febrero 11, 2016

AJEDREZ



Por el resultado de las mismas, me sorprendieron muy gratamente las pasadas elecciones generales españolas.
Especialmente por lo que significaron en cuanto al fin del bipartidismo (Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español) con la irrupción en el tablero de nuevos partidos, como Ciudadanos y Podemos.

Situación que marco el fin de la tan cacareada “Transición”, con todos los “candados” políticos propios de la Constitución de 1978, producto de un “compromiso de mínimos” entre el franquismo y las fuerzas de izquierda que después de un largo y tenebroso periodo podían por fin salir de la clandestinidad para ser parte del naciente “juego democrático.”

Entusiasmo pasajero, rápidamente diluido por las obligadas matemáticas, sumas y restas, resultantes del número y porcentaje de parlamentarios (distinto al de los votos) de cada partido. Porcentaje que obligaba a dichos partidos a buscar alianzas y/o pactos para formar gobierno.
A partir de ahí todo se cayó.

Durante unos días, estuve pendiente de las diversas posibilidades sometidas a las leyes de la matemática, de las consiguientes tentativas de negociación… hasta que me harté.
No por la real o aparente parálisis… sino porque caí en la cuenta (hoy no sé cómo no lo hice antes) de que todas estas intrigas, todos estos juegos de escondidillas, todas estas idas y vueltas, todos estos “si, pero no” … no eran más que la perpetuación del viejo juego político de siempre… una simple partida de ajedrez… en la cual lo que importaba era saber quién gana y quien pierde… que se gana a cambio de que, que se pierde a cambio de que. Lo valioso, lo único, por lo cual había que luchar era el interés del partido. ¿El de los ciudadanos?... bien gracias.

Una vez más la trampa de la representatividad, de la delegación del poder (político se entiende, ya que el poder real es el de la Economía, el Mercado, los grupos fácticos, las instituciones supranacionales, las organizaciones multilaterales).

Realmente, todo se reducía a esta partida de ajedrez entre jugadores que conscientes de su intrínseca debilidad política, se contentaban con salvar las apariencias de un poder que no tenían, no ejercían desde mucho tiempo atrás.

Mercaderes, traficantes, negociantes, contables, títeres que hacen hasta lo imposible para mantener en la oscuridad los hilos que los mueven.

En concreto, la enésima partida de ajedrez cuya finalidad no es otra que la de ocultar el engaño, la impostura, la falacia, de la separación horizontal derecha/izquierda, cuando la separación primigenia y primordial es de naturaleza vertical y se da entre dominación por un lado y sumisión y/o sometimiento por el otro.


Ajedrez, que es nada más ni nada menos, que la escenificación de lo que se conoce como “vivir en democracia en tiempos del capitalismo triunfante”.

No me gusta el ajedrez… no me interesa… no conozco sus reglas… no lo juego. 
Aun si, contradictoriamente, como espectador y divertimento, si puedo apreciar las buenas jugadas... en el tablero del ajedrez político.




No hay comentarios.: