En el
número 95 de la revista española ctxt, fechada del 14/12/2016, leí un análisis que no puedo no
compartir… esperando que quienes lo lean lo disfruten tanto como lo hice.
He aquí dicho análisis tal cual, apareció en
la revista. Para esta entrada, no encontré mejor intitulado que el del mismo
texto.
A la mierda el trabajo
El mercado laboral ha fracasado,
como casi todos los demás. Ya no hay bastantes trabajos disponibles y los que
quedan no sirven para pagar las facturas. ¿Y si el trabajo no es la solución,
sino el problema?
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Para nosotros, los
estadounidenses, el trabajo lo es todo. Desde hace siglos, más o menos desde
1650, creemos que imprime carácter (puntualidad, iniciativa, honestidad,
autodisciplina y todo lo demás). También creemos que el mercado laboral, donde
encontramos el trabajo, ha sido relativamente eficiente en lo que a asignar
oportunidades y salarios se refiere. Y también nos hemos creído, hasta cuando
es una mierda, que trabajar da sentido, propósito y estructura a nuestras
vidas. Sea como sea, de lo que estamos seguros es de que nos saca de la cama
por las mañanas, de que paga las facturas, de que nos hace sentir responsables
y de que nos mantiene alejados de la televisión por las mañanas.
Estas creencias ya no están
justificadas. De hecho, ahora son ridículas, porque ya no hay bastantes
trabajos disponibles y porque los que quedan ya no sirven para pagar las
facturas, a no ser, claro está, que hayas conseguido un trabajo como traficante
de drogas o banquero en Wall Street, en cuyo caso, en los dos, te habrás
convertido en un gánster.
Hoy en día, todos a izquierda y a
derecha, desde el economista Dean Baker al científico social Arthur C. Brooks,
desde Bernie Sanders hasta Donald Trump, pretenden solucionar el
desmoronamiento del mercado laboral fomentando el “pleno empleo”, como si tener
un trabajo fuera en sí mismo una cosa buena, sin tener en cuenta lo peligroso,
exigente o degradante que pueda ser. No obstante, el “pleno empleo” no es lo
que nos devolverá la fe en el trabajo duro o en el respeto de las normas o en
todas esas cosas que suenan tan bien. Actualmente, la tasa de desempleo oficial
en EE.UU. está por debajo del 6 %, muy cerca de lo que los economistas siempre
han considerado “pleno empleo”, y sin embargo la desigualdad salarial sigue
exactamente igual. Trabajos de mierda para todos no es la solución a los
problemas sociales que tenemos.
EN EE.UU. MÁS DE UN CUARTO DE LOS
ADULTOS ACTUALMENTE CON TRABAJO COBRA SALARIOS MÁS BAJOS DE LO QUE LES
PERMITIRÍA SUPERAR EL UMBRAL OFICIAL DE LA POBREZA
Pero no es que lo diga yo, para
eso están los números. En EE.UU. más de un cuarto de los adultos actualmente
con trabajo cobra salarios más bajos de lo que les permitiría superar el umbral
oficial de la pobreza, y por este motivo un quinto de los niños estadounidenses
viven sumidos en la pobreza. Casi la mitad de los adultos con trabajo en EE.UU.
tiene derecho a recibir cupones de comida (el Programa Asistencial de Nutrición
Suplementaria, SNAP por sus siglas en inglés, que proporciona ayuda a personas
y familias de bajos ingresos, aunque la mayoría de las personas que tiene
derecho no lo solicita). El mercado de trabajo ha fracasado, como casi todos
los demás.
Los trabajos que se evaporaron
durante la crisis económica no van a volver, diga lo que diga la tasa de
desempleo (el aumento neto en el número de trabajos creados desde 2000 se
mantiene todavía en cero) y si vuelven de entre los muertos, serán zombis, del
tipo contingente, de media jornada o cobrando el salario mínimo, y con los
jefes cambiando tus horarios todas las semanas: bienvenido a Wal-Mart, donde
los cupones de comida son una prestación.
