A menos de veinte días para que
se lleve a cabo en España la “segunda vuelta” de las elecciones generales,
alguna tendencia empieza a dibujarse en cuanto al posible resultado de las
mismas.
Según varios estudios de opinión (precisando que no considero los estudios
de opinión como una fotografía de un posible futuro resultado, sino simplemente
como un arma electoral más en manos de los partidos contendientes y el gobierno
en ejercicio) se dibuja una tendencia según la cual el Partido Popular seguiría
siendo el partido más votado (sin lograr, y por mucho, la mayoría absoluta),
seguido (he ahí el dato relevante) de Unidos Podemos (conjunción ¿para fines
electorales? de Podemos con Izquierda Unida y las llamadas confluencias
regionales), quedando el PSOE en tercera posición y Ciudadanos en la cuarta.
Resultado que, de confirmarse, llevaría
a la necesaria búsqueda de acuerdos entre partidos para poder formar un
gobierno… siendo el dato político más importante, que se daría así el llamado “sorpasso”,
tan anhelado por Podemos y tan temido por el PSOE. Sorpasso, que, de
confirmarse, abriría, sin duda, una muy grave crisis interna (leer, lucha por
el poder) en el seno del PSOE.
Sorpasso que pondría al PSOE en
la necesidad de escoger entre una alianza con Podemos, su adversario (algunos
dicen enemigo) por la supremacía en el campo de la izquierda, o dejar que la derecha siga
gobernando España, como fruto de una alianza entre el PP y Ciudadanos (con, en
caso de ser necesario, el probable aporte de unos cuantos diputados escogidos
entre algunos de los partidos regionalistas menos virulentos… y los hay)
Es en este contexto, que Pablo
Iglesias, líder visible de Unidos Podemos, después de haberse declarado socialdemócrata
(es decir, después de haber pisado el terreno hasta ahora propiedad exclusiva
del PSOE) publico, en el diario digital Publico, una tribuna titulada “¿Una
cuarta socialdemocracia?”.
Tribuna que me permito,
transcribir a continuación… seguida de mi personal valoración de la misma.
Pablo Iglesias
Somos un partido marxista porque
entendemos el método científico de conocimiento de transformación de la
sociedad capitalista a través de la lucha de clases como motor de la historia.
Entendemos el marxismo como un método no dogmático, que se desarrolla y que
nada tiene que ver con la traslación automática de los esquemas teóricos o
prácticos de las experiencias determinadas del movimiento obrero. Aceptamos
críticamente las aportaciones de todos los pensadores del socialismo y las
distintas experiencias históricas de la lucha de clases
Declaración de principios del
PSOE (XXVII Congreso, 1976)
Pronto empezará la campaña y las
campañas no suelen permitir debates ideológicos serios, aunque sean uno de los
escenarios más obvios de la lucha ideológica. Las campañas son el momento del
despliegue de estrategias y técnicas comunicativas, el momento en el que la
hegemonía de las ideas de una época aparece delimitando los términos de la
conversación entre las diferentes opciones. Sólo en momentos muy particulares,
como los que estamos viviendo, nuevas ideas pueden colarse en la disputa. Lo
que algunos llaman ya podemización de la vida política española
tiene que ver con este tiempo de crisis de hegemonía.
Y sin embargo, la necesidad de un
debate ideológico de país no tiene que ver con la lógica de campaña, ni tan
siquiera con la disputa por la hegemonía, sino con el hecho de que en España se
está configurando un nuevo campo político con opciones de gobierno que ya ha
redefinido el sistema de partidos.
Agustín Basave es el autor de un
libro cuyo título me he permitido tomar prestado, en el que señala con lucidez
el enclave determinante del debate ideológico de nuestro tiempo para la
izquierda. Admirador de uno de los padres de la socialdemocracia, el
injustamente maltratado Bernstein) albacea testamentario de Engels que en 1914
se opuso a votar los créditos de guerra alineándose con Rosa Luxemburgo y Kart
Liebnekch), Basave repasa el devenir histórico del pensamiento y la praxis
socialdemócrata, desde su origen en el marxismo y en las reivindicaciones del
movimiento obrero (la primera socialdemocracia), pasando por sus éxitos en
algunos de los países más avanzados de Europa occidental tras la Segunda Guerra
Mundial, asociados al Estado del bienestar y a las políticas keynesianas (la
segunda socialdemocracia) hasta su crisis como consecuencia del fin del
equilibrio geopolítico de la Guerra fría y la adopción por parte de los
llamados partidos socialdemócratas de los programas e ideas neoliberales (la
tercera vía o tercera socialdemocracia).
