Como decía mi madre “Tinc
sang catalana pels quatre costats” (tengo sangre catalana por los cuatro
costados).
Si, en ciertos
momentos necesito sentirme de una tierra y un pueblo, esta y este son, sin duda
alguna, Cataluña.
Antes que francés por
mi nacionalidad y bagaje cultural, antes que mexicano por el lugar en el cual escogí
vivir, me siento catalán.
Por mi herencia
paterna y formación ideológica, ambas anarquistas, no me siento parte de ningún
Estado nacional (como tampoco organización supranacional) o trozo de tierra delimitada
por alguna frontera.
Formo parte de la
humanidad toda, sin distinción alguna.
Frente al movimiento
independentista catalán, esta dualidad me mantiene en la indefinición, esta contradicción
me impide escoger nítidamente un bando u otro.
Desde la racionalidad,
no puedo apoyar (de la manera que sea) el independentismo catalán.
Desde la emotividad, simpatizo
con este movimiento y anhelo.
Hasta ahora, en esta indefinición
me había mantenido.
Sin embargo, a medida
que escala el enfrentamiento entre catalanes y españoles (tanto ciudadanos como
autoridades) las emociones van carcomiendo la razón.
Todavía puedo designar
responsables o culpables, tanto Puigdemont como Rajoy, quienes piensan
esencialmente en términos de política, elecciones y poder, aunque me parezca
que la agenda política de Rajoy es mucho más peligrosa que la de Puigdemont.
Consciente que los dos no son los representantes de los “pueblos” españoles y catalanes, sino de los intereses de ambas elites detentoras del Poder.
Consciente que los dos no son los representantes de los “pueblos” españoles y catalanes, sino de los intereses de ambas elites detentoras del Poder.
Pero, a medida que se
perfila con mayor precisión la represión, y consiguiente opresión, del Poder
español sobre el Pueblo catalán, ya no hay “análisis político” y racionalidad
que valgan… las emociones se imponen. Si tengo que tomar partido, defender una
causa y condenar una actuación… defenderé las aspiraciones de los catalanistas
y condenare el actuar del gobierno central y todos los que lo apoyen, sean
quienes sean, por las razones que sean.
Desgraciadamente así
es.
En momentos de crisis
que requieren definirse y tomar partido, la razón no pesa lo suficiente ante la
emoción.
Cuando los sentidos, presencian ciertas situaciones intolerables, no es el neocórtex él que se pone
al mando, sino la parte más primitiva del cerebro.
Así es… a tal punto
que ya no sé si alegrarme o lamentarme, que así sea.
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