¡Que difícil es pretender
ser revolucionario
en estos tiempos!
El EPR (Ejercito Popular Revolucionario) reivindico las explosiones en algunos ductos de Pemex, y de inmediato la condena fue unánime.
Claro que nos referimos a la opinión de quienes en estos casos se expresan, las autoridades, los partidos, los lideres de opinión (¿quienes?), los medios de comunicación (masivos o no)… pero imposible saber que opina el ciudadano de a pie (que de ciudadano tiene muy poco)… cuando mucho, algunos conocidos y/o parientes “no se la creen” (seguro que fue obra del mismo gobierno… que casualidad que haya sucedido en las tierras donde mas arraigo tiene el Yunque y donde se reportaron campos de entrenamientos de grupos paramilitares). Los medios con afinidades izquierdistas (¿que significa hoy ser de izquierda o siquiera “simpatizar con las ideas de izquierda”?) empiezan condenando de manera inequívoca el hecho (que le viene como anillo al dedo al gobierno), le dan un zape a las autoridades encargadas de la gobernación (por su actitud equivoca y su trastabilleo ante el hecho), para terminar reafirmando una condena “incomoda” (que le incomoda pronunciar).
Definitivamente… ¡Qué difícil es ser revolucionario (o por lo menos pretender serlo) en estos tiempos que queremos modernos!...nadie nos entiende… nadie nos comprende.
Unos cuantos años atrás (o décadas, según los espacios donde nos movíamos), para algunos éramos los villanos que se merecían la horca (el pelotón de fusilamiento estando reservado a quienes si respetan las reglas del arte de la guerra), pero para unos cuantos otros (a veces pocos, a veces muchos) éramos héroes que arriesgábamos nuestras vidas por un esplendoroso mañana en que… o por lo menos por una causa justa.
Hoy… o somos unos terroristas… o le hacemos el juego al enemigo. No, definitivamente los tiempos cambiaron… ya no son lo que eran.
Revolucionarios éramos, porque… uno, nos “reventaban” el poder y las injusticias y habíamos analizado concienzudamente sus modos… dos, habíamos elaborado (o por lo menos imaginado), no menos concienzudamente, la “sociedad del mañana” (libre, igualitaria y justa)… y tres, habíamos tomado la firme determinación de derribar las viejas estructuras para construir la nueva utopía… algunos, menos crédulos y mas impacientes que los demás, con métodos que unos calificaban de violentos y otros de “justicieros”. Incluso, unos cuantos nos saltábamos lo “concienzudo” de la segunda fase…porque “la voluptuosidad de destruir es a la vez una voluptuosidad creadora” (Mijail Bakunin) y porque “no tememos a las ruinas, hemos heredado la tierra… y llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones y ese mundo crece en ese mismo instante sobre estas ruinas (Buenaventura. Durruti).
Hoy, para quienes detentan la dominación y ejercen el poder (con su interminable cola de esbirros y acólitos) ser revolucionario es ser terrorista. Ni siquiera esto… serian términos sinónimos… cuando no lo son… dado que no se es revolucionario, sino terrorista… los revolucionarios ya no existen (salvo cuando el termino alude a una cosa y no una persona, en el sentido de un cambio radical en el tratamiento o el uso de algo), solo existen terroristas.
Al igual que el guerrillero el terrorista puede matar quienes ejercen el poder o quienes integran las fuerzas represivas, pero a diferencia del terrorista, el guerrillero no asesina deliberadamente “civiles inocentes”. El terrorista inocula el virus del miedo, el temor (el atemorizar, aterrorizar, es su misión primera) cuando el guerrillero quiere (al tiempo que lo requiere para su sobrevivencia) ganarse el corazón y el espíritu de la población civil (con la cual convive). Pero el uso de un cierto lenguaje y unas ciertas representaciones puede ser tan efectivo a la hora de querer “diabolizar” (otorgar la calidad de diablo o demonio) al enemigo que no se puede resistir a la tentación… negar la esencia misma, travestir la realidad… he ahí un arma demasiada poderosa para no utilizarla. Hablen de un perro, y todos querrán adoptarlo, digan que es rabioso y todos querrán matarlo. Por lo tanto no hay revolucionarios (guerrilleros u de otra estirpe) sino únicamente terroristas.
