado y de las CUP en Catalunya, han abortado dos procesos de “ruptura” que, concebidos en paralelo, se contrarrestaban recíprocamente. España no será refundada en las próximas décadas; Catalunya no será independiente en las próximas décadas.

Diré algo de Podemos al final. Permítaseme decir ahora dos palabras sobre las CUP. Colectivo muy plural y heterogéneo, nadie podrá negar que es la única fuerza que cree realmente en lo que hace, la más coherente, la que mejor se ciñe a sus principios y la que, incluso cuando se ha dejado llevar por un contradictorio tacticismo, nunca ha olvidado su objetivo. ¿Cuál es ese objetivo? Luis María Ansón, el perspicaz dinosaurio, se lo explicaba hace unos días a esos compañeros derechistas que, desde el nacionalismo español, proyectan su identitarismo sobre el independentismo catalán: para las CUP  “el nacionalismo es sólo una forma de acelerar la revolución”. El dolido, hermoso, sereno y combativo discurso de Anna Gabriel en el Parlament tras la independencia burlada de Puigdemont no se prestaba a ambigüedades: las CUP quieren restablecer en Catalunya --pues sólo lo ven posible en ese territorio-- la República que Franco robó a toda España. Quieren una revolución y no una patria; y ven en la idea de patria, tan movilizadora e inflamable, el vehículo para una gran transformación económica, social y cultural. Muchas risas ha suscitado la alusión de Gabriel a una “independencia sin fronteras”, una fórmula que, sin embargo, resume muy bien el programa, nada risible, de las CUP: a partir del territorio catalán aspiran a “independizar” (del capitalismo y sus miserias) todos los territorios del mundo.

Siento tanto respeto por este propósito y tanto cariño personal por muchos de sus componentes --me he equivocado tantas veces-- que sólo con cautela me atrevo a decir que las CUP han pecado de ingenuidad al creer que convenía, que la “coyuntura” exigía, que su propio poder les permitía dejar de ser “libertarios” para hacerse “leninistas”. Han pecado de ingenuidad --es decir-- al dejar de ser ingenuos. Tenían razón quizás en desconfiar de los procesos “rupturistas” abiertos en el Estado y nadie les puede reprochar que intentaran su propia andadura para quebrar el régimen herido desde Catalunya. Al mismo tiempo consiguieron tantas veces desde su minoría parlamentaria imponer su discurso al régimen del 78 catalán, ahora en pugna con su variante española, y doblaron tantas veces el pulso a los partidos “burgueses” catalanes que se convencieron con contagioso entusiasmo de que podían forzar la situación en el Parlament y movilizar más y más gente en la calle para forzar también una derrota del Estado. Creo que el presupuesto de partida --el de que sí es posible una “ruptura revolucionaria” desde Catalunya-- era ilusorio; y que esa ilusión fue engordando a medida que su “leninismo” contradictorio fue dando resultados, creciendo y autoalimentándose de su propia eficacia inmediata, en la política y en la calle, y ello hasta que el imposible referéndum, la violencia de todo tipo por parte del Estado y el pragmatismo obligado (y me atrevo a decir que honrado) de Puigdemont no sólo han dejado claro que ése no es el camino hacia la república catalana y la gran transformación social anhelada sino que por ese camino se cierra del todo también la posibilidad --incierta y ya muy rebajada-- de “ruptura” desde el Estado: el único fulcro desde el que, en esta Europa postrevolucionaria e insensatamente “estable”, se puede desplazar --si se puede-- la relación de fuerzas política (como sólo desde el municipalismo, matriz de las CUP, se puede alterar la relación de fuerzas social y cultural). España es hoy más España y menos Democracia; y Catalunya, polarizada, movilizada y frustrada, también amenazada, sigue entre sus redes.

