Es al leer el libro « ce cauchemar qui n’en finit pas. Comment
le néoliberalisme défait la démocratie », de los autores Pierre Dardot
y Christian Laval (del cual, por el momento, no encontré ninguna traducción al
idioma español) que, en la conclusión del mismo, repare en una nota al pie de página,
que hacía referencia a un texto titulado “La piel y el teatro. Salir de la
política”, de Amador Fernández Savater.
De inmediato
busqué en internet este texto. Al leerlo su enfoque me pareció tan interesante y novedoso, que decidí copiarlo
y pegarlo en este blog. Texto que sigue a continuación y que les invito encarecidamente
a leer detenidamente.
La
piel y el teatro. Salir de la política
Amador
Fernández-Savater
¡Nunca se ha
hablado tanto de política como ahora!
Y tan poco de
la vida...
(Una
conversación con amigas, en el “año del cambio”)
Las almas y
los corazones
¿Cómo entender la
naturaleza profunda de la gestión política de esta crisis económica? Creo que
podemos encontrar inspiración en una autoridad en materia neoliberal como
Margaret Thatcher. En 1988, la Dama de Hierro dijo con absoluta franqueza: “La
economía es el método, pero la finalidad es cambiar el corazón y el alma”.
Me parece que es exactamente desde
este punto de vista que conviene pensar las políticas que se llevan a cabo en
Europa desde 2008. No se trata tan sólo de un conjunto de recortes o medidas
severas de austeridad para “salir” de la crisis y regresar al punto en el que
estábamos, sino de redefinir radicalmente las formas de vida:
nuestra relación con el mundo, con los otros, con nosotros mismos.
Vista desde este ángulo, la
crisis es el momento ideal para emprender un proceso de “destrucción creativa”
de todo lo que, en las instituciones, el vínculo social y las subjetividades,
hace obstáculo o desafía la lógica del crecimiento y el rendimiento indefinido:
ya sean restos del Estado del bienestar, mecanismos formales o informales de
solidaridad o apoyo mutuo, valores no competitivos o no productivistas, etc.
Destruyendo o privatizando los sistemas públicos de protección social,
deprimiendo los salarios, se incentiva el endeudamiento y la lucha a codazos
por la supervivencia, resultando un tipo de individuo para el cual la
existencia es un proceso constante de autovalorización. La vida entera
se vuelve trabajo.
¿Es esto demasiado
abstracto, conspiranoico, “metafísico” incluso? Por el contrario, es
completamente banal y cotidiano, por eso triunfa. Un ejemplo posible entre mil.
¿Qué supone el Real Decreto-Ley 16/2012, aprobado por el Partido Popular, que
excluye de la atención sanitaria a decenas de miles de personas? Los activistas
de Yo Sí Sanidad Universal que lo combaten cotidianamente nos lo
explican así: no se trata
de que vaya a haber menos radiografías o menos cirujanos, sino de un cambio
cualitativo por el cual la salud ya no es más un derecho para todos,
ricos o pobres, sino que depende de si estás asegurado. El decreto es el
método, pero la finalidad es reprogramar el imaginario social sobre
el derecho a la salud. Es decir, que incorporemos como modo de pensar y
sentir cotidiano, a partir de unos cambios que muchas veces no resaltan (hablar
de “aseguramiento”, tener que ir al INSS a recoger la tarjeta sanitaria), el
hecho terrible de que la atención sanitaria es a partir de ahora un privilegio
de los que se lo merecen. Y que actuemos en consecuencia: guerra de todos
contra todos y sálvese quien pueda.
La piel...
En esta perspectiva, uno de
los momentos políticamente más interesantes de los últimos años fue justo el
fin de los campamentos del 15M. Es decir, cuando la inmensa cantidad de energía
concentrada en el espacio-tiempo de las plazas se despliega y metamorfosea por
los distintos territorios de vida. Primero se crean las asambleas de barrio,
luego se forman las mareas en defensa de lo público, crece y se multiplica la
PAH, bullen y hormiguean por todos los rincones mil iniciativas capilares, casi
invisibles: cooperativas, huertos urbanos, bancos de tiempo, redes de economía
solidaria, centros sociales, nuevas librerías, etc.