Y no me digas que subir el salario
mínimo a 15$ por hora es la solución. Nadie duda del enorme significado ético
de la medida, pero con este salario, el umbral oficial de la pobreza se supera
solo después de haber trabajado 29 horas por semana. El salario mínimo federal
está en 7,25 $, pero para superar el umbral de la pobreza en una semana de 40
horas, habría que cobrar al menos 10$ por hora. Entonces, ¿qué sentido tiene
cobrar un sueldo que no sirve para poder ganarse la vida, sino para demostrar
que se tiene una ética de trabajo?
Pero, calla, ¿no es este dilema
una fase pasajera más del ciclo económico? ¿Qué pasa con el mercado de trabajo
del futuro? ¿No se ha demostrado ya que esas voces agoreras de los malditos
maltusianos estaban equivocadas porque siempre aumenta la productividad, se
crean nuevos campos empresariales y nuevas oportunidades económicas? Bueno, sí,
hasta ahora. La tendencia de los indicadores durante la mitad del siglo pasado
y las proyecciones razonables sobre el próximo medio siglo se basan en una
realidad empírica tan bien fundamentada que es imposible desestimarlos como
ciencia pesimista o sinsentidos ideológicos. Son exactamente iguales que los
datos sobre el cambio climático: si quieres puedes negarlo todo, pero te
tomarán por tonto cuando lo hagas.
LOS ECONOMISTAS DE OXFORD QUE
ESTUDIAN LAS TENDENCIAS LABORALES NOS DICEN QUE CASI LA MITAD DE LOS TRABAJOS
EXISTENTES ESTÁN EN PELIGRO DE MUERTE COMO CONSECUENCIA DE LA INFORMATIZACIÓN
QUE TENDRÁ LUGAR EN LOS PRÓXIMOS 20 AÑOS
Por ejemplo, los economistas de
Oxford que estudian las tendencias laborales nos dicen que casi la mitad de los
trabajos existentes, incluidos los que conllevan “tareas cognitivas no
rutinarias” (pensar, básicamente) están en peligro de muerte como consecuencia
de la informatización que tendrá lugar en los próximos 20 años. Estos
argumentos no hacen más que profundizar en las conclusiones a las que llegaron
dos economistas del MIT en su libro Race Against the Machine (La carrera contra
las máquinas), 2011. Mientras tanto, los
tipos de Silicon Valley que dan charlas TED han comenzado a hablar de
“excedentes humanos” como resultado del mismo proceso: la producción
cibernética. Rise of the Robots (El alzamiento de los robots), 2016, un nuevo
libro que cita estas mismas fuentes, es un libro de ciencias sociales, no de
ciencia ficción.
Así que nuestra gran crisis
económica (no te engañes, no ha acabado todavía) es una crisis de valores tanto
como una catástrofe económica. También se la puede llamar impasse espiritual,
ya que hace que nos preguntemos qué otra estructura social que no sea el
trabajo nos permitirá imprimir carácter, si es que el carácter en sí es algo a
lo que debemos aspirar. Aunque ese es el motivo de que sea también una
oportunidad intelectual: porque nos obliga a imaginar un mundo en el que
trabajar no sea lo que forja nuestro carácter, determina nuestros sueldos o
domina nuestras vidas.
En pocas palabras, esto hace que
podamos exclamar: ¡basta ya, a la mierda el trabajo!
Sin duda, esta crisis hace que
nos preguntemos: ¿qué hay después del trabajo? ¿Qué harías si el trabajo no
fuera esa disciplina externa que organiza tu vida cuando estás despierto, en
forma de imperativo social que hace que te levantes por las mañanas y te
encamines a la fábrica, la oficina, la tienda, el almacén, el restaurante, o
adonde sea que trabajes y, sin importar cuanto lo odies, hace que sigas
regresando? ¿Qué harías si no tuvieras que trabajar para obtener un salario?
¿Cómo sería nuestra sociedad y
civilización si no tuviéramos que “ganarnos” la vida, si el ocio no fuera una
opción, sino un modo de vida? ¿Pasaríamos el tiempo en el Starbucks con los
portátiles abiertos? ¿O enseñaríamos a niños en lugares menos desarrollados,
como Mississippi, de manera voluntaria? ¿O fumaríamos hierba y veríamos la tele
todo el día?
