He aquí una meditación de Luis García Montero sobre
la violencia… seguida de los comentarios de dos detractores… seguidos de una
“anotación” de mi autoría.
Luis
Garcia Montero
Va a haber sangre, gritó
ayer en el parlamento gallego una víctima de esa estafa bancaria que conocemos
como inversión en participaciones preferentes. Lo he leído en este periódico. Y
otra víctima recordó de forma amenazadora que acababan de apuñalar al director
de una sucursal de las Rías Baixas. La violencia está ahí, ronda por la
indignación de la gente, por las conversaciones políticas y por los comentarios
de Internet.
No es de extrañar. La
situación social alcanza límites inconcebibles para una mentalidad fundada en los
equilibrios democráticos. Mientras una parte muy numerosa de la población llega
a una situación trágica, el Gobierno trabaja sin pudor para la avaricia de los
poderosos. Si una Comunidad Autónoma se inventa un impuesto para favorecer el
crédito y castigar la inmovilidad del dinero en los bancos, el Gobierno
precipita una ley que impida ese impuesto. Si otra Comunidad Autónoma imagina
una fórmula para limitar las ganancias desmedidas de la industria farmacéutica
a favor de las arcas públicas, el Gobierno pone en marcha un antídoto legal
contra esa fórmula. Si otras comunidades autónomas pretenden salvar la paga
extra de los funcionarios o el derecho a la sanidad de los inmigrantes, el
Gobierno entra en una guerra legal inmediata y llama “lealtad institucional” al
predominio de la crueldad y la explotación frente a la solidaridad y la
justicia social.
Ante este obsceno panorama
de la explotación, es lógico que empiece a formarse un imaginario social que
justifique la violencia contra el sistema en una población impúdicamente
maltratada. Pero más allá de las reacciones instintivas, merece la pena volver
a formularse una vez más la pregunta de otros tiempos. ¿Puede convertirse la
violencia en un arma de respuesta política? Asumo la inquietud de muchos
jóvenes que, de manera cada vez más frecuente, discuten conmigo de política y
critican mi buenismo.
Voy a ser sincero. Si apoyo
mis argumentos en la condición del explotador, me cuesta trabajo negarme a la
violencia. Al leer las noticias, yo tengo muchas reacciones coléricas y
violentas en el secreto de mi casa. Cuando me entero de que alguien especula
con las materias primas para ganar dinero a costa de provocar cientos de miles
de muertos por las hambrunas, concluyo que ese especulador se merece una
respuesta violenta. También me resulta difícil negarme a la violencia cuando
compruebo que los poderes financieros, dirigidos por personas con nombres y
apellidos, acumulan riquezas a costa de condenar a un país al desahucio, la
pérdida de su sanidad y su educación pública, el desmantelamiento de su
investigación y su cultura, y la ruina de sus pensiones.
Así que, para mantenerme en
contra de la violencia, no puedo pensar en la condición del explotador, que a
veces se merece un castigo inmediato, sino en la perspectiva de las víctimas.
¿Se merece alguien la degradación de apretar un gatillo? El crimen es el
resultado último no sólo de la desesperación, sino del nihilismo, de la
renuncia definitiva a los valores que dignifican la condición humana. La lógica
del mártir, el asesino y la culpa llevan a la degradación de la realidad
personal y a la cancelación última de todas las aspiraciones de transformación
histórica. Y el relato de la propia historia lo demuestra. Ningún proceso
político basado en el crimen, por justas que sean sus aspiraciones, ha podido
escapar nunca a la degradación y la injusticia final. Las vidas particulares,
las únicas que existen como experiencia real, acaban sacrificadas a una idea
totalitaria del poder que borra las trayectorias singulares en nombre de una
perfección totalitaria. El derecho a ejecutar a alguien, ya sea en una pena de
muerte legal o en un atentado rebelde, es inseparable de la fractura
democrática y del cieno nihilista del absolutismo.
Por eso es un recurso
político de resistencia asumir cierto buenismo —a veces, no lo niego, algo
avergonzado— y seguir manteniendo la necesidad de una reacción política
esperanzada frente al pesimismo de la lucidez. Toda respuesta que no venga de
la configuración de una nueva mayoría política se hará cómplice, por un camino
o por otro, de la prepotencia del poder y de la avaricia de los mercaderes.
Confieso que este artículo
supone una conversación pública con mi hija Elisa.
Comentario por Martinenko
20/12/2012 11:38
"Ningún proceso político basado
en el crimen, por justas que sean sus aspiraciones, ha podido escapar nunca a
la degradación y la injusticia final."
Esta es una idea totalizadora y absolutista que muy poco, poquísimo, tiene que
ver con la realidad histórica. Parece que su buenismo va más allá de su postura
para aplicarlo al propio análisis de la historia, como si se tratara de un cura
utópico que juzga lo moral o inmoral sin pararse a analizar las
transformaciones que prevalecen entre tanto detalle "injusto".
Desde Espartaco hasta las rebeliones husitas o de los cantones suizos, desde la
revolución francesa hasta la rusa, desde la guerra de independencia
estadounidense, a su guerra civil o la independencia de Argelia, encontramos
ejemplos históricos en los que la violencia conllevó una transformación de la
sociedad hacia la consecución de ideales más justos. ¿Idílica? Quien busque en
la historia un proceso idílico que se vuelva a los libros de Petete; la
historia siempre es sucia, y quien pretende cambiarla se mancha, eso es así.
Pero resulta que aquellos que no pretenden mancharse, cuyos elevadísimos
conceptos morales y su buenismo les hace creerse por encima de las reglas de la
historia, también terminaron manchándose, eso sí, con la sangre de sus propios seguidores;
vease Azaña o Allende.
¿Quién puede negar el gran progreso social y político que siguió a la
revolución francesa? El fin de las monarquías absolutas, de los privilegios
nobiliares en buena parte de europa, el reparto de la tierra y el acceso de los
más válidos al estado. ¿Que a Maria Antonieta le cortaron la cabeza? Cuantas
Maria Antonietas de piel menos empolvada morían cada día en París víctimas del
regimen estamental. ¿Nos vamos a escandalizar por una sola cabeza cuando un
sistema mata a miles?
La Revolución Rusa trajo enormes derechos para los trabajadores, no solo en
Rusia, sino en el resto del mundo. Hoy los fariseos de la socialdemocracia
comienzan a darse cuenta de que su efímero estado del bienestar se sustentaba
únicamente en el miedo de los capitalistas a la URSS (o al socialismo), y
desaparecida esta, nadie les impide arrebatar todo lo dado, pero que nunca dejó
de ser suyo. ¿Que fusilaron a la familia del zar? ¿Y cuantas familias no
asesinó el zar para reprimir a los movimientos sociales que pedían un cambio
político? Una pequeña injusticia no puede ensombrecer la grandeza de un cambio
histórico, no podemos pasearnos por la historia de puntillas con nuestros
grandilocuentes criterios morales a cuestas, pque entonces solo caeremos en el
ridículo y la incomprensión.
Aunque algunos afirmen que todo lo que tocó la violencia se tornó
"injusto", la única certeza es que sin violencia en la historia los
desfavorecidos seguirían con una cadena al cuello o vendidos en mercados. La
cuestión no es justificar o no moralmente la violencia, la cuestión es si
existe una alternativa de acción política válida y eficaz, alternativa que
todos (o casi todos) preferiríamos de existir. Cuando analice la cuestión desde
esa perspectiva, y presente dicha alternativa (más allá de crear esas mayorías
que no garantizan nada, porque si usted afirma que la violencia siempre se
tornó injusta, yo puedo afirmar que la confianza depositada en las urnas en
partidos "de izquierda" a través de un sistema injusto y de clases siempre
se tornó en traición e incumplimiento de las promesas hechas), puede que
entonces su artículo sea mínimamente interesante. Mientras tanto no parece ir
mucho más allá de una monserga moralizante pronunciada desde el púlpito de lo
políticamente correcto.
#3 Comentario por yacumino
20/12/2012 13:58
La Revolución Francesa y la Rusa no
fueron "radicales". Se tuvieron que radicalizar para sobrevivir ante
el ataque criminal de sus opositores (la luego llamada Santa Alianza, o el
ejercito Blanco financiado y armado por todos los gobiernos europeos)
dispuestos a exterminarlas en un baño de sangre. ¿Quiénes son los violentos,
¿los que atacaban o los que se defiendían? ¿dónde reside la violencia? ¿Es
violencia la resistencia a la dictadura? ¿o es violencia la dictadura? ¿cabe
resistirse como ovejas yendo al matadero? ¿hay alguna forma de resistencia
pacífica y viable que no transforme a las víctimas en mártires?
Porque para las víctimas, para los "mártires" de una sociedad civil
no hay salvación ni paraíso. Para quienes no hay más cielo que el que podemos
construir y defender en esta vida... ¿qué podemos hacer con las vidas que nos
roban, que son todas las posibilidades humanas de todo cielo?
¿Hay alguna otra forma de poder evitar tener que usar la violencia ante un
criminal, o un inmoral o un amoral que el simple hecho que sepa que estamos
dispuestos a defendernos, y que pagara muy caro intentar someternos?
Por ejemplo ¿Cómo se defiende uno de un psicópata? Porque no nos quepa la menor
duda de que estamos gobernados por psicótapas que usan del integrísimo
ideológico o religioso solo como justificación de sus acciones, con la misma
consistencia con que Groucho decía "si no le valen esos principios tengo
estos otros". Porque al psicópata solo le interesa el control, el poder,
que es su objetivo a cualquier precio... ajeno. Todo lo demás es prescindible.
Sinceramente no tengo respuestas. ¿Qué hacer? ¡A qué problemas tan serios nos
están llevando los que mandan y su coro! Esto, hace unos años era algo impensable...
¡qué pena para un pais tan hermoso!
En este blog he escrito mucho, quizás demasiado,
sobre la violencia.
No quiero repetir aquí lo ya escrito… solo ir a
lo esencial, lo básico, lo que hay que repetir una y otra vez… la violencia de quienes ejercen la
dominación es siempre ilegitima… la de quienes la sufren, viviendo en la
sumisión, siempre es legítima.
Simplemente porque la dominación es la mayor de todas las violencias, la violencia
primera, la madre que engendra a todas las demás (siendo uno de los padres, el
progenitor “esencial”, la necesidad de lo innecesario)
Por lo
tanto la violencia de los sometidos (y no los sumisos, porque la sumisión
voluntaria no existe) que luchan por dejar de serlo, no solo es legítima sino
necesaria… sin ella es imposible que puedan llegar a dejar su sumisión… a una
condición, y una sola, que no sea para tornarse dominantes, sino para que ya no
haya dominación y por lo tanto tampoco sumisión.
Por esto
la violencia contra la dominación, tiene que ir de la mano con una ética
“formativa” que reivindique al principio moral hecho acción que reza…
NO
ACEPTAR NUNCA LA SUMISIÓN...
NO EJERCER NUNCA LA DOMINACIÓN.