En el número 61, de fecha 16/11/2016, de la revista semanal
digital española ctxt, leí el análisis que me permito
transcribir, tal cual… permitiéndome anteponer mi personal opinión al respecto
del mismo, antes de copiarlo y pegarlo.
Aunque pienso que los
autores de este análisis están en lo cierto… no podría, por falta del
suficiente conocimiento, afirmar tajantemente que la socialdemocracia española
se está hundiendo... pero en cuanto a la francesa hace muchas décadas que se
dio a la tarea de trabajar arduamente a su propio hundimiento... y en las
próximas elecciones presidenciales del 2017, le darán el tiro de gracia, el
cual no será un vil asesinato sino la culminación de UN VERDADERO SUICIDIO.
La única pregunta,
quizás, pendiente de respuesta siendo… ¿se trató de un suicidio conscientemente
preparado y fríamente llevado a cabo o “algo” y “algunos” lo empujaron a
cometer este acto?
Me parece que el
“algo” no tiene demasiado misterio (principalmente la misma evolución del
capitalismo hacia la globalización y el neoliberalismo), en cuanto al
“algunos”, tanto pueden ser de fuera como de dentro de la misma
socialdemocracia, inclinándome principalmente por la opción interna.
Como toda organización
respetuosa de la institucionalidad, los partidos socialdemócratas prefirieron
“adaptarse” a los nuevos tiempos antes que intentar nadar a contracorriente. Se
requiere de un muy menor esfuerzo y siempre existe la posibilidad de “sacar
algún provecho” personal.
Además de considerar
que, según la incontrovertida ley de la evolución, solo sobreviven quienes
saben adaptarse. Lástima que ignoraron el corolario de esta misma ley, según el
cual, en la implícita y descarnada lucha por la supremacía, solo sobreviven los
más fuertes… quienes no requieren matar a sus competidores, solo engullirlos…
para después del proceso de digestión… desecharlos discretamente.
En todo caso, la
respuesta ya no tiene hoy mayor relevancia… nadie jamás ha regresado de la
muerte… sean cuales sean los muertos y la causa del deceso.
Una última “nota
triste”… con el paso del tiempo, ni siquiera sobrevivirán como nostálgico
recuerdo, solo en los libros de historia… cuyo juicio será el de quienes los
escriban… ¿y quiénes los escribirán, sino los vencedores? Resultando ocioso
preguntarse quienes serán… o son… tales vencedores.
El hundimiento simultáneo de los socialistas franceses y
españoles
Los socialdemócratas de ambos
países optaron hace décadas por mantener el poder a costa de la insignificancia
ideológica. Ahora el PSOE se ha rendido y Hollande está dejando paso a la
derecha dura de Sarkozy frente al fascismo del siglo XXI de Le Pen
VIRGINIE TISSERANT / ANDRÉS
VILLENA OLIVER
¿Ha llegado la socialdemocracia
al final de su recorrido político? Un análisis de su evolución en España y en
Francia subraya un factor común: el persistente fracaso para cumplir con su
esencia en un mundo globalizado que lleva décadas adverso a sus verdaderas
señas de identidad. Los diferentes gobiernos socialistas prefirieron el
consenso con las élites dominantes a cambio de mantenerse en el poder político.
El rédito electoral a largo plazo no parece haber compensado esta conducta
adaptativa.
Mayo de 1981. Se abre un período
nuevo en la historia del socialismo francés, que obtiene la mayoría absoluta en
la Asamblea Nacional. François Mitterrand es investido presidente de la
República Francesa. Apoyado por el Partido Comunista, inicia lo que considera
“una verdadera ruptura con el capitalismo”. En plena revolución neoliberal en
Europa y Estados Unidos, Mitterrand pone en marcha un ambicioso programa de
protección social y laboral, de contratación de funcionarios y de
nacionalización de bancos y empresas estratégicas. La abolición de la pena de
muerte, la despenalización de la homosexualidad, el aumento de la libertad de
los medios de comunicación con la aparición de las radios libres, la Fiesta de
la Música y la descentralización política representan otras medidas clave que
marcan este primer período.
Pero una persistente fuga de
capitales eleva al máximo la presión sobre el franco. En marzo de 1983, la
crisis y la vocación francesa por continuar con la construcción europea obligan
al Primer Ministro, Pierre Mauroy, a emprender una política de “rigor
económico”: la austeridad y la lucha contra la inflación se acaban imponiendo
en Francia, y el presidente que se consideraba el último gran político tras el
cual solo llegarían al Elíseo “contables” se somete al nuevo sentido común
económico, abriendo un “paréntesis liberal” que tendría repercusiones
significativas. Por primera vez desde hacía tres décadas, los sueldos se
desligan de la inflación, que queda reducida a un tercio de su cuantía en solo
tres años. Pero si bien la inflación parece controlada, el desempleo, el tema
central de la campaña socialista en 1981, se había duplicado a finales de 1994.
