julio 11, 2016

¿CUANDO?



Quienes me leen saben que desde hace ya bastante tiempo, años, el cuándo de mi muerte me ha sido indiferente, no así el cómo.

Saben que temo fallecer después de un periodo en el cual me haya encontrado mental y/o físicamente incapacitado, como también sumido en el dolor. Situaciones que me son no solo insoportables, sino inaceptables… no solo por la incapacidad y/o el dolor en sí mismos, sino por ser un estado que despoja a la persona de su humanidad, dejándole solo su animalidad. Situación que, de forma “natural” lleva quien la padece a la obligación de no esperar a que la huesuda venga por él en cuando se le antoje, sino de ir a su encuentro cuando él lo decida… yo lo decida.

Sin embargo, desde que mi cardiólogo me dijo que era candidato a lo que llamo la “muerte súbita”, algo ha cambiado.

Sigo sin temer el momento de mi muerte.
El haber vivido lo que me atreví a vivir… sabedor de que mi atrevimiento no ira mucho más allá y que por lo tanto mi futuro se parece mucho a un presente cuya esencia es ausencia… mi apego a la vida es bastante insignificante.
Es más, en toda lógica, el carácter de “súbita” aleja el temor generado por el cómo.
Y sin embargo, si bien el cuándo no me procura temor, si me inquieta, me perturba.
Salvo en contados casos (cuando como consecuencia de alguna enfermedad calificada de terminal, los médicos tienen la capacidad de determinar con un estrecho margen de error el tiempo de vida del cual dispone uno, o cuando uno mismo toma la decisión de poner fin a su vida) nadie conoce el cuándo de su muerte. Solo tenemos la certeza de que es ineluctable y que de acuerdo al orden natural el paso del tiempo nos va acercando a este desenlace.
El saberme con la espada de Damocles de la “muerte súbita” sobre mi cabeza, genera la elemental y sencilla pregunta ¿cuándo?
Sabedor de que puede ser en cualquier momento, dentro de un minuto, una hora, un día, un mes, un año, o muchos más… la incertidumbre en la cual esta indeterminación me sumerge, me lleva, no tanto a hacerme la pregunta del cuándo, como a querer conocer la respuesta.

¿Por qué?
Porque si bien sé que ya es demasiado tarde para atreverme a vivir lo que durante todos mis años de vida hasta hoy, no me he atrevido a vivir (ni siquiera a intentarlo)… también sé que, antes de mi gravísimo infarto, tenía sobre mi mesa de trabajo un proyecto, a mitad camino entre su inicio y su terminación, que consideraba como mi “legado”, el cual, por ser generador de mucha tensión emocional, mi cardiólogo me recomendó enfáticamente y con mucha vehemencia, suspender (obviamente para la buena salud de mi corazón y el consiguiente alargamiento de mi tiempo de vida)… y, por lo tanto, quisiera poder conocer con cierta precisión, la fecha de mi fallecimiento por “muerte súbita”, con tal de valorar la pertinencia o no de reemprender está pendiente tarea.


Aunque, siendo sincero conmigo mismo, quizás esta búsqueda de una improbable (¿imposible?) respuesta no sea más que un ardid, un pretexto, para ocultarme a mí mismo el temor de no tener la capacidad de llevar a su término tal proyecto.


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