Esta pasada noche, al
acostarme en mi cama y adentrarme en la escucha de AMUSED TO DEATH de Roger
Waters, repentinamente sentí un cierto dolor a la altura del corazón.
Un breve pinchazo que
no era el característico dolor del infarto al miocardio. Por lo cual no me
asuste en demasía… si bien, en el
espesor del intervalo entre la plena consciencia y la llegada del anhelado y negado
sueño, se abrió paso esta reflexión.
Si algún día, de
preferencia alguna noche, se hiciera presente el dolor propio de un infarto…
¿Qué actitud tomar?
¿Dar aviso a la
persona mas cercana o hacerme el desentendido?
¿Buscar salvar mi vida
a como dé lugar o esperar serenamente la llegada de la Huesuda?
Siempre (por lo menos
desde la adolescencia, después de haber profundamente gozado la lectura de “El
hombre rebelde” de Albert Camus)) he pensado que la única muerte
filosóficamente aceptable es el suicidio que, contrariamente a nuestro
nacimiento, nos permite escoger la hora de nuestra partida.
No buscar algún
socorro a la hora de un infarto (creo que fatal en vista de mis antecedentes en
esta materia) sino quedarme quieto a la espera de mi muerte… ¿sería un
suicidio?
NO… si consideramos
que no habría sido yo quien hubiese escogida la hora, al ser consecuencia de un
inesperado y repentino evento ajeno a mi deseo y control, mi decisión.
Sin embargo.
SI… al considerar que,
puesto en esta tesitura, yo, con plena consciencia de la consecuencia de esta,
habría tomado la decisión de no recurrir a socorro alguno, prefiriendo esperar
que esta alteración de mi corazón hiciera su obra, llevándome en brazos de la
Parca.
En suma… suicidio por
pasiva.
¿Qué decisión tomar…
esperar a que me
sorprenda la muerte en cualquier lugar y momento, fallando así en mi pretensión
de dejar esta vida por decisión propia…
decidir del momento y
el cómo, antes de que la Huesuda me lleve a sus aposentos…
decidir no solicitar
socorro alguno, cuando la Parca toque a la puerta de mi corazón?
Por activa o por
pasiva… la respuesta radica en el DECIDIR.