No coincido en muchas de las
filias y fobias del autor, pero Basave plantea con lucidez la necesidad de
rearmar ideológicamente una cuarta socialdemocracia como opción política
imprescindible para hacer frente a los desastres del neoliberalismo y el
dominio político de las finanzas.
Tras las elecciones del 26J dos
nuevos campos políticos se habrán consolidado en España. Uno de ellos, liderado
por el PP, tiene un proyecto político claro, alineado con el de las élites
oligárquicas europeas, que ha venido practicando en los últimos años. Ese
proyecto neoliberal cuyas consecuencias conocemos bien en el Sur de Europa ha
tenido como consecuencia colateral el desahucio de la tercera socialdemocracia,
la de la tercera vía, incapaz de diferenciarse del campo político neoliberal
que la ha su subsumido por completo. Cada vez que el PP invita al PSOE a su
gran coalición frente a nosotros, cada vez que los ideólogos mediáticos de la
vieja socialdemocracia tratan de prohibir al PSOE construir el futuro con
nosotros, nos encontramos con el campo político oligárquico que ya nos ha
definido como sus antagonistas.
Los campos políticos no los
definen los teóricos santificados ni las etiquetas, sino la contingencia
histórica. Las 21 condiciones de 1920 no eran un manifiesto ideológico sino el
resultado de los acontecimientos de 1917 en un país subdesarrollado como Rusia,
del mismo modo que la política de frentes populares del VII Congreso de la
Komintern que puso fin a la odiosa política de clase contra clase, era el
resultado de que los comunistas vivieran en sus propias carnes la experiencia del
fascismo. Si a finales de los años 70 los programas de gobierno de los partidos
eurocomunistas en Europa occidental se parecían más a los modelos nórdicos que
a los de los países del llamado socialismo real, ello no respondía a ninguna
derivación teórica, sino a las contingencias históricas que pre-establecen las
condiciones de posibilidad de la ideología cuando ha de convertirse en
programas de gobierno.
Enrico Berlinguer, aquel
secretario general italiano del partido con más lealtad a la República y al Estado,
que declaró sentirse cómodo bajo el paraguas de la OTAN, no afirmaba en aquella
mítica entrevista en Il corriere della sera su “ideología”
particular, sino que expresaba su voluntad pragmática, como dirigente político,
de armar una ideología de gobierno viable en un país del bando occidental de
Europa. El fracaso histórico del eurocomunismo, que en el caso de España fue
estrepitoso, no hace palidecer su virtud a la hora de poner sobre la mesa un
debate ideológico de país (estoy pensando ahora en Italia) que involucrara no
sólo a los socialistas italianos sino a la propia democracia cristiana.
Si pensamos en la experiencia
chilena, una de las más avanzadas del socialismo democrático, el éxito de
Allende fue su capacidad para vincular a su lógica política y a su proyecto de
país a importantes sectores de la democracia cristiana chilena. Sólo la presión
estadounidense y su concreción final en un golpe de Estado pudieron frenar el
éxito ideológico de Allende que desesperaba al gobierno estadounidense.
Hoy las ideologías y las
relaciones internacionales no se definen ya en relación a la guerra fría y de
ahí surge la necesidad de repensar el espacio político de la izquierda y de la
socialdemocracia. Por muy frágiles que puedan resultar las metáforas surgidas
de la historia para calificar los campos políticos, los programas de gobierno
posibles siguen siendo fundamentales y delimitan, ahora sí, los campos
políticos reales. La ‘izquierda’ es una metáfora que deriva de la lógica
parlamentaria de la revolución francesa y el comunismo -como algo distinto a la
socialdemocracia- sólo se entiende en relación a los acontecimientos que
enmarcaron el breve siglo XX de Hobsbawm. Por eso, ante la encrucijada que vive
nuestro país y Europa, es necesario abrir el debate a propósito del análisis
concreto de la situación concreta, esto es, qué hacer en el Gobierno de un
país del Sur de Europa.
Los límites a las capacidades
soberanas de los Estados-nación y sus dispositivos administrativos en el marco
de la Globalización, la propia definición del proyecto europeo, la competencia
económica internacional, la seguridad y los bloques militares y
geoestratégicos, los límites del medio ambiente al crecimiento sin control, son
las contingencias de un debate que resulta imprescindible.
Queremos gobernar España y
sabemos que no podremos hacerlo solos. La política fiscal que defendemos, la
transición del modelo energético que queremos implementar, la
reindustrialización, la adaptación de las instituciones a la realidad
plurinacional de nuestro país, la apuesta por una inversión mayor en I+D+I, son
temas que van más allá de la confrontación electoral. Por eso necesitamos abrir
un debate ideológico sobre qué políticas aplicar desde el Estado, sobre la
necesidad de una sociedad más igualitaria, sobre las alianzas en Europa para
redefinir en clave social el proyecto de la Unión, sobre la geopolítica europea
y la política de defensa que necesita.