Digamos que el
acontecimiento 15M extiende por toda la sociedad una especie de “segunda piel”:
una superficie extremadamente sensible en y por la cual uno
siente como algo propio lo que les sucede a otros desconocidos (el ejemplo más
claro son seguramente los desahucios, pero recordemos también cómo fue acogida
socialmente la lucha del barrio de Gamonal); un espacio de altísima
conductibilidad en el que las distintas iniciativas proliferan y
resuenan entre sí sin remitir a ningún centro aglutinador (en todo caso, a
paraguas abiertos como los términos "99%" o "15M");
una lámina o película anónima donde circulan imprevisibles,
ingobernables, corrientes de afecto y energía que atraviesan alegremente las
divisiones sociales establecidas (sociológicas, ideológicas), etc.
Nos equivocaríamos pensando
esa “segunda piel” con los conceptos clásicos de sociedad civil, opinión
pública o movimiento social. En todo caso es la sociedad misma que se
ha puesto en movimiento, creando un clima de politización que no
conoce dentro y afuera, arriba y abajo, centro o periferia, etc.
¿Y por qué éste sería un
momento especialmente interesante? Porque ahí asumimos el reto que nos plantea
el neoliberalismo (sintetizado tan bien por la fórmula de la Thatcher) tanto
en extensión como en intensidad. Se pelea en
torno a formas de vida deseables e indeseables y la disputa tiene lugar en
todos los rincones de la sociedad, sin actores, tiempos o lugares
privilegiados.
En cada hospital amenazado
de cierre y en cada escuela advertida de recorte, en cada vecino en proceso de
desahucio y en cada migrante sin tarjeta sanitaria a la puerta de un centro de
salud, se juega la pregunta por cómo vamos a vivir. Y no en un
plano retórico o discursivo, sino práctico, encarnado y sensible. Lo que nos
importa y lo que nos es indiferente, lo que nos parece digno e indigno, lo que
toleramos y lo que ya no toleramos más. ¿Queremos vivir en una sociedad donde
alguien puede morir de una gripe, ser desalojado de su casa, no tener recursos
para educar a los niños...?
Piel abierta, piel extensa,
piel intensa. Frente a la guerra de todos contra todos y el “sálvese quien
pueda” que atiza necesariamente la lógica del beneficio por encima de todo, se
activa la dimensión común de nuestra existencia: solidaridad,
cuidado y apoyo mutuo, vínculo y empatía. Frente a la pasividad, la culpa
y la resignación que siembra la estrategia del shock, se contagia por todas
partes una extraña alegría: “estamos jodidos pero contentos” me dijo
un amigo en medio de aquellos días de asambleas y mareas. Contentos de
compartir el malestar en lugar de tragar lágrimas en privado, de reconvertirlo
incluso en potencia de acción.
Esta suerte de “cambio de
piel” consiguió en muy poco tiempo algunos logros realmente impresionantes (que
sólo miradas muy obtusas rechazan ver): la deslegitimación de la arquitectura
política y cultural dominante en España desde hace décadas, la transformación
social de la percepción sobre asuntos clave como los desahucios, las victorias
concretas en el caso de Gamonal, la marea blanca o la ley del aborto de
Gallardón, la neutralización de la posibilidad siempre latente en las crisis de
la emergencia de fascismos macro y micro, etc. No gracias a que tuviese ningún
tipo de poder (institucional, económico, mediático, etc.),
sino más bien a su fuerza para alterar el deseo social,
contagiar otra sensibilidad y expandir horizontalmente nuevos afectos.
Esa fuerza sensible es y ha sido siempre el poder de los
sinpoder.
… y el
teatro
¿Dónde estamos hoy, con
respecto a esto? La lectura predominante que se hizo del impasse en el que
entraron los movimientos post-15M hacia la segunda mitad de 2013 señaló que se
había topado con un “techo de cristal”: las mareas chocan contra un muro (el
cierre institucional), pero este muro no cede. No hay cambio tangible en la
orientación general de las políticas macro: siguen los desahucios, los
recortes, las privatizaciones, el empobrecimiento, etc.
Ese diagnóstico llevaba en
sí mismo la receta: la vía electoral se plantea como único camino posible para
salir del impasse y romper el "techo de cristal". Podemos primero,
las candidaturas municipalistas después, canalizan en esa dirección (con formas
y estilos muy distintos) la insatisfacción social y el deseo de cambio. (En
Cataluña es el proceso independentista el que parece desviar/encarrilar el
malestar, pero el análisis de esa situación excede las posibilidades de este
artículo y de este autor).
