Transcripción
tal cual de un artículo de MILAGROS PEREZ OLIVA publicado en el diario EL PAIS
de fecha 5 de octubre del 2012.
Si es pobre, por algo será.
Si le van mal las cosas, es que no se ha esforzado suficiente. Como una lluvia
fina, el pensamiento que culpabiliza al pobre por ser pobre y al parado por no encontrar trabajo va
calando en el discurso político. Es en realidad el reverso del ideario del
liberalismo económico, que entroniza la figura del emprendedor como modelo
social y sitúa la competitividad como motor de cualquier progreso. En fase de
bonanza económica, especialmente si está basada en dinámicas especulativas,
este ideario tiene una gran aceptación social porque siempre hay historias de
éxito fulgurante que mostrar. Pero en tiempos de crisis, puede volverse
fácilmente contra los pobres y los parados, a los que se presenta como
sospechosos de holgazanería y culpables de haber malbaratado sus oportunidades.
Aunque pocas veces se
expresa abiertamente, el desprecio por quienes necesitan ayudas públicas acaba
aflorando. A veces de forma inoportuna, como le ha ocurrido al candidato
republicano Mitt Romney. Sugerir
que casi la mitad de los norteamericanos son parásitos
sociales ha arruinado su carrera a la presidencia de Estados Unidos. Otras, de
forma estridente, como cuando la diputada Andrea Fabra lanzó en el Congreso de
los Diputados aquel burdo “que
se jodan” en el momento en que se debatía recortar prestaciones a los parados. Y
a veces sibilinamente, como cuando el diputado Josep Antoni Duran i Lleida
afirmó que mientras los payeses catalanes lo pasan mal, en otras partes de
España “hay campesinos que
pueden quedarse en el bar de la plaza y continúan cobrando”.
Estas palabras no son
inocentes. “El relato que se hace de lo que ocurre es determinante porque
contribuye a construir el marco conceptual que servirá de referencia a la hora
de valorar lo que ocurre”, explica Montserrat Ribas, profesora de la Universidad Pompeu Fabra y
coordinadora del grupo de investigación sobre Estudios del Discurso. Si en ese
relato se introduce la idea de que los parados y los pobres son parásitos, es
presumible que cuando se decidan recortes en las prestaciones, estos no
encuentren resistencia entre quienes no sufren esa situación.
La crisis se presenta como catástrofe pero
también puede verse como estafa
El sociolingüista George
Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante, ha definido el papel
de estos marcos conceptuales en la conformación de la opinión pública. Cuando
la ideología conservadora, afirma Lakoff, utiliza por ejemplo la expresión “hay
que aliviar la carga impositiva”, el marco conceptual en el que se inscribe implica
una visión de los impuestos como algo que aprieta, que oprime a la sociedad.
Del mismo modo, cuando Mitt Romney se refiere a “ese 47% de la población
norteamericana que no paga impuestos y depende de las Ayudas del Estado”, que
se siente “víctima” y se “cree con derecho a recibir atención médica, comida o
vivienda”, está diciendo que ni es víctima ni tiene derecho a esas ayudas. Esa
idea forma parte de un marco ideológico según el cual, cada uno ha de
espabilarse y si alguien es pobre o fracasa, es por su culpa. Algo habrá hecho
mal. En este marco conceptual, los poderes se sienten legitimados para
abandonar a su suerte a los desfavorecidos.
Todo discurso político
tiene un marco conceptual de referencia. También el de la crisis. Montserrat
Ribas ha observado que el relato que se hace de la crisis está orientado a
neutralizar cualquier resistencia a las medidas que se aplican. “El relato
hegemónico presenta la crisis como una catástrofe natural, que ha ocurrido por
una serie de fuerzas que no podemos controlar y que tiene consecuencias graves
para todos. Como en las catástrofes, hay que resignarse, aceptar los
sacrificios y colaborar para salir de ella”.
Con este enfoque, la crisis
no tiene responsables, ni se considera importante determinar cómo se reparten
sus cargas. Una vez instaurado este discurso, quienes cuestionan las políticas
de ajuste y se resisten a los sacrificios son malos ciudadanos, como sugirió
Rajoy en Nueva York al ensalzar “a
la mayoría de españoles que no se manifiesta, que no
sale en las portadas de prensa”, en referencia a las protestas de la plaza de
Neptuno de Madrid.
Corremos el riesgo de pasar del Estado de
bienestar al de beneficencia
Montserrat Ribas invita a
imaginar qué ocurriría si en lugar del “relato de la catástrofe” se impusiera
“el relato de la estafa”. Estaríamos buscando a los responsables de lo
ocurrido, les estaríamos exigiendo responsabilidades políticas y penales, y exigiríamos
cambios radicales en la regulación del sistema financiero para evitar que
vuelva a repetirse. “En este relato, el papel del ciudadano es totalmente
diferente. No es de pasividad y resignación, sino de exigencia y reforma”,
señala.
