No sé si
incurro en un delito al copiar este artículo de opinión del escritor LUIS
VILLORO, publicado este 30 de octubre en el periódico español EL PAIS… violando
las leyes referentes a los derechos de autor… pero me parece demasiado bueno… y
digno de reproducirse (cuantas veces mejor)… sin tomar en cuenta estas consideraciones
legaloides.
“Yo sé leer”: vida y muerte en Guerrero
JUAN VILLORO
El pasado 17 de octubre el cadáver de
Margarita Santizo fue velado en la calle Bucareli de la Ciudad de México,
frente a la Secretaría de Gobernación. Así se cumplía la última voluntad de la
difunta, que había buscado sin éxito a su hijo desaparecido. La escena sirve de
alegoría para un país donde la política amenaza con transformarse en un rito
funerario.
La espiral de violencia alcanzó un
grado superior el 26 de septiembre con el asesinato de seis jóvenes y el
secuestro posterior de 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa. Ese día me
encontraba en la Universidad Autónoma Guerrero para dar una conferencia sobre
José Revueltas. Mi anfitrión era un alto funcionario de la Universidad que en
su juventud perteneció a la guerrilla de Lucio Cabañas. Hablamos del escritor
comunista tantas veces encarcelado por sus ideas. Esto permitió que el
académico repasara su propia trayectoria: “Lucio Cabañas me salvó la vida”,
comentó con una peculiar mezcla de admiración y tristeza: “Me obligó a bajar de
la sierra antes de que mataran a su gente: ‘No tienes aspecto de campesino’, me
dijo: ‘Si te encuentran acá, no podrás decir que andabas sembrando; tienes que
continuar la lucha donde vales más: el salón de clases”.
La exigencia del guerrillero
significó la pérdida de una ilusión. Al mismo tiempo, el solitario camino de
regreso a la vida civil permitió que un luchador social siguiera con vida.
La gran paradoja del Estado de
Guerrero es que ser maestro también es un oficio de alto riesgo. Cabañas nació
en un pueblo que refutaba su nombre (El Porvenir) y se dedicó a la enseñanza
primaria. Muy pronto descubrió que era imposible educar a niños que no podían
comer. Al igual que otro maestro, Genaro Vázquez, creó un movimiento para
mejorar la vida de sus alumnos y se topó con la cerrazón oficial. Con el tiempo,
quienes enseñaban a leer radicalizaron sus métodos de lucha.
La cultura de la letra ha sido un
desafío en una zona que dirime discrepancias a balazos. En los años sesenta del
siglo XX, dos terceras partes de los pobladores de Guerrero eran analfabetas.
La Normal de Ayotzinapa surgió para mitigar ese rezago, pero no pudo ser ajena
a males mayores: la desigualdad social, el poder de los caciques, la corrupción
del gobierno local, la represión como única respuesta al descontento, la
impunidad policiaca y la creciente injerencia del narcotráfico. Esas lacras no
son ajenas a otras partes del país. La peculiaridad de Guerrero es que el
oprobio ha sido continuamente impugnado por movimientos populares.
En México armado, libro fundamental para entender este conflicto,
Laura Castellanos narra el tránsito de los maestros a la guerrilla. Genaro
Vázquez fundó una Asociación Cívica que recibió el repudio de las autoridades y
el mote despectivo de “Civicolocos”. Por su parte, Lucio Cabañas creó el
Partido de los Pobres, pero no logró incidir en la política local. El Gobierno
ofreció a los cabecillas dinero y puestos políticos (en Guerrero, suelen ser
sinónimos). Los líderes rechazaron esa salida "negociada" y optaron por
un camino sin retorno en la montaña.
La salvaje represión de la guerrilla
se conoció con el redundante eufemismo de “guerra sucia”. Después de la muerte
de Cabañas, hubo 173 desapareciedos. Castellanos cuenta la historia de la base
aérea en Pie de la Cuesta, Acapulco, donde los aviones despegaban para arrojar
disidentes al océano, inclemente recurso que también usarían las dictaduras de
Chile y Argentina. En los años setenta, durante la presidencia de Luis
Echeverría, México fue el país esquizoide que daba asilo a perseguidos
políticos de Sudamérica y sepultaba a sus inconformes en altamar.
