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Primera parte:
UNA FINCA, UN MUNDO, UNA GUERRA,
POCAS PROBABILIDADES.
Agosto del 2018.
Subcomandante Insurgente Galeano:
Buenos días, gracias por
haber venido, por aceptar nuestra invitación y compartirnos su palabra.
Vamos a empezar a explicar
cuál es nuestro modo para hacer análisis y valoraciones.
Nosotros empezamos por
analizar qué pasa en el mundo, luego nos bajamos a qué pasa en el continente,
luego nos bajamos a qué pasa en el país, luego en la región y luego en lo
local. Y de ahí sacamos una iniciativa y la empezamos a subir de lo local
a lo regional, a lo nacional, al continente y al mundo entero.
Según nuestro pensamiento,
el sistema dominante a nivel mundial es el capitalismo. Para explicárnoslo y
para explicarlo a otros, usamos la imagen de una finca.
Le voy a pedir al
Subcomandante Insurgente Moisés que nos platique de eso.
-*-*-*-*-*-*-
Subcomandante Insurgente
Moisés:
Bueno, entonces
compañeros, compañeras, entrevistamos a compañeros y a compañeras bisabuelos y
bisabuelas que estuvieron en su vida -algunos todavía están vivos y
vivas-. Esto es lo que nos contaron, que nos llevó a pensar -decimos
ahora- que los ricos, los capitalistas, quieren convertir en su finca lo que es
el mundo.
Está el finquero, el
terrateniente, el dueño pues así de miles de hectáreas de tierra, y ya eso
cuando no está, pues el patrón tiene su capataz que es el que cuida la finca, y
de ahí ese capataz busca su mayordomo que es el que va a ir a exigir que se
trabaje su tierra; y ese capataz, ordenado por el patrón, tiene que buscar a
otro que le llaman el caporal, que es el que cuida alrededor de la hacienda, de
su casa, pues. Entonces nos contaron de que en las fincas hay distintas
cosas de lo que se hace ahí en la finca: hay finca ganadera, hay finca
cafetalera, hay finca de caña, donde hacen panela, y de milpa y de
frijol. Entonces lo combinan, lo combinan eso; o sea en una finca de 10
mil hectáreas ahí está todo ahí, hay de ganadería, de cañería, de frijol,
milpa. Entonces toda su vida la gente está circulando ahí, trabajando ahí
pues -lo que decimos los mozos o los baldíos, la gente que está sufriendo ahí-
De capataz, pues él
completa su paga robándole al patrón de lo que produce la finca. O sea
que además de lo que le da el patrón, el finquero, el capataz tiene su ganancia
de robar. Por ejemplo, si nacen 10 vaquillas y 4 toretes, pues el capataz
no reporta cabal, sino que le dice al patrón que sólo nacieron 5 vaquillas y 2
toretes. Si el patrón se da cuenta de la tranza, pues lo corretea al
capataz y pone a otro. Pero siempre algo roba el capataz o sea que es la
corrupción que dicen.
Nos cuentan que cuando el
capataz, porque no está el patrón, y entonces el capataz es el que queda, y
cuando el capataz también quiere salir, entonces busca a alguien de los que
tiene ahí, que sea igual como él de cabrón pues, de exigente pues; entonces
mientras él va a echar su vuelta deja nombrado a alguien o sea, como que busca
a su amigo que va a dejar a su cargo para luego llegar y tomar otra vez en su mano
el capataz.
Y entonces vemos eso, que
el patrón no está, el patrón está en otro lado pues, el capataz es el que
decimos así de que como los países o los pueblos que nosotros decimos, porque
vemos que ya no es país pues; es el Peña Nieto como decimos, el capataz.
El mayordomo decimos que son los gobernadores, y los caporales los presidentes
municipales. Está estructurado de una manera en cómo van a dominar, pues.