Es verdad que el régimen está descomponiéndose; pero es verdad también que está recomponiéndose. Como ha demostrado Rajoy, no le importa tener un problema en Catalunya. Todo lo contrario. Puede ser muy funcional a la hora de terminar la segunda transición de forma muy parecida a como se terminó la primera. Se dan ya todas las condiciones para una restauración del bipartidismo casi clónica respecto del final del franquismo: en un ambiente de miedo, tensión y polarización, con brazos en alto en las calles y represión policial selectiva, con una mayoría social asustada y “españolizada” y una Catalunya “vasquizada”, con un PSOE una vez más claudicante y pantanoso, un rey partisano que defiende su patrimonio y unos medios de comunicación beligerantes, se ha establecido, sí, el marco perfecto para prolongar la constitución del 78 mediante una reforma de consenso que impida durante otros cuarenta años una verdadera reforma, la que desde el 15M mucha gente pedía y que en algún momento pareció no sólo imaginable sino también posible.

¿El 15M empezó en Madrid y ha acabado en Catalunya? ¿No hay ninguna posibilidad de recuperar la potencial mayoría quincemayista, felizmente desmemoriada, que hoy el PP y C’s, con la imprescindible complicidad del PSOE, rememoriza hacia la derecha o vuelve invisible e inaudible? Creo que, en medio de tantos naufragios de buenas intenciones y tantos disparates paralelos, la única que ha sabido mantener una posición sensata y además comunicarla ha sido Ada Colau. No estoy muy seguro de que no quede sumergida en el oleaje venidero, desprestigiada en España y ninguneada en Catalunya. Pero cabe también la posibilidad de que acabe catalizando todas las decepciones y todas las corduras: desde su posición institucional ha sabido moverse entre Scila y Caribdis con pie firme, voz serena y radical sensatez para proponer en positivo un proyecto para Catalunya. Eso es lo que le ha faltado en España a Podemos, cuyos portavoces han aparecido siempre a los ojos de la opinión pública más como defensores izquierdistas del procés que como portadores afirmativos de una propuesta programática dirigida a todos los españoles y erguida de manera simultánea frente a Rajoy y frente a Puigdemont. Lo tenía y lo tiene muy difícil, es verdad, pero la solidaridad sin pedagogía, la denuncia sin proyecto, la rememorización paralela sin “patriotismo” alternativo han hecho envejecer un poco más al partido de Pablo Iglesias, condenado --cuando más lo necesitamos-- a un papel regañón marginal en el nuevo viejo régimen en recomposición. 

Se está perdiendo todo tan rápidamente como se ganó. El ejemplo de Ada Colau debería servir para entender que la única vía que le queda al “bloque de cambio”, también incierta, es necesariamente conservadora: conservar las “plazas conquistadas” a nivel municipal, convertirlas en modelos o maquetas de buen gobierno y tratar de ampliar su radio --en sucesivos círculos concéntricos-- a la escala autonómica. Ojalá quede un intersticio por el que colar esa lucecita; ojalá no nos pongamos, como siempre, a soplar las velas. 

Santiago Alba Rico es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. El último de sus libros se titula.




Los problemas y errores del independentismo catalán

Vicenç Navarro

Catalunya está viviendo la mayor crisis social, política, y pronto veremos la económica, que haya existido en la época democrática. He mostrado con detalle en otro artículo las dimensiones de la gran crisis social en Catalunya, la mayor en este siglo y finales del anterior. Y a esta crisis social se le ha añadido la enorme crisis política en la que las instituciones de la Generalitat eran intervenidas por el Estado central, con la posibilidad (que tiene elevada probabilidad) de que se reduzcan todavía más las capacidades de decisión y gestión de las instituciones públicas de Catalunya por parte del Gobierno catalán. Por otra parte, el temor de que las grandes tensiones políticas que están ocurriendo en Catalunya afecten a las grandes empresas basadas en Catalunya ha determinado una huida masiva de muchas empresas, desplazándose a otras partes de España, creándose con ello la crisis económica.
Ni que decir tiene que la mayor responsabilidad de lo que ocurre en Catalunya se debe a las políticas desarrolladas, aplicadas e impuestas por el Estado central español, gobernado por el Partido Popular liderado por el Sr. Mariano Rajoy. Ahora bien, sin implicar una igualdad de responsabilidades o equidistancia de razones, el hecho es que el gobierno de Junts Pel Sí, es también, responsable de cada una de estas crisis, hecho que, aun cuando se acentúa (e incluso se exagera) en los medios basados en Madrid, se ignora en gran número de los medios basados en Barcelona, controlados (los públicos), y altamente influenciados (los privados debido a generosas subvenciones públicas) por el gobierno independentista de la Generalitat de Catalunya. Puesto que ya he analizado críticamente el Estado central y el gobierno Rajoy en otros artículos (ver “La necesaria movilización de las fuerzas democráticas frente a los herederos del franquismo” Público, 28 de Septiembre 2017), intento ahora centrarme en el comportamiento del gobierno Junts Pel Sí, mostrando que tiene su parte de responsabilidad en las enormes crisis que cito al inicio del artículo.

