Como me
siento todavía abrumado por el actual y provisional desenlace de las
aspiraciones soberanistas de buena parte de la sociedad catalana… en este
momento no me creo capaz de poder escribir texto alguno relacionado con estas
situación y temática… quizás dentro de algunos días, cuando los principales
actores institucionales (como se extraña la presencia y lamenta la ausencia de
los ciudadanos de a pie) hayan definido con mayor claridad su posicionamiento… me permito “prestar” este espacio a dos textos que
acabo de leer, y me parecen lo suficientemente inteligente (obviamente, porque
se aproxima a mi propia opinión) para ameritar figurar en este blog.
Termino de
leer otro artículo, que también me permito reproducir, dado que corresponde a
mi indignación por la línea del periódico EL PAIS en relación al “proces
catalán”, ya que lo “utilizo” descaradamente, para fomentar el más rancio
nacionalismo español, instigando ya no solo el enfrentamiento entre españoles y
catalanes, sino el odio entre las dos comunidades… además de apuntalar el statu
quo heredado de la Transición y la constitución del 78.
De vuelta al 78
La crisis catalana ha cerrado
la “ventana de oportunidad” que “las fuerzas de cambio” no habían sabido
mantener abierta en Madrid
Santiago Alba Rico
El mejor de los casos se ha
dejado hace tiempo atrás y probablemente nunca se hubiera dado: me refiero a un
referéndum pactado entre la Generalitat y el Estado español. En el peor de los
escenarios, que es aquel en el que nos encontramos, lo mejor que podría pasar
es que se produjera una desescalada “a la gallega”, a base de preguntas
sincopadas, sin saber si hay o no independencia ni si se ha aplicado o no el
155, de ambigüedad en ambigüedad, hasta dejar lo sucedido en una nube mientras
se negocia una mala solución --siempre mejor que una guerra-- a instancias de
la UE y a espaldas, como siempre, de la voluntad de los ciudadanos, catalanes y
españoles. No es seguro que ocurra ni siquiera esto. Hemos visto a Rajoy hacer
con el “diálogo” lo mismo que a Puigdemont con la “independencia”, proclamarlo
y suspenderlo al mismo tiempo, y los medios de comunicación con más audiencia,
como serenamente denunciaba Aitor Esteban en el Parlamento, no dejan de empujar
y empujar hacia el pasado: “Hasta la cabra de la Legión huele a libertad”,
titulaba El Mundo una crónica sobre el desfile militar del 12
de octubre.
Rajoy ha ganado ya en España. Ha
fertilizado la amnesia española con veneno patriotero en el único país de
Europa en el que no hace falta ser antifascista para ser demócrata y en el que,
aún más, el antifascismo se criminaliza como radicalismo antisistema. Rajoy
está logrando construir una mayoría social “española” desde el --hasta ahora--
minoritario discurso ultraderechista, dejando a un lado, invisible e interrumpido,
el proceso de cambio que se inició el 15-M. Ha recuperado al díscolo Pedro
Sánchez y su PSOE “de izquierdas”, de vuelta al redil del régimen, para una
previsible restauración consensuada y sin resistencias. Y hasta ha sacado al
rey de su sombrerera para regañar y amenazar a la mitad de España. Es un genio.
Apoyándose en la Catalunya justamente insurrecta, torpemente insurrecta, está
volteando la situación a favor del PP, que estaba contra las cuerdas. La
maniobra está siendo tan brutal --ha comprometido hasta tal punto todos los
palillos ocultos del régimen del 78-- que en la próxima crisis caerán todos
juntos y de golpe, incluida la monarquía. Pero para eso faltan --otra vez--
unos cuarenta años.
Es verdad que la aceleración que
estamos viviendo es, además de política, tecnológica, de manera que ningún
acontecimiento deja ya rastros demasiado duraderos ni es posible establecer
cadenas estables de causas y efectos. Podríamos --sí-- olvidar todo lo ocurrido
junto con los tuits de ayer y ver volar de nuevo la indeterminación cuántica en
una dirección inesperada. Puedo, pues, equivocarme, pero me temo que,
contemplado el mundo desde esta ventanita, hemos perdido una oportunidad
histórica. La crisis catalana ha cerrado la “ventana de oportunidad” que “las fuerzas
de cambio” no habían sabido mantener abierta en Madrid. La correosa
versatilidad del bipartidismo, unida a los errores de Podemos en el Estado y de
las CUP en Catalunya, han abortado dos procesos de “ruptura” que, concebidos en
paralelo, se contrarrestaban recíprocamente. España no será refundada en las
próximas décadas; Catalunya no será independiente en las próximas décadas.