También vemos que ese
capataz, mayordomo y caporal son los que exigen a la gente. Y ahí
en la finca nos cuentan los bisabuelos que ahí hay una tienda, que le dicen
tienda de raya -así nos lo contaron pues- quiere decir que la tienda es ahí
donde se endeuda; entonces los explotados, explotadas que están ahí, mozos o
mozas como le decimos, pues, entonces ya se acostumbraron de que ahí van
a comprar su sal, su jabón, lo que necesita, o sea, no manejan dinero; tiene
ahí el patrón su tienda y ahí es donde se enlistan, porque necesitan la sal, el
jabón, el machete, la limadora o el hacha, entonces compran ahí, no es porque
van a pagar con dinero sino con su fuerza de trabajo.
Y nos cuentan los
bisabuelos que su vida, tanto como mujeres y hombres, es que le dan lo poco
para comer el día de hoy para que mañana continúa trabajándole al patrón, y así
a lo largo de todas sus vidas que la pasaron.
Y comprobamos lo que
dicen nuestros bisabuelos porque cuando nosotros salimos en el 94, cuando
fuimos tomando las fincas para sacar a esos explotadores, encontramos a
capataces y a gentes acasillados, que están acostumbrados a
eso lo que les dije de tiendas de raya, entonces esa gente acasillada nos
dijeron que no saben qué van a hacer, que porque ahora dónde va a encontrar su
sal, su jabón, porque ya no está su patrón. Nos preguntaban a nosotros
que ahora quién va a ser el nuevo patrón, porque quiere ir ahí porque no sabe
qué hacer, porque dónde va a encontrar su jabón, su sal.
Entonces nosotros les
dijimos: ahorita estás libre, trabaja la tierra, es tuya, así como el patrón
que te explotó ahora vas a trabajar, pero es para ti, para tu familia.
Pero entonces se resiste diciendo de que no, de que esta tierra es del patrón.
Es ahí donde
comprobamos que hay gente que ya está hallada pues a la esclavitud. Y si tienen
su libertad, pues no saben qué hacer, porque sólo saben obedecer.
Y esto que les estoy
hablando es de hace 100 años, más de 100 años, porque nuestros bisabuelos -uno
de ellos tiene más o menos como 125, 126 años ahorita, porque ya tiene más de
un año que lo entrevistamos a ese compa- son los que nos cuentan.
Entonces así lo vimos, que
sigue eso. Hoy pensamos que así está el capitalismo ahora. Quiere
convertir en finca el mundo. O sea, pero son los empresarios
trasnacionales: “Voy a mi finca La Mexicana”, según lo que le antoja; “voy a mi
finca La Guatemalteca, La Hondureña”, y así.
Y va a empezar a organizar
según su interés al capitalismo pues, así como nos cuentan nuestros bisabuelos,
que en una finca hay de todo ahí, café, ganado, maíz, frijol, y en otra finca
no, es puro nomás de caña para sacar panela, y en la otra pues otra cosa.
Así nos fueron organizando ellos, cada finquero pues.
No hay patrón bueno, todos
son malos.
Aunque nos cuentan
nuestros bisabuelos que nos cuentan de que hay unos buenos -dicen- pero a la
hora de que nos toca analizarlo, pensarlo, verlo, simplemente porque no hay
tanto maltrato físico, es lo que dicen nuestros bisabuelos eso de que entonces
son buenos, porque no los chicotean pues; pero de explotados, explotadas, no
hay salvación. En otras fincas sí, aparte de que estás cansado ya del
trabajo y si no les cumples más, pues los chicotean.
Entonces pensamos que todo
eso lo que les pasó es lo que va a pasar con nosotros, pero ahora sí ya no sólo
nomás en el campo, sino en la ciudad. Porque no es lo mismo el
capitalismo de hace 100 años, 200 años, ya son diferentes su modo de
explotación y no sólo nomás en el campo explota ahora sino también en la
ciudad. Y su explotación cambia de modo, decimos, pero igual es
explotación. Como que es la misma jaula de encierro, pero cada tanto la
pintan, como que es nueva, pero es la misma.
