El día de hoy, 27 de
enero 2017, en la página web de la revista digital española ctxt, leí el
artículo titulado La antiglobalización: del subcomandante Marcos a Trump,
que, al final de mis personales divagaciones, me permito transcribir tal cual.
Este articulo pone de
manifiesto la gran paradoja que significa el hecho de que, durante decenas de
años varias “organizaciones” que podríamos calificar de “izquierda radical”
combatieron el fenómeno de la globalización (promovido por el sistema
capitalista neoliberal), sin mayor consecuencia sobre el curso de esta… y que
resulte ser Donald Trump, presidente de la mayor nación promotora de esta
globalización, quien asuma e implemente una política contraria a dicho fenómeno
globalizador.
Política que quizás
sea más aparente y simbólica que real, obligado que está en complacer a la
franja de su electorado WASP golpeado por dicho proceso, que lo llevo a la
presidencia de los Estados Unidos.
Está por verse si las
decisiones tomadas por Trump en este sentido, representan una política
realmente contraria a la globalización, y por lo tanto a los intereses de sus
promotores, o unas medidas destinadas a podar ciertos excesos contrarios al
“saludable y vigoroso desarrollo” del árbol globalizador, con la finalidad de
que, como en toda poda, este árbol dé mayores frutos.
Obviamente que, en mi
opinión, sabedor de que hoy en día quienes, en ultima estancia gobiernan, son
los poderes económicos y facticos, no hay más que de dos sopas, o se trata
efectivamente de un ardid que bajo el disfraz de unas espectaculares y efímeras
medidas “populistas” persigue una vigorización, a mediano plazo, del
neoliberalismo (lo cual expresarían los continuos records de los índices
bursátiles de Wall Street)… o, más temprano que tarde, este encantador de
serpientes, será demitido de su función, por quienes toman las decisiones que
realmente impactan sobre la estructura social y económica del actual sistema de
dominación y gobierno… solo faltaría por saber las modalidades de esta evicción.
Esta paradoja expuesta
en el artículo mencionado, se aparenta a otra paradoja, para mí también muy
destacable.
La que representa el
hecho de que esta ¿aparente? política antiglobalizadora sea implementada por un
señor tachado de POPULISTA de buena cepa (que podríamos llamar “populismo de
derecha” o “populismo liberal”), cuando quienes, desde hace décadas, habían
denunciada y combatido esta globalización, fueron siempre tachados de
POPULISTAS, pero con una connotación no solo adversa y hostil sino maligna,
populistas a secas que representaban el mayor peligro para los intereses de
quienes detentan el poder económico y factico.
Con la pretensión de
todos los partidos políticos afines al sistema económico y político dominante,
calificado de “democracia liberal”, a ocupar el “centro electoral” para ganarse
los favores de la cada día mas importante clase media, hace ya bastante tiempo
que la oposición horizontal derecha/izquierda dejo de expresar políticamente
las oposiciones y conflictos propios de todas las estructuras y sistemas
sociales.
Partidos que en su
posicionamiento y actuación negaban la patente y creciente desigualdad, tanto
económica como social (ligada al ejercicio del poder), entre los muy pocos
beneficiados por la política económica neoliberal y la gran masa de quienes se
veían abocados a la precariedad o la exclusión. Principalmente en los obreros
no cualificados, pero cada vez más en muchos integrantes de la otrora boyante
clase media.
Vacío político,
originado por el cada día mayor consenso y mayor complicidad entre derecha e
izquierda, que fue aprovechado y llenado por otra oposición, mucho más
manifiesta y genuina, entre el “pueblo” y la “elite” (imbricado e intrincado
conglomerado de quienes ejercen la dominación en toda su extensión y todos los
ámbitos), “establishment” (aparato político burocrático que asegura la
legitimación de la dominación) o la “casta” (termino que reagrupa los dos
anteriores).
Oposición vertical, percibida
(vivida) como más certera y autentica, siendo esta esencial y primogénita de
toda estructura social “moderna”, entre arriba y abajo, quienes detentan y
ejercen la dominación y quienes la padecen, sometidos por esta y/o sumisos a
esta.
