Acabo de ver, durante
4 días, en CNN, una gran parte del circo de la Convención nacional del partido
demócrata oficializando la nominación de Hillary Clinton como su candidata para
la próxima elección presidencial estadunidense, y la semana anterior vi el
mismo circo, pero esta vez del partido republicano oficializando la candidatura
de Donald Trump.
A primera vista,
fueron dos Convenciones con dos candidatos y dos “posicionamientos” (hablar de
programas de gobierno sería faltar a la verdad) muy distintos, que aparentemente
todo separa… y sin embargo, tienen algo en común… algo de suma importancia.
La oposición y el
debate (todavía a distancia, en espera de los “tête à tête” tan importantes en
la cultura política estadunidense) entre los dos candidatos se centraron
principalmente, casi exclusivamente, sobre cuestiones de identidad. Blancos
contra latinos (en eta ocasión casi no se aludio a los negros), americanos de
cepa contra inmigrados, hombres contra mujeres, heterosexuales contra homosexuales,
jóvenes contra ancianos, cristianos contra musulmanes, etcétera.
Estas dicotomías de
raza, género, procedencia, preferencia sexual, zanja generacional, religión, como
muchas otras, son reales… como lo son los graves e innegables problemas de
inclusión/exclusión y convivencia/intolerancia que generan en la sociedad
norteamericana, al igual que en toda sociedad en la cual conviven individuos y
colectivos antropológicamente distintos.
Ninguno de los dos
candidatos ha denunciado, con todas sus letras y consecuencias, la diferencia
entre ricos y pobres… la discriminación, no identitaria, sino económica.
Quizás Hillary
Clinton, de pasada la haya insinuado, pero únicamente para “darle gusto” a
Bernie Sanders y tratar de captar una parte de sus seguidores.
¿Por qué esta omisión,
tanto por parte del republicano como de la demócrata?
Porque Estados Unidos
fue en gran medida el crisol del “capitalismo moderno”… y es hoy el mayor
exponente de su versión neoliberal caracterizada por la mundialización y
financiarización de la economía… y hasta donde sepamos, ni demócratas ni
republicanos son enemigos del capitalismo. Cuando mucho algunos “descarriados
extremistas” se atreven a expresar alguna crítica a lo que consideran sus
“excesos”.
De hecho, la identidad
es el perfecto taparrabo para la desigualdad.
El discurso identitario
es muy útil para la salvaguarda de la segregación económica… permite explicarla
y justificarla.
Cuando la pobreza
(desde la disminución de sus ingresos hasta la exclusión) se ensaña con el 90%
de la población mientras el 10% ve incrementarse su riqueza en proporciones
nunca antes vistas… para la “derecha”, el problema son los negros, los mexicanos
o los musulmanes, no el capitalismo… mientras para la “izquierda” es el racismo
anti-negros, anti-mexicanos o anti-musulmanes, no el capitalismo… para nadie,
nunca el capitalismo.
Se dice que en las
prestigiosas universidades estadunidenses (Yale, Harvard, Princeton, Columbia, Cambridge,
etc.) el 40% de los estudiantes son negros, hispanos o asiáticos (ya sea para
condenar el hecho, en cuyo caso se emplea la palabra “solo”, ya sea para
resaltarlo, en cuyo caso se emplea el vocablo “hasta”), pero se calla que el
70% provienen de familias con un ingreso anual superior a los 120,000 dólares,
cuando el ingreso promedio en los USA es menor a los 52,000.
Cuando se adhiere al
capitalismo, se requiere del racismo (la segregación, la discriminación) para
explicar que ciertas personas se empobrecen, como se requiere del antirracismo
para simular luchar contra la injusticia.
Cuando Hillary Clinton
dice que el racismo es el pecado originario de los Estados Unidos, lo que en
realidad nos dice es que la explotación no lo es.
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