Con el
objetivo de “solucionar” (aunque provisionalmente) el problema que le plantea
el independentismo catalán, este pasado 21 de diciembre, el gobierno español
organizo en Catalunya unas elecciones autonómicas de estado.
Con la
aplicación del 155 que da al gobierno central español el total control
político-administrativo de la Generalitat. Con el President de la Generalitat Puigdemont
y parte de sus Consellers en Bruselas (en el exilio para unos, huido para
otros), el vicepresident Oriol Junqueras y los principales líderes de las
organizaciones civiles pro independentistas en la cárcel. Con la totalidad de
los medios de comunicación españoles volcados, como nunca, en el apoyo al
gobierne central, la defensa a ultranza de la unidad de España y rabiosamente opuestos
al independentismo. Con la intensa movilización y presión de las fuerzas
económicas, asentadas en Catalunya o no, contra toda veleidad independentista. Con
la desenfrenada campaña de odio contra todo lo que huele a catalán y la exaltación
del sentimiento nacionalista español.
Con todo esto
en contra, a pesar de todo esto… el bloque independentista logro hacerse con la
mayoría absoluta en el congreso catalán.
¿Por qué?
En parte,
precisamente por esto, porque, si bien todo esto favoreció el voto
“españolista” o “constitucionalista”, también reforzó el sentimiento
nacionalista de muchos catalanes que se sintieron profundamente agredidos,
vilipendiados, denigrados, vejados… y ante la ausencia (quizás imposibilidad)
de una contundente oposición de (y en) la calle, no encontraron mas respuesta
que la del voto, mas recurso que el de las urnas.
Sin embargo,
creo que si esta es una razón más que plausible para ¿explicar? el resultado,
la supervivencia, en términos numéricos electorales, de la fuerza independentista,
lo que propicio su nacimiento y mantiene intacto su arraigo en una gran parte
de la sociedad catalana, es un fenómeno más de fondo, que no solo se expresa en
Catalunya.
“Fenómeno”, o
tendencia si prefieren, que tiene dos vertientes: en el ámbito puramente
político, la sustitución del raciocinio por el sentimentalismo, y de manera mas
general, el relevo del Estado-nación por la Globalización. Tendencias,
simultaneas, que se alimentan la una de la otra.
Una ¿provocación?…
que mis amigos catalanes independentistas, no me perdonaran quizás jamás… pero
que pienso ser cierta.
Trump, el FN (Frente
Nacional, partido francés de extrema derecha) y el independentismo catalán (entre
otros) tienen algo en común.
Son
“fenómenos” identitarios.
Nacidos como
respuesta a la decadencia de los Estados-Nación, frente al empuje de la
globalización.
Fenómeno
identitario que, en su expresión política, lleva a la prevalencia de los
sentimientos sobre la racionalidad, que supuestamente, se manifestaba en el
marco ideológico.
Si, hasta
hace poco, el Estado-nación había podido mantenerse encolumne es esencialmente
porque encarnaba una alianza funcional y, en cierta medida eficiente, entre el
estado de bienestar y la democracia representativa.
Era el
espacio en el cual cada uno disfrutaba de derechos sociales y podía luchar para
preservarlos e incrementarlos.
En cambio, la
mundialización de los intercambios, con la movilidad de todos los componentes
del capital (hoy todo es considerado como mercancía, y por lo tanto capital),
la potencia de las grandes empresas multinacionales (o supranacionales) y la
supremacía de las organizaciones tecno-burocráticas extraterritoriales, hacen
que los Estados nacionales sean los simples gestores de las consecuencias
sociales de decisiones económicas sobre las cuales, cada día, tienen menos
influencia.
El “progreso
social” aparece como algo inalcanzable para una parte, cada día mayor, de la población,
los “perdedores” de la mundialización. Los que se quedan atrás, abandonados,
excluidos, rechazados.
No solo lo
son, sino que se sienten como tales, y ante tal desamparo, buscan “algo” que
les restituya su sentido de pertenencia. Ser Uno, un individuo, pero sin dejar
ser parte de un Todo protector.
Se acepta su
reclusión como mero productor-consumidor, su servidumbre voluntaria, pero con
dos condiciones inconciliables y sin embargo irrenunciables: poder vivir la
ilusión de la libertad, pero sin perder la garantía de la red protectora, poder
ejecutar piruetas, pero no sin la red que evite estamparse contra el suelo en
caso de una caída, más que probable.
Al
desaparecer esta red, queda la ilusión de la libertad… a sabiendas (o
intuyendo) de que es solo una ilusión… incómoda situación, generadora de un
profundo sentimiento de indefensión y orfandad.
Vacío y
soledad que se busca llenar y combatir, mediante la integración a algún todo
que nos provee de la “identidad social” extraviada. Adhesión en favor de, o adhesión en contra
de… poco importa… pero adhesión al fin y al cabo… a menudo adhesión “en pos de
para ir en contra de”, o, lo cual viene siendo lo mismo, “en contra de para afincar
el pos de.”
Cualquier
identidad sirve, la “cosa” como la “idea”, el pasado como el presente o el
futuro: el género, la raza, la etnia, la clase, la religión, el idioma, el
territorio… lo que guste y mande.
Las “buenas
almas” pueden replicar que la pertenencia no tiene por qué separar, que, por lo
contrario, la diversidad puede ser pacifica cohabitación, dichosa
complementariedad, cooperación, solidaridad… en sumo, fuente de armonía. Que se
puede pertenecer a un solo y único Todo… la Humanidad… la Vida… porque no, el
Universo.
Desgraciadamente,
no es que para que haya paraíso se requiere del infierno, que el bien necesite
del mal para existir como tal.
No… la
desgracia es que haya dominación y sumisión.
Perdón.
Ya me extravié,
sin darme cuenta, ya me fui a mi querencia.
Así que
regreso a pisar la tierra de la posible explicación del resultado de la
elección catalana con la victoria del bloque independentista, cuando este tenía
todo en su contra.
Era una
competencia electoral muy desigual.
El lado
“constitucionalista”, arrancaba con mucha ventaja, la que le otorgaba el
disponer de toda la fuerza del Estado, el financiamiento y sobre todo el
disponer del legítimo, y exclusivo, uso de la violencia y la coerción… de las cuales
dispuso bajo sus múltiples formas (ya enumeradas con anterioridad).
Frente a esta
abrumadora disparidad de fuerzas “tangibles”, el bando “independentista”, al
carecer de estas, solo podía recurrir a la representación y el discurso.
La
construcción de un discurso encalado principalmente, y casi exclusivamente, en
la identidad. Un discurso del cual fueron excluidos las temáticas y
reivindicaciones sociales y políticas tales como la lucha contra las
desigualdades, el combate por una mayor y más real democracia, o la batalla
contra la corrupción tanto política como económica.
Se silencio
todas estas cuestiones, centrándose únicamente en la reivindicación de la
independencia… insinuando implícitamente que las problemáticas sociopolíticas
se resolverían “en automático” al conseguir dicha independencia, serian la
natural consecuencia de este logro.
En suma, y
resumen, la representación discursiva se deshizo de todos los elementos del
discurso racional propio de la acostumbrada ideologización partidista, sustituyéndolo
por la apelación a los sentimientos, recurriendo a las emociones y los afectos.
Es indudable
que en una época en la cual la comunicación, como tal y a todos los niveles de
la misma, responde y se conforma a los imperativos de las “redes sociales” y se
agota en la utilización de los tuits, memes y likes, cualquier persona es mucho
mas dispuesta y preparada para sentir que para pensar, para aplaudir y/o odiar
que para cuestionar racionalmente.
Y con mayor
razón cuando estas emociones y afectos solo requieren del despliegue y meneo de
una bandera para traducirse en un acto político.
Tan es así,
que los contrincantes (sometidos a la misma pobreza comunicativa e
interpretativa) rápidamente aprovecharon la ocasión para sacar ellos también
sus banderas. Aunque, claro, en este campo de batalla, la ventaja es para quien
saca primero su bandera y viene ondeándola con orgullo desde tiempo atrás… y no
quien saca la suya al ultimo momento y empieza a ondearla por vez primera y más
por mimetismo que por un hondo sentimiento.
No es lo
mismo tener su bandera en su balcón o guardada desde tiempo atrás en la casa,
listo para salir a la calle con ella, que tener que salir repentinamente a
comprar alguna.
Resumiendo…
la identidad y las banderas son hoy las mejores armas del combate político
electoral… seamos catalanes o no… de
derecha o de izquierda… siempre y cuando no seas dueño de tu vida.
Regresando a
mi querencia… a quienes detentan y ejercen la real dominación, les importa un
cacahuate, tanto la identidad como las banderas… por supuesto, porque no requieren
de ellas… no pertenecen a algo… todo les pertenece.
Aunque, eso
sí, tanto la una como las otras, les son útiles, forman parte de los
instrumentos que, adoptados por los sumisos, aseguran la perpetuación de su
dominación.
No tienen
necesidad de manejar las marionetas, para esto disponen de todo un ejército de
titiriteros a sus órdenes… entre estos la identidad y las banderas.
Todas las
identidades, al igual que las banderas son fuente e instrumentos de la
dominación.