mayo 23, 2017

LA RIFA DEL TIGRE


He aquí el editorial que publico, en forma más que inmediata (seguro que ya lo tenían redactado de antemano) el periódico EL PAIS, apenas unos cuantos minutos después de conocerse oficialmente la victoria de Pedro Sánchez a la secretaria general del PSOE.

El ‘Brexit’ del PSOE
La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del partido socialista sitúa al PSOE en una de las coyunturas más difíciles de su larga historia. El retorno a la secretaría general de un líder con un legado tan marcado por las derrotas electorales, las divisiones internas y los vaivenes ideológicos no puede sino provocar una profunda preocupación.
La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos. En este sentido, la victoria de Sánchez no es ajena al contexto político de crisis de la democracia representativa, en el que se imponen con suma facilidad la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento.
Finalmente España ha sufrido también su momento populista. Y lo ha sufrido en el corazón de un partido esencial para la gobernabilidad de nuestro país, un partido que desde la moderación ha protagonizado algunos de los años más prósperos y renovadores de nuestra historia reciente. Lo mismo le ocurrió en los meses pasados al socialismo francés, que se encuentra al borde de la desaparición de la mano del radical Benoît Hamon. Y un desastre parecido se avecina en el laborismo británico, dirigido por el populista Jeremy Corbyn. Sería ilusorio pensar que el PSOE no está en este momento ante un riesgo de la misma naturaleza. En todos los casos, la demagogia —conocida en Podemos o Trump— de los de abajo contra los de arriba se ha impuesto a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón. Debemos asumir que esto nos sitúa ante una situación muy difícil para nuestro sistema político.
Sánchez ha construido su campaña sobre dos promesas de imposible cumplimiento. Una, conformar, con la actual configuración del Parlamento, una mayoría de gobierno alternativa al Partido Popular. Pero aunque se haya pretendido convencer a la militancia de que entonces se pudo pero no se quiso, esa mayoría fue imposible en octubre pasado y lo es también ahora, pues el PSOE no tiene la fuerza ni la capacidad de construir una mayoría de gobierno estable.
La segunda promesa ha sido la de redibujar el Partido Socialista como una organización sin instancias intermedias en la que solo existe un líder, el secretario general, y los militantes. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja: el PSOE es un partido profundamente descentralizado, tanto desde el punto de vista orgánico como territorial, donde existen múltiples instancias de poder con las que es inevitable contar. No entender ni respetar esa pluralidad y complejidad es lo que le llevó a perder la secretaría general en octubre pasado.
Fue la combinación de esos dos hechos, la imposibilidad de gobernar y la negativa a aceptar las consecuencias, lo que llevó a Pedro Sánchez a perder el apoyo del comité federal y, eventualmente, a dimitir. Las circunstancias no han cambiado, así que Sánchez vuelve al punto de partida de octubre. Con una diferencia crucial: que lo hace después de una serie de giros ideológicos en cuestiones clave (las alianzas con Podemos y el concepto de nación) que le alejan aún más de la posibilidad de gobernar.

En un momento en el que España enfrenta un grave problema territorial en Cataluña, era más necesario que nunca que el PSOE se configurase como un partido estable y capaz de suscitar amplios apoyos. Lamentablemente, el proyecto de Sánchez, en el que no cuenta con nadie que represente el legado de 22 años de Gobierno del PSOE ni ningún poder territorial significativo, aboca al partido a la profundización de una ya gravísima crisis interna. Como demuestran las debacles electorales que sufren los socialistas en toda Europa, y como ya han experimentado los socialistas en España, los márgenes para la supervivencia y relevancia del proyecto que aspiran a encarnar son de por sí ya muy estrechos. En esas circunstancias, la confusión ideológica y el modelo de partido asambleario en el que se ha apoyado Sánchez fácilmente podrá desmovilizar aún más a sus votantes y alejar a los socialistas del poder.



Este editorial me produce rabia y asco.
Equiparar la "victoria" de Pedro Sánchez al Brexit e incluso al triunfo de Trump (así como un éxito más del populismo) me revuelve las tripas e indigna muy profundamente.
Ya sabía que así era, pero ahora creo que calificar a EL PAÍS, como periódico al servicio de los intereses de la oligarquía, es un hecho ya más que probado, indiscutible.

Si el regreso de Pedro Sánchez a la secretaria general del PSOE le provoca a este medio “una profunda preocupación”… a mí me entristece y encabrona muy hondamente esta “profunda preocupación”.
Personalmente, no renovare mi suscripción a un periódico que, como muchos otros (casi todos), es indudablemente un portavoz de la oligarquía.


Dicho esto, me alegra sobremanera que la militancia (estas bases siempre ignoradas, ninguneadas y manipuladas… en nombre de quienes se habla, pero contra quienes se actúa) haya derrotado la burocracia partidista profesional y los medios… esperando (sin la menor garantía al respecto) que este señor Pedro Sánchez sea su portavoz y no su enésimo nuevo guía y líder.

Como dicen en México: “se ha ganado la rifa del tigre”. No la va a tener nada fácil, sino todo lo contrario.

Uno, porque los apparatchiks del PSOE (“barones” jóvenes y viejos, nuevos e históricos) no se van a rendir tan fácilmente. Contando de antemano con la complicidad de las elites políticas y económicas, así como el conjunto de los poderes facticos (mediáticos y otros), estos no repararan en las puñaladas por la espalda y las zancadillas, sembrando su camino de minas antipersonales.

Dos, porque colocado entre los intereses del “aparato” (el que supuestamente venció y el que lo sustituirá) y las expectativas generadas en los militantes de base (que le recordaran los compromisos adquiridos a con ellos) tendrá que tener la suficiente pericia para sortear sus propias contradicciones y ambigüedades.

Tres, porque su mayúsculo desafío será como ser socialdemócrata en un adverso entorno neoliberal. Como implementar una política socialdemócrata, que vaya más allá de las buenas intenciones, cuando las reglas del juego las pone Bruselas.

Cuatro, porque necesitara, como mínimo, de la neutralidad de Podemos hacia su persona y su partido, cuando este tiene su mira puesta en la hegemonía de lo que queda de la maltrecha “izquierda”.

Cinco, sin contar con las veleidades independentistas de Cataluña, ante las cuales tendrá que resultar ser un experto en acrobacias y saltos mortales.

En resumen, con tantos entrecomillados aliados y despiadados enemigos esperando su primer paso en falso y dispuestos a pasarle la soga al cuello, su margen de maniobra y error es sumamente estrecho.
No hay mucho motivo para el optimismo.



Por si fuera poco, falta lo más importante, lo prioritario, lo imprescindible. Sentar los cimientos sobre los cuales se pretende construir (reconstruir) el partido.
Que el PSOE (todo el partido, no solo el resucitado secretario general y “su” nueva dirigencia, el nuevo aparato) definan primero lo que es hoy la socialdemocracia, lo que es hoy ser socialdemócrata, que política se DEBE y PUEDE hacer cuando se pretende ser un partido socialdemócrata.

Imposible pensar en “luchar por hacerse con el poder y gobernar”, mientras no se defina lo que, hoy, es la socialdemocracia, ser un socialdemócrata.
Definición que augura ásperas batallas tanto ideológicas como para el “control del aparato”.

No es una novedad, hace ya bastantes años, en plena guerra civil (de hecho, desde antes y por muchos años después), el PSOE tuvo que “decidir” entre los “proyectos politicos” (ideológicos y estratégicos) de Indalecio Prieto y Largo Caballero.

Ser o no ser SOCIALISTA… he aquí la pregunta.





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