noviembre 29, 2007

¿COMO Y CUANDO MORIR(É)?



No hace tanto tiempo, todavía creía ser inmortal… hoy ya no.
Por lo tanto me hago una pregunta… a la cual no tengo todavía respuesta.
¿Cuándo y como moriré?

¿No tengo respuesta porque mi vida no me pertenece… el azar, la casualidad y la necesidad son sus dueños?
¿No tengo respuesta porque la muerte llega cuando le place?

¿No seria posible cambiar, aunque de modo casi imperceptible, su formulación… cambiar el “moriré” por un simple “morir”?

Primera o segunda muerte. El desesperado e inútil aleteo de la mosca atrapada en el serpentín de papel engomado que yo mismo colgué del plafond.

Segunda o primera muerte. Los ojos vidriosos del conejo despellejado colgado de las patas trasera y que mi padre mato a mano limpia de un certero golpe en la nuca del animal.

Quince, dieciséis o diecisiete años. ¿Por qué vivir si tengo que morir?
Por el olor a hierba y tierra mojadas después de la tormenta… por el rojo atardecer y la bóveda celeste pigmentada de millares de lejanas luces… por el primer deseo nacido de unas piernas apenas entreabiertas… por el primer rozo de mi mano sobre una rodilla… por el primer beso robado en la oscuridad y el corazón a punto de estallar en mi pecho.
Un poco mas tarde por los escasos e intensos días de vivencia libertaria en los que todo fue posible al hacer nuestra la palabra… la dolorosa derrota inflingida por la realidad… pero todavía incapaz de matar la utopía del sueño.

La muerte del padre y la madre. Dolorosa, porque la perdida te arrebata tus orígenes y sientes la orfandad… liberadora, porque rompes ataduras y amarres.

Después… algunas nuevas presencias, algunas nuevas vidas que reverdecen la propia, anhelos, ilusiones… pero también las dudas, las preguntas sin respuesta, los minutos, horas y años todos parecidos, la rutina, el trabajo, el desinterés, el conformismo, las cobardías, las renuncias, las traiciones, el cansancio… la muerte en vida que impide siquiera pensar en la muerte.


Y algún día, repentino, inesperado… la primera falla del cuerpo… el principio del ya inexorable deterioro de la envoltura… que antes permitía, soportaba, era origen de la vida, su gozo como su calvario, pero vida al fin… y que a partir de ahorra, te recuerda que sin el no eres… que ya empezaste la cuenta regresiva… y quizás el descenso al infierno de la falta, la ausencia, el dolor.

¿Cuándo y como moriré?

Salvo por la cercana presencia de los seres todavía queridos, el cuando no tiene mayor importancia. Salvo quizás también por la añoranza, sino de nuestra presencia o ausencia al mundo, por lo menos de nuestra mirada. Simplemente el no poder saber como será este mundo dentro de diez, cien, miles de años… no saber si la aventura del hombre se habrá extinguida o seguirá… y que será de este y de esta.

Aceptada la resignación, la imposibilidad de conocer el cuando, queda el tormento de la duda del como. El tormento de no saber cual muerte tendremos… pero también el de no saber cual deseamos.

La muerte por enfermedad, o como simple resultado de la vejez, de la falla o el desgaste fisiológico de algunos de los órganos que mantienen la vida, es inevitable y por lo tanto aceptable… y quizás bienvenida… pero en ciertas circunstancias y a ciertas condiciones.

No son los años los que define la vejez, no es una cuestión de tercera o cuarta edad, de un determinado numero de años… la vejez es el proceso del paulatino deterioro del cuerpo, cuando este entra en la fase de “la falta de…”, de “la ausencia de…”.Cuando digo cuerpo, entiendo el conjunto, la unión, del cuerpo y la mente, dado que parece científicamente comprobado que la actividad mental (no el “contenido” de la misma sino la actividad como tal) no es mas que un conjunto de procesos fisiológicos (químicos, eléctricos, etc.). Menos salud, menos energía, menos fuerza, menor entusiasmo, menor percepción y menor consciencia del entorno… mas fatiga, mas consciencia de los limites, de lo que se nos resiste, de lo que nos cuesta, etc.
Si la ausencia al mundo es la regla para la casi totalidad de los hombres, la perdida de la agudeza de los sentidos propia de la vejez, sumada a la perdida de la fuerza y de la “agilidad mental”, nos priva paulatinamente de lo único con lo cual nos conformábamos, el espectáculo del mundo.
La vejez, como la enfermedad incurable, suponen la paulatina pero inevitable, ruptura con el mundo.
Por lo tanto, cuando esto ocurre, la llegada de la muerte (que portamos en nosotros desde que nacemos al mundo) no solo es el fin del ciclo natural de la vida… sino bienvenida.

Lo que si no puede ser bienvenido es el dolor y el sufrimiento.
No quiero una muerte dolorosa. Una dolorosa agonía… ni larga ni corta… ni consciente (dolorosa para mi) ni mental ni corporalmente “incapacitante” (dolorosa para los seres que me son cercanos). Se trata obviamente del fin mas temido y mi deseo, (espero que alguien tenga el valor de cumplirlo) es simple y sencillamente la eutanasia. Teniendo la esperanza de que esto no suceda el día de mañana ni en el corto plazo, posteriormente investigare los aspectos jurídicos y “prácticos” para poder hacer realidad tal deseo.
El dolor y el sufrimiento no son expiar pecados ni siquiera pagar culpas, no son la expiación judeocristiana ni el “digno aguante” de los estoicos. Aunque sean una expresión de la vida, dolor y sufrimiento, del cuerpo como del alma, son la negación de la existencia, del “ser” humano. Impiden, destruyen la razón, el análisis, la reflexión, hasta la dignidad… la humanidad. Hacen del ser doloroso un animal que solo “vive” su dolor. La eutanasia no es poner fin a una vida humana… es terminar con el sufrimiento de un cuerpo abandonado por todo lo constitutivo de la humanidad… reducido a la pura animalidad. Si “sacrificamos” el animal que sufre, porque no terminar con una vida que ya no tiene nada de humano.

