En mi opinión
(obviamente que puedo estar parcial o totalmente equivocado) la elección del
pseudoizquierdista Andrés Manuel López Obrador al cargo de presidente de México
se debe a la “histórica” conjunción, o la simultanea aparición, de dos
hartazgos.
Por una
parte, el de quienes ejercen la dominación y detentan el real poder.
Hartos de
constatar que quienes habían encumbrados en las Instituciones políticas para
cuidar sus intereses, por incapaces, torpes y corruptos, les estaban fallando,
al punto de considerar como altamente probable el surgimiento de una crisis
social de una envergadura tal, que podía poner en peligro el estatus quo de las
relaciones sociales vigentes desde hacía décadas.
Por otra
parte, el de quienes, padeciendo, desde tiempos inmemorables, la sumisión y la
explotación habían visto como estas, no solo los mantenían en su perpetuo estado
de indefensión, sino que les embargaba el insoportable sentimiento de que, en
estos momentos, era su propia integridad física que se veía amenazada.
El hartazgo
de los primeros los llevo a pensar que “su interés bien entendido” (como dicen
los franceses) pasaba por la llegada a las instituciones políticas de un
personaje que fuese capaz de crear la ilusión de un “cambio verdadero”, que
hiciera bajar la peligrosa presión que, de no encontrar alguna válvula de
escape, hacia correr el riesgo de un estallido social.
El hartazgo
de los segundos los llevo a pensar (como una mera aspiración y no como fruto de
un real análisis político) que sus esperanzas de salvación solo podían
materializarse mediante la llegada al poder (el que ellos creen ser el real
poder) del único personaje político quien, a lo largo de varios lustros, había
logrado forjar su ya legendaria templanza manteniendo encolumna (contra vientos
y mareas, intensas campañas de denostación y repetidos fraudes) su oferta de un
“cambio verdadero”, acompañada de su legendaria e intachable incorruptibilidad.
El día
primero de julio, el encuentro, en las urnas, de estos dos hartazgos, dieron al
candidato Andrés Manuel López Obrador un amplio e incontestable triunfo.
En forma
inmediata y ¿sorpréndente? los integrantes del primer grupo reconocieron la
victoria de AMLO (apresurándose a fumar con el la pipa de la paz) como lo que era… SU victoria.
Mientras un
hondo y real sentimiento de esperanza y profunda ilusión invadía los miembros
del segundo grupo, que veían como ¿llegaba al poder?... SU candidato.
Ante la
insalvable incompatibilidad de los intereses de estos dos hartazgos, la obvia pregunta es:
¿Por cuánto tiempo todavía podrán convivir juntos antes de que la
realidad de esta incompatibilidad se haga patente y las aguas retomen su
natural cauce?
Los poderosos
de siempre, los que detentan y ejercen el real poder, pongan fin a su luna de
miel con el nuevo poder institucional, y decidan ponerlo al pie del muro, para
que pasada la emergencia de la posible crisis social, cumpla con su función de
siempre, que radica en implementar las políticas que sirvan sus intereses.
Mientras los
perdedores y sumisos de siempre, vean derretirse, primero poco a poco y después
con mayor ahincó y celeridad, sus altísimas, desmesuradas, expectativas.
Transformando sus esperanzas en desesperanzas y sus ilusiones en desilusiones.
Para entonces
el pseudoizquierdista Andes Manuel López Obrador, al igual que todos los
gobiernos socialdemócratas a lo largo de la historia, habrá cumplido a la
perfección la función por la cual el sistema, le permitió (por pasiva y activa)
llegar al poder:
Ser la mejor “opción
institucional” (entiéndase el recurso al proceso electoral, antes del uso de la
“legitima violencia” por parte del Estado) para el sistema, para superar las
(posibles, inminentes o vigentes) crisis sociales que, de estallar (o al haber estalladas)
ponen en peligro los intereses de las elites que ejercen la dominación.
Ante este mas
que probable desenlace, me pareció oportuno e importante transcribir el excelente
reportaje publicado por la revista mexicana PROCESO, que a continuación me
permito copiar y pegar tal cual.
La élite del poder, colusión de magnates y políticos
Es la élite de la iniciativa
privada que domina los distintos sectores económicos del país y que durante
décadas ha salvaguardado sus intereses financiando campañas presidenciales,
recurriendo al chantaje e impulsando cercos publicitarios a medios de
información. Se trata del Consejo Mexicano de Negocios, del que Proceso presenta
un perfil e identifica a varios de sus miembros. Esta exclusiva cúpula
empresarial, beneficiada (en parte) de las privatizaciones que han operado
diversos presidentes, tiene su origen en 1962, cuando respondió al interés de
frenar el desarrollo de la izquierda en México.