Para el espectador, el “publico en general”, no es el actor quien da sentido a su actuación, sino el poder quien impone su propia interpretación mediante el monopolio de los medios de (in)comunicación.
Es mas, quien inocula el virus del miedo no es la guerrilla, sino el gobierno mismo… quien aprovecha la ocasión para profundizar su estrategia de “terrorismo de Estado”, consistiendo en criminalizar toda manifestación de inconformidad y militarizar el país… quien, haciendo uso del falso dilema entre seguridad y libertad, “responsabiliza” a esta ultima del incremento de la primera… acotando y recortando así a sus anchas las libertades mas elementales en aras de la consecución de una mayor seguridad… cuando son sus propias políticas las que generan la inseguridad, además de inducirla deliberadamente o creando (con la complicidad y la ayuda de los medios masivos) lo que se ha dado en llamar “un clima de inseguridad”.
Además el tinglado esta tan bien pensado y armado que las autoridades que gobiernan (al nivel que sea) no ocultan ni disimulan, lo que es parte de su esencia misma… su carácter de instancia manipuladora, desinformadora, que miente deliberadamente, que engaña descaradamente. Todo lo contrario, que la mentira y el engaño sean “altamente visibles” les favorece en la medida en que esto genera e incrementa en el ciudadano de a pie (que de ciudadano tiene lo que yo de seminarista) su rechazo y su incredulidad ante todo lo que, de cerca o lejos, tiene que ver con la política, en el sentido mas despreciable de la palabra (de la política “politiquera” de los profesionales de esta actividad que se asimila a un negocio privado como cualquier otro) pero también en su sentido mas noble de participación activa del ciudadano en la vida de la comunidad en la cual vive. Decía Hannah Arendt que “solo individuos aislados y apáticos pueden ser totalmente dominados”… y esto es lo que se propone, lo que logra hacer realidad, esta “obviedad” de la manipulación, la mentira y el engaño.
Desprecio e incredulidad hacia todos los actores políticos… incluidos quienes dicen luchar por “un mundo mas libre, fraterno y justo”… he ahí lo importante.
Que el desprecio y la incredulidad alcancen quien detenta y ejerce el poder, poca importancia tiene, muy poca, casi ninguna. ¿Le resta legitimidad, credibilidad?... ¿y que?... contra lo que pregonan los sesudos estudiosos de la política, ¿desde cuando se requiere de legitimad y credibilidad para gobernar?... si desde los tiempos mas remotos se sabe (o deberíamos saberlo) que basta con pan y circo. En realidad la “justa” cantidad de pan (la que permita a la fuerza de trabajo ir consumiendo sin consumirse) y la máxima cantidad posible de circo (eso si la mas embrutecedora posible).
Pero que el desprecio y la incredulidad alcancen a quienes pretenden oponerse al estatus quo (político, social, económico, etc., etc.) eso si que es importante, vital. Entonces no es solo el carácter “revolucionario” (si es que pretende tenerlo) que se pone en tela de juicio, sino hasta la autoría de las acciones que se llevan a cabo en el marco de una lucha que se quiere revolucionaria.
En estos casos la pregunta que siempre alcanza su objetivo y mata con la mayor certeza es: ¿a quien beneficia?. Visto la inmensa desproporción (en todos los sentidos y ámbitos) que existe entre quien detenta el poder y quien lo combate… de manera por así decir “natural”… es siempre (y se podría decir que casi en automático) al poder a quien toda acción revolucionaria beneficia. Esto debido en gran parte a la conjunción de dos características que, hoy en día, impregnan nuestras mentes “utilitaristas”, la eficacia y la temporalidad de la inmediatez. Resulta prácticamente imposible concebir mentalmente cualquier “cosa” sin que la relacionemos con la eficiencia… es decir lograr el objetivo (cualquiera que este sea… es mas, el objetivo en si no tiene importancia, lo que si la tiene es que exista un objetivo) con la mayor efectividad posible en el menor tiempo posible.
Piensen y traten de encontrar alguna acción revolucionaria “de fuerza” (que implica la utilización de la fuerza contra la fuerza del poder… bajo la modalidad que sea, desde el sabotaje, hasta la insurrección armada, pasando por el enfrentamiento a golpes limpios con las fuerzas del orden, etc., etc.) cuyo carácter revolucionario y autoría de la misma no queden heridas de muerte a la pregunta: ¿a quien beneficia?. Siempre, siempre… la respuesta de la inmensa mayoría (de los intelectuales como de la plebe) será: al gobierno, quien detenta y ejerce la dominación.