¿CÓMO SERÍA NUESTRA SOCIEDAD Y
CIVILIZACIÓN SI NO TUVIÉRAMOS QUE “GANARNOS” LA VIDA, SI EL OCIO NO FUERA UNA
OPCIÓN, SINO UN MODO DE VIDA?
Mi intención con esto no es
proponer una reflexión extravagante. Hoy en día, estas preguntas son de
carácter práctico porque no hay suficientes trabajos para todos. Así que ya es
hora de que hagamos más preguntas prácticas: ¿Cómo se puede vivir sin un
trabajo, es posible recibir un sueldo sin trabajar para obtenerlo? Para
empezar, ¿es posible?, y lo que es más complicado, ¿es ético? Si te educaron en
la creencia de que el trabajo es lo que determina tu valor en esta sociedad,
como fuimos educados casi todos nosotros, ¿sentiríamos que hacemos trampas al
recibir algo a cambio de nada?
Ya disponemos de algunas
respuestas provisionales porque, de una u otra manera, todos estamos cobrando
un subsidio. El componente de la renta familiar que más ha crecido desde 1959
han sido los pagos de transferencia del gobierno. A principios del siglo XXI,
un 20% de todos los ingresos familiares provenía de lo que también se conoce
como asistencia pública o “ayudas”. Si no existiera este suplemento salarial,
la mitad de los adultos con trabajos a jornada completa viviría por debajo del
umbral de la pobreza, y la mayoría de los estadounidenses tendría derecho a
recibir cupones de comida.
Pero, ¿son realmente rentables
los pagos de transferencia y las “ayudas”, ya sea en términos económicos o
morales? Si seguimos este camino y continuamos aumentándolos, ¿estamos
subvencionando la pereza, o estamos enriqueciendo el debate sobre los
fundamentos de la vida plena?
Los pagos de transferencia, o
“ayudas”, por no mencionar los bonus de Wall Street (ya que estamos hablando de
recibir algo a cambio de nada) nos han enseñado a saber diferenciar entre la
obtención de un salario y la producción de bienes, aunque ahora, cuando es
evidente que faltan trabajos, hace falta replantear este concepto. Da igual
cómo se calcule el presupuesto federal, nos podemos permitir cuidar de nuestro
hermano. En realidad, la pregunta no es tanto si queremos, sino más bien cómo
hacerlo.
Sé lo que estás pensando: no
podemos permitírnoslo. Pues no es así, sí que es posible y no es tan difícil.
Subimos el arbitrario límite de contribución máxima a la Seguridad Social, que
ahora mismo está en los 127$, y subimos los impuestos a las ganancias
empresariales, revirtiendo lo que hizo la revolución de Reagan. Con solo estas
dos medidas se solucionaría el problema fiscal y se crearía un superávit
económico donde ahora solo hay un déficit moral cuantificable.
Aunque claro, tú dirás, junto con
todos los demás economistas, desde Dean Baker hasta Greg Mankiw, de derechas o
de izquierdas, que subir los impuestos a las ganancias empresariales es un
incentivo negativo para la inversión y por tanto para la creación de puestos de
trabajo, o que hará que las empresas se vayan a otros países donde los
impuestos sean más bajos.
En realidad, subir los impuestos
a los beneficios empresariales no puede causar estos efectos.
SI TE EDUCARON EN LA CREENCIA DE
QUE EL TRABAJO ES LO QUE DETERMINA TU VALOR EN ESTA SOCIEDAD, COMO FUIMOS
EDUCADOS CASI TODOS NOSOTROS, ¿SENTIRÍAMOS QUE HACEMOS TRAMPAS AL RECIBIR ALGO
A CAMBIO DE NADA?
Hagamos el camino inverso y
vayamos hacia atrás en el tiempo. Las empresas son “multinacionales” desde hace
ya algún tiempo. En las décadas de 1970 y 1980, antes de que surtieran efecto
las rebajas impositivas que Ronald Reagan impulsó, aproximadamente un 60% de
los bienes manufacturados que se importaban eran fabricados por empresas
estadounidenses en el exterior, en el extranjero. Desde entonces, este
porcentaje ha aumentado ligeramente, pero no tanto.