Al tiempo que Mitterrand sufría
esta metamorfosis, los socialistas se convertían también en la opción
mayoritaria en el Parlamento español. El PSOE liderado por Felipe González
parecía tomar posesión de sus funciones gubernamentales con la lección
aprendida. No en vano, aún en la oposición, el secretario general del nuevo
Partido Socialista Obrero Español había tenido numerosas ocasiones de cuestionar
las nacionalizaciones como método ideal para alcanzar la eficiencia para una
economía poco competitiva como la española. Conscientes de las tendencias
ideológicas dominantes y siempre atentos a la experiencia francesa, los
socialistas españoles prefirieron hablar en sus reuniones con las élites
empresariales de su interés por modernizar un aparato estatal rígido y
anticuado, así como de afrontar las debilidades estructurales de la frágil
economía española. Los gobiernos de Felipe González trataron de hacer
compatible la apertura económica a las inversiones extranjeras con un programa
social redistributivo en el que el fortalecimiento de la Sanidad y de la
Educación pública, la promoción de la vivienda y la reducción de las
desigualdades mejorarían el bienestar de un país que estaba siendo capaz de
converger en términos económicos nominales con sus vecinos europeos a una
velocidad notable.
Después de los 14 años de
gobierno de González (el mismo número que Mitterrand), los socialistas
quedarían borrados del mapa político. Los casos de corrupción, el persistente
desempleo y la incapacidad de mostrar una política diferenciable de las
opciones conservadoras aúpan a la derecha al poder político. El regreso en el
2004 al gobierno del PSOE, presidido entonces por José Luis Rodríguez Zapatero,
se produce con la ausencia de un verdadero debate de ideas en la izquierda. En
este sentido, el nuevo gobierno socialista impulsa una política económica
sustancialmente continuista combinada con una serie de medidas legislativas en
el terreno de las políticas de la identidad (matrimonio homosexual, leyes de
género, etc.), que colocan a España a la vanguardia europea. Si González
administró el neoliberalismo reconociendo su existencia y compensándolo con
notables incrementos del bienestar social, con Rodríguez Zapatero el debate
ideológico queda arrinconado a la parcela de los derechos individuales, sin
llegar ni siquiera a cuestionar las relaciones económicas dominantes.
La crisis económica y el
agotamiento de los recursos presupuestarios dejan al gobierno español sin
herramientas para llevar a cabo una política autónoma. El shock de mayo de
2010, con el agresivo plan de austeridad inducido desde el exterior, supone una
herida irreparable para el PSOE. Un año después, en mayo del 2011, el
movimiento 15M representa el ensayo de una revolución que rechaza a los
principales partidos políticos, pero que, paradójicamente, contribuirá a
otorgar al Partido Popular una hegemonía parlamentaria jamás soñada. En este
vacío de ideas y de liderazgo en la izquierda, un grupo de profesores de la
Universidad Complutense curtidos en los debates televisivos construyen una
propuesta de alternativa a un sistema político que consideran controlado por
unos pocos. Podemos se cuela en las elecciones europeas de mayo del 2014 como
la cuarta formación política y, pocos meses después, lidera las encuestas como
la opción electoral más deseable. Con un discurso calificado por los medios
hegemónicos de “populista”, Podemos se instala definitivamente en el panorama
electoral español cuestionando la legitimidad de las instituciones y
politizando el sentimiento de hartazgo reinante en España como consecuencia de
la presión de la Troika y del lema thatcherista There Is No Alternative. La
nueva formación logra transmitir a determinados segmentos poblacionales la
ilusión por un cambio verdaderamente rupturista. El PSOE recorre el camino
inverso: tras las elecciones de diciembre del 2015 y de junio del 2016,
experimenta el dilema suicida de los partidos pequeños: favorecer un pacto de
la izquierda plural con los independentistas que supondría un desgaste para sus
cuadros o inclinarse discretamente por una postura que satisfaga las exigencias
de las élites dominantes y de los líderes de opinión. La dramática auto destrucción
en el Comité Federal de octubre y la abstención que hacen a Mariano Rajoy de
nuevo presidente sitúan al PSOE en la peor encrucijada de su historia, con un
17% de apoyos –según el CIS– que lo colocan por detrás del Partido Popular y de
Podemos.
