abril 16, 2016

VER LATIR MI CORAZON


En mi entrada del 07/11/2007, titulada “Engañando a la muerte”, exponía que arriba de la cabecera de mi cama se encontraban tres relojes de bolsillo, dos de cuerda y un de cuarzo… este último siendo el que me permitía seguir vivo, dado que, al contrario de los otros dos, nunca se detenía.

Desde entonces he emprendido coleccionar relojes de bolsillo, todos de cuerda, por lo que hasta hace unos cuantos días había llegado a tener once de estos… de los cuales ocho, al tener entre sesenta y ochenta años de antigüedad, por lo visto, marcaban la hora según su estado de ánimo… atrasándose (poco o mucho) algunos días al igual que adelantándose en otros.

El relojero que los limpia, ajusta y compone, intenta, una y otra vez, lograr que estos indiquen, durante el mayor tiempo posible, la misma hora que su compañero con corazón de cuarzo… sin alcanzar tal propósito por más de unas cuantas horas, días a lo sumo.
Ante su evidente fracaso, me dijo que los corazones de estos viejos relojes al encontrarse ya muy desgastados por el inexorable paso del tiempo, además de hacer uso de su libre albedrío, se encuentran sujetos a todo tipo de nefastas influencias externas, tal como, por ejemplo, la temperatura ambiente que afecta la buena marcha de su corazón y demás partes de su mecanismo como son, en primerísimo lugar el “escape” y la “espiral” en tanto que partes del mecanismo regulador de los mismos.

Hace pocos días, agregue a estos once relojes de bolsillo, dos más, de reciente manufactura, del tipo llamado “Esqueleto”, lo cual significa que al tener las tapas (delantera y trasera, para uno, y solo delantera para el otro) de un material totalmente transparente (vidrio para uno y mica para el otro) tienen la particularidad de mantener siempre visible el mecanismo de los mismos.
Se podría decir que veo su corazón latir… lo cual no me canso de hacer a lo largo del día (cuando tengo la oportunidad) y con particular atención y dedicación a la hora de acostarme, cuando al darles cuerda, les insufle, por un día más, la vida que se les va a medida que al distenderse el muelle… su corazón va perdiendo fuerza.

También en este mismo blog, en la entrada de fecha 31/12/2014, titulada “Relojes”, en la vigilia de un nuevo año, escribí:
Aquí o allá todos los relojes terminan marcando la misma hora… el mismo tiempo mecánico… la misma ilusión.
Queda el pasar de la vida… que ningún reloj puede medir.

Lo reafirmo… el tiempo de la vida no es el tiempo mecánico que mide el reloj. Mi tiempo no es el de Él o Ella… el de Él o Ella no es el mío. El de Él no es el de Ella… como tampoco el de Ella el de Él.

Cada ser, humano o no, vive su propio tiempo… cada amasijo de átomos posee su propio tiempo.



Entonces… ¿por qué esta fascinación por ver, una y otra vez, el mecánico movimiento de estos dos relojes… admirar, la asombrosa regularidad con la cual el volante gira en un sentido y otro, la espiral se expande y contrae, regresando los dos siempre a su misma posición… mientras las tres manecillas, una imperceptiblemente, otra de modo apenas apreciable, la tercera velozmente, avanzan…  marcando el paso de este tiempo mecánico... que, inexorablemente, las lleva, cada día, cada hora, cada minuto… a regresar a la misma posición?

El tiempo circular… el eterno retorno.



La verdad… no lo sé… no encuentro ninguna razón que pueda calificar de acertada e irrefutable… solo pareceres, especulaciones… sustentadas, principalmente, en analogías… entre mi propio corazón y el del reloj, el funcionamiento de uno y otro.

Sin realmente conocer en aquel entonces el funcionamiento del mecanismo de un reloj de cuerda… ya en la primera entrada anteriormente referida, ligaba mi muerte al hecho de que los relojes de bolsillo colgados arriba de la cabecera de mi cama, se detuvieran. Lo cual nunca sucedió, debido a que uno de los tres no era de cuerda sino de cuarzo.

Más tarde, con muchos más relojes de bolsillo, todos de cuerda, colgando arriba de mi cabeza… se han agregado muchas más razones, y de mayor peso, para equiparar los latidos de mi corazón al funcionamiento de estos relojes, la interrupción de los primeros a la detención del andar de los segundos.
Desde mi infarto al miocardio que significo un paro cardiorrespiratorio del cual me salve gracias a la conjunción de dos innegables hechos; uno, que a pesar de todos los esfuerzos consentidos por la Huesuda, nadie quiso recibir mis despojos, ni San Pedro ni Cerbero; dos, la más que oportuna y experta intervención de unos modernos brujos que tuvieron a bien resucitarme… el cual dejo como secuela unas arritmias que al decir de mi cardiólogo, hacen de mi persona un candidato a lo que denomina elegantemente como la “muerte súbita”… no puedo dejar de equiparar los latidos de mi corazón a los constantes tic-tac de los órganos reguladores de mis relojes… la permanencia y regularidad de estos últimos a la irregularidad y posible detención de los primeros.

Así es como, cada noche, antes de acostarme, doy cuerda a todos estos relojes de bolsillo, deteniéndome largamente para ver, con fascinación, el funcionamiento de todas las piezas del mecanismo de mis dos últimas adquisiciones… mis dos relojes de bolsillo, de cuerda, conocidos como tipo “esqueleto”.

Es como si pudiera ver latir mi corazón.






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