Oposición vertical,
cuya visibilidad e interiorización por parte de los sometidos, ha sido aprovechada,
con mucho éxito, por partidos u organizaciones políticas de extrema derecha que
mediante un discurso anti establishment y la fácil designación de chivos
expiatorios situados en los márgenes exteriores de la comunidad, ofrecen a las
víctimas de la política económica, defender sus intereses (entendidos como los
del pueblo maltratado y expoliado por la elite) mediante la concentración del
poder político en las manos de un líder mesiánico solo capaz de enfrentar las
elites y sus políticas, contrarias a los intereses de las grandes mayorías.
Populismo de derecha,
que introduce ruido y molesta a las organizaciones políticas que, hasta la
llegada de la crisis del 2008 (con su consiguiente deslegitimación), eran consideradas
por las elites, como las más aptas y convenientes para mantener la hegemonía
política, soporte y ancla de la conservación y defensa de los intereses, de
toda especie, de dicha elite.
Populismo que molesta,
pero es admitido como legitimo dentro del “juego democrático”. No solo legitimo
sino apropiado, y hasta bienvenido, dado que en última instancia representa una
válvula de escape capaz de encauzar las tensiones e inconformidades, generadas
por las crisis sistémicas, sin poner realmente en peligro lo esencial, los
basamentos del sistema como tal.
Lo cual, obviamente,
no sucede con el auténtico populismo, generalmente denostado como una demagogia
promovida por organizaciones de “izquierda radical.” Hoy mismo leo en el
periódico español El País, un artículo titulado: El PSOE se propone vencer
al “populismo destructivo.”
Autentico populismo
que tiene por objeto hacer efectiva el lema siempre citado, pero nunca hecho
realidad de “un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Autentico
populismo que tenga por finalidad el empoderamiento del pueblo… la reducción,
hasta su desaparición, de la dominación mediante la construcción, desde abajo,
de una nueva estructura y arquitectura sociales, basadas sobre la solidaridad,
el reparto igualitario tanto de la riqueza generada por la comunidad como del
poder de decisión… la prioridad del “bien común” sobre el individual, sin
menoscabo de este último. Un bien común cuya finalidad sea la expansión de
todas las virtualidades de los individuos. Que los individuos, todos y cada uno
de ellos, sin distinción de ningún tipo, sean los dueños de su propio destino,
mediante su empoderamiento en el cotidiano y permanente ejercicio del poder,
sean quienes tengan en última instancia el poder de decisión sobre todo los
asuntos que determinan la construcción del presente y futuro de la “estrella
comunitaria” en la cual viven.
He aquí el texto
prometido:
La
antiglobalización: del subcomandante Marcos a Trump.
El proteccionismo triunfa en los países más grandes del mundo
occidental, en los lugares donde nació la ideología neoliberal
CRISTINA VALLEJO
El 1 de enero de 1994 se levantaba en México el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional del subcomandante Marcos. Era el día en que entraba en
vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el NAFTA. Algunos
consideran que este acontecimiento fue la primera respuesta contra la
globalización, es decir, el hito fundacional de los movimientos
altermundialistas.
Después vendrían más movilizaciones: entre finales de los años noventa
y los primeros años 2000, cada cumbre de los organismos impulsores de la
globalización o de los signos de identidad que ésta iba adquiriendo, como el
libre comercio, las desregulaciones y las liberalizaciones, en definitiva, la
eliminación de las fronteras para el capital (la Organización Mundial del Comercio,
el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial) se convertiría en escenario
de protestas de los altermundialistas, como preferían denominarse sus
protagonistas porque no querían acabar con la mundialización, sino construir
otro modelo para ella (“otro mundo es posible” era su lema). En el inventario
de eventos, nos encontramos con Madrid, donde se celebró el cincuentenario del
FMI, la importantísima contracumbre de Seattle contra la OMC, Génova,
Gotemburgo, Barcelona, Praga... También surgían como setas los foros sociales
mundiales, el más importante de los cuales siempre fue el de Porto Alegre
(Brasil), donde se reunían diferentes movimientos de todo el mundo para
discutir los problemas globales y, sobre todo, para sentirse comunidad.
