He aquí la retranscripción de un artículo publicado
en el periódico español EL PAIS del sábado 5 de abril… seguida de algunos
videos de su CD Anarquia
Barbuda.
Ángel Guache, el hombre
orquesta.
A la espera de su próxima reinvención,
Ángel Guache es, al menos a esta hora del sábado 5 de abril, un músico que dejó
la poesía lírica y un poeta humorístico que dejó la pintura. Por eso no tiene
un rincón de trabajo sino tres. Y los tres llenos de libros, discos y cuadros.
Lo más parecido a un estudio que hay en su casa madrileña en una mínima
habitación en la que uno chocaría con las estanterías si pusiera los brazos en
cruz. Con las paredes forradas de catálogos de arte —Imi Knoebel, Mark Rothko,
Moholy-Nagy—, del suelo brotan estalagmitas de DVD en las que Simón del
desierto convive con Placebo y los Sex Pistols. Colonizado casi todo el
espacio, la silla del ordenador quedó impracticable “hace mucho” por otra
montaña de papeles. Por eso Guache teclea sin sentarse cuando quiere verificar
una fecha de su propia biografía: en qué año publicó en la editorial Trieste El
viento en los árboles, el libro que lo consagró como poeta simbolista (fue
en 1986), o cuándo inauguró con Piano, piano, ilustrado por César
Fernández Arias, la colección
infantil de la editorial Hiperión (en 1995).
Ángel Guache, que nació en Luanco (Asturias) en 1950 y vive en Madrid desde los 18 años, se estrenó como pintor “de adolescente” y aparcó los pinceles en 2003. Dos años antes, el Museo Reina Sofía le dedicó la muestra Poemas geométricos, que recogía cuadros de pequeño formato y espíritu constructivista cuya única salida parecía el blanco total. “Al final tenía la impresión”, cuenta, “de que un cuadro termina siendo, sobre todo, un objeto, y no quería ser un fabricante de objetos. Lo que me gusta de la música es que queda en el aire”. Aunque todavía hay un lienzo esperando en un caballete en el segundo de los rincones de Guache, su adiós a las artes plásticas tuvo lugar en 2004 con la exposición Se venden frases en la galería Espacio Líquido de Gijón. Aquella despedida dio lugar a un libro de eslóganes prologado por Javier Barón, jefe de Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado, que colocaba al pintor cesante en la línea humorística de La Codorniz y El Roto.
“El futuro pasa por el embudo”, dice uno de aquellos eslóganes tipográficos, enmarcado y apoyado en la pared en el tercer rincón de trabajo del poliédrico Guache. Allí los sombreros se disputan la mesa con las Disertaciones por Arriano de Epicteto, tratados de arte clásico o discos de The Clash y Marilyn Manson. “Aquí trabajo”, dice de un lugar que cualquiera diría reservado para las visitas. Ambulantes o no, aquí tomaron cuerpo los versos que han dado lugar a Ruido cósmico (Huerga & Fierro), el libro de poemas que publica estos días, y Anarquía barbuda, un disco —“eléctrico cántico de insumisión”, lo llama— en el que el poeta ha añadido sus versos y su voz rota a la espídica guitarra de Marcelo Pull. No es la primera vez que Guache hace de letrista, pero sí su estreno como cantante: “Nadie se atrevió con estas letras porque decían que eran de cantautor. Será porque, además de caña y coña, tienen eso que llaman conciencia social. Pues sí, hay que arriesgarse a que digan que caes en el panfleto. En estos momentos de deterioro de los derechos sociales hay que dar testimonio de lo que está pasando”.
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