Diré algo de Podemos al final.
Permítaseme decir ahora dos palabras sobre las CUP. Colectivo muy plural y
heterogéneo, nadie podrá negar que es la única fuerza que cree realmente en lo
que hace, la más coherente, la que mejor se ciñe a sus principios y la que,
incluso cuando se ha dejado llevar por un contradictorio tacticismo, nunca ha
olvidado su objetivo. ¿Cuál es ese objetivo? Luis María Ansón, el perspicaz
dinosaurio, se lo explicaba hace unos días a esos compañeros derechistas que,
desde el nacionalismo español, proyectan su identitarismo sobre el
independentismo catalán: para las CUP “el nacionalismo es sólo una forma
de acelerar la revolución”. El dolido, hermoso, sereno y combativo discurso de
Anna Gabriel en el Parlament tras la independencia burlada de Puigdemont no se
prestaba a ambigüedades: las CUP quieren restablecer en Catalunya --pues sólo
lo ven posible en ese territorio-- la República que Franco robó a toda España.
Quieren una revolución y no una patria; y ven en la idea de patria, tan
movilizadora e inflamable, el vehículo para una gran transformación económica,
social y cultural. Muchas risas ha suscitado la alusión de Gabriel a una
“independencia sin fronteras”, una fórmula que, sin embargo, resume muy bien el
programa, nada risible, de las CUP: a partir del territorio catalán aspiran a
“independizar” (del capitalismo y sus miserias) todos los territorios del mundo.
Siento tanto respeto por este
propósito y tanto cariño personal por muchos de sus componentes --me he
equivocado tantas veces-- que sólo con cautela me atrevo a decir que las CUP
han pecado de ingenuidad al creer que convenía, que la “coyuntura” exigía, que
su propio poder les permitía dejar de ser “libertarios” para hacerse
“leninistas”. Han pecado de ingenuidad --es decir-- al dejar de ser ingenuos.
Tenían razón quizás en desconfiar de los procesos “rupturistas” abiertos en el
Estado y nadie les puede reprochar que intentaran su propia andadura para
quebrar el régimen herido desde Catalunya. Al mismo tiempo consiguieron tantas
veces desde su minoría parlamentaria imponer su discurso al régimen del 78
catalán, ahora en pugna con su variante española, y doblaron tantas veces el
pulso a los partidos “burgueses” catalanes que se convencieron con contagioso
entusiasmo de que podían forzar la situación en el Parlament y movilizar más y
más gente en la calle para forzar también una derrota del Estado. Creo que el
presupuesto de partida --el de que sí es posible una “ruptura revolucionaria”
desde Catalunya-- era ilusorio; y que esa ilusión fue engordando a medida que
su “leninismo” contradictorio fue dando resultados, creciendo y
autoalimentándose de su propia eficacia inmediata, en la política y en la
calle, y ello hasta que el imposible referéndum, la violencia de todo tipo por
parte del Estado y el pragmatismo obligado (y me atrevo a decir que honrado) de
Puigdemont no sólo han dejado claro que ése no es el camino hacia la república
catalana y la gran transformación social anhelada sino que por ese camino se
cierra del todo también la posibilidad --incierta y ya muy rebajada-- de
“ruptura” desde el Estado: el único fulcro desde el que, en esta Europa postrevolucionaria
e insensatamente “estable”, se puede desplazar --si se puede-- la relación de
fuerzas política (como sólo desde el municipalismo, matriz de las CUP, se puede
alterar la relación de fuerzas social y cultural). España es hoy más España y
menos Democracia; y Catalunya, polarizada, movilizada y frustrada, también
amenazada, sigue entre sus redes.