Por ello invitamos al Partido
Socialista a hablar en serio con nosotros. De no practicarse el harakiri al
que le quieren llevar algunos malos consejeros dueños de periódicos, seguirá
siendo una fuerza política crucial, imprescindible en la constitución del nuevo
campo político alternativo a los conservadores en España.
Es indudable que los
significantes son siempre cuestionables pero yo no creo que la socialdemocracia
sea, ni mucho menos, una etiqueta del pasado. Una cuarta socialdemocracia,
entendida como la posibilidad de aplicar políticas redistributivas en el marco
de la economía de mercado, de asegurar la protección social y la justicia
fiscal como motores de un desarrollo económico basado en la demanda interna,
como motor de la transformación del modelo productivo e industrial y como
impulsora de un europeismo social y soberanista, me parece la mejor opción para
España y constituye el campo político que le corresponde ocupar a las fuerzas
políticas que podemos ganar al PP.
Nos corresponderá tener un debate
ideológico y de país, pero no queremos hacerlo solos, no queremos hacerlo sin
el viejo Partido Socialista.
Sin entrar en el análisis histórico-ideológico de las ideas
y los juicios vertidos en esta tribuna (con las y los cuales puedo tener
algunas o bastantes discrepancias)… y siendo de formación libertaria… no puedo
suscribir a este concepto de una “cuarta socialdemocracia” en tanto que
“utópico porvenir” de unas nuevas relaciones sociales fincadas en los
principios, indisociables, de libertad, igualdad y solidaridad… en cambio me
parece que las organizaciones sociales (no solo los partidos), tanto vigentes
como en formación, que pretenden o pretendan plantearse un cambio en las
relaciones sociales, teniendo, no como “utópico porvenir” sino como “posible
política”, el acercarse a estos
irrenunciables postulados de libertad, igualdad y solidaridad, dentro del
vigente corsé del marco institucional de una democracia representativa,
deberían de tomarle la palabra a Pablo Iglesias y debatir amplia y
profundamente, sin recelos, cálculos electoreros ni intereses partidarios, esta
posibilidad de una “cuarta socialdemocracia” (o como se le quiera llamar, el
debatir sobre la pertinencia histórico-ideológica o no del concepto es lo de
menos) que sea capaz de idear y plantear una opción y salida de este sistema
cuyo fundamento no es más que el economicismo, el utilitarismo y la feroz
competencia a todos los niveles de la estructura y el tejido sociales.
Un primer piso que agrandaría la posibilidad de que el “utópico
porvenir” se viera menos utópico, menos lejano.
Desgraciadamente, todo me lleva a pensar que este debate
sobre la posibilidad de una “cuarta socialdemocracia”, sea más utópico que el
mismo “utópico porvenir”.
No tengo muchas dudas, de hecho, casi ninguna, de que los
intereses partidarios (interpartidarios como intrapartidarios) y la política del
ajedrez y póker que priva en todos los partidos, impedirán que se dé un tal
debate.
Una verdadera lástima dirán los partidarios de una evolución
gradual y pacífica hacia un “cambio progresista” de las relaciones sociales… quizás
no tanto, quienes piensan (pensamos) que la exasperación de las
contradicciones, son el caldo de cultivo necesario para una transformación más
radical y sin que esta se dé transitando necesariamente por el camino de la
institucionalidad.
Claro que los más conservadores, podrán argüir, con toda razón,
que la confrontación, no siempre desemboca en la victoria (aun parcial) de
quienes aspiran a un cambio en el sentido del inalcanzable “utópico porvenir”…
sino, todo lo contrario, en la victoria de las fuerzas, no solo conservadoras sino
francamente retrogradas, partidarias de una acentuación de las políticas económicas
de corte neoliberal y del necesario autoritarismo para su implementación.
Es precisamente por esto, que, visto la correlación de
fuerzas en la misma España como a nivel europeo y mundial, la búsqueda de un
posible camino (poco importa su nombre y quienes lo encabecen) que puedan
transitar en común, las fuerzas todavía mal llamadas de izquierda (en mi opinión,
hoy en día, la separación horizontal entre derecha e izquierda se ve rebasada
por la separación vertical entre quienes detentan y ejerzan la dominación y
quienes la padecen) hacia la construcción de este primer piso hacia la consecución
del “utópico porvenir”, es una imperiosa necesidad… y es lo más importante…
independientemente de los resultados que se den este próximo 26 de junio.
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