No me voy a extender en la crisis social, pues creo ya haber demostrado que las políticas de claro corte neoliberal (como la reforma laboral, que ha incrementado el desempleo y la precariedad y disminuido los salarios y la protección social) y los enormes recortes del gasto público social y las privatizaciones en los servicios públicos del Estado del Bienestar catalán realizadas por los gobiernos de Convergencia (con Unió Democrática hasta el año 2015 y con ERC después), han jugado un papel esencial en el gran deterioro de la calidad de vida y bienestar social de las clases populares en Catalunya. Estas políticas neoliberales fueron aprobadas en las Cortes Españolas (junto con el PP, otro partido neoliberal), por el partido Convergència (ahora llamado PDeCAT que ha gobernado Catalunya por la mayoría del periodo democrático).

La crisis política: consecuencia del llamado “procés”

 En cuanto a la crisis política, causa importante de tal crisis ha sido la estrategia diseñada para alcanzar la independencia “exprés” desarrollado, por Convergència que ha liderado la coalición Junts Pel Sí, en colaboración con el partido ERC y con la ayuda de la CUP, un partido muy minoritario pero con considerable influencia debido a que sin él, Junts Pel Sí no alcanzaría la mayoría en el Parlament. Es importante señalar que tal mayoría parlamentaria debe su estatus de mayoría a una ley electoral inicialmente diseñada en época predemocrática (con el objetivo de discriminar a la clase trabajadora) que, cuando el gobierno Pujol pudo cambiarla, la dejó tal como estaba, favoreciendo a las zonas rurales y pequeños centros urbanos a costa de las grandes ciudades donde vivía tal clase. Como consecuencia de ello, tal mayoría parlamentaria no se corresponde a una mayoría de votos. En realidad, los votos a los partidos independentistas, nunca han sumado una mayoría del electorado en Catalunya.

Tal estrategia, conocida como el “procés” ha incluido varios componentes. Uno de ellos ha sido el calendario de intervenciones en las que alcanzar la secesión era un objetivo inmediato y siempre prioritario, anteponiéndolo a todos los demás (en realdad, la actividad legislativa del Parlamento bajo esta mayoría ha sido muy limitada). El President Puigdemont aseguró que el Parlament aprobaría 45 leyes en los 18 meses de legislatura. En realidad, hasta ahora han visto la luz verde solo 23 (18 este año y 5 el año pasado). En el principio de la legislatura anterior, durante un período parecido fueron aprobadas 47 leyes. (La baja productividad se debe a la importancia otorgada a la función agitacional, en lugar de la legislativa).

Lo que el govern catalán deseaba era centrarse en conseguir la independencia “exprés”. Como parte de este proceso rápido se fue escalando el nivel de intervenciones, bien en la narrativa de su discurso, bien en el argumentario utilizado para justificar sus intervenciones, bien en las acciones tomadas por el govern catalán que produjeron un incremento de la tensión con el Estado central, tensión que tenía el intento de movilizar la opinión popular en apoyo del Govern. En realidad, algunos dirigentes de Junts Pel Sí así lo indicaron en varias ocasiones. Su meta era radicalizar el discurso para conseguir una mayor movilización.