Como “cúpula de cúpulas” está regida por
algunas reglas básicas que cimentan la confianza entre sus miembros: el ingreso
de un nuevo integrante debe ser aceptado por unanimidad, la membresía se
hereda, las reuniones y su contenido se llevan a cabo a puerta cerrada.
Y quizás la principal, aunque no
haya una postura partidista, todos comparten el mismo objetivo: concretar el
proyecto neoliberal en México mediante pactos con el presidente de la
República.
Sus refrescos, panes, tortillas,
latas, medicamentos, cervezas y licores surten todas las tiendas del país.
Controlan los principales espacios de distribución (Soriana, Chedraui, La Comer
y Oxxo, entre otros), tienen bancos y aseguradoras, manejan las
telecomunicaciones y parte del contenido mediático, detentan las concesiones
mineras más redituables, operan las principales empresas de transporte y
producen la mayor parte del cemento, del acero y de la pintura.
Aunque sus integrantes se dejan
ver cada vez más, aún no hay un registro público de su membresía. Mediante
solicitudes de información a la Presidencia de la República y de búsquedas en
terceras fuentes, Proceso identificó a por lo menos 52
miembros, entre ellos apenas tres mujeres.
A excepción de Blanca Treviño de
Vega, la primera mujer en ingresar al entonces llamado Consejo Mexicano de
Hombres de Negocios –su nombre perdió la palabra “hombres” tras la integración
de la regiomontana–, todos heredaron sus grupos o se beneficiaron de las
privatizaciones, que el propio organismo –ahora llamado Consejo Mexicano de
Negocios (CMN)– promovió durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Entre ellos destacan siete
mexicanos que Forbes incluyó en su lista de multimillonarios
globales de 2018: Carlos Slim Helú, Alberto Bailleres González, Emilio
Azcárraga Jean, Germán Larrea Mota Velasco, María Asunción Aramburuzabala
Larreguí, Roberto Hernández Ramírez y Juan Beckmann Vidal.
También lo forman nueve
integrantes del “Grupo de los Diez” de Nuevo León: Armando Garza
Sada, Rogelio Zambrano Lozano, Tomás González Sada, Sergio Gutiérrez Muguerza,
José AntonioFernández Carbajal, Eduardo Garza, Enrique Zambrano
Benítez, Adrián Sada González y EugenioGarza Herrera.
Acostumbrado a la discreción, el
CMN suele expresarse mediante un único canal de comunicación: su presidente en
turno, puesto ocupado actualmente por Alejandro Ramírez Magaña, dueño de
Cinépolis.
De manera poco habitual, el
jueves 3, el CMN publicó en varios periódicos un desplegado titulado “Así no”,
en el que calificó de “injuriosas y calumniosas” las expresiones que empleó
Andrés Manuel López Obrador, el candidato presidencial de la coalición Juntos
Haremos Historia, cuando se refirió a la élite empresarial como “minoría
rapaz”.
Proyecto neoliberal
La creación del CMN como grupo
informal, en 1962, respondió a un interés urgente: impedir el desarrollo de la
izquierda en México, apenas tres años después del triunfo de la Revolución
Cubana, a la que el PRI de Adolfo López Mateos enviaba señales de solidaridad.
Para garantizar sus intereses, el
CMN se valió de todo: varios de sus miembros financiaron las campañas de Carlos
Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo o Vicente Fox –aunque otros, como Juan
Sánchez Navarro, denunciaron estas prácticas–, recurrieron al chantaje,
fomentaron el boicot publicitario contra el periódico Excélsior de
Julio Scherer, aplaudieron la represión de 1968 y orquestaron campañas sucias
contra los candidatos de izquierda, ya fuera Cuauhtémoc Cárdenas o López
Obrador.
El CMN impulsó la privatización
de las empresas paraestatales y la disminución del gasto público, logró reducir
los derechos laborales y contener los salarios y obtuvo la apertura de la
economía a la inversión extranjera, como lo mostró la politóloga Marcela Briz
Garizurieta en su tesis de doctorado El Consejo Mexicano de Hombres de
Negocios en la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo, presentada
en mayo de 2006.
En los tiempos más decisivos para
la élite del sector privado, el CMN colocó a uno de sus integrantes al frente
del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) –un órgano en el que el CMN tiene voz
y voto, y del que Juan Sánchez Navarro, miembro del club, fue el primer
presidente– y de la Asociación Mexicana de Banqueros, a las que utilizó para
presionar al gobierno.