Los trabajadores chinos no son el
problema, sino más bien la idiotez sin hogar y sin sentido de la contabilidad
empresarial. Por eso es tan risible la decisión tomada en 2010 gracias a
Citizens United (Ciudadanos Unidos), que sostiene que la libertad de expresión
es aplicable también a las donaciones electorales. El dinero no es una
expresión, como tampoco lo es el ruido. La Corte Suprema ha evocado un ser
viviente, una nueva persona, de entre los restos del derecho común, y ha creado
un mundo real que da más miedo que su equivalente cinematográfico, ya sea este
el que aparece en Frankenstein, Blade Runner o, más recientemente, en Transformers.
Pero la realidad es esta: la
inversión empresarial o privada no genera la mayoría de los trabajos, así que
subir los impuestos a la ganancia empresarial no tendrá ningún efecto sobre el
empleo. Has leído bien. Desde la década de 1920, el crecimiento económico ha
seguido aumentando a pesar de que la inversión privada se ha estancado. Esto
significa que los beneficios no sirven para nada, excepto para anunciar a tus
accionistas (o expertos en compras hostiles) que tu compañía es un negocio que
funciona, un negocio próspero. No hacen falta beneficios para “reinvertir”,
para financiar la expansión de tu mano de obra o de tu productividad, como ha
quedado claramente demostrado gracias a la historia reciente de Apple y de la
mayoría de las demás empresas.
Eso hace que las decisiones en
materia de inversión que realizan los directores ejecutivos de las empresas
tengan solo un efecto marginal sobre el empleo. Hacer que las empresas paguen
más impuestos para poder financiar un Estado del bienestar que permita que
amemos a nuestros vecinos y que cuidemos de nuestros hermanos no es un problema
económico, es otra cosa, es una cuestión intelectual o un dilema moral.
Cuando tenemos fe en el trabajo
duro, estamos deseando que imprima carácter, pero al mismo tiempo estamos
esperando, o confiando, que el mercado de trabajo asigne los ingresos de manera
justa y racional. Ahí es donde está el problema, que estos dos conceptos van
juntos de la mano. El carácter puede provenir del trabajo sólo cuando vemos que
existe una relación inteligible y justificable entre el esfuerzo realizado, las
habilidades aprendidas y la recompensa obtenida. Cuando observo que tu salario
no tiene ninguna relación en absoluto con tu producción de valor real, o con
los bienes duraderos que el resto de nosotros podemos utilizar y apreciar (y
cuando digo duradero no me refiero solo a cosas materiales), entonces empiezo a
dudar de que el carácter sea una consecuencia del trabajo duro.
FORJAR MI CARÁCTER A TRAVÉS DEL
TRABAJO ES UNA TONTERÍA PORQUE LA VIDA CRIMINAL SALE RENTABLE, Y LO QUE DEBERÍA
HACER ES CONVERTIRME EN UN GÁNSTER COMO TÚ
Cuando veo, por ejemplo, que tú
estás haciendo millones lavando el dinero de los cárteles de la droga (HSBC),
que vendes deudas incobrables de dudoso origen a los gerentes de fondos de
inversión (AIG, Bear Stearns, Morgan Stanley, Citibank), que te aprovechas de
los prestatarios de renta baja (Bank of America), que compras votos en el
Congreso (todos los anteriores), también llamado un día más en la rutina de
Wall Street, mientras que yo tengo problemas para llegar a fin de mes aun
teniendo un trabajo a tiempo completo, me doy cuenta de que mi participación en
el mercado laboral es irracional. Sé que forjar mi carácter a través del
trabajo es una tontería porque la vida criminal sale rentable, y lo que debería
hacer es convertirme en un gánster como tú.
Por ese motivo, la crisis
económica que estamos sufriendo también es un problema ético, un impasse
espiritual y una oportunidad intelectual. Hemos apostado tanto por la importancia
social, cultural y ética del trabajo, que cuando falla el mercado laboral, como
lo ha hecho ahora de manera tan espectacular, no sabemos explicar lo que ha
pasado ni sabemos encauzar nuestras creencias para encontrar un significado
diferente al trabajo y a los mercados.