En estos encuentros contra la globalización neoliberal, que eran en sí
mismos reuniones internacionalistas de la contestación contra un sistema que se
expandía y se radicalizaba desde los primeros ochenta con Thatcher y Reagan –y
sobre todo tras la caída de la Unión Soviética, su único e histórico rival–,
surgían personas de mucho brillo, con una grandísima personalidad, incluso con
aura. Quizás se pudiera comparar con Mayo del 68, con sus filósofos y sus
activistas. Entre los protagonistas de la antiglobalización ya hemos mencionado
a Marcos. Podríamos apuntar otro nombre, ése sería el de José Bové,
sindicalista agrario, activista contra la globalización, defensor de la
soberanía alimentaria, luego cofundador de ATTAC en 1998, candidato a la
presidencia de la República francesa con pésimo resultado y a continuación
eurodiputado.
ATTAC, la gran institución antiglobalización que aún pervive, nacía
como un grupo de presión a favor de la introducción de una tasa a las
transacciones financieras internacionales, la llamada Tasa Tobin, con el
objetivo doble de reducir la especulación en los mercados, por un lado, y, por
otro, ayudar a compensar, aunque fuera mínimamente, a unas sociedades que se
estaban quedando al margen de los predicados bienes de la globalización. A ésta
se la acusaba de desestructurar las economías nacionales y despreciar los
principios democráticos, porque quizás nadie en concreto, pero sí su lógica,
imponía presiones a los Estados para liberalizar y desregular, lo que
incrementaba las desigualdades sociales. Éstas eran más o menos las ideas que
manifestaba Ignacio Ramonet en un editorial de Le Monde Diplomatique en el año
1997, coincidiendo con la crisis asiática. Ramonet, también cofundador de
ATTAC, fue uno de los principales divulgadores de la antiglobalización.
Justo tras el derrumbe del Muro de Berlín y el posterior de la URSS,
cuando el capitalismo se quedaba sin rival y se creaban las condiciones para
expandirlo por todo el mundo y en su forma más pura, la Unión Europea daba el
empujón más importante de su historia para su integración: en 1992 firmaba
Maastricht y en 2002 comenzaba a circular el euro en las calles de doce países
europeos. La miniglobalización europea también tuvo contestación por parte de
los críticos, aunque fue bastante minoritaria. IU en España estuvo en contra de
Maastricht. En Francia tuvo lugar una movilización relativamente importante
contra el proyecto de Constitución europea. Además, hubo dos no muy sonados:
los de Dinamarca y el Reino Unido, que no quisieron renunciar a su soberanía
monetaria. Hoy en día, estos dos países siguen fuera del euro y uno de ellos ha
iniciado el proceso para autoexcluirse de la Unión Europea.
La gran paradoja
Muchos años después de las primeras protestas contra la globalización,
comenzamos a hablar de desglobalización. Y ya no son sólo reivindicaciones y
protestas de la sociedad civil. Ahora ya son victorias que se están apuntando
fuerzas del propio sistema (el Partido Republicano americano, por ejemplo)
apoyadas o aupadas en ocasiones por outsiders (Donald Trump, un hombre de
negocios que presenta su cara más heterodoxa transformándose en un político
antiélites). Además, la idea de la desglobalización triunfa en países
centrales, en los más grandes del mundo occidental, en los mismos lugares de
nacimiento de la ideología liberal.
La paradoja es enorme: 23 años después del levantamiento zapatista, es
el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien amenaza a las
compañías americanas con aranceles aduaneros para los productos que fabriquen
en México y quieran vender en EE.UU. Además, avisa de una próxima renegociación
del NAFTA y pide su salida del Tratado Transpacífico (TPP) nada más tomar
posesión del cargo y tras un primer discurso ya como mandatario en el que
invitaba a comprar americano y contratar trabajadores estadounidenses. También
prometía recuperar los empleos y la riqueza perdida por la clase media
americana, al haberse redistribuido por el mundo como consecuencia, resumiendo,
del modo en que se ha gestionado la globalización. En el Reino Unido, los
ciudadanos deciden en un referéndum convocado por un primer ministro del
Partido Conservador autoexcluirse de la Unión Europea. El Frente Nacional de Marine
Le Pen da la enhorabuena a Trump y al Reino Unido por sus “victorias” y dice
que la siguiente ficha en caer del mismo lado será Francia, que también buscará
replegarse en las limitadas fronteras del Estado nacional. Y quizás veamos algo
parecido en Italia, donde la Liga Norte, el Movimiento Cinco Estrellas y Forza
Italia también plantean de manera más o menos abierta una consulta popular para
salir del club europeo. Como colofón, este pasado fin de semana, la extrema
derecha europea se reunía, envalentonada por los éxitos, los ánimos y los
buenos augurios que les transmitió Trump días antes: habrá más rupturas en
Europa a lo 'Brexit', en su opinión.
