En
mi entrada del 07/11/2007, titulada “Engañando a la muerte”, exponía que arriba
de la cabecera de mi cama se encontraban tres relojes de bolsillo, dos de
cuerda y un de cuarzo… este último siendo el que me permitía seguir vivo, dado
que, al contrario de los otros dos, nunca se detenía.
Desde
entonces he emprendido coleccionar relojes de bolsillo, todos de cuerda, por lo
que hasta hace unos cuantos días había llegado a tener once de estos… de los
cuales ocho, al tener entre sesenta y ochenta años de antigüedad, por lo visto,
marcaban la hora según su estado de ánimo… atrasándose (poco o mucho) algunos
días al igual que adelantándose en otros.
El
relojero que los limpia, ajusta y compone, intenta, una y otra vez, lograr que
estos indiquen, durante el mayor tiempo posible, la misma hora que su compañero
con corazón de cuarzo… sin alcanzar tal propósito por más de unas cuantas
horas, días a lo sumo.
Ante
su evidente fracaso, me dijo que los corazones de estos viejos relojes al
encontrarse ya muy desgastados por el inexorable paso del tiempo, además de
hacer uso de su libre albedrío, se encuentran sujetos a todo tipo de nefastas
influencias externas, tal como, por ejemplo, la temperatura ambiente que afecta
la buena marcha de su corazón y demás partes de su mecanismo como son, en
primerísimo lugar el “escape” y la “espiral” en tanto que partes del mecanismo
regulador de los mismos.
Hace
pocos días, agregue a estos once relojes de bolsillo, dos más, de reciente
manufactura, del tipo llamado “Esqueleto”, lo cual significa que al tener las
tapas (delantera y trasera, para uno, y solo delantera para el otro) de un
material totalmente transparente (vidrio para uno y mica para el otro) tienen
la particularidad de mantener siempre visible el mecanismo de los mismos.
Se
podría decir que veo su corazón latir… lo cual no me canso de hacer a lo largo
del día (cuando tengo la oportunidad) y con particular atención y dedicación a
la hora de acostarme, cuando al darles cuerda, les insufle, por un día más, la
vida que se les va a medida que al distenderse el muelle… su corazón va
perdiendo fuerza.
También
en este mismo blog, en la entrada de fecha 31/12/2014, titulada “Relojes”, en
la vigilia de un nuevo año, escribí:
Aquí o allá todos los
relojes terminan marcando la misma hora… el mismo tiempo mecánico… la misma
ilusión.
Queda el pasar de la
vida… que ningún reloj puede medir.
Lo
reafirmo… el tiempo de la vida no es el tiempo mecánico que mide el reloj. Mi
tiempo no es el de Él o Ella… el de Él o Ella no es el mío. El de Él no es el
de Ella… como tampoco el de Ella el de Él.
Entonces…
¿por qué esta fascinación por ver, una y otra vez, el mecánico movimiento de
estos dos relojes… admirar, la asombrosa regularidad con la cual el volante
gira en un sentido y otro, la espiral se expande y contrae, regresando los dos siempre
a su misma posición… mientras las tres manecillas, una imperceptiblemente, otra
de modo apenas apreciable, la tercera velozmente, avanzan… marcando el paso de este tiempo mecánico...
que, inexorablemente, las lleva, cada día, cada hora, cada minuto… a regresar a
la misma posición?
La
verdad… no lo sé… no encuentro ninguna razón que pueda calificar de acertada e
irrefutable… solo pareceres, especulaciones… sustentadas, principalmente, en
analogías… entre mi propio corazón y el del reloj, el funcionamiento de uno y
otro.
Sin
realmente conocer en aquel entonces el funcionamiento del mecanismo de un reloj
de cuerda… ya en la primera entrada anteriormente referida, ligaba mi muerte al
hecho de que los relojes de bolsillo colgados arriba de la cabecera de mi cama,
se detuvieran. Lo cual nunca sucedió, debido a que uno de los tres no era de
cuerda sino de cuarzo.
Más
tarde, con muchos más relojes de bolsillo, todos de cuerda, colgando arriba de
mi cabeza… se han agregado muchas más razones, y de mayor peso, para equiparar
los latidos de mi corazón al funcionamiento de estos relojes, la interrupción
de los primeros a la detención del andar de los segundos.
Desde
mi infarto al miocardio que significo un paro cardiorrespiratorio del cual me
salve gracias a la conjunción de dos innegables hechos; uno, que a pesar de
todos los esfuerzos consentidos por la Huesuda, nadie quiso recibir mis
despojos, ni San Pedro ni Cerbero; dos, la más que oportuna y experta intervención
de unos modernos brujos que tuvieron a bien resucitarme… el cual dejo como
secuela unas arritmias que al decir de mi cardiólogo, hacen de mi persona un
candidato a lo que denomina elegantemente como la “muerte súbita”… no puedo
dejar de equiparar los latidos de mi corazón a los constantes tic-tac de los
órganos reguladores de mis relojes… la permanencia y regularidad de estos
últimos a la irregularidad y posible detención de los primeros.
Así
es como, cada noche, antes de acostarme, doy cuerda a todos estos relojes de
bolsillo, deteniéndome largamente para ver, con fascinación, el funcionamiento
de todas las piezas del mecanismo de mis dos últimas adquisiciones… mis dos
relojes de bolsillo, de cuerda, conocidos como tipo “esqueleto”.
Es como si pudiera ver
latir mi corazón.
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