La monopolización del soberanismo por el independentismo

 La otra característica de este proceso ha sido monopolizar el significado de soberanismo (el derecho a decidir) con el de independentismo (la secesión de Catalunya del resto de España) haciendo los dos conceptos y términos intercambiables e idénticos. La dicotomía presentada en su estrategia era, pues, el limitar las alternativas posibles a independentismo o a lo que los independentistas llamaban el unionismo, definiendo como tal a todas las opciones que no eran secesionistas. Esta estrategia limitaba enormemente las alternativas, reduciéndolas solo a dos posibles. Una era conseguir la independencia o la otra, la de continuar en el presente estatus quo, dicotomía que favorecía a la primera opción, pues el comportamiento represivo e insensible a la identidad catalana y al no reconocimiento de Cataluña como nación del gobierno Rajoy debilitaba cada vez más el atractivo de la segunda alternativa. En esta estrategia del independentismo, era esencial presentar a toda España como incambiable y hostil a Catalunya. En realidad en esta estrategia independentista el movimiento político social en Cataluña, conocido como En Comú Podem, liderado por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau y el movimiento político social en España, Unidos Podemos, eran percibidos como obstáculos para sus fines, pues presentaban una imagen amable y atractiva de España. La elección de En Comú Podem en las dos últimas elecciones legislativas en Cataluña creó gran desazón en los sectores más conservadores y liberales de Junts Pel Sí. En realidad, Convergència (PDeCAT), no votó la moción de censura al gobierno Rajoy presentada por Podemos.

Ambas formaciones políticas –En Comú Podem y Unidos Podemos–, apoyaban el derecho a decidir del pueblo catalán, derecho que incluye el derecho a escoger entre varias alternativas, una de las cuales sería la secesión, aun cuando no era la alternativa preferida por ninguno de estas dos coaliciones. La mayoría de la población catalana es soberanista (es decir, apoya el derecho a decidir) pero no es independentista. Todo independentista es soberanista pero no todo soberanista es independentista. Esta clarificación nunca la hicieron los independentistas, faltando a la verdad cuando indicaron que “el pueblo catalán desea la independencia”, a no ser que se limite el significado catalán, porque los datos muestran que la mayoría del electorado no es independentista.

El mal llamado referéndum como instrumento de movilización

 Otra característica del “procés”, relacionada con la anterior (la identificación del referéndum con independentismo), fue la exclusión de las organizaciones no independentistas en la gestión de la campaña del referéndum. En realidad, marginaron la organización del Pacto Nacional, que incluía, además de los partidos soberanistas (independentistas y no independentistas) a las mayores instituciones de la sociedad civil, tales como sindicatos, asociaciones de vecinos, de profesionales, de campesinos, de la pequeña empresa y un largo etcétera. Y la máxima expresión de esta monopolización apareció en la organización de las fiestas de la Diada de este año (cuando la población sale a la calle en una manifestación colectiva en homenaje de aquellos que murieron defendiendo los derechos de Cataluña en el año 1714 en su lucha contra el Monarca Borbón Felipe V), que fue un canto a la independencia, protestando la falta de libertad existente en España, ignorando a su vez la falta de libertad y pluralidad existente en los actos gestionados por el gobierno Junts Pel Sí y en sus medios de información (TV3 y Catalunya Ràdio) abusivamente instrumentalizados por Junts Pel Sí. La Diada, día nacional de Catalunya, fue un canto al SI en la campaña electoral de lo que erróneamente llamaron como referéndum. Ello explica que mucha gente, como yo, que cada año íbamos a celebrar el día nacional de Catalunya en las manifestaciones mutitudinarias, no fuéramos, ofendidos por el carácter tan partidista y sectario del acto. Como consecuencia de ello, el número de participantes este año bajó en comparación con años previos.

