DE INMIGRANTES
Y MUROS En estos días (finales de febrero y principios de marzo) se dan dos importantes procesos electorales (importantes para quienes creen en la falacia de la democracia). En España, el PSOE y el PP (junto con algunos comparsas mas) se disputan la “gobernanza” (el poder de gestionar los intereses de la elite de esta ¿nación?). En los USA, Barack Obama e Hillary Clinton se disputan la nominación de su partido para poder disputar el ejercicio del poder contra el candidato del partido adverso (aquí, siendo la democracia mucho mas eficiente, se saltan el inconveniente de comparsas que no hacen mas que estorbar la efectividad de la tal gobernanza).
Llegado el momento clave de las campañas electorales (es decir a cuarto para las doce o la ultima recta antes de la meta) surge, como por arte de magia, la temática de la inmigración… ya sea para hacerse con los votos de quienes culpan a los “extranjeros” de todos los males que padecen… ya sea para solicitar los votos de quienes “valoran los derechos humanos” de estos mismos extranjeros o incluso los votos de los mismos inmigrantes que se hayan integrados a la comunidad y que representan un mas que apreciable caudal de votos (que, en una cerrada competencia, pueden ser decisivos).
Por unos cuantos días, serán… “el origen de todos nuestros males”… “los pobres e indefensos infelices con quienes nos ensañamos y que nos debemos de proteger”… o “los héroes anónimos e invisibles que cuidan nuestros niños, nuestros viejos, y hacen los trabajos que no queremos hacer, el indispensable sustento de nuestro crecimiento.”
Los satanizamos, los odiamos, los compadecemos, podemos reconocer su utilidad… pero no su humanidad.
En este mundo donde reinan las leyes del mercado y la democracia, este mundo de objetos y signos… estos viajeros en busca del mínimo indispensable al sustento de sus propios cuerpos y los de su familia… nos son invisibles… y cuando no nos queda mas remedio que voltear nuestra mirada hacia su fantasmagórica presencia… vemos objetos y signos… consideramos, analizamos, calculamos el costo/beneficio de su presencia en nuestro suelo, nuestro espacio.
De vez en cuando, sentadotes frente a la “caja idiota”, un señor nos da a ver algunos (o de preferencia una multitud) de estos seres, en su propio espacio, esqueléticos, el vientre a punto de reventar, un enjambre de moscas sobre sus rostros (ojos desorbitados y bocas secas)… niños moribundos chupando senos sin leche… nos emocionamos … el señor en cuestión pide ayuda, nuestra cooperación, nuestra compasión… puede que cambiemos de canal… puede que una lagrima ruede sobre nuestra rosada mejilla… puede que nos embargue un muy cristiano sentimiento de culpa y que hagamos un cheque por cien o mil pesos.
Pero son imágenes… están allá… lejos… muy lejos.
Organizaciones humanitarias (de cuyos integrantes no se pone en duda su buena fe y su genuina entrega, pero son también nuestra buena conciencia) recolectaran, mandaran, distribuirán nuestros caritativos donativos, pero también las toneladas de alimentos cuya falta de demanda comerciable amenaza el adecuado nivel de los precios, así como los medicamentos en fase de experimentación para la cual estas poblaciones serán los perfectos conejillos de Indias. Unos cuantos magnates de sensible corazón y sincero altruismo contribuirán donando, de preferencia con gran despliegue publicitario, ¿considerables? sumas que descontaran de los impuestos que tratan de no pagar.
Estamos dispuestos a compadecerles, a ayudarles si hace falta… pero que se queden allá, en su tierra, en su mundo… que no invadan nuestro espacio, nuestro mundo.
Las mercancías y los signos pueden (y deben) circular libremente por todo el mundo (de esta pretendidamente libre, pero de hecho mas que unilateralmente controlada, circulación depende en gran medida nuestra prosperidad… y su miseria) pero ellos no… por favor no… que se queden allá… que no vengan a ensuciar nuestro suelo, contaminar nuestro aire, afear nuestro entorno… quitarnos nuestros empleos, comerse nuestro pan…. robarse nuestras mujeres.