Bastante complicado oponerse a la dominación (de quien sea, de lo que sea) desde una posición de dominado sumiso (sometido, voluntariamente o no) a esta misma dominación.
Apostar a la toma del poder por la vía democrática de las elecciones (además de totalmente utópico… si es que se apuesta a un “verdadero cambio de la naturaleza de las estructuras de poder”) es tanto como querer cambiar de jefe pero no ser su propio jefe… apostar a la “resistencia civil pacifica” es tanto como querer acabar con una fiera pateándola… recurrir al uso de la fuerza (además de que se necesita de mucha fuerza) es exponerse a la condena unánime, tanto de quienes afectamos en sus intereses y posiciones de poder como de quienes empezaran “negándonos” para luego (pretextando que hacemos el juego del enemigo) reprocharnos que pongamos irresponsablemente en riego su paz y los despertemos de su tan preciado aturdimiento (por no decir atontamiento).
Decididamente es mas que difícil… mas que complicado. ¿Será que ser revolucionario, hoy, no es querer cambiar de jefe o querer “hacer la revolución”… sino negar… desconocer… toda institución (estructura) de dominación… a nuestro nivel… en nuestro entorno… en nuestra vida diaria… sin pensar en términos de eficiencia… que las estructuras de dominación (por naturaleza y esencia, liberticidas y promovedoras de irresponsabilidad e insolidaridad) se vayan vaciando por dentro… se vuelvan como el cuerpo que la vida abandona… cadáver?
¡Vaya revolución!... ¡vaya programa!... mas utópica que todas los demás, mas utópico que todos las demás.
Quizás si, si pensamos en términos de eficiencia, de inmediatez, de resultados a escala del “sistema” como tal.
Quizás no, si pensamos en términos de la simple construcción de nuestra propia existencia, de nuestras existencias, de las futuras existencias de los futuros seres… que decimos humanos… que pretendemos y pretenden a una mayor humanidad.
Claro que nos referimos a la opinión de quienes en estos casos se expresan, las autoridades, los partidos, los lideres de opinión (¿quienes?), los medios de comunicación (masivos o no)… pero imposible saber que opina el ciudadano de a pie (que de ciudadano tiene muy poco)… cuando mucho, algunos conocidos y/o parientes “no se la creen” (seguro que fue obra del mismo gobierno… que casualidad que haya sucedido en las tierras donde mas arraigo tiene el Yunque y donde se reportaron campos de entrenamientos de grupos paramilitares). Los medios con afinidades izquierdistas (¿que significa hoy ser de izquierda o siquiera “simpatizar con las ideas de izquierda”?) empiezan condenando de manera inequívoca el hecho (que le viene como anillo al dedo al gobierno), le dan un zape a las autoridades encargadas de la gobernación (por su actitud equivoca y su trastabilleo ante el hecho), para terminar reafirmando una condena “incomoda” (que le incomoda pronunciar).
Definitivamente… ¡Qué difícil es ser revolucionario (o por lo menos pretender serlo) en estos tiempos que queremos modernos!...nadie nos entiende… nadie nos comprende.
Unos cuantos años atrás (o décadas, según los espacios donde nos movíamos), para algunos éramos los villanos que se merecían la horca (el pelotón de fusilamiento estando reservado a quienes si respetan las reglas del arte de la guerra), pero para unos cuantos otros (a veces pocos, a veces muchos) éramos héroes que arriesgábamos nuestras vidas por un esplendoroso mañana en que… o por lo menos por una causa justa.
Hoy… o somos unos terroristas… o le hacemos el juego al enemigo. No, definitivamente los tiempos cambiaron… ya no son lo que eran.
Revolucionarios éramos, porque… uno, nos “reventaban” el poder y las injusticias y habíamos analizado concienzudamente sus modos… dos, habíamos elaborado (o por lo menos imaginado), no menos concienzudamente, la “sociedad del mañana” (libre, igualitaria y justa)… y tres, habíamos tomado la firme determinación de derribar las viejas estructuras para construir la nueva utopía… algunos, menos crédulos y mas impacientes que los demás, con métodos que unos calificaban de violentos y otros de “justicieros”. Incluso, unos cuantos nos saltábamos lo “concienzudo” de la segunda fase…porque “la voluptuosidad de destruir es a la vez una voluptuosidad creadora” (Mijail Bakunin) y porque “no tememos a las ruinas, hemos heredado la tierra… y llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones y ese mundo crece en ese mismo instante sobre estas ruinas (Buenaventura. Durruti).