Es verdad que el régimen está
descomponiéndose; pero es verdad también que está recomponiéndose. Como ha
demostrado Rajoy, no le importa tener un problema en Catalunya. Todo lo
contrario. Puede ser muy funcional a la hora de terminar la segunda transición
de forma muy parecida a como se terminó la primera. Se dan ya todas las
condiciones para una restauración del bipartidismo casi clónica respecto del
final del franquismo: en un ambiente de miedo, tensión y polarización, con
brazos en alto en las calles y represión policial selectiva, con una mayoría
social asustada y “españolizada” y una Catalunya “vasquizada”, con un PSOE una
vez más claudicante y pantanoso, un rey partisano que defiende su patrimonio y
unos medios de comunicación beligerantes, se ha establecido, sí, el marco
perfecto para prolongar la constitución del 78 mediante una reforma de consenso
que impida durante otros cuarenta años una verdadera reforma, la que desde el
15M mucha gente pedía y que en algún momento pareció no sólo imaginable sino
también posible.
¿El 15M empezó en Madrid y ha
acabado en Catalunya? ¿No hay ninguna posibilidad de recuperar la potencial
mayoría quincemayista, felizmente desmemoriada, que hoy el PP y C’s, con la
imprescindible complicidad del PSOE, rememoriza hacia la derecha o vuelve
invisible e inaudible? Creo que, en medio de tantos naufragios de buenas
intenciones y tantos disparates paralelos, la única que ha sabido mantener una
posición sensata y además comunicarla ha sido Ada Colau. No estoy muy seguro de
que no quede sumergida en el oleaje venidero, desprestigiada en España y
ninguneada en Catalunya. Pero cabe también la posibilidad de que acabe
catalizando todas las decepciones y todas las corduras: desde su posición
institucional ha sabido moverse entre Scila y Caribdis con pie firme, voz
serena y radical sensatez para proponer en positivo un proyecto para Catalunya.
Eso es lo que le ha faltado en España a Podemos, cuyos portavoces han aparecido
siempre a los ojos de la opinión pública más como defensores izquierdistas del
procés que como portadores afirmativos de una propuesta programática dirigida a
todos los españoles y erguida de manera simultánea frente a Rajoy y frente a
Puigdemont. Lo tenía y lo tiene muy difícil, es verdad, pero la solidaridad sin
pedagogía, la denuncia sin proyecto, la rememorización paralela sin
“patriotismo” alternativo han hecho envejecer un poco más al partido de Pablo
Iglesias, condenado --cuando más lo necesitamos-- a un papel regañón marginal
en el nuevo viejo régimen en recomposición.
Se está perdiendo todo tan
rápidamente como se ganó. El ejemplo de Ada Colau debería servir para entender
que la única vía que le queda al “bloque de cambio”, también incierta, es
necesariamente conservadora: conservar las “plazas conquistadas” a nivel
municipal, convertirlas en modelos o maquetas de buen gobierno y tratar de
ampliar su radio --en sucesivos círculos concéntricos-- a la escala autonómica.
Ojalá quede un intersticio por el que colar esa lucecita; ojalá no nos
pongamos, como siempre, a soplar las velas.
Santiago Alba Rico es
filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos
décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. El último de sus
libros se titula.
Los problemas y errores del independentismo catalán
Vicenç Navarro
Catalunya está viviendo la mayor crisis social, política, y pronto veremos la
económica, que haya existido en la época democrática. He mostrado con detalle
en otro artículo las dimensiones de la gran crisis social en Catalunya, la
mayor en este siglo y finales del anterior. Y a esta crisis social se le ha añadido la enorme
crisis política en la que las instituciones de la Generalitat eran intervenidas
por el Estado central, con la posibilidad (que tiene elevada probabilidad) de
que se reduzcan todavía más las capacidades de decisión y gestión de las
instituciones públicas de Catalunya por parte del Gobierno catalán. Por otra
parte, el temor de que las grandes tensiones políticas que están ocurriendo en
Catalunya afecten a las grandes empresas basadas en Catalunya ha determinado
una huida masiva de muchas empresas, desplazándose a otras partes de España,
creándose con ello la crisis económica.
