julio 02, 2015

NO RESCATAR GRECIA... sino doblegarla... castigarla... aplastarla... IMPEDIR QUE SE PROPAGUE LA HEREJÍA.


Por mi deficiente estado de salud y “malestar existencial”, me resulta difícil concentrarme para llevar a cabo una reflexión personal, que valga la pena, sobre lo que está realmente pasando en Grecia… su fingido intento de rescate por parte de la Troika… que no es más que el instrumento de su sometimiento incondicional a las políticas neoliberales de austeridad ideadas por esta misma Troika… tratándose de imponer un severo y definitivo castigo al gobierno griego, con el objetivo de desalentar todo intento, por inicuo que parezca, de cualquier futuro enfrentamiento de otros posibles gobiernos (o cualquier organización institucional o civil) contra esta política.

Simplemente se trata de matar a la serpiente en el huevo mismo, impedir que se propague la herejía.

Por lo que, de momento, me contentare de reproducir cuatro artículos… que se asemejan mucho a mi propia opinión al respecto.


Ahí les van:



Juan Torres Lopez
Después de contemplar lo que viene ocurriendo entre Grecia y la Troika en los últimos años, y especialmente desde que gobierna Syriza, hay que ser muy ingenuo para pensar que el desacuerdo actual es una fase de un debate económico honesto, es decir, de una negociación sobre la conveniencia de tomar unas medidas u otras para mejorar la situación de la economía griega y de la europea en general. Y, por supuesto, para creer, como nos dicen, que lo que se plantea es que un país, en este caso Grecia, haga efectivos sus compromisos y pague sus deudas. Si esa fuese la cuestión, Alemania (que es la potencia europea que más deudas ha dejado de pagar en el último siglo y a quien más se le han perdonado) comenzaría a saldar las muy cuantiosas que tiene con Grecia desde la última guerra mundial, por ejemplo.
Los hechos son elocuentes:                                                             
– La quiebra de Grecia vino producida por la aplicación de políticas neoliberales en los últimos decenios y por la complicidad de las autoridades europeas y de los grandes bancos internacionales con sus gobiernos corruptos y con las élites que se beneficiaron del expolio de lo público y de una fiscalidad poco progresiva. Sin embargo, estas mismas autoridades y estos bancos se empeñan en resolver el daño de esas políticas reforzando su aplicación. Un contrasentido que solo puede tener los efectos desastrosos que ha tenido hasta que llegó al gobierno Syriza y que son bien conocidos.
– Es una barbaridad que se preste dinero a alguien que está quebrado. Sin embargo, cuando Grecia estaba quebrada como consecuencia de lo que acabo de señalar, la Troika le obligó a solicitar préstamos que se sabía que, lógicamente, no iba a poder pagar. Otro contrasentido que solo puede explicarse porque dar crédito es el negocio de la banca internacional y porque esa era la manera de salvar a los bancos europeos que irresponsablemente habían financiado las políticas corruptas de los anteriores gobiernos griegos en connivencia con la banca internacional que auditaba y respaldaba el engaño.
– Cuando se reconoció la quiebra de Grecia el problema podría haber tenido una solución relativamente poco costosa y apenas incruenta socialmente. Su deuda era, por ejemplo, unas tres veces menor al dinero que los gobiernos francés y alemán dieron generosamente para salvar a sus bancos. Sin embargo, como he dicho, se aprovechó la situación para obligarla a suscribir nuevos préstamos con tipos de interés cada vez más altos gracias a la manipulación de los mercados por los propios prestamistas.
– Las políticas de austeridad (de falsa austeridad, como señalaré enseguida) han fracasado completamente. No han permitido alcanzar ni uno solo de los objetivos que la Troika decía que iban a cumplir. Han provocado una caída de casi el 30% en la actividad económica y en los ingresos, y la deuda (que se supone que era lo que iban a resolver) ha aumentado considerablemente. Ninguna, exactamente ninguna de las previsiones de la Troika al imponer estas políticas se ha cumplido.
– También son evidentes las pruebas de que esas políticas no han buscado la austeridad y soportar menos gastos sustanciales, como decían:
Se podría haber financiado a Grecia sin intereses (o con intereses irrelevantes), tal y como se viene haciendo con la banca privada para salvarla de su irresponsabilidad. Actualmente, Grecia paga alrededor del 12% de su deuda pública en intereses frente al 0,56% de Alemania y eso no se debe, como también se quiere hacer creer, a la mala situación económica griega, sino a que se renunció a que el banco central financie a los gobiernos para que hagan negocio con ello los bancos comerciales creando dinero de la nada (han llegado a cobrar a Grecia un 35% de interés por un dinero que obtenían prácticamente sin coste alguno).
