Me acabo de enterrar de la existencia del poeta español
LEOPOLDO MARIA PANERO… el día del anuncio de su muerte. Lo que he leído y visto
de su vida, a consecuencia de esta noticia, me ha impresionado muchísimo… y
siento que es imperativo compartir algo con quienes tengan el acierto o la
desgracia de leer este blog.
Advierto que no será breve… varios artículos y un
video en tres partes… espero que les pase lo que a mi… y que se tomen el tiempo
de interesarse por este poeta que vivió mucha de su vida encerrado en un
manicomio… ya sabemos que todos los grande poetas son locos (por favor que
alguien me dé una definición de la locura… que me satisfaga)… aunque se paseen
por las calles.
Leopoldo María Panero, maldito sea
El autor
de ‘Poemas del manicomio de Mondragón’ y ‘Así se fundó Carnaby Street’ muere a
los 65 años tras una vida destilada en la escritura y la desmesura
“No tenía a nadie”. Así
resumía hace unas horas el editor Antonio Huerga la soledad en la que ha muerto
Leopoldo María Panero a los 65
años. Lo decía para explicar la incertidumbre sobre los restos del poeta:
“¿Incinerarlo? ¿Enterrarlo? ¿Quién decide? No tenía a nadie”.
Tras la desaparición de su hermano Juan Luis en septiembre pasado, la muerte de Leopoldo es el último capítulo de una convulsa historia familiar llevada al cine por Jaime Chávarri y Ricardo Franco. Él decía que prefería la película del segundo “por los colores”. Lo decía como lo decía todo, con una salvaje ingenuidad llena de citas de poemas ajenos y propios, teorías conspirativas, críticas a España, a la OTAN, a sus editores o a sus compañeros en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido voluntariamente hace más de una década. Los elogios quedaban reservados para sus colegas de generación: Gimferrer, Colinas o Ana María Moix, fallecida la semana pasada.
Tras la desaparición de su hermano Juan Luis en septiembre pasado, la muerte de Leopoldo es el último capítulo de una convulsa historia familiar llevada al cine por Jaime Chávarri y Ricardo Franco. Él decía que prefería la película del segundo “por los colores”. Lo decía como lo decía todo, con una salvaje ingenuidad llena de citas de poemas ajenos y propios, teorías conspirativas, críticas a España, a la OTAN, a sus editores o a sus compañeros en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido voluntariamente hace más de una década. Los elogios quedaban reservados para sus colegas de generación: Gimferrer, Colinas o Ana María Moix, fallecida la semana pasada.
“Vivo dentro de la fantasía
paranoica del fin del mundo y no solo no quiero salir de ella sino que pretendo
que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la misma que se inclina
hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio, dicha de
muchos modos”. Así abría Panero su poética para Nueve novísimos, la
antología de Josep Maria Castellet que le señaló en 1970 como una de las
grandes promesas de la literatura por venir. Era el más joven de la selección y
dos años antes se había estrenado con Por el camino de Swan, publicado
en Málaga en 1968.
Repasar
su vida durante ese año inaugural permitiría hacerse una idea de quién era
Leopoldo María Panero, un poeta crucificado entre su propia desmesura y los
tópicos de loco oficial de la poesía española. 1968 fue el año de su primer
libro, de su primer intento de suicidio, de su ingreso en el Instituto
Frenopático de Barcelona y de su paso por la cárcel de Carabanchel después de
que lo detuvieran en Madrid junto a Eduardo Haro Ibars por consumo de marihuana
y le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes. También fue el año en que escribió Así
se fundó Carnaby Street. Publicado en 1970, ese libro contiene ya hecha (y
deshecha) la voz de un autor que escribía todo lo que se le ocurría y publicaba
todo lo que escribía. Cuando en 2001 Visor reunió su poesía completa hasta ese
momento -588 páginas, una veintena de títulos- Panero tenía ya tres libros más
en marcha en tres editoriales distintas. Uno de ellos Prueba de vida,
una “autobiografía de la muerte” cuyo maltrecho mecanoscrito original paseaba
por Las Palmas dentro de una bolsa de tela entre cintas de Los Chichos y
antologías de Emily Dickinson.