Ni que decir tiene que la mayor
responsabilidad de lo que ocurre en Catalunya se debe a las políticas
desarrolladas, aplicadas e impuestas por el Estado central español, gobernado
por el Partido Popular liderado por el Sr. Mariano Rajoy. Ahora bien, sin implicar
una igualdad de responsabilidades o equidistancia de razones, el hecho es que
el gobierno de Junts Pel Sí, es también, responsable de cada una de estas
crisis, hecho que, aun cuando se acentúa (e incluso se exagera) en los medios
basados en Madrid, se ignora en gran número de los medios basados en Barcelona,
controlados (los públicos), y altamente influenciados (los privados debido a
generosas subvenciones públicas) por el gobierno independentista de la
Generalitat de Catalunya. Puesto que ya he analizado críticamente el Estado
central y el gobierno Rajoy en otros artículos (ver “La necesaria
movilización de las fuerzas democráticas frente a los herederos del franquismo” Público,
28 de Septiembre 2017), intento ahora centrarme en el comportamiento del
gobierno Junts Pel Sí, mostrando que tiene su parte de responsabilidad en las
enormes crisis que cito al inicio del artículo.
No me voy a extender en la crisis
social, pues creo ya haber demostrado que las políticas de claro corte
neoliberal (como la reforma laboral, que ha incrementado el desempleo y la
precariedad y disminuido los salarios y la protección social) y los enormes
recortes del gasto público social y las privatizaciones en los servicios
públicos del Estado del Bienestar catalán realizadas por los gobiernos de
Convergencia (con Unió Democrática hasta el año 2015 y con ERC después), han
jugado un papel esencial en el gran deterioro de la calidad de vida y bienestar
social de las clases populares en Catalunya. Estas políticas neoliberales fueron
aprobadas en las Cortes Españolas (junto con el PP, otro partido neoliberal),
por el partido Convergència (ahora llamado PDeCAT que ha gobernado Catalunya
por la mayoría del periodo democrático).
La crisis política:
consecuencia del llamado “procés”
En cuanto a
la crisis política, causa importante de tal crisis ha sido la estrategia
diseñada para alcanzar la independencia “exprés” desarrollado, por Convergència
que ha liderado la coalición Junts Pel Sí, en colaboración con el partido ERC y
con la ayuda de la CUP, un partido muy minoritario pero con considerable
influencia debido a que sin él, Junts Pel Sí no alcanzaría la mayoría en el
Parlament. Es importante señalar que tal mayoría parlamentaria debe su estatus
de mayoría a una ley electoral inicialmente diseñada en época predemocrática
(con el objetivo de discriminar a la clase trabajadora) que, cuando el gobierno
Pujol pudo cambiarla, la dejó tal como estaba, favoreciendo a las zonas rurales
y pequeños centros urbanos a costa de las grandes ciudades donde vivía tal
clase. Como consecuencia de ello, tal mayoría parlamentaria no se corresponde a
una mayoría de votos. En realidad, los votos a los partidos independentistas,
nunca han sumado una mayoría del electorado en Catalunya.
Tal estrategia, conocida como el
“procés” ha incluido varios componentes. Uno de ellos ha sido el calendario de
intervenciones en las que alcanzar la secesión era un objetivo inmediato y
siempre prioritario, anteponiéndolo a todos los demás (en realdad, la actividad
legislativa del Parlamento bajo esta mayoría ha sido muy limitada). El
President Puigdemont aseguró que el Parlament aprobaría 45 leyes en los 18
meses de legislatura. En realidad, hasta ahora han visto la luz verde solo 23
(18 este año y 5 el año pasado). En el principio de la legislatura anterior,
durante un período parecido fueron aprobadas 47 leyes. (La baja productividad
se debe a la importancia otorgada a la función agitacional, en lugar de la
legislativa).
Lo que el govern catalán deseaba
era centrarse en conseguir la independencia “exprés”. Como parte de este
proceso rápido se fue escalando el nivel de intervenciones, bien en la
narrativa de su discurso, bien en el argumentario utilizado para justificar sus
intervenciones, bien en las acciones tomadas por el govern catalán que
produjeron un incremento de la tensión con el Estado central, tensión que tenía
el intento de movilizar la opinión popular en apoyo del Govern. En realidad,
algunos dirigentes de Junts Pel Sí así lo indicaron en varias ocasiones. Su
meta era radicalizar el discurso para conseguir una mayor movilización.