El descontento generado por la globalización está manifestándose en
los países del mundo que se consideraba que iban a ser los grandes ganadores de
la libertad global de mercado. Pero, quizás, porque se había dejado de lado que
incluso dentro de los países beneficiados por la desaparición de las fronteras
al capital iba a haber grupos sociales excluidos, que iba a haber perdedores de
la globalización o personas que se iban a sentir desplazadas. Y no sólo en lo
material (las deslocalizaciones les dejan sin trabajo, las migraciones provocan
que el valor de su fuerza de trabajo se reduzca) sino también en lo “espiritual”:
la difuminación de las fronteras parece poner en peligro las señas de identidad
de los colectivos más débiles. De ahí el repliegue identitario ante fenómenos
nuevos como el de la llegada de refugiados a países en los que la inmigración
ha sido casi inexistente, como Hungría y otros países del centro y del este de
Europa, otro foco geográfico importante de la desglobalización.
La antiglobalización que ganó elecciones en el Sur y la que las
gana en el Norte
Pero la antiglobalización ya había tenido éxitos institucionales en
los países emergentes, en particular en América Latina, como escribía el
vicepresidente boliviano Álvaro García Linera en el periódico argentino Página
12: “Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir
a inicios del siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y
rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se
coaligan para tomar el poder del Estado. Combinando mayorías parlamentarias con
acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una
variedad de opciones posneoliberales mostrando que el libre mercado es una
perversión económica susceptible de ser reemplazada por modos de gestión
económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e
impulsar crecimiento económico”.
¿Tiene que ver el altermundialismo de hace veinte años con las
estrategias nacionalistas de hoy en día? Jaime Pastor, profesor titular en el
Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la UNED, comenta que
el movimiento de dos décadas atrás fue una respuesta a la globalización
financiera y neoliberal, a la concentración de poder en manos de las grandes
empresas multinacionales, al ataque a la propiedad comunal indígena; fue un
movimiento contra la “globalización feliz”. En cambio, en su opinión, el Brexit
y Trump suponen una reacción a la crisis de esa “globalización feliz” de las
multinacionales. Tanto el Brexit como el nuevo presidente de Estados Unidos
surgen, dice Jaime Pastor, para defender la prioridad nacional en su calidad de
grandes potencias. También hay en ellos, en opinión del profesor, razones de
competencia: quieren salir lo menos mal posible del parón económico, de la
etapa de estancamiento secular que parece haber arrancado tras superarse lo
peor de la crisis económica. Los desglobalizadores actuales se apoyan, continúa
Pastor, en el sentimiento de agravio de una parte de la población, las víctimas
de la desindustrialización del norte. En definitiva, a lo que asistimos ahora,
según expresa Pastor, es a una combinación de egoísmo nacionalista de gran
potencia que se apoya en el malestar popular de quienes perdieron con las
deslocalizaciones de las empresas que recorrían el mundo en busca de la
reducción de costes y la maximización del beneficio.
