Por
el resultado de las mismas, me sorprendieron muy gratamente las pasadas
elecciones generales españolas.
Especialmente
por lo que significaron en cuanto al fin del bipartidismo (Partido Popular y
Partido Socialista Obrero Español) con la irrupción en el tablero de nuevos
partidos, como Ciudadanos y Podemos.
Situación
que marco el fin de la tan cacareada “Transición”, con todos los “candados”
políticos propios de la Constitución de 1978, producto de un “compromiso de
mínimos” entre el franquismo y las fuerzas de izquierda que
después de un largo y tenebroso periodo podían por fin salir de la
clandestinidad para ser parte del naciente “juego democrático.”
Entusiasmo
pasajero, rápidamente diluido por las obligadas matemáticas, sumas y restas,
resultantes del número y porcentaje de parlamentarios (distinto al de los
votos) de cada partido. Porcentaje que obligaba a dichos partidos a buscar
alianzas y/o pactos para formar gobierno.
A
partir de ahí todo se cayó.
Durante
unos días, estuve pendiente de las diversas posibilidades sometidas a las leyes de la matemática, de las consiguientes
tentativas de negociación… hasta que me harté.
No
por la real o aparente parálisis… sino porque caí en la cuenta (hoy no sé cómo
no lo hice antes) de que todas estas intrigas, todos estos juegos de
escondidillas, todas estas idas y vueltas, todos estos “si, pero no” … no eran
más que la perpetuación del viejo juego político de siempre… una simple partida
de ajedrez… en la cual lo que importaba era saber quién gana y quien pierde…
que se gana a cambio de que, que se pierde a cambio de que. Lo valioso, lo
único, por lo cual había que luchar era el interés del partido. ¿El de los
ciudadanos?... bien gracias.
Una
vez más la trampa de la representatividad, de la delegación del poder (político
se entiende, ya que el poder real es el de la Economía, el Mercado, los grupos fácticos,
las instituciones supranacionales, las organizaciones multilaterales).
Realmente,
todo se reducía a esta partida de ajedrez entre jugadores que conscientes de su
intrínseca debilidad política, se contentaban con salvar las apariencias de un
poder que no tenían, no ejercían desde mucho tiempo atrás.
Mercaderes,
traficantes, negociantes, contables, títeres que hacen hasta lo imposible para
mantener en la oscuridad los hilos que los mueven.
En
concreto, la enésima partida de ajedrez cuya finalidad no es otra que la de
ocultar el engaño, la impostura, la falacia, de la separación horizontal
derecha/izquierda, cuando la separación primigenia y primordial es de
naturaleza vertical y se da entre dominación por un lado y sumisión y/o
sometimiento por el otro.
Ajedrez, que es nada más
ni nada menos, que la escenificación de lo que se conoce como “vivir en
democracia en tiempos del capitalismo triunfante”.
No
me gusta el ajedrez… no me interesa… no conozco sus reglas… no lo juego.
Aun si, contradictoriamente, como espectador y divertimento, si puedo apreciar las buenas jugadas... en el tablero del ajedrez político.
Aun si, contradictoriamente, como espectador y divertimento, si puedo apreciar las buenas jugadas... en el tablero del ajedrez político.
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