La monopolización del
soberanismo por el independentismo
La otra
característica de este proceso ha sido monopolizar el significado de soberanismo (el
derecho a decidir) con el de independentismo (la secesión de
Catalunya del resto de España) haciendo los dos conceptos y términos
intercambiables e idénticos. La dicotomía presentada en su estrategia era,
pues, el limitar las alternativas posibles a independentismo o
a lo que los independentistas llamaban el unionismo, definiendo
como tal a todas las opciones que no eran secesionistas. Esta estrategia
limitaba enormemente las alternativas, reduciéndolas solo a dos posibles. Una
era conseguir la independencia o la otra, la de continuar en el presente estatus
quo, dicotomía que favorecía a la primera opción, pues el comportamiento
represivo e insensible a la identidad catalana y al no reconocimiento de
Cataluña como nación del gobierno Rajoy debilitaba cada vez más el atractivo de
la segunda alternativa. En esta estrategia del independentismo, era esencial
presentar a toda España como incambiable y hostil a Catalunya. En realidad en
esta estrategia independentista el movimiento político social en Cataluña,
conocido como En Comú Podem, liderado por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau
y el movimiento político social en España, Unidos Podemos, eran percibidos como
obstáculos para sus fines, pues presentaban una imagen amable y atractiva de
España. La elección de En Comú Podem en las dos últimas elecciones legislativas
en Cataluña creó gran desazón en los sectores más conservadores y liberales de
Junts Pel Sí. En realidad, Convergència (PDeCAT), no votó la moción de censura
al gobierno Rajoy presentada por Podemos.
Ambas formaciones políticas –En
Comú Podem y Unidos Podemos–, apoyaban el derecho a decidir del pueblo catalán,
derecho que incluye el derecho a escoger entre varias alternativas, una de las
cuales sería la secesión, aun cuando no era la alternativa preferida por
ninguno de estas dos coaliciones. La mayoría de la población catalana es
soberanista (es decir, apoya el derecho a decidir) pero no es independentista.
Todo independentista es soberanista pero no todo soberanista es
independentista. Esta clarificación nunca la hicieron los independentistas, faltando
a la verdad cuando indicaron que “el pueblo catalán desea la independencia”, a
no ser que se limite el significado catalán, porque los datos muestran que la
mayoría del electorado no es independentista.
El mal llamado referéndum
como instrumento de movilización
Otra
característica del “procés”, relacionada con la anterior (la identificación
del referéndum con independentismo), fue la exclusión de las organizaciones no
independentistas en la gestión de la campaña del referéndum. En realidad,
marginaron la organización del Pacto Nacional, que incluía, además de los
partidos soberanistas (independentistas y no independentistas) a las mayores
instituciones de la sociedad civil, tales como sindicatos, asociaciones de
vecinos, de profesionales, de campesinos, de la pequeña empresa y un largo
etcétera. Y la máxima expresión de esta monopolización apareció en la
organización de las fiestas de la Diada de este año (cuando la población sale a
la calle en una manifestación colectiva en homenaje de aquellos que murieron
defendiendo los derechos de Cataluña en el año 1714 en su lucha contra el
Monarca Borbón Felipe V), que fue un canto a la independencia, protestando la
falta de libertad existente en España, ignorando a su vez la falta de libertad
y pluralidad existente en los actos gestionados por el gobierno Junts Pel Sí y
en sus medios de información (TV3 y Catalunya Ràdio) abusivamente
instrumentalizados por Junts Pel Sí. La Diada, día nacional de Catalunya, fue
un canto al SI en la campaña electoral de lo que erróneamente llamaron como
referéndum. Ello explica que mucha gente, como yo, que cada año íbamos a
celebrar el día nacional de Catalunya en las manifestaciones mutitudinarias, no
fuéramos, ofendidos por el carácter tan partidista y sectario del acto. Como
consecuencia de ello, el número de participantes este año bajó en comparación
con años previos.