En el mismo sentido se expresa Jorge Fonseca, profesor de Economía
Internacional de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del consejo
científico de ATTAC: “De momento, lo que hay es puja por la hegemonía en la
globalización en la que Estados Unidos perdió su condición de potencia
hegemónica absoluta y lo que busca es recuperarla 'renegociando la
globalización', que seguirá siendo neoliberal, salvo que una profunda crisis
como la de los años treinta les fuerce a romperla”. Y continúa Fonseca: “En
realidad, los movimientos antisistémicos son alterglobalización y la supuesta
actitud antiglobalización de Trump es en realidad un chantaje para renegociar
con más ventaja los términos de los acuerdos de libre comercio en un momento en
que Estados Unidos se ve agrietado socialmente por dentro. Y no son comparables
las políticas soberanistas 'defensivas' de los países latinoamericanos con las
nacionalistas ofensivas como las de Estados Unidos o el Reino Unido. Mientras
las primeras buscaban limitar el expolio internacional, las segundas buscan
aumentarlo”.
El economista Ramón Casilda apunta que en realidad Donald Trump no
hizo campaña contra la globalización, sino que sólo está lanzando propuestas
para resolver síntomas de sus efectos negativos en la economía estadounidense,
para lo que ha recurrido a un modelo antiguo, el de la industrialización vía
sustitución de importaciones.
Miguel Ángel Díaz Mier, profesor de la Universidad de Alcalá,
sintetiza una posible respuesta a lo que está ocurriendo: “Una cuestión
importante es definir qué se entiende por globalización, cuya principal
característica es que se trata de un proceso dinámico. En consecuencia, parece
claro que la globalización del siglo XXI tiene algunas de las características,
pero no todas, que han acompañado a la globalización del siglo XX. En este
sentido, sí se puede hablar de desglobalización, aunque parezca claro que la
idea de globalización tendrá que definirse de nuevo”. Así, los rasgos de la
nueva globalización pueden responder, según Díaz Mier, a nuevas situaciones en
dominios como la lucha contra el cambio climático, las respuestas a los
fenómenos migratorios con su impacto en la división internacional del
trabajo... El capitalismo ha entrado, pues, en una dinámica que hay que
monitorizar de cerca.
Pero, ante los acontecimientos recientes, cabe hacerse la pregunta de
si al final ha habido más víctimas en el norte que en el sur, dado que en el
norte la antiglobalización triunfa ahora, mientras que, en el sur, poco a poco,
los gobiernos que alcanzó en América Latina se van disolviendo.
“Víctimas ha habido en el norte y en el sur”, comenta Pastor. Pero
quizás se han manifestado en diferente momento histórico. En el sur la
antiglobalización estalló con fuerza institucional en los noventa, después de
que en los años ochenta se impusieran las políticas de ajuste que lo ahogaron y
se tentaran políticas de sobreexplotación tanto de sus recursos como de su
fuerza de trabajo. La caída de algunos Gobiernos de izquierda en los últimos
años en América Latina se debe, según Gonzalo Berrón, investigador asociado del
TNI (Transnational Institute), que habla desde Brasil, a que la crisis
económica impidió cumplir con las promesas de bienestar. Éstas no fueron
satisfechas sobre todo para las clases medias. “Estamos en un ciclo de
reversión. La primera onda de antiglobalización llevó al poder a gobiernos
progresistas, pero no satisfacieron las expectativas y ahora se está volviendo
a opciones liberales”, describe Berrón.
En comparación con los del sur, continúa Pastor, los trabajadores del
norte eran privilegiados, aunque estos últimos parecen haber terminado por
estallar en un movimiento que Pastor califica de “chovinismo del bienestar
menguante”. Pero, en todo caso, como expresa Fonseca, “esta globalización,
neoliberal y con predominio de las finanzas y dominio monopolista de las
grandes transnacionales, es perjudicial para el desarrollo, no sólo de los
países del Sur Global, sino también para los desarrollados, en los que crece la
desigualdad y la pobreza. La excepción es China, que experimenta un proceso de
industrialización continuado desde hace más de treinta años, y más
limitadamente países de su entorno, como Malasia o Vietnam, que han mejorado su
nivel de desarrollo humano según Naciones Unidas, pero que también se enfrentan
a límites difíciles de superar”.
Los últimos movimientos que han surgido en los países desarrollados
están muy institucionalizados y buscan alcanzar el poder de una manera
convencional en parte porque sus protagonistas salen del propio poder. Hace
veinte años, la antiglobalización, como la define Jaime Pastor, era un
movimiento de nómadas, con poco anclaje tradicional en el territorio nacional.