Y cuando digo “nosotros” me
refiero a casi todos nosotros, derechas e izquierdas, porque todo el mundo
quiere que los estadounidenses vuelvan al trabajo, de una u otra manera, el
“pleno empleo” es un objetivo tanto de los políticos de derechas como de los
economistas de izquierdas. Las diferencias entre ellos se basan en los medios,
no en el fin, y ese fin incluye intangibles como la adquisición de carácter.
Esto equivale a decir que todo el
mundo ha redoblado los beneficios asociados al trabajo justo cuando este está
alcanzando su punto de evaporación. Garantizar el “pleno empleo” se ha
convertido en el objetivo de todo el espectro político justo cuando resulta más
imposible a la par que más innecesario, casi como garantizar la esclavitud en
la década de 1850 o la segregación en la década de 1950.
¿Por qué?
Pues porque el trabajo lo es todo
para nosotros, habitantes de sociedades mercantiles modernas,
independientemente de su utilidad para imprimir carácter y distribuir ingresos
de manera racional, y bastante alejado de la necesidad de vivir de algo. El
trabajo ha sido la base de casi todo nuestro pensamiento sobre lo que significa
disfrutar de una vida plena desde que Platón relacionó el trabajo manual con el
mundo de las ideas. Nuestra manera de desafiar a la muerte ha sido la creación
y reparación de objetos duraderos, puesto que sabemos que los objetos
significativos durarán más que el tiempo que tenemos asignado en este mundo y
que nos enseñan, cuando los creamos o reparamos, que el mundo más allá de
nosotros, el mundo que existió y existirá, posee una realidad propia.
Detengámonos en el alcance de
esta idea. El trabajo ha sido una manera de ejemplificar las diferencias entre
hombres y mujeres, por ejemplo, cuando fusionamos el significado de los
conceptos de paternidad y “sostén familiar”, o como cuando, más recientemente,
intentamos disociarlos. Desde el siglo
XVII, se ha definido la masculinidad y la feminidad, aunque esto no significa
que se consiguiera así, por medio del lugar que ocupan en una economía moral,
en términos de hombre trabajador que recibía un salario por su producción de
valor en el trabajo, o en términos de mujer trabajadora que no cobraba nada por
su producción y mantenimiento de la familia. Por supuesto, hoy en día estas
definiciones están cambiando a medida que cambia el significado de la palabra
“familia” y a medida que se producen cambios profundos y paralelos en el
mercado de trabajo, la entrada de la mujer es solo uno de ellos, y en las
actitudes hacia la sexualidad.
EL TRABAJO HA SIDO LA BASE DE
CASI TODO NUESTRO PENSAMIENTO SOBRE LO QUE SIGNIFICA DISFRUTAR DE UNA VIDA
PLENA DESDE QUE PLATÓN RELACIONÓ EL TRABAJO MANUAL CON EL MUNDO DE LAS IDEAS
Cuando desaparece el trabajo, la
diferencia entre los sexos que produce el mercado de trabajo se diluye. Cuando
el trabajo socialmente necesario disminuye, lo que un día se conocía como
trabajo de mujeres (educación, atención sanitaria o servicios) es ahora nuestra
industria primaria, y no una dimensión “terciaria” de la economía
cuantificable. El trabajo relacionado con el amor, con cuidarse los unos a los
otros y con aprender a cuidar de nuestros hermanos (el trabajo socialmente
beneficioso) se convierte no sólo en posible, sino más bien en necesario, y no
solo en el interior del núcleo familiar, donde el afecto está a nuestra
disposición de manera rutinaria, no, me refiero también a lo que hay ahí fuera,
en el vasto mundo exterior.
El trabajo también ha sido la
manera estadounidense de producir “capitalismo racial”, como lo llaman hoy en
día los historiadores, gracias a la mano de obra de esclavos, de convictos, de
medieros y luego de mercados laborales segregados, en otras palabras, un
“sistema de libre empresa” edificado sobre las ruinas de cuerpos negros o un
entramado económico animado, saturado y determinado por el racismo. Nunca hubo
un mercado libre laboral en esta unión de Estados. Como todos los demás
mercados, este siempre estuvo cubierto por la discriminación legal y
sistemática del hombre negro. Hasta se podría decir que este mercado con
cobertura creó los aún hoy utilizados estereotipos sobre la vagancia de los
afroamericanos mediante la exclusión de los trabajadores negros del trabajo
remunerado y su confinamiento a vivir en los guetos de días de ocho horas.
