En
estos últimos tiempos me ha tocado comer en diversos restaurantes algunos
domingos. Me resulto abrumador ver en estos restaurantes… de hecho en cualquier lugar
público… parejas, familias, grupos de amigos... todos juntos… y sin
embargo solos… cada uno con su celular o su tableta… ni siquiera una mirada por
la pareja, el pariente o el amigo que tienen a su lado, enfrente.
Colmo
de los colmos… mesas en las cuales unos niños de entre dos y cinco años, no
dejan ni un momento de concentrarse en su tableta, absortos en otro mundo, debiendo sus padres, casi darles de
comer en la boca.
JUNTOS
pero SOLOS… SOLOS pero JUNTOS.
Cada
uno en su universo… comunicando con “amigos”… manipulando sus dedos pulgares
con una velocidad y una habilidad asombrosas… fotografiando sus platos de
comida para mandar en el instante la foto a “alguien” o subiéndola a Instagram…
quien sabe con cual texto.
Textos…
cortos, lo más corto que se pueda… con la mayor cantidad posible de
abreviaturas… incomprensibles para quienes no estamos iniciados a esta
particular ¿comunicación?
YO…
YO… YO… YO y más YO.
YO
solo con mi maquinita y mis diestros pulgares… comunicándome con el OTRO a distancia,
sin su real presencia, sin su real cercanía, sin su mirada.
“El
infierno son los otros.” Esta presencia virtual, distante…
permite tener “la ilusión de la cercanía”, disfrutar del poder de decir y
mostrar… sin asumir los riesgos que presenta toda real presencia… protegido de una
eventual discrepancia, de un posible cuestionamiento.
Toda
interacción con una real presencia conlleva el peligro de perder el control de
nuestra propia imagen…. de lo que queremos y pretendemos ser… lo que queremos que
los otros crean que somos… es un salto al vacío, sin arnés o red de protección…
es exponerse… es peligrar.
Queremos
exponernos, darnos a ver… pero no desnudos… no sin mascara ni artificio.
Comunicación
cuya virtualidad nos permite engañar nuestra soledad… alejarla, rehusarnos a
reconocerla, aceptarla, vivirla… cuando disfrutarla es tan necesario a la consecución
de nuestra plenitud existencial, nuestro sentimiento de existir.
La
“calidad” de nuestra vida es la calidad de nuestra soledad. De ella depende la
calidad de nuestras relaciones… de lo contrario el OTRO no es más que un medio
para evitar esta soledad… no es apreciado, amado, por ser quien es… con toda su
complejidad… toda su humanidad.
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