Y su siempre limitada fuerza se agotó pronto. Quizás, como señala Pastor, su
último episodio fuera la movilización contra la guerra de Irak. Ahí acabó la
ola antiglobalización progresista en el norte. “No hubo tiempo para que se
produjera un anclaje de ámbito nacional-estatal en el norte, aunque sí en el
sur”, comenta Pastor. Los movimientos antiglobalización no cuajaron en el norte
y parecieron siempre minoritarios. Y ello, además de por su propia
idiosincrasia horizontal y cuasiespontánea, también se dio por otras razones
que explica Gonzalo Berrón: “El primer lugar de la antiglobalización fue el
Sur, América Latina, porque se opusieron de manera más fuerte al Consenso de
Washington, que imponía desregular, liberalizar... En el norte es cierto que en
esos años se produjo una importante deslocalización de empresas hacia otros
países con costes laborales más baratos, pero ello se pudo compensar con el
crecimiento del sector servicios y la fortaleza del crecimiento del consumo. La
reacción de la globalización tuvo efecto en América del Sur con gobiernos
progresistas que detuvieron su influjo. El propio Morales formaba parte del
movimiento antiglobalización, por ejemplo”. Berrón añade: “Ahora parece que los
efectos perniciosos de la globalización han llegado al norte y se han acentuado
por la crisis que estalló en el año 2008 y que ha traído consigo no sólo una
recesión muy larga, sino también recortes y ajustes”. ¿Los ochenta de América
Latina corresponden a la segunda década de los 2000 en Europa?
Los movimientos antiglobalización de hace veinte años partían del
espectro de la izquierda. Ahora los triunfantes son patrimonio de la derecha.
En los países desarrollados, en lugar de atacar al neoliberalismo, se ataca a
la inmigración, a la que se echa la culpa de los males de los perdedores
occidentales de la globalización, o a los chinos que producen más barato, con
lo que se agita una guerra entre pobres y empobrecidos, según apunta Pastor.
Y es que, de acuerdo con Pastor, la socialdemocracia ha sido uno de
los motores de la globalización, mientras otros sectores de la izquierda se centraron
más en otro tipo de movimientos. En todo caso, precisa el profesor Jaime
Pastor, Podemos, en parte, hunde sus raíces en los movimientos
antiglobalización. De hecho, muchos de sus líderes participaron en sus
movilizaciones y también en su institucionalización en América Latina. Y Berrón
apunta el éxito de líderes izquierdistas como Bernie Sanders en Estados Unidos
o Jeremy Corbyn en el Reino Unido. El primero, casi gana en su pugna con
Hillary Clinton por la candidatura a la presidencia por parte del Partido
Demócrata. El segundo se ha confirmado como líder de los laboristas británicos
siendo su representante más izquierdista de las últimas décadas, aunque, a
veces, parece dar crédito a las inquietudes antiinmigración que atribuye a las
que han sido las bases tradicionales del laborismo.
De todas maneras, Jaime Pastor opina que el verdadero fallo, la
responsabilidad de que la globalización se desmadrara y de que ahora quienes se
sienten perdedores se encuentren un poco huérfanos de izquierda (¿o incluso
captados por las nuevas derechas nacionalistas?) reside en el movimiento
obrero: “Los sindicatos se apuntaron al neocorporativismo competitivo nacional.
En el mejor de los casos, dieron un 'sí crítico' a acontecimientos como el
Tratado de Maastricht en Europa. No respondieron a la devaluación de la fuerza
de trabajo tanto en los salarios directos como en los indirectos”.
¿Evidencias de desglobalización?
Que la antiglobalización haya cuajado en el escenario político del
norte, ¿ha provocado ya evidencias cuantificables de desglobalización en el
mundo? Lo cierto es que los bancos de inversión y el mundo financiero en su
conjunto sí se muestran preocupados por esta cuestión. Un reciente informe de
Bank of America Merrill Lynch comenta: “La era de libre comercio y movilidad de
capital y trabajo que se desarrolló entre 1981 y 2015 parece estar llegando al
final. Los electorados están virando hacia una dirección antiinmigración. El
populismo anti-libre comercio está creciendo (una reciente encuesta mostraba
que el 65% de los americanos dice que las políticas comerciales han provocado
una caída del empleo en Estados Unidos, frente al 13% que cree que han creado trabajo).