En 1986, por ejemplo, el
empresario priista Claudio X. González, presidente del consejo de
administración de Kimberly-Clark, utilizó su doble condición, como miembro del
CMN y presidente del CCE, para presentar al entonces presidente Miguel de la
Madrid una “propuesta” de política económica en diez puntos para contener la
inflación.
Fue precisamente durante el
sexenio de De la Madrid que el CMN tomó fuerza –que culminó en el sexenio de su
sucesor, Carlos Salinas de Gortari–: a raíz de la expropiación bancaria de 1982
“el (CMN) figuró como intermediario clave para recomponer las relaciones entre
la administración de Miguel de la Madrid y el sector privado”, sostuvo la
académica.
El entonces presidente necesitaba
contener la inflación, pero no quería negociar con el CCE, demasiado afín al
PAN. Al frente de sus grupos, los miembros del CMN tenían el control sobre los
precios de los productos y una mayor disposición a negociar, como refirió el
exmandatario en sus memorias.
Empresarios y gobierno acordaron
en 1987 el Pacto de Solidaridad Económica, en el que la élite del sector
privado consiguió, a cambio de controlar sus precios, que el gobierno federal
iniciara la privatización de las empresas paraestatales y abriera las puertas a
los capitales extranjeros.
El CMN tenía entonces por
interlocutor a Carlos Salinas de Gortari, el secretario de Programación y
Presupuesto, afecto al proyecto neoliberal. Ya instalado en Los Pinos –con la
ayuda financiera de varios integrantes del Consejo–, Salinas reprivatizó la
banca y aceleró la venta de paraestatales.
Cada año desde 1996, el
presidente en turno del CMN protagoniza un ritual público: tras realizar un
breve análisis de la situación económica del país, anuncia el monto –en
dólares– de las inversiones que los integrantes del exclusivo club realizarán
el año siguiente. El presidente, en respuesta, agradece a los empresarios sus
esfuerzos y presume el monto de la inversión como un logro de su
administración. En diciembre pasado, por ejemplo, Enrique Peña Nieto dio las
gracias a la cúpula por invertir “más de 150 mil millones de dólares” durante
su sexenio.
Las reuniones que el CMN
celebraba cada año con el titular del Ejecutivo solían llevarse a cabo a puerta
cerrada, hasta que en enero de 2016 Peña decidió abrir en parte a la prensa una
reunión en el exclusivo Club de Empresarios Bosques. Ello generó molestia en la
cúpula empresarial y desde esa fecha las reuniones están marcadas por un
protocolo rígido.
En cada esquina
La herencia de los negocios
familiares, así como la adquisición de bancos y empresas durante el periodo de
privatización, instalaron a los integrantes actuales del CMN al frente de
grupos que dominan los distintos sectores económicos del país.
Slim es dueño de las
telecomunicaciones, Azcárraga controla la televisión abierta, Bailleres y
Larrea la minería –el segundo, con Grupo México, controla además el transporte
ferroviario–, Ramírez Magaña posee la mayoría de las salas de cine y Zambrano
produce más de la mitad del cemento que se utiliza en el sector de la
construcción del país.
José Antonio Fernández Carbajal y
Juan Gallardo, presidentes de los consejos de administración de FEMSA y de la
organización Cultiba, respectivamente, dominan el mercado mexicano de
refrescos.
Eduardo Tricio Haro –presidente
de Grupo Lala y Aeroméxico–, junto con Aramburuzabala y Valentín Díez Morodo,
lideran los mercados de la leche y de la cerveza, mientras que el sector
alimenticio del CMN también cuenta con los gigantes Bimbo y Herdez –dirigidos
por las familias Servitje y Hernández-Pons Torres, respectivamente–, así como
con Bachoco, el principal productor de pollo del país.
En el comercio minorista están
Ricardo Martín Bringas, Antonio Chedraui Obeso o Carlos González Zabalegui,
presidentes de los consejos de administración de Grupo Soriana, Chedraui y La
Comer, respectivamente. Esos consorcios operan las cadenas de tiendas de
autoservicio Soriana, Chedraui, La Comer, City Market y Mega, entre otras.
Por parte del sector bancario
destacan Roberto Hernández Ramírez, el presidente de Grupo Financiero Banamex,
quien se enriqueció vertiginosamente cuando se privatizó de la banca, así como
Antonio del Valle Ruiz, quien vendió su grupo Bital a HSBC en 2002 y dirige
actualmente la química Mexichem.