¿Cómo interpretar los
resultados de ese “giro electoral”? Mi lectura y mi sensación es
ambivalente: ganamos, pero perdimos.
Ganamos, porque sin apenas recursos o estructuras, y a
pesar de las campañas del miedo, las nuevas formaciones han competido
exitosamente con las grandes maquinarias de los partidos clásicos, desordenando
un mapa electoral que parecía inmutable. Ahora hay esperanzas razonables de que
los nuevos gobiernos (municipales por el momento) cristalicen reivindicaciones
básicas de los movimientos (con respecto a desahucios, recortes, etc.) y
alteren algunos de los marcos normativos que reproducen la lógica neoliberal de
la competencia en distintos órdenes de la vida.
Perdimos, porque se han reinstalado en el imaginario
social las lógicas de representación y delegación, centralización y
concentración que fueron cuestionadas por la crisis y el impulso de las
plazas.
Digamos que la fuerza
centrípeta de lo electoral ha plegado la piel en lo que podríamos llamar un
“volumen teatral”, esto es, un tipo de espacio (material y simbólico)
organizado en torno a las divisiones dentro/fuera, actores/espectadores,
platea/escena, escena/backstage.
Muy esquemáticamente: un
tipo de hacer muy retórico y discursivo, que pone en primer plano a los
“actores más capaces” (líderes, estrategas, "politólogos"),
polarizado en torno a espacios y tiempos muy determinados (la coyuntura
electoral, el tiempo futuro del programa o la promesa) y enfocado a la
conquista de la opinión pública (las famosas “mayorías sociales”), ha venido a
suceder a un tipo de hacer mucho más basado en la acción, al alcance de
cualquiera, que se desarrolla en tiempos y espacios heterogéneos,
autodeterminados y pegados a la materialidad de la vida (un hospital, una
escuela, una casa) y se dirige a los otros, no como a votantes o espectadores,
sino como a cómplices e iguales con los que pensar y actuar en común.
Si el 15M puso en el centro
el problema de la vida y de las formas de vida, el “asalto institucional” ha
repuesto en el centro la cuestión de la representación y el poder político. Y
cada opción tiene sus implicaciones. El efecto de la división dentro/fuera que
instala el teatro implica una reducción en términos de extensióne intensidad que
debilita la pelea contra el neoliberalismo.
Por un lado, lo que queda
fuera de los muros del teatro pierde valor y potencia, resulta recortado y
devaluado. Un ejemplo muy claro: los movimientos son objeto de mera referencia
retórica o se interpretan como reivindicaciones o demandas a escuchar,
sintetizar o articular por una instancia superior (partido, gobierno),
borrándose así completamente su dimensión esencial de creación de mundo aquí y
ahora (nuevos valores, nuevas relaciones sociales, nuevas formas de
vida). El teatro ausenta lo que representa. Y de ese modo se pierde la relación
viva con la energía creadora de los movimientos.
Por otro lado, lo que se ve
en el exterior del teatro viene proyectado desde el interior. Me refiero a algo
muy concreto y cotidiano: la ocupación total de la mente social (pensamiento y
mirada, atención y deseo) por lo que ocurre en la escena. ¿Cuánto tiempo de
nuestras vidas hemos perdido últimamente hablando del penúltimo gesto de
cualquiera de nuestros súper-héroes/heroínas (Iglesias, Monedero, Carmena,
Garzón, quien sea)? Con la nueva política cambian las obras y los actores, hay
nuevos decorados y guiones, pero seguimos tan reducidos como antes a
espectadores, comentaristas y opinadores ante sus pantallas, perdiendo así el
contacto con nuestro centro de gravedad: nosotros mismos, nuestra vida y
nuestros problemas, lo que estamos dispuestos a hacer y lo que ya hacemos, las
prácticas que inventamos más o menos colectivamente, etc. Hipersensibles a los
estímulos que nos vienen de arriba, indiferentes y anestesiados a lo que ocurre
a nuestro alrededor (piel cerrada). Y de nada sirve criticar el teatro:
se sigue fijando en él la atención, aunque sea a la contra.