El Brexit y las elecciones americanas representan reacciones populistas de
repudio al statu quo global”. Martin Wolf, en el Financial Times, también se
ocupa, preocupado, de este tema: “Como la era de la globalización termina, ¿el
proteccionismo y el conflicto definirán la nueva fase?”, se pregunta en un
reciente artículo. Y Nouriel Roubini titulaba otro de esta forma: “'América
primero' y conflicto global después”.
Para David Lubin, de Citi, la desglobalización es una evidencia. Desde
2012 él observa límites crecientes a la libertad comercial. Y también una nueva
reacción de países emergentes emprendiendo estrategias de reducción de la
dependencia del extranjero, es decir, estrategias económicas nacionalistas. No
sólo Polonia, Hungría o Rusia han comenzado ese camino. Hasta China está
intentando depender menos de las exportaciones al extranjero a cambio de
fortalecer su consumo interno. Por eso, a Lubin le parece casi un anacronismo
que la Argentina de Mauricio Macri o el Brasil de Michel Temer sigan intentando
adoptar políticas para parecer fiables a ojos del capital extranjero. Aunque el
nacionalismo económico traiga consigo ritmos de crecimiento más modestos, éste
parece, a ojos de Lubin, más apropiado para un contexto como el actual.
El analista financiero Juan Ignacio Crespo cita a la Organización
Mundial del Comercio cuando afirma que entre octubre de 2015 y mayo de 2016 los
países del G-20 adoptaron 145 leyes encaminadas a levantar barreras
proteccionistas. Desde 2008, se han aprobado 1.500 medidas de este tipo. Crespo
también apunta estimaciones del economista británico Simon Evenett, según las
cuales hay cerca de 4.000 leyes y normas proteccionistas registradas en todo el
mundo, el 80% de ellas, en los países del G-20, que son responsables del 90%
del comercio mundial. Larvadamente, antes de Trump y del Brexit, ya había
medidas de limitación del libre comercio, que ahora podrían ir a más.
¿Es la crisis o es la globalización?
Para Juan Ignacio Crespo, los resultados políticos que estamos viendo
en el Reino Unido, en EE.UU., en Austria, donde la extrema derecha se quedó a
las puertas del Gobierno... son consecuencia de la pequeña desglobalización que
había comenzado a causa de la crisis. Crespo recuerda que en 2008 el comercio
mundial se hundió totalmente y ahora está creciendo a ritmos inferiores al PIB,
aunque en ello tenga mucho que ver el enfriamiento de China y su menor consumo
de materias primas. La caída del comercio mundial es una de las manifestaciones
de la crisis económica y ha empeorado las condiciones de vida de ciertos
colectivos de la sociedad que, más por hastío que por convencimiento, han
votado a estas nuevas fuerzas políticas. Ahí residen las razones por las que se
ha producido una rebelión contra las élites, aunque todavía, según Crespo, no
sea muy grande: el Brexit ganó por poco y en EE.UU., en voto electoral, ganó
Hillary Clinton.
Para Crespo, la precarización y la inseguridad de los colectivos que
están detrás de los nuevos triunfos electorales no se deben a la globalización,
sino a la crisis económica y a las nuevas tecnologías. Es el malestar por la
crisis económica lo que canalizan fuerzas como Podemos en España o como Donald
Trump en Estados Unidos. Quizás pudiera haberse evitado todo este proceso que
vivimos en los últimos años si no hubiera estallado la crisis financiera, lo
que se habría evitado si no se hubiera desregulado el sector financiero, pero
ello, como señala Crespo, habría sido muy difícil de lograr en un contexto de
prosperidad económica.
El economista Ramón Casilda, que acaba de publicar Crisis y
reinvención del capitalismo, da una vuelta de tuerca. En realidad, la
globalización es una consecuencia del capitalismo. Y quizás si la globalización
no pasa por su mejor momento es por la crisis del capitalismo. A su juicio, lo
que hay que dirimir es si ésta es pasajera, si constituye una fase para
recuperar fuerza o si por el contrario está anunciando la decadencia del
sistema mismo.