Y aun así, aun así, aunque a
menudo el trabajo ha significado una forma de subyugación, de obediencia y
jerarquización (ver más arriba), también es el lugar donde muchos de nosotros,
seguramente la mayoría de nosotros, hemos expresado de manera consistente
nuestro deseo humano más profundo: liberarnos de autoridades u obligaciones
impuestas de manera externa y ser autosuficientes. Durante siglos nos hemos
definido a nosotros mismos de acuerdo con lo que hacemos, de acuerdo con lo que
producimos.
Sin embargo, ya debemos ser
conscientes de que esta definición de nosotros mismos lleva adscrita el
principio productivo (de cada cual según sus capacidades, a cada cual según su
creación de valor real por medio del trabajo) y nos obliga a alimentar la idea
inane de que nuestro valor lo determina solo lo que el mercado de trabajo puede
registrar, en términos de precio. Aunque también debemos ser conscientes de que
este principio marca un cierto camino cuya consecuencia es el crecimiento
infinito y su fiel ayudante, la degradación medioambiental.
¿PODEMOS DEJAR QUE LA GENTE
RECIBA ALGO A CAMBIO DE NADA Y AUN ASÍ TRATARLOS COMO HERMANOS Y HERMANAS,
MIEMBROS DE UNA PRECIADA COMUNIDAD?
Hasta ahora, el principio
productivo ha servido como principio real que hizo que el sueño americano fuera
posible: “Trabaja duro, acepta las reglas y saldrás adelante”, o “cosechas lo
que siembras, labras tu propio camino y recibes con justicia lo que has ganado
con honradez”, u homilías y exhortaciones parecidas que se usaban para entender
el mundo. Sea como sea, antes no sonaban ilusorias, pero hoy en día sí.
En este sentido, la adhesión al
principio productivo es una amenaza para la salud pública y para el planeta (en
realidad, estas dos cosas son lo mismo). Comprometernos con algo que sabemos
imposible es volvernos locos. El economista ganador del Nobel Angus Deaton dijo
algo parecido cuando explicó las anómalas tasas de mortalidad que se estaban
registrando entre la población blanca que habita los Estados de mayoría
evangelista (Bible belt) alegando que habían “perdido la narrativa de sus
vidas”, y sugiriendo que habían perdido la fe en el sueño americano. Para
ellos, la ética del trabajo es una sentencia de muerte porque no pueden
practicarla.
Por esta razón, la inminente
desaparición del trabajo plantea cuestiones fundamentales sobre lo que significa ser humano. Para empezar, ¿qué
propósito podríamos elegir si el trabajo, o la necesidad económica, no
consumieran la mayor parte de las horas que pasamos despiertos y de nuestras
energías creativas? ¿Qué posibilidades evidentes, aunque todavía desconocidas,
aparecerían? ¿Cómo cambiaría la misma naturaleza humana cuando el antiguo y
aristocrático privilegio sobre la ociosidad se convierte en un derecho innato
del mismo ser humano?
Sigmund Freud insistía en que el
amor y el trabajo eran los ingredientes esenciales de la existencia humana
saludable. Tenía razón, por supuesto, pero ¿podría el amor sobrevivir a la
desaparición del trabajo como compañero de buena voluntad que se necesita para
alcanzar la vida plena? ¿Podemos dejar que la gente reciba algo a cambio de
nada y aun así tratarlos como hermanos y hermanas, miembros de una preciada
comunidad? ¿Te imaginas el momento en el que acabas de conocer en una fiesta a
una persona extraña que te atrae, o estás buscando alguien en Internet, a quien
sea, pero no le preguntas: “¿y, en qué trabajas”?
No obtendremos ninguna respuesta
a estas preguntas hasta que no nos demos cuenta de que hoy en día el trabajo lo
es todo para nosotros, y que de ahora en adelante ya no podrá ser así.
Este artículo se publicó
originalmente en la revista Aeon.
AUTOR
James Livingston
James Livingston es profesor de
Historia en la Universidad de Rutgers en
Nueva Jersey. Es autor de varios libros, el último No More Work: Why Full
Employment is a Bad Idea (2016).
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