Ante la unanimidad
de los apoyos (sinceros o fingidos) a la elección de AMLO como futuro
presidente de México, siendo particularmente destacado el de las cupulas
empresariales (que más que un verdadero apoyo, es, sin la menor duda, un real
acotamiento, la fijación del marco y los limites dentro de los cuales podrá y tendrá
que moverse la política del gobierno de López Obrador), hasta ahora, el EZLN a
sido la unida voz discordante.
El único “movimiento
organizado” que, en mi opinión, ha sido capaz de hacer una acertada lectura de
este tsunami… que con el paso del tiempo se revelara como lo que es… la opción mas
conveniente para un Sistema sometido a un cuestionamiento social de tal
envergadura que su única salida para perdurar sin generar una explosión social,
era entregar, provisionalmente la “conducción política” del mismo al único político
profesional institucional capaz de contener el crecimiento de una muy peligrosa,
y posiblemente explosiva, presión social.
Razón por la cual
me parece importante, transcribir inextenso el comunicado del EZLN en el cual los
subcomandantes Moisés y Galeno (ex Marcos), plasman su primera valoración de la
elección de AMLO como futuro presidente de México.
La única libertad
que me tome siendo la de sustituir el real titulado de dicho comunicado:
CONVOCATORIA A UN
ENCUENTRO DE REDES DE APOYO AL CIG, AL COMPARTE 2018: “Por la vida y la
libertad”; Y AL 15° ANIVERSARIO DE LOS CARACOLES ZAPATISTAS: “Píntale
caracolitos a los malos gobiernos pasados, presentes y futuros”, por el acortado
de:
“PÍNTALE CARACOLITOS A LOS MALOS GOBIERNOS PASADOS,
PRESENTES Y FUTUROS”
Julio del 2018.
A l@s individu@s, grupos,
colectivos y organizaciones de las Redes de Apoyo al CIG:
A la Sexta Nacional e
Internacional:
Considerando que:
Primero y único:
La Gran Final.
Llega usted al gran
estadio. “Monumental”, “coloso”, “maravilla arquitectónica”, “el gigante
de concreto”, calificativos parecidos se repiten en las voces de los locutores
que, a pesar de las distintas realidades que describen, coinciden en resaltar
la soberbia construcción.
Para llegar a la grandiosa
edificación, usted ha tenido que sortear escombros, cadáveres, suciedad.
Cuentan quienes más años cuentan, que no siempre fue así; que antes, en torno a
la gran sede deportiva, se levantaban casas, barrios, comercios, edificios,
ríos y arroyos de gente que uno esquivaba hasta casi toparse de narices con el
gigantesco portón, que sólo se abría cada tanto tiempo, y en cuyo dintel se
leía: “Bienvenido al Juego Supremo”. Sí, “bienvenido”, en masculino, como
si lo que ocurriera dentro fuera cosa sólo de varones; como antes los
sanitarios, las cantinas, la sección de máquinas y herramientas de las tiendas
especializadas… y, claro, el futbol.
Pero, a vuelo de pájaro,
la imagen vista bien podría ser un símil de un universo contrayéndose, dejando
en su periferia muerte y destrucción. Sí, como si el Gran Estadio fuera
el hoyo negro que absorbe la vida a su alrededor y que, aún insaciable, eructa
y defeca cuerpos sin vida, sangre, mierda.
Desde cierta distancia, se
puede apreciar el inmueble en su totalidad. Aunque ahora sus erróneas
disposiciones arquitectónicas, sus fallas estructurales en cimientos y
edificaciones, sus cambiantes decoraciones al gusto del equipo ganador en
turno, aparecen cubiertas por una tramoya que abunda en llamados a la unidad,
la fe, la esperanza y, claro, la caridad. Como si se ratificara así esa
semejanza entre cultos religiosos, políticos y deportivos.
Usted no sabe mucho de
arquitectura, pero le molesta esa insistencia casi obscena en una escenografía
que no coincide con la realidad. Colores y sonidos proclamando el fin de
una era y el paso al mañana soñado, la tierra prometida, el reposo que ya ni la
muerte promete (se dice usted mientras hace un recuento de sus cercanas, personas
desaparecidas, asesinadas, “exportadas” a otros infiernos, y cuyos nombres se
diluyen en estadísticas y promesas de justicia y verdad).