Dicha encrucijada no es exclusiva
del socialismo español. En Francia hace ya tiempo que la socialdemocracia ha
dejado paso a un social liberalismo impuesto con o sin cuestionamiento político
interno. La victoria electoral de François Hollande en el año 2012 representa
un test: la oportunidad de un país tradicionalmente influyente para mostrar un
camino de salida alternativo a la austeridad en la Zona Euro. Hollande, que en
las elecciones primarias del Partido Socialista había señalado a las finanzas
como su principal enemigo, escoge pronto otro camino y da un giro de 180 grados
a sus principales pretensiones de reforma económica. En esta ocasión será la
presión sobre la prima de riesgo francesa la que acabe con la idea de la
democracia en un único país. Las únicas medidas progresistas que el PS francés
logra materializar coinciden con algunas de las implementadas algunos años
antes por el gobierno socialista español: políticas de los derechos
individuales que parecen quedar como el único espacio en el que practicar el
progresismo en Europa.
Derrotado en la Economía,
desgastado por la prensa, por el paro y, además, por una serie de atentados
yihadistas, Hollande deja paso como protagonistas a los ideologizados Manuel
Valls y Emmanuel Macron, que rematan el trabajo de llevar la socialdemocracia a
su insignificancia ideológica: el socialismo francés se desplaza hacia un
centro que en Francia se encuentra siempre muy disputado. A nivel interno, el
PS se encuentra profundamente dividido: tras el Congreso de Poitiers del 2014,
la corriente de los “honderos” o “frentistas”, que cuenta con alrededor de un
30% de apoyo, se opone frontalmente a la rigidez presupuestaria exigida desde
Bruselas.
En este contexto de crisis y
dispersión de la izquierda, el populismo parece representar la principal fuerza
emergente en Francia y se sitúa en una dimensión distinta a la de los partidos
tradicionales. El mejor ejemplo es el Frente Nacional de Marine Le Pen que,
después de su éxito electoral en las europeas del 2014 y en las regionales del
2015, amenaza con llegar a algo más que a la segunda vuelta de las
presidenciales. Le Pen aparecía en el mes de octubre como la tercera
personalidad que los franceses escogían para desempeñar un papel político
importante en su país. Su lema, “en nombre del pueblo”, hace referencia a un
renacimiento político que busca apropiarse del principal fundamento simbólico
de la Revolución francesa. La retórica populista también está presente en el
discurso de Jean-Luc Melenchon, el ex socialista candidato del Frente de
Izquierda que, si bien no ha logrado constituirse como una fuerza mayoritaria,
representa, según los sondeos, la mejor alternativa en la izquierda. Su lema es
“la era del pueblo” y su discurso, una invitación a la sublevación contra la
oligarquía. Estas dos tendencias antagónicas reflejan el agotamiento por
obsolescencia representativa de la Quinta República.
Una señal de dicho agotamiento es
el éxito sin precedentes de la película “Merci Patron” (“Gracias, jefe”) del
director François Ruffin, a la sazón redactor del periódico subversivo Fakir.
“Gracias, jefe”, con más de un millón de espectadores en Francia, denuncia las
consecuencias de la mundialización económica y las condiciones soportadas por
un conjunto de empleados sometidos a la voracidad sin límites de los
accionistas empresariales. La experiencia de la conocida como “Nuit Debout” en
París se inspira en este filme y se erige como una respuesta popular que,
además, reacciona contra una reforma laboral extremadamente agresiva del
gobierno Valls. La Plaza de la Bastilla se llenó de miles de personas en la
primavera de este año 2016: el “sueño general” perseguido es el de hacer
cristalizar una salida diferente a la de la austeridad obligatoria. A pesar de
que la falta de organización impide que se origine una alternativa política
sustantiva, la “Nuit debout” dejó claro con el grito de “Ya no votaremos
socialista” que las perspectivas del PS en las próximas elecciones son las de
una implosión política que promete ser más grave que la del año 2002. En esta
tesitura, la abstención y el voto en blanco se perfilan como las conductas
políticamente más comprometidas.
Distintas historias para un final
similar: la socialdemocracia en España y en Francia parece descolgarse del
pelotón de las ideologías. La derecha es la opción más evidente en un mundo en
el que la política parece destinada a mimar los engranajes de las finanzas
internacionales. En este escenario, cualquier copia es peor que el original. La
difícil situación de los partidos socialistas exige de una reflexión que
debería tener lugar en un contexto supra nacional; si el debate se limita, por
el contrario, a qué líderes se explican mejor en la televisión o en el
Parlamento, lo peor estará por llegar. Una fuerza política con más de un siglo
de historia no desaparece sin generar efectos negativos: dado su histórico
papel reformador y restrictivo del capitalismo, un sistema productivo sin
ataduras sociales no nos deparará nada más que sorpresas desagradables. Los
antes ciudadanos-trabajadores y ahora meros consumidores auto proclamados de
“clase media” así lo hemos querido. Por el momento.
--------------------------------------------------
Virginie Tisserant es Politóloga
e Investigadora en la Universidad de Aix-Marseille Lab. CNRS Telemme.
Andrés Villena es Economista,
Periodista y Doctor en Sociología por la Universidad de Málaga.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario