Quizás por la cercanía de
las elecciones españoles de este próximo 26 de junio, en las cuales Unidos
Podemos está dando una campanada (que de momento hace falta saber si se
confirmara con el resultado del día de las elecciones), el 9 de junio, la
politóloga belga Chantal Mouffe, publico en el diario español El País, una
tribuna, cuyo contenido me parece sumamente importante para “entender” una de
las principales, y tan denostadas, “tendencias políticas” de hoy en día… como lo es EL POPULISMO... en
tanto que ideología y estrategia politicas.
Por lo que no puedo no
transcribir aquí, tal cual, esta tribuna.
El momento populista
CHANTAL MOUFFE
Vivimos una época en la que se está imponiendo en
todas partes una manera de hacer política que consiste en establecer una
frontera que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de
‘los de abajo’ frente a ‘los de arriba’
Hoy en Europa
estamos viviendo un momento populista que significa un punto de inflexión para
nuestras democracias, cuyo futuro dependerá de la respuesta que se dé a ese
reto. Para afrontar esa situación es necesario descartar la visión mediática
simplista del populismo como pura demagogia y adoptar una perspectiva
analítica. Propongo seguir a Ernesto Laclau, que define el populismo como una
forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política
que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de
abajo frente a los de arriba.El populismo no es una ideología y no se le puede
atribuir un contenido programático específico. Tampoco es un régimen político y
es compatible con una variedad de formas estatales. Es una manera de hacer
política que puede tomar formas variadas según las épocas y los lugares. Surge
cuando se busca construir un nuevo sujeto de la acción colectiva —el pueblo—
capaz de reconfigurar un orden social vivido como injusto.
Examinado desde
esa óptica, el reciente auge en Europa de formas populistas de política aparece
como la expresión de una crisis de la política liberal-democrática que se debe
a la convergencia de varios fenómenos, que en los últimos años han afectado a
las condiciones de ejercicio de la democracia. El primero es lo que he
propuesto llamar pospolítica para referirme al desdibujamiento de la frontera
política entre derecha e izquierda. Fue el resultado del consenso establecido
entre los partidos de centroderecha y de centroizquierda sobre la idea de que
no había alternativa a la globalización neoliberal. Bajo el imperativo de la
modernización se aceptaron los diktats del capitalismo financiero globalizado y
los límites que imponían a la intervención del Estado y a las políticas públicas.
El papel de los Parlamentos y de las instituciones que permiten a los
ciudadanos influir sobre las decisiones políticas fue drásticamente reducido.
Así fue puesto en cuestión lo que representa el corazón mismo de la idea
democrática: el poder del pueblo.
Hoy en día se
sigue hablando de democracia, pero solo para referirse a la existencia de
elecciones y a la defensa de los derechos humanos. Esa evolución, lejos de ser
un progreso hacia una sociedad más madura, como se dice a veces, socava las
bases mismas de nuestro modelo occidental de democracia, habitualmente
designado como republicano. Ese modelo fue el resultado de la articulación
entre dos tradiciones: la liberal del Estado de derecho, de la separación de
poderes y de la afirmación de la libertad individual, y la tradición
democrática de la igualdad y de la soberanía popular. Estas dos lógicas
políticas son en última instancia irreconciliables, ya que siempre existirá una
tensión entre los principios de libertad y de igualdad. Pero esa tensión es constitutiva
de nuestro modelo republicano porque garantiza el pluralismo. A lo largo de la
historia europea ha sido negociada a través de una lucha agonista entre la
derecha, que privilegia la libertad, y la izquierda, que pone el énfasis en la
igualdad.
Al volverse
borrosa la frontera izquierda/derecha por la reducción de la democracia a su
dimensión liberal, desapareció el espacio donde podía tener lugar esa
confrontación agonista entre adversarios. Y la aspiración democrática ya no
encuentra canales de expresión en el marco de la política tradicional. El
demos, el pueblo soberano, ha sido declarado una categoría zombi y ahora
vivimos en sociedades posdemocráticas.
Esos cambios a
nivel político se inscriben en el marco de una nueva formación hegemónica neoliberal,
caracterizada por una forma de regulación del capitalismo en la cual el capital
financiero ocupa un lugar central. Hemos asistido a un aumento exponencial de
las desigualdades que ya no solamente afecta a las clases populares, sino
también a buena parte de las clases medias, que han entrado en un proceso de
pauperización y precarización. Se puede hablar de un verdadero fenómeno de
oligarquización de nuestras sociedades.
En ese contexto
de crisis social y política ha surgido una variedad de movimientos populistas
que rechazan la pospolítica y la posdemocracia. Proclaman que van a volver a
darle al pueblo la voz que le ha sido confiscada por las élites.
Independientemente de las formas problemáticas que pueden tomar algunos de esos
movimientos, es importante reconocer que se apoyan en legítimas aspiraciones
democráticas. El pueblo, sin embargo, puede ser construido de maneras muy
diferentes y el problema es que no todas van en una dirección progresista. En
varios países europeos esa aspiración a recuperar la soberanía ha sido captada
por partidos populistas de derecha que han logrado construir el pueblo a través
de un discurso xenófobo que excluye a los inmigrantes, considerados como una
amenaza para la prosperidad nacional. Esos partidos están construyendo un
pueblo cuya voz reclama una democracia que se limita a defender los intereses
de los considerados nacionales.
La única manera
de impedir la emergencia de tales partidos y de oponerse a los que ya existen
es a través de la construcción de otro pueblo, promoviendo un movimiento
populista progresista que sea receptivo a esas aspiraciones democráticas y las
encauce hacia una defensa de la igualdad y de la justicia social.
Es la ausencia
de una narrativa capaz de ofrecer un vocabulario diferente para formular esas
demandas democráticas lo que explica que el populismo de derecha tenga eco en
sectores sociales cada vez más numerosos. Es urgente darse cuenta de que para
luchar contra ese tipo de populismo no sirven la condena moral y la
demonización de sus partidarios. Esa estrategia es completamente
contraproducente porque refuerza los sentimientos antiestablishment de las
clases populares. En lugar de descalificar sus demandas hay que formularlas de
modo progresista, definiendo el adversario como la configuración de fuerzas que
afianzan y promueven el proyecto neoliberal.
Lo que está en
juego es la constitución de una voluntad colectiva que establezca una sinergia
entre la multiplicidad de movimientos sociales y de fuerzas políticas cuyo
objetivo es la profundización de la democracia. En la medida en que amplios
sectores sociales están sufriendo los efectos del capitalismo financiarizado,
existe un potencial para que esa voluntad colectiva tenga un carácter
transversal que desborde el clivaje derecha/izquierda tal como está configurado
tradicionalmente. Para estar a la altura del reto que representa el momento
populista para el devenir de la democracia se necesita una política que
restablezca la tensión entre la lógica liberal y la lógica democrática y, a pesar
de lo que algunos pretenden, eso se puede hacer sin poner en peligro las
instituciones republicanas. Concebido de manera progresista, el populismo,
lejos de ser una perversión de la democracia, constituye la fuerza política más
adecuada para recuperarla y ampliarla en la Europa de hoy.
Chantal Mouffe
es profesora de Teoría Política en la Universidad de Westminster en Londres, y
aquí un video, en el cual Chantal Mouffe y Iñigo Errejon, como autores del
mismo, presentan el libre “Construir Pueblo, el cual, en mi opinión, resulta
una excelsa clase de ciencia política.
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