Si bien el Grupo Financiero BBVA
Bancomer no está presidido por un integrante del CMN, en su consejo de
administración se mezclan los intereses de algunos grupos del exclusivo club de
empresarios: en él se encuentran Bailleres y Ramírez Magaña, así como Carlos
Vicente Salazar Lomelín, quien hasta diciembre de 2017 fue director general de
FEMSA.
Aunque la mayor parte de los
grupos no tienen negocios al amparo directo del poder, algunos de ellos
destacaron entre los grandes beneficiarios de contratos gubernamentales durante
la administración de Peña Nieto.
Grupo Carso, de Carlos Slim,
obtuvo contratos por más de 123 mil millones de pesos durante el sexenio; encabezó
el consorcio que obtuvo el principal del Nuevo Aeropuerto Internacional de
México para la construcción del edificio de la terminal, por 84 mil millones de
pesos.
Y no es el único: Aramburuzabala
(Sixsigma Networks), Azcárraga (Televisa), Bailleres (Grupo Nacional
Provincial), Agustín Franco Macías (Grupo Infra), Bernardo Quintana Isaac (ICA)
y Luis Orvañanos Lascuráin (Corporación GEO), entre otros, también obtuvieron
jugosos contratos durante la administración de Peña Nieto (Proceso 2160).
El operador
Con el paso de las décadas creció
la membresía del CMN: de seis fundadores llegó a 37 empresarios en 1989 y ahora
lo integran por lo menos 52 personas. Veinte de los miembros –o sus herederos–
de 1989 permanecen en el grupo y 32 se incorporaron después, lo que diluyó la
cohesión y diversificó sus posturas, observó Briz en su tesis doctoral.
En el Consejo de Administración
de Banamex, por ejemplo, ocho de los 15 consejeros pertenecen al CMN; en Grupo
México se encuentran seis de sus miembros; en el de Grupo Televisa son cinco y
el mismo número se encuentra en el grupo regiomontano Alfa.
El financiero Valentín Díez
Morodo, presidente el Consejo de Administración de Grupo Modelo –comprado en
2015 por el gigante transnacional de origen holandés AB Inbev– es socio
consejero de Kimberly- Clark, Banamex, Grupo KUO, Grupo DINE, Mexichem, todas
presididas por miembros del CMN.
Claudio X. González Laporte,
presidente de Kimberly-Clark de México y miembro de mayor antigüedad en el CMN,
junto con Antonio del Valle Ruiz y Alberto Bailleres, se encuentra en los
consejos de administración de los grupos de Slim –Carso, Inbursa y Sanborns–,
de Armando Garza Sada –Grupo Alfa—y de Germán Larrea –Grupo México.
Desde su ingreso al club, en
1978, su estrategia no cambió: presente en los consejos de administración de
los principales grupos, en las organizaciones empresariales –presidió el CMN y
el CCE en tres ocasiones– y en las más altas esferas de la política, asumió el
papel más protagónico en la defensa de los intereses de la élite.
En noviembre de 1997 el
empresario regiomontano Juan Sánchez Navarro dijo a este semanario: “Claudio
era del gobierno, asesor (de Salinas en materia de inversión extranjera). Su
situación era equívoca. Es excelente empresario, pero como tal no podía pertenecer
al Estado. Era casi una simbiosis que no es aceptable”.
En abril de 2002, al terminar su
presidencia al frente del CCE, Claudio X. González denunció los “retrocesos en
materia fiscal” de Vicente Fox y sostuvo que “siguen pendientes cambios que permitan
la inversión privada en generación de electricidad y gas e, incluso, en la
petroquímica”.
Con la doble batuta CMN-CCE, el
empresario chantajeó al entonces presidente Fox, al advertirle que el sector
empresarial no firmaría el acuerdo político sin el compromiso del gobierno
federal de reformar el marco jurídico para abrir parte del sector energético a
la inversión privada, a ablandar la ley laboral para eliminar las “excesivas
prestaciones” o desregular la educación privada.
Vicente Fox, Valentín Díez
Morodo y Claudio X. González en 2005. Foto: Octavio Gómez
Se convirtió en una de las voces
más críticas contra López Obrador en las últimas dos décadas: en 2005 resultó
el más firme promotor del desafuero al candidato y en octubre pasado apoyó
abiertamente a José Antonio Meade Kuribreña, el candidato presidencial de la
coalición encabezada por el PRI.