Se podrían haber paralizado los gastos militares griegos pero no se ha hecho porque son una fuente de ingresos para Alemania y Francia.
Ningún acreedor en su sano juicio impone a su deudor una estrategia que le impida generar más ingresos sino que procura que los genere en la mayor cuantía posible para que así pueda ir pagándole la deuda. La Troika, sin embargo, se empeña día tras día en imponer políticas que destruyen la capacidad de crear ingresos en la economía griega (las medidas recesivas que ha vuelto a imponer para llegar a acuerdos y que el gobierno griego ha rechazado con toda razón y sensatez). Como diré enseguida, no se busca en realidad que Grecia genere ingresos y pague (como quiere el gobierno de Syriza), sino que se someta y que se traspasen cada vez más recursos y poder al sector privado ya de por sí más poderoso, lo que en lugar de salvar a la economía griega la empeorará aún más, como antaño cuando se hizo exactamente eso.
– No se puede aportar evidencia empírica y científica alguna para probar que las políticas de privatizaciones, de recortes y de destrucción de instituciones que impone la Troika sean eficaces para generar eficiencia, más ingresos y mejor condición económica. En ningún país en donde se han aplicado las medidas de austeridad que propone la Troika se han conseguido los efectos que dicen que van a conseguir para tratar de convencer a la población. Así lo demuestra claramente el libro de Mark Blyth Austeridad. Historia de una idea peligrosa.
– Las políticas impuestas por la Troika solo se han dirigido a facilitar que los grupos económicos y la población de mayor renta se apropien de cada vez más ingreso y patrimonio. Un reciente informe (Greece: solidarity and adjustment in times of crisis) lo deja bien claro: los ingresos salariales han caído un 27% entre 2009 y 2014, los impuestos han subido en un 337% para los grupos de menor ingreso y menos del 10% para los más elevados, y el 10% de la población más pobre ha perdido el 82% de sus ingreso desde 2008. Otros muchos estudios han mostrado que las políticas de la Troika han hecho que Grecia sea el país europeo en donde más han aumentado el riesgo de pobreza y la exclusión social y que el traspaso patrimonial desde los más pobres y desde el Estado a los más ricos ha sido ingente.
– Como han dicho reiteradamente, las autoridades griegas no se oponen a pagar las deudas sino a que se cierren las fuentes de ingresos que permiten pagarlas y mantener condiciones de vida digna de su población. Y tampoco se han negado, ni siquiera, a realizar reformas en la línea impuesta por sus acreedores, a pesar de estar en contra de sus deseos y compromisos electorales.
– La única mejora que se ha producido en la economía griega fue tras la reestructuración de la deuda, que es lo que principalmente reclama el gobierno griego. Y diversos informes han mostrado que hay otras vías distintas para generar ingresos que permitan que Grecia salga adelante, a diferencia de lo que viene ocurriendo con las que ha impuesto hasta ahora la Troika (ver mi artículo Grecia y Syriza frente a una Europa en evidencia).
Es indiscutible que la Troika no ha logrado mejorar la economía griega con sus medidas y ni siquiera que los acreedores tengan más oportunidades de cobrar (en realidad, éstos han prestado con tantos intereses que tienen casi seguridad total de cobrar el principal por muy mal que se pongan las cosas).
¿Por qué, entonces, las autoridades europeas se empeñan en cerrar cualquier salida al gobierno griego?
La razón es sencilla: no se trata de huevo sino del fuero. Es decir, lo que persigue la Troika, con la señora Merkel a la cabeza rememorando lo que los aliados hicieron en el siglo pasado a su país, es mantener la primacía de sus políticas y de los intereses que defienden. Lo que buscan es evitar cualquier disidencia porque no pueden permitir que se manifieste ningún tipo de hendidura, por pequeña que sea, por donde entre una nueva manera de poner en marcha el proyecto europeo o de salvar a los pueblos.
Por eso, la única manera de luchar contra la dictadura de la Troika y de las autoridades europeas es con democracia (a la que temen como al diablo) y poner en frente de sus designios la voz nítida e indiscutible de los pueblos. El gobierno griego ha hecho bien convocando el referéndum. Ahora, las autoridades europeas deben retratarse: o están con los pueblos o contra ellos.


