En unas pocas horas el gobierno griego de Tsipras, todo como Syriza, se jugaran su futuro en una votación más del Parlamento, que debe dar su aval al ¿Plan de rescate? aceptado, como un mal menor, por Tsipras, o rechazarlo.
Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Tragedia es un concepto creado por el pueblo griego
para expresar el dilema moral y político de la elección entre dos males. Sirve
para interpretar la actitud del pueblo griego y el Gobierno de Syriza en las
últimas semanas de negociaciones con las instituciones europeas y explicar el
significado del referéndum y el posterior acuerdo suscrito.
A diferencia de la comedia, en la tragedia no hay
oportunidad de elegir entre el bien y el mal. Cualquier elección posible tiene
consecuencias negativas, aunque unas más graves que otras. No obstante, no se
trata de admitir un completo fatalismo, ni acatar el imperio absoluto del poder
(o los dioses) que impone un destino fatídico o totalmente destructivo. Por el
contrario, en una situación trágica existe cierta capacidad de elección:
rechazo al mal mayor y asunción del mal menor.
La propia tradición popular nos dice que ante dos
opciones, una mala y otra peor, lo mejor es elegir la menos mala. Es
problemática porque conlleva sufrimientos y desventajas, el daño que genera es
motivo legítimo de queja. Pero la elección de la opción peor conllevaría más
destrucción moral, política o física. En términos comparativos, la decisión
trágica es clara: admitir cierto retroceso para evitar una derrota absoluta. El
sentido trágico de la vida nos enseña, frente al fatalismo y la rendición
total, que ante el daño impuesto la cuestión es salvar posibilidades y
mecanismos para construir un nuevo punto de partida que permita reiniciar el
avance hacia el bien. Tragedia y estrategia (otra palabra griega) se convierten
en conceptos explicativos fundamentales. Repasemos los hechos fundamentales.
El acuerdo impuesto (el diktat) por las
instituciones europeas al pueblo griego, y asumido por el gobierno de Syriza y
la mayoría parlamentaria, es regresivo e injusto. Descarga sobre la sociedad
griega la prolongación y la ampliación del sufrimiento popular y refuerza la
subordinación política y la dependencia económica y, lo que es peor, sin
garantías de recuperación a medio plazo. Las principales medidas antisociales
son: recorte del sistema de pensiones, mayoritariamente bajo –en torno al 60%
de la media española- , reducción de los derechos laborales –despidos y
convenios colectivos- para dejar más indefensas a las clases trabajadores
frente al poder empresarial, subida del IVA de artículos de más necesidad y en
zonas deprimidas (islas lejanas), privatización de los principales activos del
sector público empresarial (energía, ferrocarriles, puertos y aeropuertos…)
como fondo de garantía para el pago de la deuda (25%), capitalizar a los bancos
(50%) y el resto (25%) para inversiones productivas, con control griego y
supervisión europea.
En todos estos aspectos la representación griega ha
conseguido suavizar levemente los planes más duros de los representantes
alemanes. No obstante, constituyen todo un plan de austeridad que, como la
experiencia anterior indica, impone fuertes retrocesos sociales y económicos
pero está abocada al fracaso en cuanto a garantía de crecimiento económico e,
incluso, del objetivo explícito del pago de la deuda pública. Es similar al
plan rechazado en el referéndum, más duro si cabe, y con la nueva imposición
del fondo de privatización. La diferencia es que antes el rechazo gubernamental
de las medidas estaba justificado también porque solo eran para salvar la
coyuntura inmediata de proporcionar la liquidez necesaria de 7.000 millones,
sin eliminar la probabilidad de más recortes a la hora de negociar el inmediato
tercer rescate. Además, había que poner a prueba la voluntad de la mayoría
social y el apoyo explícito al Gobierno de Syriza (sin llegar al 40% de
representatividad). Ahora, tras la victoria del NO del referéndum, el marco de
la negociación ha cambiado.
Por un lado, la amenaza de expulsión de Grecia del
euro (Grexit) se convierte en chantaje inmediato. Las posibilidades de mayor
destrucción económica por el ahogamiento financiero son reales. Los objetivos
políticos para imponer la derrota y el desplazamiento del Ejecutivo de Tsipras
y el sometimiento del movimiento popular griego pasan a primer plano.
Por otro lado, al establecer un plan de ‘rescate’ a
medio plazo –tres años- el gobierno garantiza una mínima estabilidad financiera
y económica, bajo supervisión europea, así como consigue el compromiso de
reestructurar la deuda pública –sin quita- y dar vía libre al ya anunciado Plan
Juncker de inversiones (35.000 millones) para estimular la economía productiva
griega. Es una pequeña oportunidad, junto con la legitimidad de Syriza y la
determinación de la mayoría social.
Además, es oportuna la idea de Tsipras de que ese
designio del plan es injusto y ahora le toca aportar a la oligarquía griega. Es
un reequilibrio interno necesario.
¿Qué opciones existían? Syriza y la mayoría de la
ciudadanía griega (70%), razonablemente, están en contra de la salida del euro.
La victoria del NO en el referéndum, a pesar del amedrentamiento y
tergiversación del bloque del SI al plan de recortes y la extrema dureza de la
nueva propuesta europea, no avalaba ese paso sino todo lo contrario: negociar
en mejores condiciones para permanecer en el euro. Los resultados del 62% de
apoyo popular han constituido un éxito político y democrático y la mayor
legitimación del gobierno. Su conveniencia política y justificación democrática
han sido claras. Era (casi) el último cartucho. El problema es que esa victoria
política relativa ha sido insuficiente para desbloquear la fuerte determinación
del poder establecido europeo, con todas las armas de estrangulación económica
a su disposición. Dicho de otra manera. La sensibilidad democrática de las
élites poderosas está bajo mínimos, ha quedado patente su extremada crueldad y
autoritarismo, pero la dependencia y la fragilidad económica de Grecia es muy
grande.