La causa movilizadora:
del independentismo a la democracia
La carga policial en la mañana
del 1 de Octubre cambió la naturaleza y objetivo de la movilización. La carga
policial explica que mucha gente que no pensaba participar en el referéndum
salió a la calle para votar, mostrando su rechazo a aquel acto y a la actitud
claramente represiva y antidemocrática del Estado Central. Y lo que es de
especial interés es que este aumento de participación en el referéndum fue más
acentuado en los barrios obreros del cinturón rojo de Barcelona que en otras
partes de Barcelona y Catalunya. La manifestación pasó de ser un movimiento pro
independencia a un movimiento pro democracia, paso que quedó refrendado por lo
ocurrido el día 3 de octubre cuando Catalunya (y muy en especial Barcelona)
paró. Hubo un paro general organizado y gestionado por la Taula Demòcrata (la
Mesa Demócrata), compuesta por las mayores asociaciones de la sociedad civil,
desde los sindicatos mayoritarios a las asociaciones de campesinos,
asociaciones de vecinos, asociaciones profesionales, de los pequeños
empresarios, y un largo etcétera. Fue un paro generalizado en toda Catalunya.
Esto cambió la orientación del movimiento, y a pesar del intento del gobierno
Junts Pel Sí, y sus instrumentos como Omnium y ANC, la Mesa Demócrata adquirió
un protagonismo que molestó a los partidos independentistas que consideraban el
cambio como una dilución de su causa.
La clase trabajadora
catalana no es independentista}
Otro gran error del
independentismo fue la falta de atractivo del independentismo entre la clase
trabajadora de Cataluña. La evidencia de ello, aunque constantemente negada por
los partidos independentistas, es conocida. La clase trabajadora no es
independentista en Cataluña, por varias razones. Una es que el movimiento
independentista está liderado por una coalición dirigida por el partido del Sr.
Mas, es decir, por la derecha catalana, cuyas políticas neoliberales son
percibidas, con razón, por la clase trabajadora como dañinas a sus intereses.
La proximidad del Presidente Puigdemont con Mas es conocida, y Mas nunca fue
popular entre las clases trabajadoras catalanas. Y la otra causa de la falta de
apoyo al independentismo por parte de las clases populares es que la mayoría
son de procedencia de partes de España y emotivamente se consideran españoles y
se oponen a la secesión. La mayoría de la clase trabajadora en Cataluña es de
habla castellana. La evidencia en este fenómeno es clara, como por ejemplo
muestran los datos provenientes de la Encuesta del CEO (CIS de la Generalitat)
de Junio de 2017, donde se puede ver que a más ingresos por hogar más apoyo a
la independencia, y a la inversa, mientras menos ingresos haya por hogar menos
apoyo a la independencia. Además, en Cataluña las personas que se
autoconsideran de clase popular (clases de renta media-baja y renta baja)
claramente no apoyan la independencia: el 56,15% de las clases populares no
apoyan la independencia mientras que solo un 33% sí la apoyan.
Ello explica porque el
independentismo nunca ha sido mayoritario y continuará sin serlo, pues la
independencia en sí no motiva a la mayoría de la población. Solo en caso de que
este proyecto independentista tuviera un contenido fuertemente social,
existiría tal posibilidad. Pero tal tema social estaba ausente en el proyecto
independentista. Solo vagas generalizaciones, con escasa credibilidad, marcaron
el discurso social del independentismo con promesas un tanto hiperbólicas,
carentes de credibilidad. Un caso claro era la afirmación hecha por dirigentes
de Junts Pel Sí y economistas afines, incluyendo el gurú económico de TV3 (la
televisión pública de la Generalitat de Cataluña), el Sr. Xala i Marti, que las
pensiones no sufrirían con la Transición a la independencia, lo cual es una
obvia falsedad pues en el período de Transitoriedad Jurídica es necesaria la
colaboración del Estado español, y de su Seguridad Social, que de no obtenerse
se crearía un enorme problema para los pensionistas catalanes. En agosto de
2017, Cataluña tenía 1.704692 pensionistas con una prestación media de 957
euros, financiada en parte por 3.294.418 afiliados. Estas contribuciones no son
suficientes creándose un déficit de 4.700 millones de euros (una cifra superior
de la citada por los secesionistas). Tal dinero tendría que venir de la propia
Generalitat, año tras año, acumulándose una deuda considerable, pues el Estado
español, podría no pagar a los pensionistas catalanes. Los problemas de la
transición que afectarían a tales pensionistas serían enormes y de varios años
(y no solo seis meses, como algunos portavoces del independentismo han
profetizado).
