Dignidad al morir, con fe
en la vida
Por: EL PAÍS | 22 de octubre de 2013
Por Juan Masiá Clavel
El teólogo Hans Küng plantea, en el tercer volumen de sus memorias, la
opción de asumir la muerte solicitando la aceleración médicamente asistida del fallecimiento. Lo
afirma al constatar el avance de su enfermedad. Su testimonio está suscitando
reacciones ambivalentes desde posturas a favor y en contra del ordenamiento
jurídico despenalizador de la eutanasia.
Contra la opción planteada por el teólogo se ha argumentado:
1) desde algunas instancias religiosas, diciendo que no tenemos derecho
a adueñarnos de la propia vida violando una ley divina;
2) desde algunas posturas humanistas no religiosas, diciendo que la
autonomía personal no justifica que renunciemos voluntariamente a la vida con
una elección que implicaría la destrucción de esa misma autonomía.
Para apoyar la opción de Küng se ha argumentado:
1) desde algunas posturas religiosas, diciendo que tenemos derecho a
ejercitar la libertad dada por Dios para decidir el cómo y cuando del final de
la vida;
y 2) desde algunas posturas no religiosas, diciendo que el ejercicio de
esa autonomía es un derecho humano inalienable.
Ninguna de estas cuatro maneras (religiosas o no religiosas) de
argumentar, centradas en obligaciones y derechos, me parece suficientemente
convincente.
Además, la difusión mediática de estas cuatro argumentaciones fomenta en
la opinión pública la impresión generalizada que identifica el rechazo de la
eutanasia, como si fuera una señal de identidad religiosa, y su aceptación,
como si coincidiese necesariamente con la actitud no religiosa o, incluso,
antirreligiosa. Es decir, como si el rechazo o la aceptación fuesen cuestión
de fe o increencia.
Frente a esa opinión tan extendida, hace años que vengo presentando este
tema, en las clases de ética, como cuestión de decisión humana razonable y
responsable.
Supongamos cuatro clases de personas (que llamaremos convencionalmente
con las abreviaturas A, B, C y D), en la situación aducida por Küng ante la
aproximación de la muerte. Dos de ellas (A, no religiosa, y C, religiosa) hacen
la opción por la eutanasia. Las otras dos (B, no religiosa, y C, religiosa)
rechazan la opción por la eutanasia.
Preguntadas por su motivación, la explican así:
A (persona no religiosa): quiere ser coherente con
su convicción de que es razonable y responsable no sólo pedir ayuda en el
morir, es decir, ayuda (curativa, paliativa y humana) para vivir dignamente
hasta el final el proceso de morir, sino también pedir ayuda para determinar
cómo y cuándo acelerar el final del proceso en circunstancias especialmente
penosas y amenazadoras para su dignidad.
B (persona religiosa): está convencida en
conciencia de que no contradice su fe en el Dios de la Vida la toma de decision
personal acerca del momento de despedirse de esta vida y asumir la muerte que
se aproxima como acto de confianza en la Vida de la vida. (Entiendo que es el
caso de Hans Küng).
C (persona no religiosa): está convencida de que
concuerda con su dignidad asumir la vulnerabilidad humana tal cual es, sin
forzar la prolongación ni la aceleración del proceso de morir, sino dejándose
llevar al mar del morir en que desemboca el río de su deterioro biológico.
D (persona religiosa): se siente llamada o
invitada (pero no obligada, ni por ley divina ni eclesiástica) a confiar en el
misterio último que da sentido a su vida, dejar la determinaciónn del cuándo y
el cómo de su final en manos de quien se la dio, y encomendar su espíritu
confiadamente para morir hacia la Vida de la vida.
He de atestiguar que mi propia opción personal es esta última (“D”), a
la vez que respeto y reconozco la validez razonable y responsable de las otras
tres, y no les impongo la mía en ningún caso, ni impongo a la sociedad civil
que la haga suya.
Por eso no me opongo a la despenalización de la eutanasia y,
compartiendo la declaración, científica y teológicamente respaldada, del
Instituto Borja de Bioética (Hacia una posible despenalización de la
eutanasia, Barcelona, 2005), pienso que “lucidez y responsabilidad en el
último acto de la vida pueden significar una firme decisión de anticipar la
muerte ante su irremediable proximidad y la pérdida extrema y significativa de
calidad de vida. En estas situaciones se debe plantear la posibilidad de prestar
ayuda sanitaria para el bien morir, especialmente si ello significa apoyar
una actitud madura que concierne al sentido global de la vida y de la muerte”.
HE AQUI UNA BREVE RESEÑA DE
QUIEN ES EL AUTOR DE ESTE TEXTO:
Juan Masiá Clavel. Jesuita,
Profesor de Ética en la Universidad Sophia (Tokyo) desde 1970, ex-Director de
la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas, Investigador del
Centro de Estudios sobre la Paz de la Sección japonesa de la Conferencia
Mundial de Religiones por la Paz (WCRP), en Tokyo. Es autor del blog En la
Frontera.
Como ya lo saben, soy agnóstico… personalmente, estoy, sin la menor duda
posible, a favor (soy partidario) de la opción A… sin que esto tenga nada que
ver con mi relación a la religión (ateo, agnóstico o creyente)… y si fuese
creyente sería partidario de la opción B (lo cual viene siendo lo mismo... por donde se cruzan y asemejan las posiciones de unos y otros... claro que todo estando supeditado al "SI")