Uno…
si leyeron mi penúltima entrada, saben que la atenta escucha del disco “Le
Langage Oublié” de Gérard Manset puede ser de gran ayuda para quienes habiendo
decidido acabar con la pesadilla de su vida, al último momento, no se atreven
a… tragar las píldoras que se encuentran en su mesilla de noche… aventar la
silla sobre la cual se yerguen con la soga al cuello… lanzarse al vacío desde
el punto más alto que hayan escogido… apretar el gatillo de la pistola, de
preferencia colocada en la boca con la correcta dirección.
Dos…
quienes me conocen saben que hace algún tiempo sufrí un terrible infarto, el
cual dejo, como algunas de sus secuelas, una permanente arritmia, así como la
obligación de controlar continuamente mi frecuencia cardíaca, la cual no debe
de rebasar un cierto límite.
Tres…
desde mucho tiempo atrás, cada noche, al estar tendido en la cama para echarme
en los brazos de Morfeo, tengo la costumbre de colocarme mis audífonos para,
los ojos cerrados, escuchar un disco que escojo en función de mis gustos y
estado de ánimo del momento.
Cuatro…
desde hace alrededor de dos semanas, cada noche escucho invariablemente alguno
de los numerosos discos de Gérard Manset que poseo.
Quinto…
es tanto el gozo que me procura esta escucha de la tan armónica simbiosis entre
la sombría poesía de la letra, la música y la voz… que de inmediato mi corazón
se desboca, al punto de percibir muy claramente sus irregulares latidos.
Sexto…
entonces, al no ser, todavía, mi intención el emprender el gran viaje sin
retorno… siento cierto temor… me pregunto ¿llegara esto a ser un, todavía
prematuro, suicidio musical?... ¿la cauta llegada de una singular y astuta
huesuda disfrazada de flautista de Hamelín?
Séptimo…
vencido el temor por el goce… sigo absorto en la placentera escucha, hasta que
mi conciencia se deshilacha hasta la última puntada.
Octavo…
quizás algún día, tenga que sustituir las gozosas pero inoperantes canciones de
Gérard Manset por “Gloomy Sunday” de Rezsö Seress cantada por Billie Holliday.
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