Hace
unos cuantos días, al leer un libro francés, caí en la cuenta de que en el
idioma español (o castellano si prefieren) se dispone de una sola palabra
DESTINO, para expresar dos “conceptos” tan diametralmente opuestos como lo son,
en el idioma francés, DESTIN y DESTINÉE.
Hecho
a partir del cual no me atrevería a afirmar que el idioma francés es más rico y
preciso que el castellano (existen casos contarios)… pero sí creo que puede
resultar, por lo menos interesante, hacer una sucinta “disertación” sobre la
diferencia entre los vocablos DESTIN y
DESTINÉE.
DESTIN
se refiere, en un lenguaje con connotación religiosa, a lo que podríamos designar
por “Providencia”… y en un lenguaje más
profano, como el azar, la fatalidad, la imperiosa necesidad, lo ineluctable.
El
DESTIN tiene que ver con el futuro. Un futuro, el nuestro, sobre el cual no
tenemos el mas mínimo poder de decisión, ni siquiera de orientación. Una
“fuerza” exterior a nuestra persona, que nos moldea, nos va construyendo sin la
más remota intervención nuestra… que solo podemos aceptar, nunca rechazar, y de
ahí, cuando mucho, intentar adaptarnos a su dictado, su imposición.
Sin
siquiera ser capaces de determinar, ni adivinar, el origen o la procedencia,
mucho menos la “esencia”, de esta “fuerza ciega” (que solo alcanzamos a
materializar y visualizar bajo la forma de “eventos”) que nos impone su
voluntad… por definición ajena a la nuestra.
En
cambio la DESTINÉE es todo lo contrario. Es la capacidad de todo ser humano (o
que pretende serlo) de erigirse en dueño de su futuro, participe de la creación
de su ser, su existencia, su humanidad… su mundo… y por lo tanto, en mayor o
menor medida, participe de la creación del Mundo.
Dueño
de su futuro, creador de su ser… sino en su totalidad (resulta imposible
abstraerse del entorno) si con la capacidad de aceptar, rechazar, o por lo
menos componer (que no transigir), con los condicionamientos externos que
disfrazan su imposición de una supuesta libre aceptación.
Aun,
condicionado por su entorno… cada ser humano puede vivir su Destino o
abandonarse a este… luchar activa y arduamente día con día, para crear su
propia vida, participando a la creación del mundo… o aceptar pasivamente que
pretendidas ciegas e inmateriales fuerzas sean las que vayan moldeando su
supervivencia.
Difícil
elección… la primera requiere luchar contra la corriente… la segunda dejarse
llevar por ella. La segunda, invisible e inaprehensible, nos es dada, nos
envuelve, nos inmoviliza… la primera, por alcanzar, requiere que desatemos los
nudos que nos atan, rompamos las cadenas que nos encadenan, dejar el inmovilismo
y el confort, ponerse en marcha y aventurarse.
Hoy
en día, el Destino, en tanto que DESTIN, es aceptarse como Homo-economicus,
Homo-predator. Ser un engranaje más en una “maquinaria social” funcionando según un
bien aceitado mecanismo jerárquico y mercantil.
Un
engrane sin más libertad de movimiento que la de rotar indefinidamente sobre su
propio eje… sumiso, obediente, sometido… carcomido por la competencia, la
angustia de la permanente evaluación, la obligatoria eficiencia y rentabilidad…
sin más anhelo que el de poder seguir con su mecánica función, su trabajo… sin
más aspiración que la de adquirir objetos… poder comprar, tanto lo necesario
como lo superfluo, lo indispensable a la supervivencia, lo que permita seguir
siendo funcional objeto entre objetos… comprar y ser comprado… ser comprado
para poder seguir comprando. Supervivencia reducida a un balance entre pérdida
y beneficio… acompasada entre codicia y poder… entregada al esforzado
ocultamiento de su ausencia, a su propia persona, a los demás, al mundo. Un
mundo que gira sin el… engrane movido por otros engranes… ignorantes todos de
la fuente de poder que los pone en movimiento… estático movimiento… sobre su
propio eje.
El
Destino, en tanto que DESTINÉE, es negarse a seguir siendo este engrane…
rehusarse en ceder a la multitud de solicitaciones y explícitos mandatos que
nos llevan a privilegiar el tener sobre el ser. La afanosa búsqueda del ser
implica aprender a desistir del tener.
El
darse a la tarea de forjar su propio Destino, en tanto que DESTINÉE, nos obliga
(si es que queremos tener éxito en nuestro propósito) a rehuir de todo lo que
nos integra al Homo-economicus y el Homo-predator. Rechazar la dominación al
igual que la sumisión… renunciar a la apropiación y la explotación (tanto de
sus semejantes como de la naturaleza)… repudiar al trabajo, actividad, tiempo y
espacio en los cuales se encuentran y refuerzan mutuamente la dominación y la
explotación. Renunciar al ejercicio de una racionalidad instrumental, mecánica,
que privilegia el cálculo, la evaluación, la competencia, los valores propios
de la economía… en detrimento de una inteligencia sensible que acoge,
sentimientos, sensaciones, emociones… en busca de la solidaridad y el gozo.
Sustituir el valor de cambio por el valor de uso… el intercambio monetario por
el don y la gratuidad. Suplantar la fuerza productiva, por la fuerza vital… el
consumo que nos consume, por la creación que nos asemeja a los Dioses.
El
hombre puede construir su Destino… dejar la necesidad de la sobrevivencia por
la tentación de vivir, el sentimiento del existir… abandonar la preeminencia del
tener sobre el ser, la cantidad sobre la calidad, el trabajo sobre la creación,
el cálculo sobre la sensibilidad, el vender sobre el dar, la apropiación sobre
el compartir, la dominación y la explotación sobre la fraternidad y la
solidaridad.
Desde
los albores de la humanidad, con las huellas de su mano en las paredes de sus hábitats
o centros ceremoniales, el hombre dejo constancia de su presencia y paso por el
tiempo… de su humanidad.
Las
líneas de la palma de mi mano no marcan mi DESTINO… al igual que mis huellas
digitales, me hacen único, insustituible… único dueño de mi DESTINÉE… si así lo
quiero, si así lo decido, si así me atrevo.
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