Pero como quiera hay gente
que no quiere la libertad, sino que ya se halló a obedecer, y entonces sólo
busca un cambio de patrón, de capataz, que no sea tan cabrón o sea que igual explote
pero trate bien.
Entonces nosotros no lo
perdemos de vista eso porque viene, ya están empezando, y así.
Eso es lo que nos llama la
atención de que ¿será que hay otros, otras, que ven, piensan, comparan igual
que así nos la van a hacer?
¿Y qué van a hacer estas
hermanas y hermanos? ¿Será que se conforman con un cambio de capataz o de
patrón, o es que lo que quieren es la libertad?
Eso es lo que me toca
explicarles eso porque viene con lo que nosotros pensamos y vemos con los
compañeros, compañeras, como Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
*-*-*-*-*-*-
Subcomandante Insurgente
Galeano:
Entonces lo que
nosotros vemos a nivel mundial es una economía depredadora. El
sistema capitalista está avanzando de forma de conquistar territorios,
destruyendo lo más que pueda. Simultáneamente hay un ensalzamiento del
consumo. Parece que el capitalismo ya no parece preocupado por quién va a
producir las cosas, para eso están las máquinas, pero no hay máquinas que
consuman mercancías.
En realidad, este
enaltecimiento del consumo, esconde una explotación brutal y un despojo
sanguinario de la humanidad que no aparecen en la inmediatez de la producción
moderna de mercancías.
La máquina que,
automatizada al tope y sin la participación humana, fabrica computadoras o
celulares, se sostiene, no en el avance científico y tecnológico, sino en el
saqueo de recursos naturales (la necesaria destrucción/despoblamiento y
reconstrucción/reordenamiento de territorios) y en la inhumana esclavitud de
miles de ínfimas, pequeñas y medianas células de explotación de la fuerza de
trabajo humana.
El mercado (ese gigantesco
almacén de mercancías) contribuye a ese espejismo del consumo: las mercancías
le aparecen al consumidor como “ajenas” al trabajo humano (es decir, a su
explotación); y una de las consecuencias “prácticas” es darle al consumidor
(siempre individualizado) la opción de “rebelarse” eligiendo uno u otro
mercado, uno u otro consumo, o negándose a un consumo específico. ¿No se
quiere consumir comida chatarra? No problema, los productos alimenticios
orgánicos también están a la venta, y a un precio más elevado. ¿No
consume conocidos refrescos de cola porque son dañinos a la salud? No
problema, el agua embotellada es comercializada por la misma empresa. ¿No
quiere consumir en las grandes cadenas de supermercados? No problema, la
misma empresa le surte a la tiendita de la esquina. Y así.
Entonces está organizando
la sociedad mundial dándole, aparentemente, prioridad al consumo, entre otras
cosas. El sistema marcha con esa contradicción (entre otras): quiere
deshacerse de la fuerza de trabajo porque su “uso” presenta varios problemas
(por ejemplo: tiende a organizarse, protestar, hacer paros, huelgas, sabotaje
en la producción, aliarse a otr@s); pero al mismo tiempo necesita el consumo de
mercancías por parte de esa mercancía “especial”.
Por más que el sistema
apunte a “automatizarse”, la explotación de la fuerza de trabajo le es
fundamental. No importa cuánto consumo mande a la periferia del proceso productivo,
o cuánto extienda la cadena de producción de modo que parezca (de “simular”)
que el factor humano está ausente: sin la mercancía esencial (la fuerza de
trabajo) el capitalismo es imposible. Un mundo capitalista sin la
explotación, donde sólo el consumo prevalece, es bueno para la ciencia ficción,
las elucubraciones en las redes sociales y los sueños perezosos de los
admiradores de los suicidas de la izquierda aristocrática.