Que la buena marcha de nuestra economía y la garantía de nuestro bienestar, requieran de algunos… esta bien… ni modo, que le vamos hacer… pero que podamos decidir, nosotros, de cuantos, quienes, como y para que les dejaremos entrar. Los demás que se queden en su casa… al fin y al cabo que si se mueren de hambre… es su culpa, la de su “manera de ser”…¡banda de flojos!.
Este es el problema… son diferentes… no se nos parecen… vienen aquí con sus costumbres, sus “maneras de ser”… tan diferentes de las nuestras. Si los dejáramos… vendrían marabuntas huyendo de la miseria (que se merecen por incapaces)… con su galopante y descontrolada tasa de natalidad (evidente signo de su todavía parte de “animalidad” o por lo menos inferioridad), al rato nos sobrepasarían en numero… y quien sabe lo que seria de nosotros, de nuestra identidad, de nuestros valores… el fin de nuestra civilización, LA civilización.
Los que dejemos entrar… eso si… que se integren… que adopten nuestro “estilo de vida”… que hablen nuestro idioma con toda la debida corrección… que sepan la gloriosa historia que nos legaron nuestros antepasados… que se comporten como nosotros, que sean como nosotros.
Aunque, pensándolo bien, tampoco hay que exagerar. Que se nos parezcan… eso si… pero de ahí a que sean nuestro iguales… queda todavía un buen trecho por recorrer… son palabras mayores… quizás algún día, a quienes sean bien portados, se les pueda conceder el derecho a ser participes del juego democrático (al fin y al cabo que este es solo la puesta en escena de la legitimación de decisiones tomadas de antemano por quienes ejercen la dominación) pero hasta ahí, por lo demás tendrán que aceptar (de buena manera) seguir siendo parte de lo que, en nuestro mundo, es su verdadero mundo… el de la exclusión.
Porque no nos olvidemos que hay (siempre ha habido y seguirá habiendo) dos mundos. El de quienes ejercen la dominación en beneficio de sus propios intereses y el de los excluidos de este mundo. El otro mundo (impresentable y por lo tanto inexistente), es el de quienes no tienen mas opción que la de su sumisión a quienes sirven fielmente (y por favor calladamente) con la única esperanza de poder disputarse entre ellos la migajas que caen de la mesa del banquete de la elite y la ilusión (siempre, oportunamente y/o violentamente, frustrada) de poder acercarse al poder (que no a la dominación).
Un muro, mas alto e infranqueable que la virtual cortina de hierro, el muro de Berlín, el muro que separa Israel de los palestinos, el electrificado entre África y España o el que se edifica en la frontera mexicano estadounidense.
El muro infranqueable entre dos mundos, el mundo de los pobres y sumisos… y el mundo de los ricos y poderosos.
El muro que separa el Norte capitalista del Sur, capitalista también, pero explotado y pobre. El mundo de quienes se benefician del sistema capitalista y pretendidamente democrático y el de todos los excluidos… los de afuera y los de adentro.
Excluidos, los que se encuentran dentro y afuera del mundo verdadero (siendo el otro negado), los que se encuentran detrás de los muros virtuales (los de las mentes cooptadas y los múltiples y sofisticados o burdos controles) y los muros verdaderos (los que separan Estados y espacios, los electrificados que separan las mansiones de las chozas, los de las prisiones donde van a parar quienes tienen la osadía de rebelarse o simplemente cuestionar la existencia de esta separación).
Muros… y mas muros… imposible de derribarse… mientras los excluidos… masivamente… no derriben los que tienen en sus cabezas.
O sea que los del Mundo Feliz pueden respirar… tranquilos y felices… por un buen rato más.
Aunque de vez en cuando las oleadas de estos seres de otro mundo nos permiten gozar del escalofrió tan necesario para el “relleno” de nuestra ausencia… la indispensable comidilla con nuestros vecinos… al tiempo que son una bendición para los interesados intereses (valga la redundancia) de quienes buscan nuestro voto.
Nota al margen: En nuestro querido y mágico México, tenemos la gran ventaja de poder contar tanto con la entrada como con la salida de estos seres migrantes (inmigrantes como emigrantes)… como con la existencia de dos mundos, mucho, pero mucho muy diferenciados y alejados el uno del otro.
Nuestros políticos (siempre muy ocurrentes) dirían que…”somos diversos”… con lo cual la verdadera e indudable riqueza de la diversidad humana nos permite ocultar la desgracia de la tan pronunciada desigualdad.