¿Una desglobalización favorable para el desarrollo interno de los
países?
En todo caso, esta desglobalización, de la que ya puede haber ciertas
evidencias, ¿puede contribuir al desarrollo interno de países hasta ahora en
exceso dependientes de otros?, ¿se puede arreglar está a veces criticada por
injusta división internacional del trabajo que ha surgido de la globalización o
se ha hecho crónica por su culpa? Para Crespo, el desarrollo propio ya no
sirve, porque la globalización hace dependiente a todo el mundo de todo el
mundo. Si los países emergentes necesitan capital, los desarrollados tienen
necesidad de colocar su exceso de liquidez. Se ha construido un sistema, en su
opinión, en el que todo el mundo se aprovecha de todo el mundo. España misma,
según explica, ha vivido este proceso de desarrollo: España también fue un país
emergente que se abrió al exterior, atrajo inversiones y después sufrió
deslocalizaciones para sustituir esas industrias por un sector servicios muy
desarrollado, aunque, añadimos nosotros, nunca de manera suficiente, a tenor de
las altas tasas de paro que ha soportado la economía doméstica.
Pero Berrón considera que la globalización no redundó en el desarrollo
de las economías latinoamericanas. La industria que llegó al área no permeó, no
generó cadenas productivas. Al Cono Sur se le condenó a una inclusión subordinada
y dependiente del norte. Su inserción internacional sólo fue en calidad de
proveedor de materias primas o bienes de poco valor añadido. Aunque, a
continuación, las estrategias de desarrollo interno que pusieron en marcha los
gobiernos de progreso fueron ineficaces en su implementación, en su diseño o
porque el entorno global impidió su éxito. Por eso, Berrón no confía en el
éxito de las estrategias renacionalizadoras. Sobre todo, porque es posible que
la ola desglobalizadora no dure lo suficiente como para que los países de la
periferia global desarrollen estrategias propias. Y si se prolonga en el
tiempo, anticipa grandes movimientos en las placas tectónicas del sistema y
procesos de transformación que no van a ser nada suaves. Al final, todos se rearmarían
para una nueva realidad, aunque costará años, puesto que la globalización ha
desmantelado modelos de desarrollo autónomo y de desarrollo regional. “Si
Donald Trump se consolida como un líder nacionalista y hace todo lo que dice,
el mundo puede ser otro”, resume Berrón.
¿Una nueva ola antiglobalización progresista?
En el norte, o quizás a nivel global, ha habido un repliegue de la
antiglobalización progresista, pese a su pequeña reactivación contra el TTIP o
el CETA, pero Gonzalo Berrón anticipa una nueva oleada, que debe ser contra
Trump y contra la globalización neoliberal como sistema, no contra sus
manifestaciones concretas en forma de tratados de libre comercio. Esto último,
opina, es insuficiente. Así, comienzan a apostar por medidas para desprivatizar
la democracia y que sea lo público, el Estado, el que financie los comicios y
las campañas electorales y no el mercado para que magnates como Trump no partan
con ventaja; también han emprendido una pelea en la ONU por la imposición de
obligaciones a las transnacionales, y así, reequilibrar las desigualdades
generadas por la globalización; además, apuestan por un cuestionamiento severo
de la propiedad intelectual y las patentes sobre las que se han construido
grandes imperios mercantilizando la vida; también, por la recuperación del
acceso a la naturaleza como un bien común ahora en manos de compañías ligadas a
la industria alimentaria y a la explotación de los recursos mineros. Con estas
reivindicaciones pretende el movimiento antiglobalización de izquierdas
capitalizar la revuelta global. ¿Llega tarde? No lo sabemos, pero, como afirma
Jorge Fonseca, lo que se dirime ahora en el mundo es si se apuesta por la
humanidad o por la depredación salvaje: “Una globalización humanizada debe poner
el objetivo en favorecer a las personas, con un modelo económico socialmente
justo y ecosostenible. En realidad, ni siquiera debemos hablar de
'globalización', que es una categoría desprestigiada. Vayamos a una sociedad
mundial humanizada”.