La salida voluntaria del euro no era la mejor
opción, ni la menos mala. Sin una base industrial propia y con la necesidad de
importar todo tipo de productos, incluido alimenticios o farmacéuticos, y con
una gran deuda acumulada (en euros) y la debilidad fiscal y bancaria, la salida
del euro podía provocar no solo un gran empeoramiento inmediato de las
condiciones socioeconómicas de la población, sino imposibilitar su desarrollo,
al menos, para toda una generación. Todo ello es responsabilidad de la
incapacidad modernizadora de las élites económicas y políticas griegas, durante
las décadas pasadas, pero es una realidad incuestionable. Además, una salida no
pactada de euro, con impago de la deuda pública, acrecentaba el aislamiento
internacional y la legitimidad del poder financiero e institucional para
arrinconar al pueblo griego. No son asimilables otras experiencias históricas
de otros países y épocas. Por tanto, no había condiciones políticas y
económicas para hacer viable la salida del euro y la capacidad de amenaza por
las consecuencias negativas para la eurozona (que ya había construido
cortafuegos) tenían poca credibilidad. Ese sacrificio cierto no era razonable
adoptarlo.
La determinación de la mayoría de un pueblo
expresada en las urnas ha asestado un duro golpe a la credibilidad social del
Consejo Europeo pero, de forma inmediata, esa expresión democrática ha sido
incapaz de impedir las medidas de austeridad. Es más, la deslegitimación social
y política de su propuesta regresiva y el desafío cívico y democrático que ha
supuesto al poder liberal-conservador y sus colaboradores socialdemócratas, han
acrecentado la determinación del bloque de poder representado por Merkel de
taponar ese agujero de disidencia y resistencia. Ha tratado de neutralizar el
instrumento institucional de la mayoría social griega e infringirle un castigo,
suficientemente duro y claro, para frenar el descontento popular con la
austeridad y la prepotencia de la nueva troika. Su objetivo también ha sido
disciplinar a los socios algo remisos como Francia e Italia, asimilar a la
socialdemocracia –evidente en el caso del SPD como alumno aventajado- y,
sobre todo, impedir el desarrollo de las posibilidades de cambio político en
España, como siguiente eslabón importante.
La mayoría del pueblo griego rechazó las duras
condiciones exigidas por el Eurogrupo, a pesar de su campaña insidiosa y
prepotente, la imposición del ‘corralito’ y la amenaza de colapso financiero.
El referéndum ha sido un ejercicio democrático que ha soliviantado a las élites
europeas, poco acostumbradas a tener en cuenta la voluntad popular frente a la
austeridad. Ha permitido una mayor legitimidad del gobierno de Syriza y una
mayor cohesión de la mayoría de la sociedad griega. Y ha hecho más difícil el
cumplimiento del programa máximo del poder establecido comandado Merkel. Les ha
irritado el no poder deslegitimar socialmente a Syriza y forzar su recambio en
el poder institucional. Pero vuelven a intentarlo, y en condiciones de
repliegue son fundamentales la lucidez y la cohesión social y política.
La peor opción para el pueblo griego era rendirse y
dejarse arrastrar fuera del euro, sometiéndose a una reestructuración económica
implacable y un aislamiento político total. Para la mayoría social queda un
futuro duro e injusto. Frente a los voceros del establishment ni siquiera está
garantizada la superación a medio plazo de la subordinación y la dependencia
económica. El bloque de poder liberal conservador está imponiendo un diseño de
gestión de la crisis autoritario y antisocial. La Europa alemana esconde la
prepotencia y la voracidad de los poderosos respecto de las capas populares.
La alternativa emancipadora es la derrota de la
austeridad, el desplazamiento de las derechas, la defensa de los derechos
sociales y laborales y el reequilibrio institucional hacia las fuerzas alternativas
y de izquierda. El horizonte es una Europa más social, democrática, solidaria e
integrada. Las fuerzas progresistas europeas, particularmente del sur, tenemos
una deuda con el pueblo griego y su gobierno. Las élites poderosas han
escarmentado en su cabeza la venganza por la indignación y la resistencia que
en distintos países se ha generado contra la austeridad y por la democracia.
Particularmente, tratan de atemorizar al pueblo español sobre las expectativas
de un gobierno de progreso donde Podemos y la dinámica de unidad popular tenga
un peso o influencia significativo. España, sin tanta fragilidad económica y
con un mayor peso social y político, supone un problema mucho más grave que
Grecia para el bloque encabezado por Merkel. Junto con Rajoy, uno de los más
duros contra Syriza y el pueblo griego, han demostrado su crueldad antipopular
y su determinación en bloquear las expectativas de cambio político.
La pugna por los derechos sociales y la democracia
va en serio. Es imprescindible la activación democrática de las capas populares
del sur de Europa. Dentro de lo malo es mejor el acompañamiento y la
solidaridad de los pueblos, también del griego, con un futuro incierto pero con
una voluntad unitaria. No se podrán evitar situaciones trágicas y complejas, es
necesario el realismo y la estrategia. Pero la opción transformadora también
está definida por la cultura clásica griega: ética (igualdad, libertad,
justicia), democracia (frente al autoritarismo de las oligarquías), razón
(argumentos y convicciones) y épica (resistencia de los débiles frente a los
poderosos). Todo ello construyendo un demos europeo solidario.
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