La muerte repentina, imprevista, accidental, inmediata, instantánea o casi. El infarto fulminante, el accidente mortal… de necesidad.
Muchos consideran esta muerte como la ideal… también llegue a opinar lo mismo. En unos cuantos segundos paso de la vida a la muerte. Cero sufrimiento (o infinitesimal), ni físico ni emocional… lo ideal.

Sin embargo, para mi, ahí esta el problema… ¡no he vivido mi muerte!
He muerto… no soy nada… un cuerpo sin vida cuya muerte algún medico o alguna autoridad certificaran… un cadáver que testigos, parientes o amigos descubrirán, velaran, cremaran, enteraran… o que quizás será alimento para algún animal hambriento.
Estaba vivo… estoy muerto… y ni me entere.

La llegada de la muerte, los momentos previos a la muerte son parte de la vida, parte esencial. El paso de la vida a la muerte, la ultima “experiencia” de la vida… es algo a lo cual tengo derecho… algo que quiero vivir. Quiero saber como lo vivo, que siento, que pienso, como “me lo tomo”… poder despedirme de quienes me acompañen, quienes quiero y quizás me quieran (o me odien).
Con dos condiciones, que me encuentre consciente y sin sufrimiento físico (o por lo menos que este sea soportable). De lo contrario, y tal como lo exprese antes, que me lleve una muerte instantánea o que alguien tenga el valor de aplicar la eutanasia cuanto antes… si es que me encuentro imposibilitado para suicidarme.




El suicidio… he aquí una posible respuesta a la doble pregunta del cuando y el como morir. Sin duda… con ciertas condiciones… la mas digna para el ser humano… la mas acorde con su humanidad.
La humanidad del ser reside esencialmente en su libertad. Es obvio que la libertad absoluta no existe. Lo queramos o no, todos los seres humanos somos seres sociales, inmersos en un entorno, unas circunstancias (presencia de otros seres en un tiempo y un espacio). Sin embargo en estos determinados entornos y circunstancias, tenemos la capacidad de ejercer nuestra voluntad, de escoger y decidir nuestro accionar.
La “vida” de todo ser humano sigue el mismo camino “cronológico”: ser, nacer, vivir, existir y morir.
Productos del azar y la necesidad, tanto el ser como el nacer, el vivir y el morir nos son impuestos. No tenemos la más mínima “soberana intervención” en ellos, escapan a nuestra voluntad. Solo el existir nos pertenece, es nuestra obra. Para ponerlo en términos sencillos, es lo que, dentro de nuestras propias limitaciones y las del entorno, hacemos con nuestra vida… y lo que podemos hacer es decidir terminar con ella.

Paradójicamente, el suicidio es decir si a la vida y no a la muerte. El suicidio es un acto de amor a la vida… el ultimo. La ultima posibilidad de ejercer mi libertad, mi último acto de voluntad. Es morir para morir vivo, apropiándome de lo que me escape… sobre lo cual no tengo ningún poder, lo que me es impuesto por el hombre, la naturaleza o los dioses… que mi muerte sea un acto y no una consecuencia o una fatalidad… el ultimo acto que al “adueñarme” de mi muerte corrobora, ratifica, refrenda mi existencia.

Para que el suicidio sea un acto de amor a la vida, la última expresión de mi existencia, y no un renunciamiento, una derrota, una huida (todas cosas que son por ejemplo el suicidio como consecuencia de un impulso depresivo), este debe de llevarse a cabo cuando el cuerpo y/o la mente no son capaces de mantener, ya no la vida, sino la existencia. Cuando mi estado físico y/o mental son tales que no me permiten ejercer mi libertad, me incapacitan para ejercer mi voluntad… cuando mi única opción de vida es la de una vida irremediablemente condenada a la impotencia y/o el dolor… quizás la mediocridad… aunque en este caso el carácter de irremediable no parece ser tan definitivo.

El suicidio es no esperar la muerte sino ir hacia ella, no padecerla sino poseerla… es la muerte para evitar la vida inerme… la inexistencia. Cuando la existencia se muere (el existir resulta imposible)… el vivir no tiene razón de ser… entonces llega el momento de tener el valor de afirmar su existencia por ultima vez… venciendo la muerte… poniendo uno mismo fin a su vida... insisto, por encontrarse esta despojada de su existencia.
Es una decisión por la cual no tenemos que rendir cuentas a nadie, ni los dioses, ni los hombres (con sus Estados y sus leyes) ni siquiera a quienes se quedan.
Si no pedimos venir al mundo… y si una vez en este resulta tan difícil ser al mundo… que por lo menos podamos decidir como y cuando dejarlo.

El suicidio es sustituir el ¿Cómo y cuando moriré? por el ¿Cómo y cuando morir?... es el acto ultimo y por lo tanto supremo del ejercicio de nuestra libertad.

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