No es la existencia del
trabajo la que define al capitalismo, sino la caracterización de la capacidad
de trabajo como una mercancía que se vende y se compra en el mercado
laboral. Esto quiere decir que hay quien vende y hay quien compra; y,
sobre todo, que hay quien sólo tiene la opción de venderse.
La posibilidad de comprar
la fuerza de trabajo está dada por la propiedad privada de los medios de
producción, de circulación y consumo. En la propiedad privada de estos
medios está el núcleo vital del sistema. Sobre esta división de clase (la
poseedora y la desposeída) y para ocultarla, se construyen todas las
simulaciones jurídicas y mediáticas, así como las evidencias dominantes: la
ciudadanía y la igualdad jurídica; el sistema penal y policíaco, la democracia
electoral y el entretenimiento (cada vez más difíciles de diferenciar); las neo
religiones y las supuestas neutralidades de las tecnologías, las ciencias
sociales y las artes; el libre acceso al mercado y al consumo; y las tonterías
(más o menos elaboradas) del “cambio está en uno mismo”, “uno es el arquitecto
de su propio destino”, “al mal tiempo pon buena cara”, “no le des un pescado al
hambriento, mejor enséñale a pescar” (“y véndele la caña de pescar”), y, ahora
de moda, los intentos de “humanizar” el capitalismo, hacerlo bueno, racional,
desinteresado, light.
Pero la máquina quiere
ganancias y es insaciable. No hay un límite para su glotonería. Y
el afán de ganancias no tiene ética ni racionalidad. Si debe matar,
mata. Si necesita destruir, destruye. Aunque sea el mundo entero.
El sistema avanza en su
reconquista del mundo. No importa lo que se destruya, quede o sobre: es
desechable mientras se obtenga la máxima ganancia y lo más rápido
posible. La máquina está volviendo a los métodos que le dieron origen
-por eso nosotros les recomendamos leer la Acumulación Originaria del Capital-,
que es mediante la violencia y mediante la guerra que se conquistan nuevos
territorios.
Como que el capitalismo
dejó pendiente una parte de la conquista del mundo en el neoliberalismo y que
ahora tiene que completarlo. En su desarrollo, el sistema “descubre” que
aparecieron nuevas mercancías y esas nuevas mercancías están en el territorio
de los pueblos originarios: el agua, la tierra, el aire, la biodiversidad; todo
lo que todavía no está maleado está en territorio de los pueblos originarios y
van sobre ello. Cuando el sistema busca (y conquista) nuevos mercados, no
son sólo mercados de consumo, de compra-venta de mercancías; también, y sobre
todo, busca y trata de conquistar territorios y poblaciones para extraerles
todo lo que se pueda, no importa que, al terminar, deje un páramo como herencia
y huella de su paso.
Cuando una minera invade
un territorio de los originarios, con la coartada de ofrecer “fuentes de
trabajo” a la “población autóctona” (me cae que así nos dicen), no sólo está
ofreciendo a esa gente la paga para comprar un nuevo celular de gama más alta,
también está desechando a una parte de esa población y está aniquilando (en
toda la extensión de la palabra) el territorio en el que opera. El
“desarrollo” y el “progreso” que ofrece el sistema, en realidad esconden que se
trata de sus propios desarrollo y progreso; y, lo más
importante, oculta que esos desarrollo y progreso se obtienen a costa de la
muerte y la destrucción de poblaciones y territorios.
Así se fundamenta la
llamada “civilización”: lo que necesitan los pueblos originarios es “salir de
la pobreza”, o sea necesitan paga. Y entonces se ofrecen “empleos”, es
decir, empresas que “contraten” (exploten pues) a los “aborígenes” (me cae que
así nos dicen).
“Civilizar” una comunidad
originaria es convertir a su población en fuerza de trabajo asalariada, es
decir, con capacidad de consumo. Por eso todos los programas del Estado
se plantean “la incorporación de la población marginada a la civilización”.
