Los dos eventos (o
momentos) más importantes en la vida de todo ser humano son, por orden de
importancia, su nacimiento y su fallecimiento.
Esta afirmación
parecería ser incuestionable, dado que, sin nacimiento, simplemente no hay vida, nadie existiría.
Sin embargo, me
permito disentir.
El momento más
importante en la vida de cualquier ser humano puede ser su fallecimiento. Si
así él lo quiere.
Siempre y cuando, este
ocurra como consecuencia de su suicidio.
Siempre y cuando este
suicidio no sea consecuencia de la desesperanza o el miedo.
Siempre y cuando sea
un acto deliberado, libremente reflexionado, decidido, planeado y ejecutado.
La última y definitiva
decisión que ratifica y reafirma la posible supremacía de la libre voluntad
sobre el destino padecido.
El acto definitorio de
la humanidad de todo ser que pretende ser humano y no un ejemplar más del reino
animal.
Definitorio, no solo
en el significado de definitivo, irremediable, sino ante todo en la acepción de
dador de sentido.
Nacemos, sin quererlo…
morir porque lo decidimos.
Triunfo… quizás no de
la vida sobre la muerte… pero si del ser voluntarioso sobre la nada azarosa.
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