Reabrir la
piel
Recapitulo. El
neoliberalismo no es un “régimen político”, sino un sistema social que organiza
la vida entera. No es un “grifo” que derrama sus políticas hacia abajo y que
podemos simplemente cerrar conquistando los lugares centrales del poder y la
representación, sino una dinámica de producción de afectos, deseos y
subjetividades (“la finalidad es cambiar los corazones y las almas”) desde una
multiplicidad de focos.
La vía electoral-institucional
tiene en razón de ello sus propios “techos de cristal”. Y es tal vez eso lo que
podemos aprender del culebrón trágico de Syriza: dentro los marcos establecidos
de acumulación y crecimiento, el margen de maniobra del poder político es muy
limitado. Y girar hacia otros modelos (pensemos en el decrecimiento, por ejemplo) no se puede “decretar” desde arriba,
sino que requiere de toda una redefinición social de la pobreza y la riqueza,
de la vida buena y deseable, que sólo se puede suscitar desde abajo. Por esa
razón, constituir el poder destituyendo la fuerza (pasar
de la piel al teatro) es catastrófico. Son siempre nuevos procesos de
subjetivación, nuevos cambios de piel, los que redefinen los consensos sociales
y abren lo posible, también para los gobiernos.
Se trata entonces de reabrir
la piel (la tuya, la mía, la de todos). A nivel íntimo, esto exige a
cada uno resistirse a la captura de la atención y el deseo, del pensamiento y
la mirada por las lógicas representativas, espectaculares. El teatro lo monta
cada día el matrimonio funesto entre el poder político y los medios de
comunicación (incluyendo aquí desgraciadamente a los medios alternativos,
también hipnotizados por "la coyuntura"), pero lo reproducimos todos,
en cualquier conversación entre amigos o con la familia, cuando dejamos que
organice el marco de nuestras preguntas, preocupaciones y opciones: ¿populista
o movimientista? ¿confluencia o unidad popular? ¿Zutano o Mengano? Hay que
revertir ese movimiento centrípeto y fugar de cualquier centro: centri-fugar. Recuperar
el eje. Partir de nosotros mismos. Mirar alrededor.
A nivel general, se trata
de retomar la experimentación a ras de suelo y al nivel de las formas de vida:
pensar y ensayar ahí nuevas prácticas colectivas, inventar nuevas herramientas
e instrumentos para sostenerlas y expandirlas, imaginar nuevos mapas, brújulas
y lenguajes para nombrarlas y comunicarlas. El impasse de 2013 tuvo mucho que
ver, si miramos hacia dentro de lo que hacemos y no sólo hacia afuera (el
impacto en el poder político), con la inadecuación radical de nuestros esquemas
de referencia (formas de organización, imágenes de cambio, etc.) para acompañar
lo que estaba pasando.
Por supuesto, este es y será
un camino largo, difícil, frustrante a veces, pero también real y en ese
sentido satisfactorio. Porque la promesa que nos lanzan desde la escena sobre
un “cambio” que nada va a exigirnos excepto ir a votar al partido correcto el
día de las elecciones sólo es una tomadura de pelo.
Estar a la altura del
desafío neoliberal pasa por desplegar una “política expandida”: no reducida o
restringida a determinados espacios (mediáticos e institucionales), a
determinados tiempos (la coyuntura electoral) y a determinados actores
(partidos, expertos), sino al alcance de cualquiera, pegada a la
multiplicidad/materialidad de las situaciones de vida, creadora de valores
capaces de rivalizar con los valores neoliberales de la competencia y el éxito.
La misma palabra
"política" quizá ya no nos alcance para nombrar algo así, parece
traicionarnos siempre, desplazando el centro de gravedad hacia el poder, la
representación, el Estado, los políticos, el teatro. No se trata de un cambio
de régimen, sino de alimentar un proceso múltiple de autodeterminación de la
vida. La política es el método, pero el desafío es cambiar nuestras
almas y nuestros corazones.
* Las imágenes de la piel y el teatro me han venido
sugeridas por la lectura de Economía libidinal de Jean-François Lyotard.
** Este texto elabora las ideas de conversaciones con Marga y Raquel,
Leo, Franco, Diego, Ernesto, Álvaro, Marta, Ema...
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