La causa movilizadora: del independentismo a la democracia

La carga policial en la mañana del 1 de Octubre cambió la naturaleza y objetivo de la movilización. La carga policial explica que mucha gente que no pensaba participar en el referéndum salió a la calle para votar, mostrando su rechazo a aquel acto y a la actitud claramente represiva y antidemocrática del Estado Central. Y lo que es de especial interés es que este aumento de participación en el referéndum fue más acentuado en los barrios obreros del cinturón rojo de Barcelona que en otras partes de Barcelona y Catalunya. La manifestación pasó de ser un movimiento pro independencia a un movimiento pro democracia, paso que quedó refrendado por lo ocurrido el día 3 de octubre cuando Catalunya (y muy en especial Barcelona) paró. Hubo un paro general organizado y gestionado por la Taula Demòcrata (la Mesa Demócrata), compuesta por las mayores asociaciones de la sociedad civil, desde los sindicatos mayoritarios a las asociaciones de campesinos, asociaciones de vecinos, asociaciones profesionales, de los pequeños empresarios, y un largo etcétera. Fue un paro generalizado en toda Catalunya. Esto cambió la orientación del movimiento, y a pesar del intento del gobierno Junts Pel Sí, y sus instrumentos como Omnium y ANC, la Mesa Demócrata adquirió un protagonismo que molestó a los partidos independentistas que consideraban el cambio como una dilución de su causa.

La clase trabajadora catalana no es independentista}
Otro gran error del independentismo fue la falta de atractivo del independentismo entre la clase trabajadora de Cataluña. La evidencia de ello, aunque constantemente negada por los partidos independentistas, es conocida. La clase trabajadora no es independentista en Cataluña, por varias razones. Una es que el movimiento independentista está liderado por una coalición dirigida por el partido del Sr. Mas, es decir, por la derecha catalana, cuyas políticas neoliberales son percibidas, con razón, por la clase trabajadora como dañinas a sus intereses. La proximidad del Presidente Puigdemont con Mas es conocida, y Mas nunca fue popular entre las clases trabajadoras catalanas. Y la otra causa de la falta de apoyo al independentismo por parte de las clases populares es que la mayoría son de procedencia de partes de España y emotivamente se consideran españoles y se oponen a la secesión. La mayoría de la clase trabajadora en Cataluña es de habla castellana. La evidencia en este fenómeno es clara, como por ejemplo muestran los datos provenientes de la Encuesta del CEO (CIS de la Generalitat) de Junio de 2017, donde se puede ver que a más ingresos por hogar más apoyo a la independencia, y a la inversa, mientras menos ingresos haya por hogar menos apoyo a la independencia. Además, en Cataluña las personas que se autoconsideran de clase popular (clases de renta media-baja y renta baja) claramente no apoyan la independencia: el 56,15% de las clases populares no apoyan la independencia mientras que solo un 33% sí la apoyan.

Ello explica porque el independentismo nunca ha sido mayoritario y continuará sin serlo, pues la independencia en sí no motiva a la mayoría de la población. Solo en caso de que este proyecto independentista tuviera un contenido fuertemente social, existiría tal posibilidad. Pero tal tema social estaba ausente en el proyecto independentista. Solo vagas generalizaciones, con escasa credibilidad, marcaron el discurso social del independentismo con promesas un tanto hiperbólicas, carentes de credibilidad. Un caso claro era la afirmación hecha por dirigentes de Junts Pel Sí y economistas afines, incluyendo el gurú económico de TV3 (la televisión pública de la Generalitat de Cataluña), el Sr. Xala i Marti, que las pensiones no sufrirían con la Transición a la independencia, lo cual es una obvia falsedad pues en el período de Transitoriedad Jurídica es necesaria la colaboración del Estado español, y de su Seguridad Social, que de no obtenerse se crearía un enorme problema para los pensionistas catalanes. En agosto de 2017, Cataluña tenía 1.704692 pensionistas con una prestación media de 957 euros, financiada en parte por 3.294.418 afiliados. Estas contribuciones no son suficientes creándose un déficit de 4.700 millones de euros (una cifra superior de la citada por los secesionistas). Tal dinero tendría que venir de la propia Generalitat, año tras año, acumulándose una deuda considerable, pues el Estado español, podría no pagar a los pensionistas catalanes. Los problemas de la transición que afectarían a tales pensionistas serían enormes y de varios años (y no solo seis meses, como algunos portavoces del independentismo han profetizado).