Como en la religión, la
política y los deportes, hay especialistas. Y usted no sabe mucho de
nada. Le marean los inciensos, salmos y alabanzas que pueblan esos
mundos. Usted no se siente capaz de describir el edificio, porque usted
anda otros mundos, sus largos y tediosos caminos transcurren en lo que, desde
los soberbios palcos del gran estadio, se podría llamar “el subsuelo”.
Sí, la calle, el metro, el colectivo, el vehículo en abonos o pagado con cargo
a otros abonos (una deuda siempre pospuesta y siempre creciente), el camino de
terracería, las rutas de extravío que conducen a la milpa, a la escuela, al mercado,
al tianguis, al trabajo, al jale, a la chinga.
Usted se inquieta, sí,
pero el optimismo de dentro del gran estadio es mayoritario, abrumador,
a-v-a-s-a-l-l-a-n-t-e, y desborda hacia afuera.
Como en esa canción que
usted recuerda vagamente, el espectáculo que ya terminó, unió “al noble y al
villano, al prohombre y al gusano”. En esos momentos la igualdad fue
reina y señora, no importa que el silbatazo final haya vuelto a cada quien a su
lugar. Basta del olvido de que cada uno es cada cual, de nuevo, “y con
la resaca a cuestas/ vuelve el pobre a su pobreza, /vuelve el rico a su riqueza
/y el señor cura a sus misas /se despertó el bien y el mal/ la zorra pobre
vuelve al portal, / la zorra rica vuelve al rosal, / y el avaro a las divisas”.
Y es que, ahora le
informan a usted ruidos e imágenes, el partido ha finalizado. La gran
final tan esperada y temida, concluyó y el equipo vencedor recibe, con falsa
modestia, los clamores de los espectadores. “El respetable público”,
dicen voceros y cronistas. Sí, así se refieren a quienes han participado
activamente con gritos, porras, hurras, insultos y diatribas, desde las gradas,
como espectadores a quienes sólo en la gran final se les permite simular que
están frente al balón y que su grito es el puntapié que dirige el esférico “al
fondo de las redes”.
¿Cuántas veces ha
escuchado usted eso? Muchas, ¿vale la pena contarlas? Las derrotas
reiteradas, la promesa que a la que sigue sí, que el árbitro, que el campo, que
el clima, que la luz, que la alineación, que la estrategia y la táctica, que
etcétera. Al menos la ilusión actual alivia esa historia de fracasos… a
la que luego se sumará la desilusión prevista.
En las afueras del
recinto, una mano maliciosa ha rayado, en el soberbio muro que rodea el estadio
una sentencia: “FALTA LA REALIDAD”. Y no conforme con su herejía, la mano
le ha agregado trazos y colores a las letras, tan variados y creativos que ya
no parecen pintados. Ya no es un grafiti, sino una inscripción como
grabada con cincel, manchando el concreto. Una huella indeleble en la
apática superficie del muro. Y, para colmo, el último trazo de la “D”
final ha abierto una grieta que se alarga hasta el basamento. Un cartel,
roto y descolorido, con la imagen de una feliz pareja heterosexual, con un par
de hijos, niño y niña, y con el encabezado de “La Familia Feliz”, trata en vano
de ocultar la hendidura que, tal vez por un efecto óptico, parece rasgar
también la feliz imagen de la familia feliz.
Pero ni el ruido interno
que hace vibrar las paredes del estadio logra disimular la grieta.
Dentro, aunque el partido
ha terminado, la muchedumbre no abandona el estadio. Aunque no tardará
mucho en que sea de nuevo expulsada de vuelta al valle de ruinas, la multitud
embelesada se hace eco de sus propios gritos e intercambia anécdotas: quién
gritó más fuerte, quién hizo la mejor burla (se dice “meme”), quién
divulgó la mentira más exitosa (el número de “likes” determina el grado
de verdad), quién lo supo desde un principio, quién nunca dudó. En las tribunas,
algunos, algunas, algunoas, intercambian análisis: que “¿sí
viste que los contrarios cambiaron de camiseta en el medio tiempo y que ahora
festejan la victoria quienes iniciaron el encuentro con el uniforme del equipo
rival?”; que “el árbitro (el siempre “árbitro vendido”) ahora sí cumplió porque
la victoria del equipo todo lo limpia y enaltece”.