Y, en consecuencia, los pueblos originarios no demandan respeto a sus tiempos y
modos de vida, sino “ayuda” para “colocar sus productos en el mercado” y “para
obtener empleo”. En resumen: la optimización de la pobreza.
Y con lo de “pueblos
originarios” nos referimos no sólo a los mal llamados “indígenas”, sino a todos
los pueblos que originalmente cuidaban los territorios hoy bajo las guerras de
conquista, como el pueblo kurdo, y que son subsumidos, por medio de la fuerza,
en los llamados Estados Nacionales.
La llamada “forma Nación”
del Estado, nace con el ascenso del capitalismo como sistema dominante.
El capital necesitaba protección y ayuda para su crecimiento. El Estado
suma entonces, a su función esencial (la de la represión), la de ser garante de
ese desarrollo. Claro, entonces se dijo que era para normar la barbarie,
“racionalizar” las relaciones sociales y “gobernar” para todos; “mediar” entre
dominadores y dominados.
La “libertad” era la
libertad para comprar y vender (se) en el mercado; la “igualdad” era para
cohesionar el dominio homogeneizando; y la “fraternidad”, bueno, tod@s somos
herman@s, el patrón y el trabajador, el finquero y el peón, la víctima y el
verdugo.
Después se dijo que el
Estado Nacional debía “regular” el sistema, ponerlo a salvo de sus propios
excesos y hacerlo “más equitativo”. Las crisis eran producto de defectos
de la máquina, y el Estado (y el gobierno en particular), era el mecánico
eficiente siempre alerta para arreglar esos desperfectos. Claro, a la
larga resultó que el Estado (y el gobierno en particular) era parte del
problema, no la solución.
Pero los elementos
fundamentales de ese Estado Nación (policía, ejército, lengua, moneda, sistema
jurídico, territorio, gobierno, población, frontera, mercado interno, identidad
cultural, etc.) hoy están en crisis: las policías no previenen el delito, lo
cometen: los ejércitos no defienden a la población, la reprimen; las “lenguas
nacionales” son invadidas y modificadas (es decir, conquistadas) por la lengua
dominante en el intercambio; las monedas nacionales se valúan conforme a las
monedas que hegemonizan el mercado mundial; los sistemas jurídicos nacionales
se subordinan a las leyes internacionales; los territorios se expanden y
contraen (y fragmentan) conforme a la nueva guerra mundial; los gobiernos
nacionales supeditan sus decisiones fundamentales a los dictados del capital
financiero; las fronteras varían en su porosidad (abiertas para el tráfico de
capitales y mercancías, y cerradas para las personas); las poblaciones
nacionales se “mezclan” con las provenientes de otros Estados; y así.
Al mismo tiempo que
“descubre” nuevos “continentes” (es decir: nuevos mercados para extraer
mercancías y para el consumo), el capitalismo enfrenta una crisis compleja (en
su composición, en su extensión y en su profundidad), que él mismo produjo con
este afán depredador.
Es una combinación de
crisis:
Una es la crisis ambiental
que está pegando en todas partes del mundo y que es producto también del
desarrollo del capitalismo: la industrialización, el consumo y el saqueo de la
naturaleza tienen un impacto ambiental que altera ya lo que se conoce como
“planeta Tierra”. El meteorito “capitalismo” ya cayó y ha modificado
radicalmente la superficie y las entrañas del tercer planeta del sistema solar.
La otra es la
migración. Se están pauperizando y destruyendo territorios enteros y
obligando a la gente a migrar buscando vida. La guerra de conquista, que
está en la esencia misma del sistema, ya no ocupa territorios y su población,
sino que pone a esa población en el rubro de “sobras”, “ruinas”, “escombros”,
por lo que esas poblaciones o perecen o emigran a la “civilización” que, no hay
que olvidarlo, se sostiene sobre la destrucción de “otras”
civilizaciones. Si esas personas no producen ni consumen, sobran.
El llamado “fenómeno migratorio” es producido y alimentado por el sistema.