En este aspecto, tales partidos rozaron la irresponsabilidad, pues hicieron promesas claramente irrealizables, como que no habría sacrificios en la transición, el mantenimiento de las pensiones y otras transferencias y servicios públicos. Ahora bien, de todas las exageraciones, las más grandes eran las que asumían que se conseguiría la independencia en seis meses. Es difícil creerse que los que hacían tales declaraciones creyeran lo que decían.

La realidad es que en su campaña a favor de la independencia, Junts Pel Sí ha minimizado los costes de la independencia exprés, llegando a niveles de exageración e hipérbole, que pasaron como verdades en un contexto mediático carente de capacidad crítica. Constantemente enfatizaron el mensaje de que todo –desde las pensiones hasta la sanidad- sería mucho mejor en la Catalunya independiente, y todo ello en contra de la evidencia que señala un periodo largo de escasez que a la ciudadanía no se le ha indicado que ocurriría (y que la huida de las empresas refleja la génesis de la crisis económica que se avecina). La evidencia de tales falsedades es enorme.

 A qué nos lleva la situación actual

 Es imposible que los dirigentes del movimiento independentista liderado por el gobierno catalán no vieran que este procés llevara a la situación actual que está creando una enorme frustración y dolor. Muchas eran las razones para que tal estrategia no fuera posible. Una era el Estado español, heredero del Estado dictatorial y la fuerza del nacionalismo españolista que había calado (como consecuencia de cuarenta años de dictadura y cuarenta años de democracia supervisada e incompleta) entre grandes sectores de la población española. La correlación de fuerzas en España ha sido muy desfavorable a las fuerzas independentistas. Al enorme desequilibrio de fuerzas en España se suma la nulidad de apoyos en la Unión Europea. Es más, al considerar España como incambiable el independentismo no relacionó la transformación de Catalunya con la existente transformación que está ocurriendo en España. En realidad, su campaña anti España, dificultó que grandes sectores de la población española pudieran hacer suya la lucha por una nueva Cataluña.

Resultado de todo ello es que su estrategia está llevando a Catalunya a una situación donde veremos la pérdida total de la autonomía y pérdida de derechos. En realidad, la torpeza del independentismo ha sido hábilmente utilizada por el Estado español para hacer perder a Cataluña los derechos que había conseguido, facilitando a su vez una enorme involución a lo largo del territorio español, despertando, y envalentonando a la caverna. Y lo que es enormemente frustrante es que era fácilmente predecible ver que tal hecho ocurriría. La única razón que podría explicar el hecho de que, a pesar de la evidencia existente que hacía fácil prever lo que ocurriría, los dirigentes independentistas continuaran insistiendo en ello, era que, en realidad lo que querían era capitalizar electoralmente la enorme movilización en las elecciones que tendrán lugar en Cataluña próximamente.

Otra alternativa hubiera sido posible

 Otra alternativa hubiera sido desenfatizar la independencia y enfatizar, en su lugar, la creación de una nueva Catalunya en colaboración con las izquierdas españolas que están intentando cambiar España. La creación de la nueva Catalunya hubiera podido ser el punto de inicio del cambio en España, ayudando al pueblo español a que percibiera que la lucha por el derecho a decidir en Catalunya era también la lucha para transformar España. La estrategia a seguir hubiera sido la democratización de Catalunya y de España, en un proyecto de profunda transformación democrática, poniendo la resolución de la Gran Crisis Social en el centro de las luchas para conseguir la plurinacionalidad. El paro general del 3 de Octubre, liderado por fuerzas que pusieron como objetivo la propuesta democrática, era un indicador de que tal estrategia era posible. El hecho de que no se hiciera así ha hecho un daño irreparable a Cataluña y a España. El hecho de que se haya enfatizado tanto el tema nacional, polarizando la sociedad entre independentistas y defensores de la “unidad nacional”, está debilitando enormemente a las fuerzas progresistas democráticas y muy en particular a las izquierdas, facilitando con ello, la reproducción de las sensibilidades neoliberales que han estado liderando los dos polos en esta polarización.