Algunos, algunas, algunoas,
más escépticos, ven con desconcierto que, entre quienes celebran el triunfo,
están los que jugaron y juegan en equipos rivales. Tratan, pero no
entienden. O sí entienden, pero no es hora de entender, sino de
festejar. Para dejárselos claro, una pantalla gigante parpadea con la
tonada visual de moda: “Prohibido Pensar”.
La noche ha pospuesto su
llegada, piensa usted. Pero se da cuenta de que son los reflectores y los
fuegos de artificio los que simulan claridad. Claro, una claridad
selectiva. Porque allá, en aquel rincón, unas gradas se han derrumbado y
los equipos de rescate no acuden, ocupados como están en el festejo. La
gente no se pregunta cuántos muertos, sino de cuál equipo eran
seguidores. Más allá, en ese otro rincón oscuro, una mujer ha sido
agredida, violada, secuestrada, asesinada, desaparecida. Pero, vamos, es
sólo una mujer, o una anciana, o una jóvena, o una
niña. Los medios, siempre en sintonía con los tiempos que corren, no
preguntan el nombre de la víctima, sino si portaba su playera de tal o cual
equipo.
Pero no es tiempo de
amarguras, sino de fiesta, de brindis, del f-i-n-d-e-l-a-h-i-s-t-o-r-i-a mi buen,
del comienzo de un nuevo campeonato. Fuera, la oscuridad parece el
colofón pictórico para la zona devastada. Sí, piensa usted, como un
escenario de guerra.
El barullo le reclama
atención. Usted trata de tomar distancia para comprender el impacto de
ese gran triunfo de su equipo favorito… mmh… ¿era su equipo favorito? Ya
no importa, el triunfador siempre fue y será el equipo favorito de las
mayorías. Y, claro, todos sabían que el triunfo era inevitable, y en
tribunas se suceden las explicaciones lógicas: “sí, no era posible otro
resultado, sólo el de la copa embriagante coronando los colores del equipo
favorito.”
Usted trata, sin
conseguirlo, de hacer suyo el entusiasmo que inunda las tribunas, los palcos, y
parece llegar hasta el punto más alto de la construcción donde, lo que se
adivina es una lujosa habitación, refleja en sus vidrios polarizados las luces,
los gritos y las imágenes.
Usted recorre las tribunas
con dificultad, la gente se abarrota en pasillos y escaleras. Busca usted
algo o alguien que no lo haga sentir extraño, camina como un extraterrestre o
un viajero del tiempo que aterriza en un calendario y una geografía
desconocidos.
Se detiene un poco donde
dos personas de edad miran con atención una especie de tablero. No, no se
trata de ajedrez. Ahora que usted se ha acercado lo suficiente, ve que se
trata de un rompecabezas con apenas algunas piezas engarzadas y sin la figura final
siquiera esbozada.
Una persona le está
diciendo a la otra: “Bueno, no, no me parece que sea ficción. Después
de todo, el pensamiento crítico debe partir de una hipótesis, por alocada que
parezca. Pero no debe abandonar el rigor para confrontarla y verificar si
procede, o hay que buscar otro punto de arranque.” Y, tomando
una de las piezas del rompecabezas, esa persona la muestra y dice: “por
ejemplo, puede ser, a veces, que lo pequeño ayude a entender lo grande.
Como si en esta pequeña parte pudiéramos adivinar o intuir la figura ya
completada”. Usted no escucha lo que sigue, porque los grupos vecinos
gritan contra ese extraño par y acallan sus palabras.
Alguien le ha pasado un
volante. “Desaparecida” se lee, y una imagen de una mujer cuya edad
usted no puede determinar. ¿Una anciana, una mujer madura, una jóvena,
una niña? El viento le arrebata el volante y su vuelo se confunde con las
serpentinas y el confeti que nublan la vista.
Y hablando de niñas…
Una niña, pequeña, de piel
oscura, de ropas extrañas de tan coloridas y adornadas, mira el estadio, las
tribunas, las luces multicolores, las sonrisas de vencedores y vencidos,
alegres las primeras, maliciosas las segundas.
La niña tiene una
duda. Se adivina en la expresión de su rostro, en su mirada inquieta.
Usted se siente generoso,
al fin al cabo usted ha ganado… mmh… ¿ha ganado? Bueno, no importa.
Usted se siente generoso y, solícito, le pregunta a la niña qué busca.
La niña le responde: “el
balón”. Y, sin voltear a verlo a usted, sigue con su mirada barriendo
la gran construcción.
“¿El balón?”,
pregunta usted como si la pregunta viniera de otro tiempo, de otro mundo.
La niña suspira y añade: “bueno,
de ahí que tal vez lo tiene el dueño”
“¿El dueño?”
“Sí, el dueño del balón,
y del estadio, y del trofeo, y de los equipos, y de todo esto”, dice la
niña mientras con sus manitas intenta abarcar la realidad concentrada en el
gran estadio.
Usted trata de encontrar
las palabras para decirle a la niña que esas preguntas no vienen al caso, o
cosa, según, pero entonces usted recuerda…, o más bien no recuerda haber visto
el balón. En su mente le aparece una imagen borrosa, cree que al inicio
del partido, del esférico con sus gajos manchados por “nuestros amables
patrocinadores”. Ni siquiera en los goles anotados lo ubica.
Pero ahí está la pantalla
del marcador, y la pantalla marca la realidad que importa: tal ganó, tal
perdió. Ningún marcador señala quién es el dueño ni siquiera del
marcador, mucho menos quién es el dueño del balón, de los equipos, de las
tribunas, de las “cámaras y micrófonos”.
Además, el marcador no es
un marcador cualquiera. Es el más moderno que existe y costó una
fortuna. Incluye el VAR para ayudar a sus empleados a sumar o restar
puntos en la pantalla, y para las repeticiones instantáneas o reiteradas de
cuando “juntos hicimos historia”. Y el marcador no marca los goles, sino
los gritos. Gana quien más grite, entonces ¿quién necesita el balón?
Pero entonces usted revisa
sus recuerdos y nota algo extraño: minutos antes del final del partido, la
porra, la barra, la fanaticada del equipo contrario guardó silencio. Y
los gritos de los seguidores del equipo ahora triunfador no tuvieron
rival. Sí, muy extraña esa súbita retirada. Pero más extraño es que,
cuando en la pantalla del marcador no se reflejaban aún los resultados, ni
siquiera los parciales, el equipo contrario volvió a la cancha sólo para
felicitar al triunfador… que todavía no era triunfador. En los altos y
lujosos palcos del estadio estalló la algarabía y los colores de sus pendones
eran ya los del equipo ganador. ¿A qué hora cambiaron de favorito?
¿Quién ganó realmente? Y sí, ¿quién es el dueño del balón?
“¿Y por qué quieres
saber quién es el dueño?”, cuestiona usted a la niña, porque le parece que,
no obstante sus dudas, es tiempo de silbatos y matracas, y no de preguntas
necias.
“Ah, porque ése no
pierde. No importa qué equipo gane o pierda, el dueño siempre gana.”
Usted se incomoda con la
duda que eso plantea. Y se incomoda más al ver a quienes declaraban que
el equipo ahora triunfador traería desgracias, celebrando un triunfo que,
apenas unas horas antes, no era suyo. Porque no se ve que hayan perdido,
más bien festejan como si el triunfo fuera suyo, como si dijeran “ganamos otra
vez”.
Usted está a punto de
decirle a la niña que deje la amargura en otro lado, que tal vez esté en sus
días, o en la depre, o no entiende nada, después de todo es sólo una niña, pero
en eso el respetable prorrumpe en un alarido: el equipo vencedor regresa a la
cancha para agradecer al respetable su apoyo. La gente-gente sigue en las
tribunas y contempla, arrobada, a los modernos gladiadores que han vencido a
las bestias… ¡un momento!, ¿no son las bestias quienes ahora abrazan y festejan
y cargan en hombros al equipo vencedor?
Usted se ha quedado
pensando en lo que dijo la niña. Y recuerda entonces, inquieto, que el
equipo contrario, conocido por su rudeza, mañas y trampas, abandonó el partido
justo antes de que sonara el silbatazo final. Sí, como si temiera que su
inercia propia, pudiera hacerlo triunfador (con trampa, claro) y, para
evitarlo, se retirara completamente. Y con él, desaparecieron sus porras,
sus fanáticos, sus, ahora usted lo recuerda, contados banderines y banderas.
La algarabía sigue.
Al parecer en tribunas no importa el absurdo que transcurre en el centro del
campo, donde el pódium espera la premiación final.
Usted se hace eco de la
pregunta de la niña y, con timidez, cuestiona a su vez:
“¿Quién es el dueño del
balón?”
Pero el grito masivo
se traga su pregunta, y nadie le escucha.
La niña le toma de la mano
y le dice: “Vámonos, tenemos que salir”
“¿Por qué?”,
pregunta usted.
Y la niña, señalando la
base de la gran edificación, responde:
“Se va a caer”.
Pero nadie parece darse
cuenta… Un momento, ¿nadie?
(¿continuará?)
-*-*-*-*-*-*-*-*-
En base a lo anteriormente
expuesto, la Comisión Sexta del EZLN invita a l@s individu@s, grupos,
colectivos y organizaciones que apoyaron y apoyan al CIG y, claro, que todavía
piensan que los cambios que importan nunca vienen de arriba, sino de abajo
(además de que no hayan mandado su cartita de adhesiones y peticiones al
capataz futuro) a un:
Encuentro de redes de apoyo al
Concejo Indígena de Gobierno.
Con la siguiente propuesta
de temario:
.- valoraciones del proceso de
apoyo al CIG y su vocera Marichuy, y de la situación según la perspectiva de
cada grupo, colectivo y organización.
.- propuestas de pasos a seguir.
.- propuestas para regresar a
consultar con sus grupos, colectivos, organizaciones, lo ahí planteado.
Llegada y registro: jueves 2 de
agosto del 2018; registro y actividades los días viernes 3, sábado 4 y domingo
5 agosto.
Para registrarse como
participante en el encuentro de redes, la dirección es:
-*-*-*-*-*-*-*-*-*-
También, las comunidades
indígenas zapatistas, invitan a quienes tienen al arte como vocación y anhelo,
al:
CompARTE POR LA VIDA Y LA
LIBERTAD
“Píntale caracolitos a los malos
gobiernos pasados, presentes y futuros”
Del 6 al 9 de agosto del 2018.
Llegada y registro: cuando puedan
del 6 al 9 de agosto.
Clausura el día 9, 15°
aniversario del nacimiento de los caracoles zapatistas.
El programa será según quiénes se
apunten, pero seguro ahí estarán musiquer@s, teatrer@s, bailador@s, pintor@s,
escultor@s, declamador@s, etceter@s, de las comunidades zapatistas en
resistencia y rebeldía.
Para registrarse como
participante y/o asistente, la dirección es:
Todo en el caracol de Morelia (donde
fue el encuentro de mujeres que luchan), en la zona Tzotz Choj, tierra
zapatista en resistencia y rebeldía.
Mucho ojo: Traigan su
vaso, plato y cuchara, porque las mujeres que luchan ya aconsejaron de no usar
desechables que contaminan, además de que dejan un tiradero. No sobra si
trae un su focador (o lámpara de mano), su loquesea para
poner entre el digno suelo y su muy digno cuerpo, o casa de campaña. Su
impermeable o nailon o equivalente por si llueve. Sus medicinas y comida
especial si las requiere. Y cualquier otra cosa que luego le vaya a
faltar y, cuando nos deje sus críticas, nosotr@s podamos responder “les
avisamos antes”. Para las personas ya de edad, “de juicio” como decimos
acá, veremos de, en lo posible, darles alojamiento en alguna parte especial.
Nota: sí se permitirá el acceso a
varones y a otras minorías.
Por la Comisión Sexta del EZLN.
Subcomandante Insurgente
Moisés.
Subcomandante Insurgente Galeano.
México, 4 de julio del 2018.
P.D.- No, nosotras, nosotros,
zapatistas, NO nos sumamos a la campaña “por el bien de todos, primero los
huesos”. Podrán cambiar el capataz, los mayordomos y caporales, pero
el finquero sigue siendo el mismo. Ergo…
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