En este aspecto, tales partidos
rozaron la irresponsabilidad, pues hicieron promesas claramente irrealizables,
como que no habría sacrificios en la transición, el mantenimiento de las
pensiones y otras transferencias y servicios públicos. Ahora bien, de todas las
exageraciones, las más grandes eran las que asumían que se conseguiría la independencia
en seis meses. Es difícil creerse que los que hacían tales declaraciones
creyeran lo que decían.
La realidad es que en su campaña
a favor de la independencia, Junts Pel Sí ha minimizado los costes de la
independencia exprés, llegando a niveles de exageración e hipérbole, que
pasaron como verdades en un contexto mediático carente de capacidad crítica.
Constantemente enfatizaron el mensaje de que todo –desde las pensiones hasta la
sanidad- sería mucho mejor en la Catalunya independiente, y todo ello en contra
de la evidencia que señala un periodo largo de escasez que a la ciudadanía no
se le ha indicado que ocurriría (y que la huida de las empresas refleja la
génesis de la crisis económica que se avecina). La evidencia de tales
falsedades es enorme.
A qué nos lleva la
situación actual
Es imposible
que los dirigentes del movimiento independentista liderado por el gobierno
catalán no vieran que este procés llevara a la situación actual que está
creando una enorme frustración y dolor. Muchas eran las razones para que tal
estrategia no fuera posible. Una era el Estado español, heredero del Estado
dictatorial y la fuerza del nacionalismo españolista que había calado (como
consecuencia de cuarenta años de dictadura y cuarenta años de democracia
supervisada e incompleta) entre grandes sectores de la población española. La
correlación de fuerzas en España ha sido muy desfavorable a las fuerzas
independentistas. Al enorme desequilibrio de fuerzas en España se suma la
nulidad de apoyos en la Unión Europea. Es más, al considerar España como
incambiable el independentismo no relacionó la transformación de Catalunya con
la existente transformación que está ocurriendo en España. En realidad, su
campaña anti España, dificultó que grandes sectores de la población española
pudieran hacer suya la lucha por una nueva Cataluña.
Resultado de todo ello es que su
estrategia está llevando a Catalunya a una situación donde veremos la pérdida
total de la autonomía y pérdida de derechos. En realidad, la torpeza del
independentismo ha sido hábilmente utilizada por el Estado español para hacer
perder a Cataluña los derechos que había conseguido, facilitando a su vez una
enorme involución a lo largo del territorio español, despertando, y
envalentonando a la caverna. Y lo que es enormemente frustrante es que era
fácilmente predecible ver que tal hecho ocurriría. La única razón que podría
explicar el hecho de que, a pesar de la evidencia existente que hacía fácil
prever lo que ocurriría, los dirigentes independentistas continuaran insistiendo
en ello, era que, en realidad lo que querían era capitalizar electoralmente la
enorme movilización en las elecciones que tendrán lugar en Cataluña
próximamente.
Otra alternativa hubiera
sido posible
Otra
alternativa hubiera sido desenfatizar la independencia y enfatizar, en su
lugar, la creación de una nueva Catalunya en colaboración con las izquierdas
españolas que están intentando cambiar España. La creación de la nueva
Catalunya hubiera podido ser el punto de inicio del cambio en España, ayudando al
pueblo español a que percibiera que la lucha por el derecho a decidir en
Catalunya era también la lucha para transformar España. La estrategia a seguir
hubiera sido la democratización de Catalunya y de España, en un proyecto de
profunda transformación democrática, poniendo la resolución de la Gran Crisis
Social en el centro de las luchas para conseguir la plurinacionalidad. El paro
general del 3 de Octubre, liderado por fuerzas que pusieron como objetivo la
propuesta democrática, era un indicador de que tal estrategia era posible. El
hecho de que no se hiciera así ha hecho un daño irreparable a Cataluña y a
España. El hecho de que se haya enfatizado tanto el tema nacional, polarizando
la sociedad entre independentistas y defensores de la “unidad nacional”, está
debilitando enormemente a las fuerzas progresistas democráticas y muy en
particular a las izquierdas, facilitando con ello, la reproducción de las
sensibilidades neoliberales que han estado liderando los dos polos en esta
polarización.