Vicente Clavero
Los poderes financieros, con sus monaguillos de la Troika a la cabeza, estaban empeñados en poner de rodillas a Grecia, aprovechando que la tienen cogida por los huevos. Y a ello se han entregado los representantes del FMI, del BCE y de la Unión Europea en las negociaciones celebradas durante la última semana en Bruselas. Con independencia del resultado final, el espectáculo ha sido tan bochornoso que sólo se entiende si obedece a un implacable guión urdido con el único fin de recordar a todo el mundo quién tiene por el mango la sartén del dinero.
Les voy a dar un dato que refleja a las claras la crueldad de las posturas mantenidas por los dirigentes políticos y económicos que han hecho alarde de fuerza en la capital belga. Hay once millones de griegos, de los que una cuarta parte aproximadamente son jubilados y en muchos casos sostienen con su pensión a toda la familia, como por cierto ocurre también en España. De ellos, la mitad (un millón y pico) cobran menos de 665 euros mensuales, después de las rebajas introducidas a lo largo de la crisis por los sucesivos gobiernos, so pretexto de hacer frente a los pagos derivados de su elevada deuda.
Pues bien, aunque esos 665 euros colocan a sus perceptores por debajo del umbral de la pobreza, la Troika (que sigue existiendo, aunque no se la llame así) ha exigido al presidente griego nuevos recortes en las pensiones. Ni siquiera ha aceptado en su lugar una subida de impuestos que habría permitido repartir los esfuerzos de una forma más equitativa. La Troika quería meter la tijera en uno de los componentes más sensibles del gasto social (como si el hachazo del 45% que se han llevado ya las pensiones no fuera suficiente) y, de paso, cargarse una de las grandes promesas electorales de Alexis Tsipras.
Socavar al líder de Syriza ha sido objetivo prioritario de los poderes financieros internacionales y de sus acólitos desde la victoria electoral que cosechó en las urnas el pasado mes de enero con un programa que nada tenía que ver con la resignación de los anteriores gobiernos griegos. Unos gobiernos, dicho sea de paso, que, precisamente por ello, nunca fueron víctimas del impertinente desdén con que ha sido tratado otro igual de legítimo como el que preside Tsipras, al que no le perdonan su deseo de que se respete la pisoteada dignidad nacional de Grecia, ni la actitud desafiante de la que hizo gala desde el primer momento Yanis Varoufakis, su desacomplejado ministro de Hacienda.
¿Y tan crucial es para esos poderes financieros que un país pequeño y maltrecho doble la rodilla? Pues claro que lo es, pero no en sí mismo, sino por el efecto contagio que un exitoso cambio de política podría tener en otros con mayor peso, como España, donde ha emergido una fuerza con el potencial de Podemos. De ahí que la Troika haya hecho todo lo posible para que Tsipras  sude sangre en las negociaciones parar evitar su bancarrota. Al fin y al cabo (no nos engañemos) esto no es más que la historia de un escarmiento.