Hoy, para quienes detentan la dominación y ejercen el poder (con su interminable cola de esbirros y acólitos) ser revolucionario es ser terrorista. Ni siquiera esto… serian términos sinónimos… cuando no lo son… dado que no se es revolucionario, sino terrorista… los revolucionarios ya no existen (salvo cuando el termino alude a una cosa y no una persona, en el sentido de un cambio radical en el tratamiento o el uso de algo), solo existen terroristas.
Al igual que el guerrillero el terrorista puede matar quienes ejercen el poder o quienes integran las fuerzas represivas, pero a diferencia del terrorista, el guerrillero no asesina deliberadamente “civiles inocentes”. El terrorista inocula el virus del miedo, el temor (el atemorizar, aterrorizar, es su misión primera) cuando el guerrillero quiere (al tiempo que lo requiere para su sobrevivencia) ganarse el corazón y el espíritu de la población civil (con la cual convive). Pero el uso de un cierto lenguaje y unas ciertas representaciones puede ser tan efectivo a la hora de querer “diabolizar” (otorgar la calidad de diablo o demonio) al enemigo que no se puede resistir a la tentación… negar la esencia misma, travestir la realidad… he ahí un arma demasiada poderosa para no utilizarla. Hablen de un perro, y todos querrán adoptarlo, digan que es rabioso y todos querrán matarlo. Por lo tanto no hay revolucionarios (guerrilleros u de otra estirpe) sino únicamente terroristas.
Para el espectador, el “publico en general”, no es el actor quien da sentido a su actuación, sino el poder quien impone su propia interpretación mediante el monopolio de los medios de (in)comunicación.
Es mas, quien inocula el virus del miedo no es la guerrilla, sino el gobierno mismo… quien aprovecha la ocasión para profundizar su estrategia de “terrorismo de Estado”, consistiendo en criminalizar toda manifestación de inconformidad y militarizar el país… quien, haciendo uso del falso dilema entre seguridad y libertad, “responsabiliza” a esta ultima del incremento de la primera… acotando y recortando así a sus anchas las libertades mas elementales en aras de la consecución de una mayor seguridad… cuando son sus propias políticas las que generan la inseguridad, además de inducirla deliberadamente o creando (con la complicidad y la ayuda de los medios masivos) lo que se ha dado en llamar “un clima de inseguridad”.
Además el tinglado esta tan bien pensado y armado que las autoridades que gobiernan (al nivel que sea) no ocultan ni disimulan, lo que es parte de su esencia misma… su carácter de instancia manipuladora, desinformadora, que miente deliberadamente, que engaña descaradamente. Todo lo contrario, que la mentira y el engaño sean “altamente visibles” les favorece en la medida en que esto genera e incrementa en el ciudadano de a pie (que de ciudadano tiene lo que yo de seminarista) su rechazo y su incredulidad ante todo lo que, de cerca o lejos, tiene que ver con la política, en el sentido mas despreciable de la palabra (de la política “politiquera” de los profesionales de esta actividad que se asimila a un negocio privado como cualquier otro) pero también en su sentido mas noble de participación activa del ciudadano en la vida de la comunidad en la cual vive. Decía Hannah Arendt que “solo individuos aislados y apáticos pueden ser totalmente dominados”… y esto es lo que se propone, lo que logra hacer realidad, esta “obviedad” de la manipulación, la mentira y el engaño.
Desprecio e incredulidad hacia todos los actores políticos… incluidos quienes dicen luchar por “un mundo mas libre, fraterno y justo”… he ahí lo importante.
Que el desprecio y la incredulidad alcancen quien detenta y ejerce el poder, poca importancia tiene, muy poca, casi ninguna. ¿Le resta legitimidad, credibilidad?... ¿y que?... contra lo que pregonan los sesudos estudiosos de la política, ¿desde cuando se requiere de legitimad y credibilidad para gobernar?... si desde los tiempos mas remotos se sabe (o deberíamos saberlo) que basta con pan y circo. En realidad la “justa” cantidad de pan (la que permita a la fuerza de trabajo ir consumiendo sin consumirse) y la máxima cantidad posible de circo (eso si la mas embrutecedora posible).