‘El País’, diario anti-indepe de la
mañana
Anibal Malvar
Sin complejos. Semana negra
en El País para los lectores que aun atisbaban un tímido
fulgor de izquierdismo entre sus páginas. A saber. Primero Juan Luis
Cebrián anuncia que se va, pero deja un último cadáver en el camino:
el de John Carlin. Después de 13 temporadas en el diario de Prisa,
las concienzudas diatribas del periodista británico contra la catalanofobia y
contra la estulticia que impera en los medios de comunicación españoles le han
costado la patada.
No sé si os acordáis de que
antes, bajo su cabecera, El País lucía una leyenda que lo
calificaba de Diario independiente de la mañana. No estaría
mal recuperar una versión actualizada del lema: Diario anti-indepe de
la mañana. Porque eso, sobre todo eso, es lo que se ha cargado al bueno de
Carlin a los 61 años. Desde hace años, los periódicos españoles confunden línea
editorial con monolito ideológico, convirtiéndose en un aburrimiento donde
todos opinan lo mismo sobre lo mismo. Precisamente fue en Gran Bretaña donde
escuché hace muchos años a un periodista una frase que explica mucho a España:
“En todos los países los periódicos tienen una ideología, menos en España, que
lo que tienen es un partido político”. Versiones más o menos brillantes del
mismo aserto he escuchado también en otros países de Europa. Esa es la cultura
política de nuestros medios de comunicación que denunciaba Carlin. Y más ahora,
que la caza al Puigdemontha sustituido a la del Pokemon.
El círculo se le ha cerrado a
John Carlin. Empezar más o menos tu carrera alcanzando la fama como cantor
de Nelson Mandela y acabar despedido de El País por
no escribir suficientes exabruptos sobre el procés no deja de
tener su carga simbólica. Han pasado casi 25 años desde que el libertador
sudafricano alabara en público a este cronista vagabundo (Buenos Aires, EEUU,
Canadá, Nicaragua, El Salvador…). El propio diario de Prisa le otorgó en 2000
su máxima distinción: el premio Ortega y Gasset. En uno de sus
libros se basa la película de Clint EastwoodInvictus. Podría
abrumaros durante un buen rato enumerando todas las medallas que cuelgan del
pecho del inglés. Ahora Cebrián le acaba de pinchar la roja insignia
del valor, por hiperbolizar un poco. Sin complejos: marca España.
Nuestro afamado académico Cebrián
no limitó su actividad hebdomadaria a arrojar a un inglés por el balcón. Otra
noticia saltaba el martes: Cebrián abandona la presidencia ejecutiva de Prisa y
deja el puesto a Javier Monzón. Para quién no conozca a este
madrileño de 61 años, señalar que fue presidente de Indra y mantiene muy
estrecha amistad con nuestro emérito Juan Carlos I y con la
alta dama Ana Patricia Botín. Nada que ver con el periodismo.
Con esta incorporación, hoy
frustrada, la sede del prestigioso periódico respiraba cada vez más tufillo
zarzuelero. No hay que olvidar que Javier Ayuso, ex dircom de
la Casa Real, se perfila según algunos como posible sucesor de Antonio
Caño en la dirección y según muchos es, de facto, el jefe
de opinión de El País. Entre otros méritos, Ayuso puede presumir de
haber sido marcado por el turbio comisario Villarejo como topo del
CNI en el periódico de Cebrián. Yo no sé por qué lo niega, con lo que lucen
algunas sombras en los currícula.
Ahora hemos sabido que el final
Javier Monzón le ha dicho no a Cebrián, con lo que renunciamos a un staff en
Miguel Yuste muy simpáticamente borbónico: el periódico campechano de la
mañana. Según se dice, Monzón rechazó una suculenta oferta porque enseguida
advirtió que Cebrián se iba pero no se iba, que la suya era otra dimisión en
diferido, que no se retiraba a escribir La rusa IIpara que le
dieran otro sillón en la RAE. Una pena. El aterrizaje de Monzón había dado
muchas alas a los graciosillos de twitter. Un amigo de reyes y
banqueros en la presidencia de un diario independiente y progresista daba para
mucha risa insana. Ahí se queda Cebrián, 73 años y una deuda en su grupo que
alcanza los 1.500 millones de euros. Hablamos de quiebra técnica, pero no
importa. Al periódico y a Cebrián se les puede colgar el mismo epitafio en
vida: “Too big to fail”.