abril 22, 2016

Por equiparar mi tiempo de vida al de mis relojes de bolsillo.



Después de haber subido a este blog, las dos anteriores entradas… siento la imperiosa necesidad de reafirmar que, según mi entender, el Destino no es más que la concatenación sin fin de las decisiones que, con mayor o menor grado de libertad, hemos ido tomando a lo largo de nuestra vida.
Esta concatenación, es la que hace que somos quien somos… pero también la que, en buena medida, marca el camino de nuestro futuro, constituye los cimientos sobre los cuales vamos construyendo nuestro devenir.

Siendo la diferencia entre EL destino y MI destino, el margen de libertad en función del cual hayamos tomado nuestras decisiones.
Entendiendo por “margen de libertad”, la distancia entre, por un lado, las condicionantes generadas por el entorno natural y las relaciones sociales (consciente o inconscientemente aceptadas) y, por otro lado, la voluntad de autonomía para obrar según nuestro propio criterio.

Lo valioso de mi vida… para mí… cuando me veo en el espejo, más allá del espejo… no para los demás, cuya mirada resulta siempre necesariamente equivocada… radica esencialmente en que tanto de mi vida responde a MI destino (Destinée, en francés) y que tanto AL destino (Destin en francés).

Me doy cuenta que, en realidad y sin proponérmelo, no hago más que resumir (de manera muy reduccionista, como todo resumen) lo que, en forma mucho más extensa y acertada, exprese en una anterior entrada, de fecha 11 de noviembre 2015, titulada “DESTINO… Destin… Destinée”… la cual, a continuación, me permito invitar a leer o releer.



 Hace unos cuantos días, al leer un libro francés, caí en la cuenta de que en el idioma español (o castellano si prefieren) se dispone de una sola palabra DESTINO, para expresar dos “conceptos” tan diametralmente opuestos como lo son, en el idioma francés, DESTIN y DESTINÉE.

Hecho a partir del cual no me atrevería a afirmar que el idioma francés es más rico y preciso que el castellano (existen casos contarios)… pero sí creo que puede resultar, por lo menos interesante, hacer una sucinta “disertación” sobre la diferencia entre los vocablos DESTIN  y DESTINÉE.

DESTIN se refiere, en un lenguaje con connotación religiosa, a lo que podríamos designar por “Providencia”…  y en un lenguaje más profano, como el azar, la fatalidad, la imperiosa necesidad, lo ineluctable.

El DESTIN tiene que ver con el futuro. Un futuro, el nuestro, sobre el cual no tenemos el más mínimo poder de decisión, ni siquiera de orientación. Una “fuerza” exterior a nuestra persona, que nos moldea, nos va construyendo sin la más remota intervención nuestra… que solo podemos aceptar, nunca rechazar, y de ahí, cuando mucho, intentar adaptarnos a su dictado, su imposición.
Sin siquiera ser capaces de determinar, ni adivinar, el origen o la procedencia, mucho menos la “esencia”, de esta “fuerza ciega” (que solo alcanzamos a materializar y visualizar bajo la forma de “eventos”) que nos impone su voluntad… por definición ajena a la nuestra.

En cambio la DESTINÉE es todo lo contrario. Es la capacidad de todo ser humano (o que pretende serlo) de erigirse en dueño de su futuro, participe de la creación de su ser, su existencia, su humanidad… su mundo… y por lo tanto, en mayor o menor medida, participe de la creación del Mundo.
Dueño de su futuro, creador de su ser… sino en su totalidad (resulta imposible abstraerse del entorno) si con la capacidad de aceptar, rechazar, o por lo menos componer (que no transigir), con los condicionamientos externos que disfrazan su imposición de una supuesta libre aceptación.

Aun, condicionado por su entorno… cada ser humano puede vivir su Destino o abandonarse a este… luchar activa y arduamente día con día, para crear su propia vida, participando a la creación del mundo… o aceptar pasivamente que pretendidas ciegas e inmateriales fuerzas sean las que vayan moldeando su supervivencia.
Difícil elección… la primera requiere luchar contra la corriente… la segunda dejarse llevar por ella. La segunda, invisible e inaprehensible, nos es dada, nos envuelve, nos inmoviliza… la primera, por alcanzar, requiere que desatemos los nudos que nos atan, rompamos las cadenas que nos encadenan, dejar el inmovilismo y el confort, ponerse en marcha y aventurarse.

Hoy en día, el Destino, en tanto que DESTIN, es aceptarse como Homo-economicus, Homo-predator. Ser un engranaje más en una “maquinaria social” funcionando según un bien aceitado mecanismo jerárquico y mercantil.
Un engrane sin más libertad de movimiento que la de rotar indefinidamente sobre su propio eje… sumiso, obediente, sometido… carcomido por la competencia, la angustia de la permanente evaluación, la obligatoria eficiencia y rentabilidad… sin más anhelo que el de poder seguir con su mecánica función, su trabajo… sin más aspiración que la de adquirir objetos… poder comprar, tanto lo necesario como lo superfluo, lo indispensable a la supervivencia, lo que permita seguir siendo funcional objeto entre objetos… comprar y ser comprado… ser comprado para poder seguir comprando. Supervivencia reducida a un balance entre pérdida y beneficio… acompasada entre codicia y poder… entregada al esforzado ocultamiento de su ausencia, a su propia persona, a los demás, al mundo. Un mundo que gira sin el… engrane movido por otros engranes… ignorantes todos de la fuente de poder que los pone en movimiento… estático movimiento… sobre su propio eje.

El Destino, en tanto que DESTINÉE, es negarse a seguir siendo este engrane… rehusarse en ceder a la multitud de solicitaciones y explícitos mandatos que nos llevan a privilegiar el tener sobre el ser. La afanosa búsqueda del ser implica aprender a desistir del tener.
El darse a la tarea de forjar su propio Destino, en tanto que DESTINÉE, nos obliga (si es que queremos tener éxito en nuestro propósito) a rehuir de todo lo que nos integra al Homo-economicus y el Homo-predator. Rechazar la dominación al igual que la sumisión… renunciar a la apropiación y la explotación (tanto de sus semejantes como de la naturaleza)… repudiar al trabajo, actividad, tiempo y espacio en los cuales se encuentran y refuerzan mutuamente la dominación y la explotación. Renunciar al ejercicio de una racionalidad instrumental, mecánica, que privilegia el cálculo, la evaluación, la competencia, los valores propios de la economía… en detrimento de una inteligencia sensible que acoge, sentimientos, sensaciones, emociones… en busca de la solidaridad y el gozo. Sustituir el valor de cambio por el valor de uso… el intercambio monetario por el don y la gratuidad. Suplantar la fuerza productiva, por la fuerza vital… el consumo que nos consume, por la creación que nos asemeja a los Dioses.


El hombre puede construir su Destino… dejar la necesidad de la sobrevivencia por la tentación de vivir, el sentimiento del existir… abandonar la preminencia del tener sobre el ser, la cantidad sobre la calidad, el trabajo sobre la creación, el cálculo sobre la sensibilidad, el vender sobre el dar, la apropiación sobre el compartir, la dominación y la explotación sobre la fraternidad y la solidaridad.


Desde los albores de la humanidad, con las huellas de su mano en las paredes de sus hábitats o centros ceremoniales, el hombre dejo constancia de su presencia y paso por el tiempo… de su humanidad.
Las líneas de la palma de mi mano no marcan mi DESTINO… al igual que mis huellas digitales, me hacen único, insustituible… único dueño de mi DESTINÉE… si así lo quiero, si así lo decido, si así me atrevo.


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