 ‘El País’, diario anti-indepe de la mañana

Anibal Malvar

Sin complejos. Semana negra en El País para los lectores que aun atisbaban un tímido fulgor de izquierdismo entre sus páginas. A saber. Primero Juan Luis Cebrián anuncia que se va, pero deja un último cadáver en el camino: el de John Carlin. Después de 13 temporadas en el diario de Prisa, las concienzudas diatribas del periodista británico contra la catalanofobia y contra la estulticia que impera en los medios de comunicación españoles le han costado la patada.

No sé si os acordáis de que antes, bajo su cabecera, El País lucía una leyenda que lo calificaba de Diario independiente de la mañana. No estaría mal recuperar una versión actualizada del lema: Diario anti-indepe de la mañana. Porque eso, sobre todo eso, es lo que se ha cargado al bueno de Carlin a los 61 años. Desde hace años, los periódicos españoles confunden línea editorial con monolito ideológico, convirtiéndose en un aburrimiento donde todos opinan lo mismo sobre lo mismo. Precisamente fue en Gran Bretaña donde escuché hace muchos años a un periodista una frase que explica mucho a España: “En todos los países los periódicos tienen una ideología, menos en España, que lo que tienen es un partido político”. Versiones más o menos brillantes del mismo aserto he escuchado también en otros países de Europa. Esa es la cultura política de nuestros medios de comunicación que denunciaba Carlin. Y más ahora, que la caza al Puigdemontha sustituido a la del Pokemon.

El círculo se le ha cerrado a John Carlin. Empezar más o menos tu carrera alcanzando la fama como cantor de Nelson Mandela y acabar despedido de El País por no escribir suficientes exabruptos sobre el procés no deja de tener su carga simbólica. Han pasado casi 25 años desde que el libertador sudafricano alabara en público a este cronista vagabundo (Buenos Aires, EEUU, Canadá, Nicaragua, El Salvador…). El propio diario de Prisa le otorgó en 2000 su máxima distinción: el premio Ortega y Gasset. En uno de sus libros se basa la película de Clint EastwoodInvictus. Podría abrumaros durante un buen rato enumerando todas las medallas que cuelgan del pecho del inglés. Ahora Cebrián le acaba de pinchar la roja insignia del valor, por hiperbolizar un poco. Sin complejos: marca España.
Nuestro afamado académico Cebrián no limitó su actividad hebdomadaria a arrojar a un inglés por el balcón. Otra noticia saltaba el martes: Cebrián abandona la presidencia ejecutiva de Prisa y deja el puesto a Javier Monzón. Para quién no conozca a este madrileño de 61 años, señalar que fue presidente de Indra y mantiene muy estrecha amistad con nuestro emérito Juan Carlos I y con la alta dama Ana Patricia Botín. Nada que ver con el periodismo.

Con esta incorporación, hoy frustrada, la sede del prestigioso periódico respiraba cada vez más tufillo zarzuelero. No hay que olvidar que Javier Ayuso, ex dircom de la Casa Real, se perfila según algunos como posible sucesor de Antonio Caño en la dirección y según muchos es, de facto, el jefe de opinión de El País. Entre otros méritos, Ayuso puede presumir de haber sido marcado por el turbio comisario Villarejo como topo del CNI en el periódico de Cebrián. Yo no sé por qué lo niega, con lo que lucen algunas sombras en los currícula.

Ahora hemos sabido que el final Javier Monzón le ha dicho no a Cebrián, con lo que renunciamos a un staff en Miguel Yuste muy simpáticamente borbónico: el periódico campechano de la mañana. Según se dice, Monzón rechazó una suculenta oferta porque enseguida advirtió que Cebrián se iba pero no se iba, que la suya era otra dimisión en diferido, que no se retiraba a escribir La rusa IIpara que le dieran otro sillón en la RAE. Una pena. El aterrizaje de Monzón había dado muchas alas a los graciosillos de twitter. Un amigo de reyes y banqueros en la presidencia de un diario independiente y progresista daba para mucha risa insana. Ahí se queda Cebrián, 73 años y una deuda en su grupo que alcanza los 1.500 millones de euros. Hablamos de quiebra técnica, pero no importa. Al periódico y a Cebrián se les puede colgar el mismo epitafio en vida: “Too big to fail”.




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