Pero que el desprecio y la incredulidad alcancen a quienes pretenden oponerse al estatus quo (político, social, económico, etc., etc.) eso si que es importante, vital. Entonces no es solo el carácter “revolucionario” (si es que pretende tenerlo) que se pone en tela de juicio, sino hasta la autoría de las acciones que se llevan a cabo en el marco de una lucha que se quiere revolucionaria.
En estos casos la pregunta que siempre alcanza su objetivo y mata con la mayor certeza es: ¿a quien beneficia?. Visto la inmensa desproporción (en todos los sentidos y ámbitos) que existe entre quien detenta el poder y quien lo combate… de manera por así decir “natural”… es siempre (y se podría decir que casi en automático) al poder a quien toda acción revolucionaria beneficia. Esto debido en gran parte a la conjunción de dos características que, hoy en día, impregnan nuestras mentes “utilitaristas”, la eficacia y la temporalidad de la inmediatez. Resulta prácticamente imposible concebir mentalmente cualquier “cosa” sin que la relacionemos con la eficiencia… es decir lograr el objetivo (cualquiera que este sea… es mas, el objetivo en si no tiene importancia, lo que si la tiene es que exista un objetivo) con la mayor efectividad posible en el menor tiempo posible.
Piensen y traten de encontrar alguna acción revolucionaria “de fuerza” (que implica la utilización de la fuerza contra la fuerza del poder… bajo la modalidad que sea, desde el sabotaje, hasta la insurrección armada, pasando por el enfrentamiento a golpes limpios con las fuerzas del orden, etc., etc.) cuyo carácter revolucionario y autoría de la misma no queden heridas de muerte a la pregunta: ¿a quien beneficia?. Siempre, siempre… la respuesta de la inmensa mayoría (de los intelectuales como de la plebe) será: al gobierno, quien detenta y ejerce la dominación.
Bastante complicado oponerse a la dominación (de quien sea, de lo que sea) desde una posición de dominado sumiso (sometido, voluntariamente o no) a esta misma dominación.
Apostar a la toma del poder por la vía democrática de las elecciones (además de totalmente utópico… si es que se apuesta a un “verdadero cambio de la naturaleza de las estructuras de poder”) es tanto como querer cambiar de jefe pero no ser su propio jefe… apostar a la “resistencia civil pacifica” es tanto como querer acabar con una fiera pateándola… recurrir al uso de la fuerza (además de que se necesita de mucha fuerza) es exponerse a la condena unánime, tanto de quienes afectamos en sus intereses y posiciones de poder como de quienes empezaran “negándonos” para luego (pretextando que hacemos el juego del enemigo) reprocharnos que pongamos irresponsablemente en riego su paz y los despertemos de su tan preciado aturdimiento (por no decir atontamiento).
Decididamente es mas que difícil… mas que complicado. ¿Será que ser revolucionario, hoy, no es querer cambiar de jefe o querer “hacer la revolución”… sino negar… desconocer… toda institución (estructura) de dominación… a nuestro nivel… en nuestro entorno… en nuestra vida diaria… sin pensar en términos de eficiencia… que las estructuras de dominación (por naturaleza y esencia, liberticidas y promovedoras de irresponsabilidad e insolidaridad) se vayan vaciando por dentro… se vuelvan como el cuerpo que la vida abandona… cadáver?
¡Vaya revolución!... ¡vaya programa!... mas utópica que todas los demás, mas utópico que todos las demás.
Quizás si, si pensamos en términos de eficiencia, de inmediatez, de resultados a escala del “sistema” como tal.
Quizás no, si pensamos en términos de la simple construcción de nuestra propia existencia, de nuestras existencias, de las futuras existencias de los futuros seres… que decimos humanos… que pretendemos y pretenden a una mayor humanidad.
A quienes me lean (y lean el francés, ya que no existe traducción al castellano) les sugiero leer un pequeño libro (opúsculo quizás) titulado: “L’ insurrection qui vient” (la insurrección que viene), editado en este mismo año 2007 y escrito no por un autor identificable sino por un misterioso “comité invisible” (ahí si, sin necesidad de traducción).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario