La lucha por
el poder no es solo una lucha por la supremacía, el ejercicio del mando y en
general de la dominación como tal, la cual implica sometimiento y control … y
aun si fuese así, este anhelo tiene una dimensión fundamentalmente existencial.
Cuando se
maneja el concepto de “lucha por el poder” este tiene forzosamente que relacionarse
(“referirse al” e “inscribirse en”) con el marco existencial de la eterna y
esencial búsqueda del reconocimiento por parte de todo ser humano.
No solo el
reconocimiento, sino también, y quizás primordialmente, el gozo (lo cual no es únicamente
propio de los seres humanos, sino de todos los animales.)
El gozo del
“empresario” (en tanto que propietario y/o directivo de una empresa regida por
las leyes del mercado) puede buscarse y alcanzarse de diferentes formas.
Este puede
ser un gozo “funcional”, restringido a su calidad de empresario su función en
el seno de la estructura capitalista, como también puede combinarse, interactuar,
con un gozo de orden “privado”, de naturaleza existencial.
Puede ser el
gozo de la acumulación, como tal.
El incremento
de su riqueza personal, que le permita disfrutar, para sí mismo, el “poseer”
y/o el “gastar”.
El incremento
del capital de la empresa, que le permita el gozo de ver SU empresa -y por lo
tanto el mismo, en tanto que propietario y directivo- ir escalando y ocupando
posiciones de privilegio en la lucha sin cuartel que incesantemente libra
contra sus competidores.
Puede ser el
gozo que le procure el ejercicio del poder.
El saberse el
mandamás, quien, en última instancia, siempre tendrá la razón y la última
palabra en todas las decisiones que se tomen. Sean estas acertadas o
equivocadas, dado que en este último caso siempre podrá convencerse a sí mismo
que el fracaso no es responsabilidad suya sino resultado de la mala
implementación de las mismas por los subalternos.
El disfrute
de un poder total y absoluto -nunca disputado, ni siquiera explícitamente
contradicho- que, en ocasiones -dependiendo de su perversidad- se acompaña,
complementa, con la humillación de los subordinados o incluso colaboradores.
Humillación
mediante la indiscutible e indiscutida imposición, pero también el siempre
posible empleo de una violencia más directa concreta y visible (publica), como
la agresión verbal, la acusación infundada acompañada de su castigo
-desprovistos para el agresor de toda consecuencia, tanto moral como legal-
como también la mayor agresión para un ser humano, la cual consiste simplemente
en ignorarlo, negándole su humanidad al negarle el reconocimiento al cual
aspira.
Para que la
dominación alumbre el gozo, se requiere forzosamente de la perpetua
escenificación del sometimiento.
El poder de
dominación no es tal si esta no se concretiza, se expresa, se explaya… en una
palabra, se ejerce.
Ejercicio que
implica el sometimiento.
Sometimiento
que implica violencia, pudiendo esta afectar tanto al cuerpo como la psique, ser
concreta o simbólica. Con consecuencias siempre sumamente nocivas sobre el
equilibrio mental y emocional de quien la padece.
En suma, a
mayor escenificación del sometimiento, con la mayor violencia, mayor gozo.
¿Por qué
empezar esta particular digresión sobre la violencia aludiendo al “empresario” si concluyo con un alcance de una mucho mayor generalidad?
Simplemente
porque es lo que a lo largo de mi “vida laboral” me ha tocado presenciar casi a
diario como testigo o confidente, y una que otra vez como víctima, tratando de
evitar ser el verdugo.
La
prepotencia del amo, la humillación del subordinado… para que el primero pueda
gozar el ejercicio de su dominación -y dotar así de sentido su mísera
existencia- a expensas del segundo.
Posdata, quizás
necesaria: el término “violencia” de este texto, se refiere, esencialmente, a
toda actitud (generalmente agresiva) que tiene por objeto imponer su punto de
vista o decisión, sin más argumento que el empleo de su poder de dominación. Es
decir, someter al otro sobre la única base de su superioridad jerárquica y no mediante
un dialogo que admita el debate contradictorio y respete la postura, e incluso la
“verdad”, del otro.
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