Y aún hay un tercer relato
posible: el de la crisis como “golpe de Estado del capitalismo”. En este
relato, la recesión es utilizada para limitar la democracia e imponer un
sistema autoritario que permita someter a toda la población a los dictados del
poder económico, en beneficio de este.
De momento, el relato de la
crisis como estafa pugna por abrirse paso desde la plaza de Neptuno de Madrid y
desde los foros sociales abiertos al calor del movimiento del 15-M. Pero en el
discurso oficial el que predomina es el de la crisis como catástrofe.
La culpabilización de las
víctimas aparece, en este contexto, como un mecanismo de legitimación de los
recortes sociales. En la presentación del plan Prepara, la ministra de Trabajo,
Fátima Báñez, insistió en que se iban a aplicar medidas
contra los parados que no quisieran aceptar un trabajo, como si
los parados españoles recibieran muchas ofertas de empleo. Báñez justificó los
nuevos criterios de concesión de la ayuda de 430 euros en la necesidad de
hacerla más equitativa y evitar abusos. Para justificarlo, declaró sentirse
“insultada” al saber que había “hogares que ingresan 8.000 euros, en los que un
niñato recibe una paga de 400 por no hacer nada”. De entrada, hogares en los
que entran 8.000 euros al mes no hay tantos como para ponerlos como paradigma,
pero lo que en realidad la ministra encubría con esta retórica era un drástico
recorte en las ayudas, que a partir de ahora solo podrán cobrar quienes estén
prácticamente al borde de la indigencia.
Hay un
relato que utiliza la recesión para imponer una salida autoritaria
La vicepresidenta Soraya
Sáenz de Santamaría anunció también que los parados que reciben una prestación
podrán ser requeridos para realizar trabajos
comunitarios, como limpiar bosques, y que si se niegan, se les podrá retirar el
subsidio. “En realidad, anunciaba algo que ya existe. Los trabajos de
colaboración social están regulados desde 1994. Entre 4.000 y 6.000 parados
realizan este tipo de colaboraciones y si no hay más es porque las
Administraciones deben aportar la diferencia hasta el salario mínimo
interprofesional, y no tienen dinero”, explica Paloma López, secretaria de
Empleo de CC
OO. “Es curioso que cuando la pobreza ha escalado dos puntos en un año y
hay 1.737.000 hogares en los que todos sus miembros están en el paro, se
insista tanto en la idea de que los desempleados no hacen suficiente esfuerzo
para poder trabajar”, añade. “Con este discurso, las víctimas de la crisis se
encuentran doblemente penalizadas: además de perder su empleo, son sospechosos
de querer vivir a costa de los demás”.
Ignasi Carreras, director
del Instituto de Innovación Social de Esade, subraya que la crisis ha
aumentado la pobreza, pero muchos de los actuales pobres ya estaban en
situación de exclusión social antes de que estallara. En la fase de máximo
crecimiento España seguía teniendo un paro estructural del 8%. “En 2007, el 18%
de la población se encontraba bajo el umbral de la pobreza. Ahora ese
porcentaje es del 22% y lo que ha ocurrido es que quienes ya eran pobres, están
mucho peor”. Durante la crisis han aumentado las diferencias sociales. “En
2007, la diferencia del PIB per cápita medio del 20% de los más ricos era 5,3
veces mayor que el del 20% más pobre; ahora es 6,9 veces mayor”, señala
Carreras.
Hay pues más pobres que
además están peor y tienen menos posibilidades de salir del agujero. Porque
justo cuando más se necesitan, la crisis está erosionando también las políticas
de inserción social. Así lo confirma Nacho Sequeira, director de la Fundación
Exit, una entidad creada en Barcelona para facilitar la inserción laboral de
jóvenes de 16 a 21 años con un perfil de fracaso escolar. “Los alumnos con
mayores dificultades pueden salir adelante si tienen un acompañamiento
adecuado. Pero en un momento en que hay índices de paro tan alto, las empresas
demandan un tipo de trabajador que coincide con el perfil considerado de éxito.
Los jóvenes menos formados o que necesitan un proceso de preparación más largo,
tienen ahora menos posibilidades”, señala. “Se está desmontando el discurso de
la promoción social”, corrobora Isidro Rodríguez, director de la Fundación Secretariado Gitano. “Ver que
hay gente de clase media que tiene
que acudir a Cáritas o a los comedores sociales causa mucha
alarma. Todo el mundo teme encontrarse en esa situación y acepta con
naturalidad que se destinen los recursos a los casos extremos. Se está instaurando
un discurso de la urgencia en el que, como todo está muy mal y hay que atender
lo más urgente, los programas de inserción social quedan relegados”.