A su muerte, Leopoldo María
Panero ha dejado, al menos, un poemario inédito que tal vez se titule La
rosa enferma. Huerga y Fierro, su editorial de los últimos años, pensaba
publicarlo el próximo otoño. Entre tanto, el sello madrileño ha emprendido la
publicación de su obra título a título. De esa serie forman parte poemarios
como Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas, Last River Together,
El último hombre, Poemas del manicomio de Mondragón, Contra España y otros
poemas no de amor o Locos. Irracionalismo, expresionismo,
culturalismo y hermetismo atraviesan una obra irreductible a una fórmula salida
del cerebro de un hombre irreductible, más fácil de tratar para los rockeros
que para los catedráticos.
El desencanto, sus
intervenciones en público y sus apariciones en la radio (La ventana) o
la televisión (Crónicas marcianas) quedarán para la leyenda del
penúltimo poeta oficialmente maldito. En la memoria de sus lectores -y son
muchos- quedarán los versos de “Deseo de ser piel roja”, “El loco mirando desde
la puerta del jardín” o “Ma mère”, dedicado “A mi desoladora madre, con esa
extraña mezcla de compasión y náusea que puede solo experimentar quien conoce
la causa, banal y sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre”. Era en 1979. Ocho
años más tarde subtituló como “reivindicación de una hermosura” otro poema, “A
mi madre”, que termina: “y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
/ y ahora que el poema expira / te digo como un niño, ven / he construido una
diadema / (sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)”.
La lógica de Panero
"Yo no me suicido ni a tiros", afirma el poeta, que publica dos nuevos libros: 'Papá, dame la mano que tengo miedo' y 'Jardín en vano'
tengo miedo' y 'Jardín en vano'
"Este camarero está planeando cómo
matarme". Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) está sentado en una terraza
de la Feria del Libro de Madrid. Ha salido unos días del hospital psiquiátrico
de Las Palmas, su casa desde hace años, para presentar dos nuevos libros, uno
de narrativa -Papá, dame la mano que tengo miedo (editorial Cahoba)- y
otro de poemas -Jardín en vano (Arena)-. Acaba de llegar a la cita con
su pantalón de pinzas azul y su camisa de cuadros y lo primero que quiere
contar el autor de Así se fundó Carnaby Street (1970) o Poemas
del manicomio de Mondragón (1987) es que está "harto del
proletariado". Cree que la CIA tiene un plan para asesinarlo y no se sabe
muy bien si son "los masones" o "los aliados" la
"pandilla de tipejos" que pretende cortarle, dice, "los pies y
la polla".
Es jueves. La gente curiosea en las casetas
instaladas en el Retiro. Hace sol. Pegada a él ha venido Tania Fránquez, una
chica de 20 años amiga suya. "Nos conocemos porque Leopoldo viene todos
los días a la librería-bar en la que trabajo, allí en Las Palmas",
explica. Lo cuida, le da las medicinas. Vigila que no le atropelle un coche.
Traduce su idioma. Ella nunca ha estado antes en Madrid. Descubre la ciudad al
lado de Panero.
De camino hacia la Fnac de Callao, donde él hablará
sobre sus nuevos libros a las ocho, va cantando la canción del mariachi, de Desperado,
película que protagonizaba Antonio Banderas. "Me gustan las mujeres, el
vino y el ron... ay, ay, ay, ay mi morena de mi corazón". Panero necesita
coger un taxi: "No soporto andar por la calle. Todo el rato me llegan
mensajes telepáticos de la gente, me llegan sus pensamientos, aunque yo no he
oído voces en mi vida" -en Papá, dame la mano... dice que los
libros le hablan-. "Estoy en conversación con los difuntos y escucho con
mis ojos a los muertos".
Cuando Panero habla no hay solución de
continuidad entre Wittgenstein y Eliot, entre ETA -"no entiendo por qué
pusieron la bomba en la T-4"- y Poe, que es "un poeta en
abstracto".
A la media hora del encuentro, queda claro que no
hay ninguna razón para suponer que el discurso del poeta podría adquirir forma
en una fórmula pregunta-respuesta. También Papá, dame la mano... es un
libro mestizo, ni una novela ni un poema en prosa. Más bien se parece a una
perfecta elaboración de su manera de hablar. Cuando no fuma o bebe Coca Cola light,
cita constantemente, también en inglés y francés. En la escritura le ayuda su
amigo Félix Caballero. Su misión consiste en atrapar sus palabras, canalizar su
poesía. Un interrogante eterno serpentea en estos dos libros: "¿Quién soy
yo?". Y sobre la identidad él responde que Oscar Wilde la perdió cuando
llegó a París.