Obligar a Grecia a ceder
Joseph E Stiglitz

Las rencillas actuales en Europa pueden parecer el desenlace inevitable del amargo enfrentamiento entre Grecia y sus acreedores. En realidad, los dirigentes europeos están empezando a mostrar verdaderamente por qué se pelean: por el poder y la democracia, mucho más que por el dinero y la economía. Los resultados económicos del programa que la troika impuso a Grecia hace cinco años han sido terribles, con un descenso del 25% del PIB nacional. La tasa de desempleo juvenil alcanza ya el 60%. No se me ocurre ninguna otra depresión en la historia que haya sido tan deliberada y haya tenido consecuencias tan catastróficas.
Sorprende que la troika se niegue a asumir la responsabilidad de todo eso y no reconozca que sus previsiones y modelos estaban equivocados. Pero todavía sorprende ver más que los líderes europeos no han aprendido nada. La troika sigue exigiendo a Grecia que alcance un superávit presupuestario primario del 3,5% del PIB en 2018. Economistas de todo el mundo han dicho que ese objetivo es punitivo, porque los esfuerzos para lograrlo producirán sin remedio una crisis aún más profunda. Es más, aunque se reestructure la deuda griega hasta extremos inimaginables, el país seguirá sumido en la depresión si sus ciudadanos votan a favor de las propuestas de la troika en el referéndum convocado para este fin de semana.
En la tarea de transformar un déficit primario inmenso en un superávit, pocos países han conseguido tanto como Grecia en estos últimos cinco años. Y aunque los sacrificios han sido inmensos, la última oferta del Gobierno era un gran paso hacia el cumplimiento de las demandas de los acreedores. Hay que aclarar que casi nada de la enorme cantidad de dinero prestada a Grecia ha ido a parar allí. Ha servido para pagar a los acreedores privados, incluidos los bancos alemanes y franceses. Grecia no ha recibido más que una miseria, y se ha sacrificado para proteger los sistemas bancarios de esos países. El FMI y los demás acreedores no necesitan el dinero que reclaman. En circunstancias normales, lo más probable es que volvieran a prestar ese dinero recibido a Grecia.
Pero repito que lo importante no es el dinero, sino obligar a Grecia a ceder y aceptar lo inaceptable: no solo las medidas de austeridad, sino otras políticas regresivas y punitivas. ¿Por qué hace eso Europa? ¿Por qué los líderes de la UE se oponen al referéndum y se niegan a prorrogar unos días el plazo para que Grecia pague al FMI? ¿Acaso la base de Europa no es la democracia?
En enero, los griegos eligieron un Gobierno que se compremetió a terminar con la austeridad. Si Tsipras se limitara a cumplir sus promesas, ya habría rechazado la propuesta. Pero quería dar a los griegos la posibilidad de opinar sobre una cuestión tan crucial para el futuro bienestar del país. Esa preocupación por la legitimidad popular es incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy democrático. Los Gobiernos miembros no pidieron permiso a sus ciudadanos para entregar su soberanía monetaria al BCE; solo lo hizo Suecia, y los suecos dijeron no. Comprendieron que, si la política monetaria estaba en manos de un banco central obsesionado con la inflación, el desempleo aumentaría.
Lo que estamos presenciando ahora es la antítesis de la democracia. Muchos dirigentes europeos desean que caiga el gabinete de izquierdas de Alexis Tsipras, porque resulta muy incómodo que en Grecia haya un Gobierno contrario a las políticas que han contribuido al aumento de las desigualdades en los países avanzados y decidido a controlar el poder de la riqueza. Y creen que pueden acabar con él obligándole a aceptar un acuerdo contradictorio con su mandato.
Es difícil aconsejar a los griegos qué votar. Ninguna alternativa será fácil, y ambas son arriesgadas. Un  significaría una depresión casi interminable. Quizá un país agotado y empobrecido pueda obtener, por fin, el perdón de la deuda; quizá entonces pueda recibir ayuda del Banco Mundial, en esta década o la siguiente. En cambio, el nopodría permitir que Grecia, con su sólida tradición democrática, se haga cargo de su destino. Entonces los griegos podrían tener la oportunidad de construir un futuro, aunque no tan próspero como el pasado, sí mucho más esperanzador que el inadmisible tormento actual.
Yo sé lo que yo votaría.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia.