Y una más –en la que
nosotros estamos encontrando coincidencias con varios analistas en todo el
mundo- es el agotamiento de los recursos que hacen andar “la máquina”: los
energéticos. Los llamados “picos” finales en reservas de petróleo y
carbón, por ejemplo, ya están muy cerca. Esos energéticos se agotan y son
muy limitados, su reposición duraría millones de años. El previsible e
inminente agotamiento hace que los territorios con reservas -aunque limitadas-
de energéticos, sean estratégicos. El desarrollo de fuentes de energía
“alternas” va demasiado despacio por la sencilla razón de que no es rentable,
es decir, no se repone rápido la inversión.
Estos tres elementos de
esa crisis compleja ponen en entredicho la existencia misma del planeta.
¿La crisis terminal del
capitalismo? Ni de lejos. El sistema ha demostrado que es capaz de
superar sus contradicciones e, incluso, funcionar con ellas y en ellas.
Entonces, ante esas crisis
que el mismo capitalismo provoca, que provoca migración, provoca catástrofes
naturales; que se acerca al límite de sus recursos energéticos fundamentales
(en este caso el petróleo y el carbón), parece que el sistema está ensayando un
repliegue hacia dentro, como una antiglobalización, para poder defenderse de sí
mismo y está usando a la derecha política como garante de ese repliegue.
Esta aparente contracción
del sistema es como un resorte que se retrae para luego expandirse. En
realidad, el sistema se está preparando para una guerra. Otra
guerra. Una total: en todas partes, todo el tiempo y con todos los
medios.
Se están construyendo
muros legales, muros culturales y muros materiales para tratar de defenderse de
la migración que ellos mismos provocaron; y se está tratando de volver a mapear
el mundo, sus recursos y sus catástrofes, para que los primeros se administren
para que el capital mantenga su funcionamiento, y las segundas no afecten tanto
a los centros donde se agrupa el Poder.
Estos muros van a seguir
proliferando, según nosotros, hasta que se vaya construyendo una especie de
archipiélago “de arriba” donde, dentro de “islas” protegidas, queden los
dueños, digamos, los que tienen la riqueza; y afuera de esos archipiélagos
quedamos todos los demás. Un archipiélago con islas para los patrones, y
con islas diferenciadas –como las fincas- con labores específicas. Y, muy
aparte, las islas perdidas, las de l@s desechables. Y en el mar abierto,
millones de barcazas deambulando de una a otra isla, buscando un lugar para
atracar.
¿Ciencia Ficción de
manufactura zapatista? Googlee usted “Barco Aquarius” y
vea la distancia que media entre lo que describimos y la realidad. Al
Aquarius varias naciones de Europa le negaron la posibilidad de atracar en
puerto. ¿La razón? La carga letal que transporta: cientos de
migrantes procedentes de países “liberados” por Occidente con guerras de
ocupación, y de países gobernados por tiranos con el beneplácito de Occidente.
“Occidente”, el símbolo de
la civilización por auto denominación va, destruye, despuebla y se repliega y
cierra, mientras el gran capital sigue con sus negocios: fabricó y vendió las
armas de destrucción, también fabrica y vende las máquinas para la
reconstrucción.
Y quien está apoyando este
repliegue es la derecha política en varias partes. Es decir, los
capataces “efectivos”, los que controlan a la peonada y aseguran la ganancia
para el finquero… aunque más de uno, una, unoa, se
roben parte de las vaquillas y toretes. Y, además, “chicoteen” demasiado
a su respectiva población acasillada.
Todos los que sobren: o
consumen o hay que aniquilarlos; hay que hacerlos a un lado; son -decimos
nosotros- l@s desechables. No cuentan ni siquiera como “víctimas
colaterales” en esta guerra.
No es que algo está
cambiando, es que ya cambió.