El discurso culpabilizador genera angustia e
insolidaridad
La consecuencia es bastante
previsible: quienes están en esos programas pasarán a engrosar en poco tiempo
las listas de quienes tienen necesidades perentorias y han de acudir a Cáritas.
“La crisis puede suponer una marcha atrás de varias décadas en las políticas de
inserción social”, advierte Isidro Rodríguez.
Esas políticas no solo son
necesarias, también son económicamente rentables. Cuando en Francia se produjo
la crisis de los campamentos gitanos, toda Europa miró hacia España. En los
últimos 30 años, las condiciones de vida de los gitanos españoles han mejorado
de forma espectacular. “El éxito se debe a dos factores: nuestro tardío Estado
de bienestar ha sido inclusivo con los gitanos; han podido beneficiarse de
políticas de acceso a la vivienda, la educación y la salud. Pero además se han aplicado
programas específicos de acompañamiento educativo, de realojamiento o de
integración en el mercado laboral”, señala Isidro Rodríguez. El resultado es
que ahora todos los niños gitanos acaban al menos la enseñanza primaria, y el
objetivo ahora es que también terminen la secundaria. Y si en 1978, el 75% de
las familias gitanas estaban instaladas en infraviviendas, en 2007 ese
porcentaje se había reducido al 12%. Y las que viven en chabolas, hasta el 4%.
Estas cifras muestran que la inserción es posible. Que ir al colegio y vivir en
barrios normalizados abre oportunidades y no solo ellos, sino todo el país sale
beneficiado. Los programas de acompañamiento permiten que el horizonte de un
joven gitano no sea ya la chatarra o el mercado ambulante.
Pero el presupuesto de la
fundación Secretariado Gitano para 2013, de 17 millones de euros, es un 20%
inferior al de este año y se mantiene gracias a que el 60% de sus fondos
proceden de la Unión Europea. “Se está aprovechando la crisis para deslegitimar
este tipo de programas”, dice su director.
Pero la pobreza no solo se
nutre de colectivos en riesgo de exclusión. Hay también nuevos perfiles de
pobres que viven su situación de precariedad con una gran angustia pues son
personas preparadas que forjaron sus expectativas en los años de bonanza.
¿Quiénes son esos nuevos pobres? Son aquellos para los que el ascensor social,
en lugar de subir, está bajando. El discurso oficial no los trata como tales,
pero Montserrat Ribas señala dos ejemplos: “Esos jóvenes profesores asociados
de la universidad que se han quedado sin trabajo por los recortes, o aquellos
que se han quedado cobrando 500 euros al mes. También podría incluirse a muchos
de los investigadores que trabajan en una plaza Ramón y Cajal”. Estamos
hablando de jóvenes científicos que han hecho una tesis doctoral en el
extranjero y hacen investigación de primera línea. No es que fueran unos
potentados de la ciencia, pero si a un sueldo de 1.100 euros al mes se le
recorta el 25%, lo que queda fácilmente cae por debajo de los índices de
pobreza. Estos talentos empobrecidos ven con estupor que no hay dinero para la
investigación, pero sí lo hay para rescatar a la banca.
Se ha repetido que para
triunfar en la vida se ha de ser emprendedor, estar muy preparado y ser
competitivo. Pero, como apunta Ignasi Carreras, no todo el mundo tiene un
perfil emprendedor, no todo el mundo ha de hacer un negocio y por muy activo
que alguien sea, si cierran las empresas y se destruye empleo, es muy difícil
encontrar trabajo. En este contexto, la idea de que solo los mejores saldrán
adelante y de que quienes quedan relegados es porque no valen o no se esfuerzan
está teniendo efectos psicológicos devastadores en los muchos jóvenes que se
estrellan una y otra vez contra la realidad de un mercado laboral en caída
libre.
El mismo marco conceptual
que permite culpabilizar a los pobres y a los parados es el que opera en los
países del norte contra los del sur. El discurso culpabilizador genera
angustia, pero también insolidaridad. Y abre la puerta a una nueva ignominia:
la competencia feroz entre los mismos pobres por los escasos recursos
disponibles. “No quiero ser apocalíptico, pero lo peor que nos puede ocurrir es
que después de la crisis económica venga la crisis social”, afirma Isidro
Rodríguez. “Los países que mejor resisten la crisis son aquellos que tienen un
Estado de bienestar más sólido y una sociedad civil fuerte y cohesionada. No
podemos pasar del Estado de bienestar al Estado de beneficencia”, concluye
Carreras.