No hay dónde sentarse en el salón de actos de la
Fnac. Los fans de Panero, muy jóvenes, han venido con libros y cámaras
digitales. Además de firma, quieren tener una foto con él. Panero sonríe. Para
las fotos levanta el puño en plan comunista. En la presentación declara:
"Yo no me suicido ni a tiros, aunque ganas no me faltan porque me han
destrozado la vida sistemáticamente".
"España
es la que está loca, no yo"
La cita es en la Residencia
de Estudiantes, y están con él dos amigos: el poeta canario Félix Caballero,
con quien Panero ha escrito ya dos libros, y Amaraba, una fan
misteriosa. Los dos fuman como él (hay siete paquetes abiertos sobre la mesa) y
asisten risueños a la exhibición de Panero, que lleva ingresado cinco años en
el manicomio canario del doctor Rafael Inglod (ahora sólo duerme dentro), tras
pasar 14 en el de Mondragón. Hablando también escribe poesía.
Pregunta. ¿Cómo es
el manicomio?
Respuesta. El puto
infierno. El asunto del veneno empezó en Mondragón, pero lo de Inglod es peor.
Me han dado toneladas de haloperidol y todavía no he muerto. Lo de Rasputín fue
una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el
diario de un hombre infinitamente envenenado. España es la que está loca, no
yo.
P. ¿Por qué
le dan haloperidol?
R. Porque
me pasé tres años sin cerrar la ventana.
P. ¿Y qué
le hace?
R. Atonta.
Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche.
P. ¿Cómo se
vive dentro?
R. Todo
ingreso es un secuestro clínico, toda internación es ilegal. Allí se tortura:
no dejan fumar, te hacen hacer la cama siete veces, azuzan a los locos contra
mí y no les atan... Atan a los viejecitos por nada y a esos cabrones no los
atan.
P. ¿Le dan
electroshocks?
R. López
Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la
mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la
lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en
caso de sangre o pelea...
P. ¿Mienten
los locos?
R. El loco
yerra pero no miente, tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el
borracho.
P. ¿Acaso
existe la locura?
R. No. Los
locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El
mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un
hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en
París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me
quedé telépata. "El cante sin guitarra, / el cante a palo seco, / el cante
sin meis nada". Es un poema de João Cabral de Melo Neto.
P. Ah. ¿Le
gusta el flamenco?
R. No creo
en la clase obrera española. Son payasos alfredolandescos. Tras 40 años sin
ideología obrera, sólo queda la picaresca y un proletariado chistoso.
P.
¿Psiquiatría o poesía?
R. He
pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la
real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.
P. ¿La
literatura cura?
R. Alguna
sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los
mamarrachos abominables.
P. ¿Cree en
la democracia?
R. Soy
anarcoindividualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la
democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los
diputados están como cabras.
P. ¿Qué le
parece la ley de matrimonio homosexual?
R. Yo soy
bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los
hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean.
P. ¿Cómo se
hizo poeta?
R. A los
cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: "Mi corazón
temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia
del rey / y mi corazón seguía temblando".
P. ¿Freud o
Lacan?
R. Freud se
creía el anticristo, pero era ambiguo. Decía: "¡¿Sabía usted que soy el
diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!". Lacan sabía que los
locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son
el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que
Lacan llamaba "el sombrero de Napoléon". El yo es en lo que se
pierde el loco. Y el anticristo son los bancos.
P. ¿Por qué
no abre un dispensario antipsiquiátrico?
R. Pensé
hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los
derechos.
P. ¿Su
poesía es automática?
R. No me
prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del
cuerpo, Spinoza dijo: "Nadie sabe lo que puede el cuerpo". Y Neruda:
"Te escucho orinar al fondo de la habitación". Voy a echar una meada.
P. [Se va,
vuelve] ¿Cuál es su poeta favorito?
R. Neruda
no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente [recita un poema en
francés].
P.
¿Preferiría ser francés?
R. Querría
irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es
raro que el Quijote sea el ídolo. A san Juan de la Cruz casi lo queman porque
se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace
siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador.
P. No le
gusta el Quijote.
R. Es una
novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera.
P. ¿Quién
le dicta sus poemas?
R. Como no
sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan.
P. ¿Escribe
en trance?
R. No creo
en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia.
P. ¿El
nuevo Papa?
R. Un
filonazi. Mi doble.
P.
¿Zapatero?
R. El
príncipe de las tinieblas. "Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el
regazo de la mujer" (Goethe).
P.
¿Negociar con ETA?
R. Por
supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición.
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