Y ahora usamos el símil de
los pueblos originarios porque durante mucho tiempo, en la etapa previa de
desarrollo del capitalismo, los pueblos originarios quedaron como los
olvidados. Antes nosotros usábamos el ejemplo de los infantes indígenas,
que eran los no-natos porque nacían y morían sin que
nadie les llevara la cuenta, y esos no-natos habitaban en estas zonas, por
ejemplo, en estas montañas que antes no les interesaban. Las buenas
tierras (las “planadas”, les decimos nosotros), fueron ocupadas por las fincas,
por los grandes propietarios, y aventaron a los indígenas a las montañas, y
ahora resulta que esas montañas tienen unas riquezas, mercancías, que quiere
también el capital y entonces ya no hay a dónde irse para los pueblos
originarios.
O luchan y defienden,
incluso hasta la muerte, esos territorios, o no hay de otra, pues. Porque
no habrá un barco que los recoja cuando naveguen a la intemperie en las aguas y
tierras del mundo.
Está en marcha una nueva
guerra de conquista de los territorios de los originarios, y la bandera que
porta el ejército invasor a veces lleva también los colores de la izquierda
institucional.
Este cambio en la máquina
en lo que se refiere al campo o “zonas rurales”, que se puede apreciar hasta
con un análisis superficial, también se presenta en las ciudades o “zonas
urbanas”. Las grandes ciudades se han reordenado o están en ese proceso,
después o durante una guerra despiadada contra sus habitantes marginales.
Cada ciudad contiene muchas ciudades dentro, pero una central: la del
capital. Los muros que rodean esa ciudad están formados por leyes, planes
de urbanización, policías y grupos de choque.
El mundo entero se
fragmenta; proliferan los muros; la máquina avanza en su nueva guerra de
ocupación; cientos de miles de personas descubren que el nuevo hogar que les
prometió la modernidad es una barcaza en altamar, la orilla de una carretera, o
el hacinamiento de un centro de detención para “indocumentados”; millones de
mujeres aprenden que el mundo es un gigantesco club de caza donde ellas son la
presa a cobrar; la infancia se alfabetiza como mercancía sexual y laboral; y la
naturaleza pasa la cuenta del largo debe que, en su saldo rojo, acumula el
capitalismo en su breve historia como sistema dominante.
Claro, falta lo que digan
las mujeres que luchan, loas otroas de
abajo (para quienes, en lugar del glamur de los closets entreabiertos de
arriba, hay desprecio, persecución y muerte), quienes pernoctan en las colonias
populares y se pasan el día trabajando en la ciudad del capital, l@s migrantes
que recuerdan que ese muro no estuvo ahí desde el principio de los tiempos, los
familiares de desaparecid@s, asesinad@s y encarcelad@s que no olvidan ni
perdonan, las comunidades rurales que descubren que fueron engañadas, las
identidades que se descubren diferentes y suplen la vergüenza por el orgullo, y
todas, todos, todoasl@s desechables que entienden que el
destino no tiene que ser el de la esclavitud, el olvido o la muerte mortal.
Porque otra crisis, que
pasa desapercibida, es la emergencia y proliferación de rebeldías, de núcleos
humanos organizados que desafían no sólo al Poder, también a su lógica perversa
e inhumana. Diversa en su identidad, es decir, en su historia, esta
irrupción aparece como una anomalía del sistema. Esta crisis no cuenta
para las leyes de probabilidad. Sus posibilidades de mantenerse y
profundizarse son mínimas, casi imposibles. Por eso no cuentan en la
cuenta de arriba.
De las rebeldías, para la
máquina, no hay que preocuparse. Son pocos, pocas y pocoas,
si acaso lleguen a 300.
*-*-*-*-*-*-
Es seguro que esta visión
del mundo, la nuestra, esté incompleta y que, con alto grado de probabilidad,
sea errónea. Pero así es como vemos el sistema a nivel mundial. Y
de esta valoración se sigue lo que miramos y valoramos en los niveles
continental, nacional, regional y local.
(Continuará…)
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