Grecia, al borde
Paul Krugman
                                                                                                 
Es evidente, desde hace tiempo, que la creación del euro fue un terrible error. Europa nunca tuvo las condiciones previas para una moneda única de éxito, por encima de todo, el tipo de unión fiscal y bancaria que, por ejemplo, asegura que cuando la burbuja inmobiliaria estalla en Florida, Washington protege automáticamente a la tercera edad de cualquier amenaza sobre su atención sanitaria o sobre sus depósitos bancarios.
Abandonar una unión monetaria es, sin embargo, una decisión mucho más difícil y más aterradora que nunca; hasta ahora las economías con más problemas del Continente han dado un paso atrás cuando se encontraban al borde del abismo. Una y otra vez, los Gobiernos se han sometido a las exigencias de dura austeridad de los acreedores, mientras que el Banco Central Europeo ha logrado contener el pánico en los mercados.
Lo que hemos oído sobre el despilfarro y la irresponsabilidad griega es falso
Pero la situación en Grecia ha alcanzado lo que parece ser un punto de no retorno. Los bancos están cerrados temporalmente y el Gobierno ha impuesto controles de capital (límites al movimiento de fondos al extranjero). Parece altamente probable que el Ejecutivo pronto tendrá que empezar a pagar las pensiones y los salarios en papel, lo que, en la práctica, crearía una moneda paralela. Y la semana que viene el país va a celebrar un referéndum sobre la conveniencia de aceptar las exigencias de la troika —las instituciones que representan los intereses de los acreedores— de redoblar, aún más, la austeridad.
Grecia debe votar "no", y su Gobierno debe estar listo para, si es necesario, abandonar el euro.
Para entender por qué digo esto, debemos primero ser conscientes de que la mayoría de cosas —no todas, pero sí la mayoría— que hemos oído sobre el despilfarro y la irresponsabilidad griega son falsas. Sí, el gobierno griego estaba gastando más allá de sus posibilidades a finales de la década de los 2000. Pero, desde entonces ha recortado repetidamente el gasto público y ha aumentado la recaudación fiscal. El empleo público ha caído más de un 25 por ciento, y las pensiones (que eran, ciertamente, demasiado generosas) se han reducido drásticamente. Todas las medidas han sido, en suma, más que suficientes para eliminar el déficit original y convertirlo en un amplio superávit.
¿Por qué no ha ocurrido esto? Porque la economía griega se ha desplomado, en gran parte, como consecuencia directa de estas importantes medidas de austeridad, que han hundido la recaudación.
Y este colapso, a su vez, tuvo mucho que ver con el euro, que atrapó a la economía griega en una camisa de fuerza. Por lo general, los casos de éxito de las políticas austeridad —aquellos en los que los países logran frenar su déficit fiscal sin caer en la depresión—, llevan aparejadas importantes devaluaciones monetarias que hacen que sus exportaciones sean más competitivas. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en Canadá en la década de los noventa, y más recientemente en Islandia. Pero Grecia, sin divisa propia, no tenía esa opción.
¿Quiero decir con esto que sería conveniente el Grexit —la salida de Grecia del euro—? No necesariamente. El problema del Grexit ha sido siempre el riesgo de caos financiero, de un sistema bancario bloqueado por las retiradas presa del pánico y de un sector privado obstaculizado tanto por los problemas bancarios como por la incertidumbre sobre el estatus legal de las deudas. Es por eso que los sucesivos gobiernos griegos se han adherido a las exigencias de austeridad, y por lo que incluso Syriza , la coalición de izquierda en el poder, estaba dispuesta a aceptar una austeridad que ya había sido impuesta. Lo único que pedía era evitar una dosis mayor de austeridad.
Pero la troika ha rechazado esta opción. Es fácil perderse en los detalles, pero ahora el punto clave es que los acreedores han ofrecido a Grecia un "tómalo o déjalo", una oferta indistinguible de las políticas de los últimos cinco años.
Esta oferta estaba y está destinada a ser rechazada por el primer ministro griego, Alexis Tsipras: no puede aceptarla porque supondría la destrucción de su razón política de ser. Por tanto, su objetivo debe ser llevarle a abandonar su cargo, algo que probablemente sucederá si los votantes griegos tanto la confrontación con la troika como para votar sí la semana que viene.
Pero no deben hacerlo por tres razones. En primer lugar, ahora sabemos que la austeridad cada vez más dura es un callejón sin salida: tras cinco años, Grecia está en peor situación que nunca. En segundo lugar, prácticamente todo el caos temido sobre Grexit ya ha sucedido. Con los bancos cerrados y los controles de capital impuestos, no hay mucho más daño que hacer.
Por último, la adhesión al ultimátum de la troika conllevaría el abandono definitivo de cualquier pretensión de independencia de Grecia. No nos dejemos engañar por aquellos que afirman que los funcionarios de la troika son sólo técnicos que explican a los griegos ignorantes lo que debe hacerse. Estos supuestos tecnócratas son, en realidad, fantaseadores que han hecho caso omiso de todos los principios de la macroeconomía, y que se han equivocado en cada paso dado. No es una cuestión de análisis; es una cuestión de poder: el poder de los acreedores para tirar del enchufe de la economía griega, que persistirá mientras salida del euro se considere impensable.
Así que es hora de poner fin a este inimaginable. De lo contrario Grecia se enfrentará a la austeridad infinita y a una depresión de la que no hay pistas sobre su final.
Paul Krugman recibió el premio Nobel de Economía en 2008.                   




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