Hablábamos en Acapulco de José
Revueltas y Lucio Cabañas cuando supimos que seis jóvenes habían sido
asesinados en el municipio de Iguala. Esta noticia del infierno venía agravada
por una certeza: el horror no era nuevo; llegaba de muy lejos. En Guerrero, la
violencia ha sido sistemáticamente alimentada por las masacres cometidas por el
ejército y grupos paramilitares. Luis Hernández Navarro, autor de un libro
crucial sobre el tema (Hermanos
en armas), señala que todos los movimientos
insurgentes de la región han surgido después de matanzas (la de Iguala, en
1962, produjo el levantamiento de Genaro Vázquez; la de Atoyac en 1967, el de
Lucio Cabañas; la de Aguas Blancas en 1995, el del Ejército Popular Revolucionario).
¿Cuál será el saldo de 2014? El
narcotráfico ha ganado fuerza en la región con la presencia rotativa de los
cárteles de La Familia, Nueva Generación, los Beltrán Leyva y Guerreros Unidos.
Pero no es la principal causa del deterioro. En ese territorio bipolar, el
carnaval coexiste con el apocalipsis. El emporio turístico de Acapulco y la
riqueza de los caciques contrasta con la pobreza extrema de la mayoría de la
población. La indignante desigualdad social justifica el descontento y explica
que muchos no encuentren mejor destino que sembrar marihuana o matar a sueldo.
En 2011, el Partido de la Revolución
Democrática llevó a la gubernatura a Ángel Aguirre, que había pertenecido al
PRI y fungido como gobernador interino en 1999, sustituyendo a su jefe, Rubén
Figueroa, responsable de la matanza de Aguas Blancas. Su elección fue un giro
oportunista para sumar intereses políticos con el engañoso mensaje de una
alternancia en el poder. Como los barcos que utilizan la insignia de Panamá, el
PRD se ha convertido en una entidad que alquila su bandera. En la búsqueda del
poder por el poder mismo, apoyó a un personaje que jamás combatiría la
corrupción ni la injusticia. Al amparo de esa gestión, surgieron figuras dignas
de Los
Soprano, como el alcalde de Iguala, José Luis
Abarca, también del PRD y hoy fugitivo. De manera inverosímil, la cúpula
partidista respaldó a Aguirre después de la desaparción de los estudiantes.
Sólo la presión social llevó a su renuncia, que en modo alguno mitiga el
eclipse del “Partido del Sol”.
En la búsqueda de los normalistas
desaparecidos se han encontrado fosas con otros muertos. De 2005 a la fecha han
aparecido 38 criptas de ese tipo. Excavar la tierra en Guerrero es un
inevitable acto forense.
Durante medio siglo, los abusos de
las autoridades han sido repudiados por una población pobre pero politizada. La
Escuela Normal representa un centro neurálgico de la discrepancia. Conviene
recordar que en los años sesenta uno de sus activistas se llamaba Lucio
Cabañas.
El 26 de septiembre hubo cuatro
balaceras distintas y un solo blanco: los jóvenes. Con el apoyo del crimen
organizado, el alcalde Abarca sembró el terror para amedrentar a los
normalistas que se movilizaban para recordar a las víctimas de la matanza de
Tlatelolco. Una vez desatado el mecanismo represivo, también fue acribillado un
equipo de fútbol. ¿Su delito? Ser jóvenes; es decir, posibles rebeldes.
“Hay una tensión entre leer y la
acción política”, escribe Ricardo Piglia. Interpretar el mundo puede llevar al
deseo de transformarlo. En ocasiones, la letra, y la ortografía misma, son un
gesto político que desafía un orden bárbaro: “Podríamos hablar de una lectura
en situación de peligro. Son siempre situaciones de lectura extrema, fuera de
lugar, en circunstancias de extravío, o donde acosa la amenaza de una
destrucción. La lectura se opone a una vida hostil”, argumenta Piglia en El último lector.
El Che Guevara pasó su última noche
en una escuela rural. Ya herido, contempló una frase en la pizarra y dijo a la
maestra: “Le falta el acento”. La frase era “Yo sé leer”. Ya derrrotado, el
guerrillero volvía a otra forma de corregir la realidad.
Hace años, maestros acorralados por
el Gobierno decidieron tomar las armas en Guerrero. Lucio Cabañas decidió
salvar a uno de los suyos para que volviera a la enseñanza, instrumento de
lucha en un país sin ley.
43 futuros maestros han desaparecido.
La dimensión del drama se cifra en una frase que se opone a la impunidad, el
oprobio y la injusticia: “Yo sé leer”. El México de las armas teme a quienes
enseñan a leer.
A ese país le falta el acento.
Llegará el momento de ponérselo.
Juan Villoro es
escritor. Acaba de publicar ¿Hay
vida en la Tierra? (Anagrama).
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